Desde que Hollywood se convirtió en la gran industria cinematográfica del mundo ha servido como infalible imán para atraer el talento de artistas de todas partes. Durante toda su historia, cineastas de varios países europeos se han dejado seducir por la autodenominada Meca del Cine y han abandonado sus naciones para emprender una carrera en la famosa tierra de las oportunidades. A partir de aquí, los ha habido con más o menos suerte, los que se integraron a la perfección en el sistema realizando películas exitosas y ganadoras de premios y, mucho nos tememos, los que han salido escaldados de la experiencia.
Chaplin y Eisenstein, dos de los mayores genios cinematográficos del mundo haciendo el tonto con sendas raquetas de tenis.
Esto no es algo que se vea cada día.
Este proceso ya sucedía en la era del cine mudo, donde el talento de muchos directores y actores europeos no pasó desapercibido para los magnates de la industria. Hay casos en que esa odisea americana fue un “visto y no visto”, como el del alemán E.A. Dupont, que se hizo un nombre a nivel internacional con Variété (1925), consiguiéndole un pasaporte a Hollywood. Pero ahí solo realizó una película, Love Me and the World Is Mine (1927) – hoy día desaparecida – y fue tal fracaso que volvió a Europa, en concreto a Reino Unido, donde siguió trabajando con algo más de suerte. Otros no llegaron siquiera a tener la oportunidad de realizar una película, como es el caso de Serguéi Eisenstein, quien viajó a América a principios de los años 30 para investigar la novedad del cine sonoro y recibió ofertas para realizar algunos proyectos en Hollywood. Habría sido digno de ver qué películas habría hecho el cineasta soviético en un ambiente tan diferente al de la URSS, pero se ejercieron tales presiones políticas contra él que los estudios se vieron obligados a echar atrás sus ofertas.
Seguidamente nos centraremos en el caso de varios cineastas de prestigio que llegaron a América en la era muda con desigual suerte.
Alice Guy
Resulta interesante que el primer caso que recuerdo de un cineasta europeo de éxito que se trasladó a América (aunque no a Hollywood, puesto que no existía todavía como tal) fuera además la primera mujer directora de prestigio: la francesa Alice Guy.
Ella fue una de las primeras cineastas de los orígenes del cine, empezando su carrera en los últimos años del siglo XIX. Su éxito la acabó llevando a realizar películas cada vez más ambiciosas para los estándares de la época y, en última instancia, a establecerse en Estados Unidos junto a su marido en 1910; más concretamente en la Costa Este, que era el centro cinematográfico de aquellos años.
Su carrera fue imparable, se atrevió a abarcar todo tipo de géneros y también temas conflictivos como el feminismo o el racismo. Pero cuando a mediados de los años 10 la industria cinematográfica se trasladó a la Costa Oeste y el largometraje empezó a a imponerse como formato estándar, Alice Guy perdió los estudios que poseía junto a su marido, según parece por la pésima gestión de este último. Después de intentar trabajar para otras compañías, regresó a Francia donde intentó relanzar su carrera en vano.
Maurice Tourneur
Como sabrán nuestros lectores habituales, en este rincón de la red sentimos una predilección especial por Maurice Tourneur, una figura esencial del cine mudo ensombrecida hoy día por la de su hijo, Jacques Tourneur, también un magnífico cineasta.
El de Tourneur fue un caso curioso ya que, a diferencia del resto de cineastas que hemos seleccionado, él emigró a Estados Unidos antes de convertirse en una celebridad y fue ahí donde realmente explotó todo su potencial. El motivo está en que éste trabajaba para una importante compañía francesa, Éclair, que tenía una sede en Estados Unidos a la que se trasladó en 1914. Pero pronto su talento se hizo evidente y fue fichado por otros estudios norteamericanos, donde realizó algunas de las mejores películas de esos años, destacando por su cuidadísimo uso de la dirección del arte y de un estilo más pictorialista.
En los años 20, Tourneur se mudó a la Costa Oeste (recordemos que, al igual que le sucedió a Alice Guy, cuando llegó a América aún no existía Hollywood) y siguió realizando largometrajes, pero su edad de oro ya había quedado atrás y fue superado por otra nueva hornada de directores. Después de varias discusiones con la Metro a raíz del desmadrado rodaje de La Isla Misteriosa (del que ya hablamos brevemente aquí) decidió abandonar la compañía justo antes de la llegada del cine sonoro y volver a su Francia natal, donde siguió realizando películas hasta principios de los años 40.
Léonce Perret
Léonce Perret es uno de esos cineastas que demuestran lo terriblemente simplista que es esa visión tan «americanizante» y hoy día ya algo anticuada de que el señor Griffith fue el gran director que revolucionó el medio, mientras que el resto de cineastas de su época simplemente aportaban su granito de arena a la sombra del genio. Sin infravalorar la enorme importancia del realizador americano, en los años 10 hay numerosos cineastas importantísimos que merecen ser reivindicados, entre los que se encuentra el tercer director francés de nuestra lista de hoy.
