Viva la Libertad (1931) es una de las primeras películas sonoras del director francés René Clair, quien había dado el salto al cine sonoro con gran éxito gracias a Bajo los Techos de París (1930), considerado unánimemente como el primer gran film sonoro hecho en Francia.
Clair, quien tendría en el futuro una interesante carrera a caballo entre Francia y Hollywood, era un cineasta muy imaginativo y creativo. En sus inicios estuvo vinculado con los movimientos vanguardistas cinematográficos, de los que tomó algunos recursos para dotar a sus films de una mayor libertad expresiva. Eso explica que en esta obra nos encontremos un pequeño gag que encuentro muy interesante porque nos da algunas pistas sobre el uso del sonido en los inicios del cine sonoro.
Toda la película es en sí misma un ejemplo de cómo se usaba el sonido en los primeros «talkies»: apenas hay efectos sonoros a no ser que éstos sean necesarios para la acción, a menudo se utiliza únicamente la banda sonora como acompañamiento de la imagen y aún podemos ver ciertos experimentos para utilizar este recurso de forma no realista. En estos films aún no había una combinación armónica entre diálogos, banda sonora y efectos sonoros, o al menos no desde nuestro punto de vista actual. Por ello los films de principios de los años 30 pueden parecer algo raros y que están llenos de elementos que aún recuerdan al cine mudo, como persecuciones en que no se oyen los pasos de los personajes o escenas en que la banda sonora engulle unos diálogos que no se escuchan.
Volviendo a este film de René Clair, el director crea en una escena un pequeño gag muy interesante que se sirve de esa circunstancia. El protagonista está en la cárcel y escucha a una mujer cantando una bella melodía. Se asoma a la ventana y ve a una atractiva joven arreglando el balcón que parece ser la intérprete de esa canción. El que se escuchen instrumentos acompañándola no es inverosímil para el espectador, puesto que se trata de un film con algunos números musicales y por tanto aceptamos eso como una convención del género. Pero entonces la cámara nos introduce al interior de su piso y vemos que la música viene de un disco y que por tanto ella está sólo canturreando para sí misma.
El protagonista, que desconoce eso, se escapa de la cárcel y se sitúa justo debajo de la ventana del piso. La melodía continua sonando y él se queda hechizado imaginándola en el interior cantando, cuando en realidad ésta ha bajado y le sorprende mirando embobado su ventana. Pero repentinamente se oye un ruido mecánico inconfundible: el disco se ha rallado. Él queda atónito: no la estaba oyendo a ella sino a un disco. En el momento en que se da cuenta de eso la descubre a ella a su lado observándole.
Pueden ver la escena completa en el siguiente vídeo:
Más allá de ser un pequeño gag que juega con las convenciones del musical, hay un pequeño detalle que para mí es clave: cuando se estropea el disco y descubre que la mujer no cantaba, Clair hace que por primera vez se escuchen los efectos de sonido del tráfico que antes estaban ocultos. De esta forma, usa el sonido para devolver el personaje a la realidad: de la fantasía de oír a su amada cantando a los efectos sonoros realistas del tráfico. Del mismo modo pone de manifiesto la artificialidad del medio: cuando nosotros creíamos que ella cantaba aceptábamos el acompañamiento musical como una convención cinematográfica, pero al mostrarnos que lo que se oye es un disco nos devuelve a un tratamiento realista del sonido, es decir, potenciando el sonido ambiente de la calle que antes no escuchábamos. Este detalle demuestra cómo Clair abrazó el sonido no como un añadido más sino como otro elemento con el que jugar para crear gags o simplemente para darle un uso expresivo.