A Cottage on Dartmoor (1929) de Anthony Asquith

En cierto momento de A Cottage on Dartmoor el protagonista intenta atraer la atención de la chica proponiéndole una cita, y de entre todas las posibilidades para pasar la tarde juntos, la que le sugiere es ir al cine a ver una película sonora. Resulta irónico (e intencionado) que en una de las últimas grandes películas mudas del cine británico se comente el tema tan libremente. Y es que aunque desde el punto de vista del argumento propiamente dicho el film no tiene nada que ver con el mundo del séptimo arte, Asquith deja caer de forma muy directa una reflexión sobre el fin de una forma de hacer cine.

A Cottage on Dartmoor fue uno de los últimos coletazos del cine mudo en una época en que el sonoro ya se había impuesto como el futuro a seguir. Como si su director, Anthony Ashquith, fuera consciente de ello, el film es apabullantemente visual (incluso para los estándares de entonces) y utiliza el mínimo de rótulos posibles. No solo eso, sino que a nivel de puesta en escena y composición de la imagen es uno de los mayores logros de la época.

El argumento es bastante simple: a raíz de la huida de un fugitivo de una cárcel se nos narra en flashback su historia. Él es Joe, un barbero enamorado de la manicurista Sally. Ella sin embargo no parece hacer mucho caso a sus atenciones y se inclina más por un cliente llamado Harry. Joe, celoso, un día no puede contenerse más y mientras afeita a Harry le corta el cuello accidentalmente. En consecuencia Joe va a la cárcel mientras que Sally y Harry se casan. Cuando Joe escapa de la cárcel, acude a la pequeña casa en que vive Sally buscando venganza.

Cottage on Dartmoor (2)

Ya los primeros minutos de película son una maravilla visual para todo cinéfilo, con los planos de Joe huyendo a través de los campos en paralelo a las imágenes hogareñas de Sally con su hijo. Estos planos ya denotan por dónde irán los tiros en el resto del film. Cuando Joe y Sally se encuentran se produce otro momento brillante y muy moderno para la época: ella exclama su nombre al verle («¡Joe!») y entonces, tras ese rótulo, en el cambio de plano vemos a Joe en la barbería tiempo atrás que responde: “¿Sí, Sally?”. A día de hoy no recuerdo otro film mudo que utilice este recurso tan moderno y explotado posteriormente para dar entrada a un flashback encadenando dos diálogos separados cronológicamente.

Como no podía ser de otra forma en un film tan preocupado por la estética visual, la fotografía está cuidadísima con reminiscencias al expresionismo alemán, mientras que la cámara se mueve con total libertad filmando desde ángulos poco habituales u ofreciendo primeros planos y travellings muy llamativos. Es como si Ashquith quisiera regodearse en las ventajas expresivas del lenguaje visual en unos años en que éste tenía que empezar a compartir protagonismo con el sonido.

Otro ejemplo de ese énfasis en la imagen sobre la palabra es la escena en que Joe atiende alegremente a un cliente de la peluquería y empieza a charlar. En vez de enseñarnos un rótulo con algún fragmento de su conversación, se nos muestran planos diversos que ilustran aquello de lo que está hablando: un partido de cricket, una carrera de caballos, etc. Más tarde, cuando es el cliente el que empieza a parlotear, se usa el mismo recurso pero además se añade un plano de una gallina cacareando. Lenguaje visual en estado puro.

Cottage on Dartmoor 2

No obstante, la escena en que el director hace más énfasis en esa idea que subyace en el film sobre el enfrentamiento entre cine sonoro y cine mudo es la que tiene lugar, cómo no, en una sala de cine. Es una escena definitivamente demasiado larga (casi un cuarto de hora) cuya extensión no está justificada narrativamente, ya que no sucede nada nuevo en el triángulo amoroso protagonista. Su razón de ser está en ilustrar visualmente ese paso del mudo al sonoro. Al principio los espectadores ríen ante una comedia de Harold Lloyd (no vemos el film pero un niño señala a un hombre con el mismo tipo de gafas que usa Lloyd y luego a la pantalla, de forma que así ya entendemos quién es el protagonista del film) y todos, salvo el celoso protagonista, parecen disfrutar de la película mientras la orquesta interpreta la música de acompañamiento. Seguidamente, la banda deja sus instrumentos y comienza a jugar a las cartas mientras los espectadores miran seriamente la película sonora. El mensaje que parece transmitir Ashquith es contraponer la entusiasta reacción del público ante un film mudo respecto a la seriedad o incluso aburrimiento ante el film sonoro. Seguramente es muy poco sutil o no es la mejor forma de exponer esa idea, pero me resulta entrañable la intención del director. Por otro lado, esas imágenes del público constituyen un documento visual impagable sobre la forma de consumir cine en la época.

Otro aspecto por el que es tan interesante esta escena es por la forma como el director muestra –de nuevo visualmente, cómo no– los celos de Joe a punto de estallar de dos formas distintas: primero con una fantasía en que se enfrenta a su rival, que de nuevo se muestra de forma muy moderna en mi opinión (insertando la escena de la pelea sin dar a entender que es una fantasía, cosa que no sabemos hasta que volvemos a ver a Joe sentado y entendemos que simplemente ha imaginado el enfrentamiento; desconozco si en la época los espectadores sabrían interpretar ese momento correctamente), y en segundo lugar con un montaje absolutamente frenético de elementos que dan la sensación de que Joe está a punto de estallar (otra muestra de ese intento por parte del realizador de potenciar todos los recursos expresivos descubiertos en el cine mudo).

Cottage on Dartmoor 5

Sin embargo, el magnífico saber hacer de Ashquith se encuentra hasta en escenas no tan llamativas. Por ejemplo, el momento en que Joe le corta el cuello a Harry es una pequeña maravilla, una escena de pura tensión construida a partir de la yuxtaposición de miradas entre todos los implicados, los cuales intentan ocultar lo que sucede (Joe amenaza con matar a Harry si no se están quietos y fingen normalidad) pero que a través de sus miradas dan a entender, conscientemente o no, lo que está pasando.

Aunque la historia no sea especialmente destacable, A Cottage on Dartmoor es un film imprescindible para todos los aficionados al cine mudo por la magnífica puesta en escena de su director, en que exhibe todo el potencial de esta forma de arte que se perdió en gran parte en los inicios del sonoro. Efectivamente un film así no sería posible en el sonoro, o al menos no en sus primeros años. La escena del cine nos da a entender que Ashquith es consciente de que éste era su canto del cisne a una época, pero en lugar de lamentarse por ello prefiere hacerlo con una película que presume de su condición de obra muda en unos tiempos en que eso ya comenzaba a ser arcaico.

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