A mediados de los años 10 Perret era sin duda uno de los cineastas más importantes de Francia, pero las restricciones impuestas por la I Guerra Mundial le hicieron pensar que su patria se le había quedado pequeña y partió a hacer las Américas en 1917. Allá continuó con sus éxitos habituales, hasta el punto de permitirse crear una compañía propia.
Pero ya saben, la nostalgia hacia el hogar es muy fuerte y Perret era francés hasta la médula, así que en 1921 retornó a su país natal después de esta breve aventura americana, donde su carrera continuó imparable hasta su muerte en 1935.
Ernst Lubitsch
Podría decirse que Lubitsch es el ejemplo por excelencia de emigrante europeo que supo integrarse a la perfección en Hollywood. No recuerdo otro ejemplo de director de la era muda que consiguiera establecerse con tanto éxito en Estados Unidos como el suyo.
Lubitsch fue uno de los primeros cineastas alemanes de renombre internacional, pero no tanto por sus comedias como por películas de prestigio como Madame DuBarry (1919), Sumurun (1920), Ana Bolena (1920) y La Mujer del Faraón (1921). Él fue la primera personalidad de prestigio de origen alemán que se estableció en Hollywood, y aunque ya hacía años del fin de la I Guerra Mundial, todavía había un fuerte sentimiento antigermánico que le dio algunos problemas, empezando por la prensa, siempre tan dispuesta a generar nuevas polémicas.
Afortunadamente, después del inevitable y difícil proceso inicial de adaptación, Lubitsch aprendió rápido las reglas del juego y se desenvolvió como pez en el agua. Eso sí, dejó de lado ese tipo de películas tan suntuosas y se especializó en comedias sofisticadas que exhibían el famoso “toque Lubitsch” considerado tan europeo y elegante, comenzando por la célebre Los Peligros del Flirt (1924). A partir de aquí, emprendió una carrera exitosa que le convirtió en un director respetado por la crítica y la industria hasta el punto de que en un breve lapso de tiempo fue ascendido al puesto de jefe de producción de la Paramount. Lubitsch era por tanto la demostración de que era posible establecerse en Hollywood si uno sabía hacer buen cine respetando las reglas del juego. Lo cual, como supondrán, no es nada fácil.
Pola Negri
Pero nuestro amigo Lubitsch no se fue solo a Hollywood. Se trajo consigo a la actriz con la que había hecho algunos de sus mayores éxitos internacionales: la polaca Pola Negri. Ambos llegaron a Estados Unidos en 1922 y ambos conseguirían tener un gran éxito cada uno por su cuenta (pese a haber emigrado juntos solo colaborarían en un film en su estancia en Hollywood).
Negri se convirtió rápidamente en una de las actrices más famosas de la era muda. Se especializó en papeles que eran un precedente de la figura de la “femme fatale”, erótica y misteriosa, y su presencia en pantalla se convirtió en un valor seguro para los productores. Representó a la perfección el prototipo de gran diva que fuera de la pantalla vivía suntuosamente y protagonizaba sonados romances con estrellas como Chaplin o Valentino.
No obstante a finales de los años 20 su estrella se apagó y la llegada del sonoro acabó de condenarla. Probó suerte en el teatro y después volvió a Alemania, teniendo un gran éxito de nuevo. Pero con el desarrollo de la II Guerra Mundial decidió volver atrás a Estados Unidos, donde realizó algunos papeles más y se retiró.
Benjamin Christensen
El danés Benjamin Christensen no tenía una filmografía como director tan extensa en contraste con algunos paisanos suyos como August Blom y Holger-Madsen, figuras esenciales del cine de los años 10, pero a cambio se hizo célebre con la tenebrosa y polémica Häxan, la Brujería a Través de los Tiempos (1922) . Esta película le valió el salto, no todavía a Hollywood sino a su equivalente europeo, la UFA, los estudios más importantes de Europa. Siendo el cine alemán un valor cada vez más en alza internacionalmente, la Metro decidió ficharle dentro del pack de cineastas de la UFA que se llevó a Estados Unidos en 1924.
No obstante, su carrera americana es bastante desconocida en comparación con la de los otros directores mencionados en esta lista, aunque consiguió algunos éxitos y pudo incluso realizar un pequeño ciclo de films de terror, de los cuales el más célebre es Seven Footprints to Satan (1929) – vemos que el haber dirigido Häxan inevitablemente lo encasillaba un poco.
No obstante, Christensen no se sintió cómodo con el sistema de estudios de Hollywood y volvió a Dinamarca por su propia decisión, donde se mantuvo alejado del cine durante un buen tiempo hasta retornar a finales de los años 30.
Nota: el título de este post viene no tanto de la magnífica película de Jim Jarmusch como de un libro de John Russel Taylor que documenta las experiencias de artistas europeos emigrados en Hollywood, el cual puede que sea de su interés.