Así como meses atrás les hablé de la caótica producción de Esposas Frívolas (1921), hoy he pensado que sería una buena idea compartir algunas jugosas declaraciones sobre el célebre rodaje de la escena final en el desierto de su película más famosa, Avaricia (1924).
Muchos de los que participaron en Avaricia califican el rodaje de las escenas en el Valle de la Muerte como, literalmente, “la experiencia más terrible” de sus vidas. Filmar una película allá era una locura desde cualquier punto de vista, pero no para Stroheim, un cineasta famoso por agotar a su equipo con rodajes maratonianos que acababan al amanecer y martirizar a sus actores hasta deshacerlos psicológicamente con tal de conseguir la actuación deseada. Su obsesión con el realismo alcanzó nuevas cotas con la adaptación de la novela naturalista McTeague, a la que pretendía ser lo más fiel posible. Veamos lo que tiene que decirnos Stroheim al respecto:
“Tras haber leído la maravillosa descripción de Norris del Valle de la Muerte, supe que no se parecía en nada a Oxnard [área desértica de Los Angeles mucho más cercana a los estudios donde el estudio quería que filmara esas escenas] y ya que había ido tan lejos en pos del realismo, no me iba a supeditar esta vez a los deseos de la compañía. Teníamos que ir al Valle de la Muerte. Esto era en 1923, cuando no había ni carreteras ni hoteles como los hay ahora. Éramos solo un grupo de hombres blancos (41 hombres y una mujer) que descendían al punto más bajo de la tierra (por debajo del nivel del mar) desde los días pioneros. Trabajábamos a 142 grados Fahrenheit (61ºC) a la sombra y no había sombra. Los resultados obtenidos por los estragos del calor y el agotamiento físico compensaron semejante calvario. Hubiera sido imposible conseguir nada por el estilo cerca de Oxnard”.
El estudio por supuesto no pudo dejar pasar la oportunidad de filmar un pequeño cortometraje promocional sobre el rodaje en el Valle de la Muerte:
Lo mejor del vídeo es el rótulo que dice «La compañía superó las innumerables dificultades con buena voluntad«, puesto que esa visión tan optimista no podía estar más alejada de la realidad. Como es de suponer, el resto de participantes en el rodaje no compartían el interés por Stroheim hacia ese realismo obsesivo aunque fuera a costa de su salud. Para empezar, esto es lo que dijo años después el director de fotografía William H. Daniels, quien se lo tomó con cierta filosofía:
“Claro, como era realista, lo tenía que hacer en caliente [Stroheim programó el rodaje expresamente en pleno verano]. Afortunadamente era un calor seco, éramos todos jóvenes, así que pudimos soportarlo. Sólo había agua en el rancho de Furnace Creek, que la compañía English Borax limitaba para uso agrícola. Había un lago con palmeras y dormíamos en catres militares al aire libre. Hacía demasiado calor para estar en tiendas. Recuerdo ver unos cielos estrellados a través de las palmeras, maravillosos. La comida era horrible… El equipo lo toleró bien, salvo Jean Hersholt [co-protagonista del film], que en un momento dado se volvió histérico de una insolación”.
Paul Ivano, otro director de fotografía, no aguantó tan bien:
“Me dijeron que si quería ir de cámara extra al Valle de la Muerte y yo, como un imbécil, acepté. Stroheim solía llevar pantalones cortos, guantes, un casco colonial y creo que tenía una pistola en el cinto por si salía alguna serpiente. Uno de los cocineros de la compañía se murió, creo que tenía la tensión alta y no soportó el calor. La pintura de los coches se desconchaba y se caía. Y parecía gustarle todo esto a Stroheim. Yo sólo pude aguantar tres días y medio”.
Fotografía del rodaje en que se ve a Stroheim sufriendo las durísimas condiciones meteorológicas.
Para acabar, la versión de Jean Hersholt, uno de los actores principales:
“Fuimos en siete coches… Durante las dos semanas que estuvimos en la peor parte del valle, la temperatura más elevada era de 161 grados Fahrenheit (71ºC) y la más baja 91 (32ºC). El aire abrasaba nuestras pieles resquebrajadas. Tras unos cuantos días, nadie hablaba con nadie a menos que fuera imprescindible. Hacía tanto calor que se podía freír un huevo en el suelo. Dos coches iban y venían continuamente hacia Baker, la estación más cercana, para llevar a los enfermos y traer agua, agua, agua… De los 41 hombres, se llevaron a 14 enfermos. Cuando la película se terminó yo había perdido 27 libras y estaba en el hospital delirando de fiebre”.
“Cada día Gibson Gowland [el otro actor protagonista] y yo, el asesino perseguido por el hombre que había jurado vengarse de él, reptaríamos durante millas por aquel infierno de sal calcinada. Juro que ambas debíamos estar pensando en el asesinato mientras nos arrastrábamos asfixiados, desnudos de medio cuerpo, sin afeitar, ennegrecidos, ensangrentados y con llagas. Von Stroheim extraía todo el realismo que había en nosotros. Casi no recuerdo el día en que rodamos la pelea final a muerte. Stroheim había logrado inculcar en nuestros cerebros delirantes que esta escena era la muerte. Las ampollas de mi cuerpo, en vez de explotar hacia fuera, lo habían hecho hacia dentro. El dolor era intenso. Gowland y yo nos arrastrábamos por la costra de tierra. Le alcancé, le tiré al suelo. Con auténticos deseos de matar, nos pegamos y nos revolcamos. Stroheim gritó “¡Luchad! ¡Luchad! ¡Intentad odiaros como me odiáis a mí!”.
Es cierto que en esa magnífica secuencia final Stroheim realmente consiguió transmitir con pleno realismo el asfixiante calor y la desesperación de los personajes… pero a qué precio. A día de hoy se trata de una de las escenas más célebres de la historia del cine.
[El fragmento de Stroheim lo he extraído de una carta del director reproducida en la excelente biografía Erich von Stroheim y Hollywood de Richard Koszarski. El resto de declaraciones aparecen en el mismo libro]