Le Giornate del Cine Mudo de Pordenone 2014 (IV): 9, 10 y 11 de octubre

A medida que esto va llegando a su fin, uno piensa en las cosas que echará de menos del festival, y una de ellas es el público. Porque la ventaja de ser un festival que va dirigido a una audiencia muy concreta es que los habituales que nos congregamos en la sala somos todos amantes del cine, y eso se nota en las proyecciones. La gente no solo aplaude al acabar la película sino también al inicio cuando se menciona el nombre del pianistao. Y aunque es cierto que cuando vemos obras tan antiguas siempre encontraremos algunos detalles, frases o gestos tan anticuados que hacen reír por lo desfasados que han quedado, aquí la gente no se ríe siempre a la mínima (como sí sucede por ejemplo en muchas proyecciones de la Filmoteca), buscando con condescendencia burlarse de esos actores que entendían otra forma de interpretación. Del mismo modo que cuando un actor hacía un gesto excesivamente sobreactuado o el guión tomaba un giro demasiado absurdo a veces nos reíamos, también aplaudimos espontáneamente a Colleen Moore cuando hizo una imitación brillantemente cómica o cuando Douglas Fairbanks consiguió tomar el barco de los piratas.

Aparte de ser un marco excelente para conocer muchas películas difíciles de visionar en otros medios, el festival de Pordenone es un sitio ideal para disfrutar del placer del cine mudo rodeado de gente que, como uno mismo, entiende esos códigos y los aprecia. Y antes de que este viejo Doctor se ponga melancólico, demos paso al final de la crónica.

pordenonecartel

9 de Octubre

El jueves fue uno de mis días favoritos del festival, y empezó especialmente bien con una de las mejores películas del ciclo Barrymore (y sin duda la mejor de Lionel): The Bells (1926) de James Young. El argumento es como sigue: un posadero regenta su humilde y honesto negocio en un pueblo perdido de los Alpes. Tiene una hija preciosa que quiere casarse con un joven prometedor pero también tiene unas serias deudas cuyo acreedor está dispuesto a olvidar a cambio de la mano de la hija. Una noche de ventisca llega un judío cargado de oro a pedir hospitalidad. Nuestro protagonista no resiste la tentación y cuando el visitante deja la posada lo mata y utiliza su oro para pagar las deudas y la dote de su hija. El pueblo, alarmado por el crimen, insta a las autoridades a dar con el culpable. Al frente de la investigación ponen al prometido de su hija. En paralelo el hermano del fallecido aparece dispuesto a ofrecer una recompensa al que descubra al culpable y, además, se ha traído consigo a un mentalista que espera averiguar algo con sus poderes sobrenaturales (interpretado por Boris Karloff por cierto).

Hay dos rasgos que hacen de The Bells uno de los mejores Barrymore que vimos en Pordenone. En primer lugar la ambientación y la forma como se recrean los remordimientos del protagonista, con una genial escena onírica y sobreimpresiones fantasmales del muerto. Pero el segundo es el que me pilló más desprevenido. Si han leído el argumento intuirán cómo acaba todo: el prometido de su hija acercándose a la verdad, su adversario investigando las pistas para descubrir al culpable, el mentalista creando más tensión, una escena final en que el protagonista confiesa todo… Pues nada de eso sucede. El film nos expone los detalles que intuimos que nos llevarán a los lugares comunes de siempre y al final repentinamente cierra la historia en mitad de los terribles remordimientos del protagonista durante la boda de su hija, sin redención, sin confesión y sin el descubrimiento de la verdad. Muy buena película, sin duda.

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La siguiente proyección mantuvo el nivel. De todas las retrospectivas de cine de los orígenes, ésta que recibía el nombre de Edwardian Entertainment fue mi predilecta. Es una recopilación de hora y media del British Film Institute que incluye fragmentos de películas de todo tipo pero que se centran sobre todo en formas de entretenimiento de la primera década del siglo XX. Asistimos a algunos números de vodevil y competiciones extrañamente absurdas (una consistía en correr disfrazado de mujer, otra nadar lanzándose al agua con traje y paraguas) pero lo mejor son los numerosos planos del público. Las fisonomías, sus expresiones, la forma de vestir, su forma de saludar divertidos a cámara… acaba siendo un retrato inmejorable de la Inglaterra de esos años.

Cerramos la mañana con dos films menores que entran en la sección de redescubrimientos. L’Angelo Che Redime (1914) es un breve film italiano centrado en los típicos clichés de madre que pierde a su hijo, el cual acaba en manos de un ladrón que se regenera y lo cría como un buen padre, y al final no faltará el clásico reencuentro La película está bien pero no es gran cosa, el guión está resuelto de forma demasiado simplona (no tanto por los temas que trata sino por la forma como los va narrando) y el final resulta extrañamente abrupto, con la madre reencontrando a la hija pero ésta última negándose a ir a sus brazos. Según las notas del programa, falta un fragmento en que se vería cómo la madre acababa muriendo tras ver a su hija… otro tópico del melodrama.

Oi Peripeteiai tou Villar (1924) es un típico corto de slapstick con el único aliciente de ser la primera película muda griega que he podido ver, pero en realidad no es gran cosa. El protagonista es Villar, el típico clown a lo Larry Semon que vive una serie de aventuras en Atenas durante un día incluyendo rutinas slapstick como las clásicas confusiones en una lavandería y una escena de peleas con comida de bastante mal gusto insertada con calzador al no contar siquiera con el protagonista. La gracia está en ver la capital griega como marco de fondo para estos números (incluida la Acrópolis) y el estilo tan despreocupado del film, con la gente mirando a cámara y la sombra del propio cámara siendo claramente visible en alguna ocasión.

Oi Peripeteiai tou Villar

Pasamos a la sesión Technicolor del día, que empezó con varios cortometrajes como el fragmento en color de Los Diez Mandamientos (1923) de Cecil B. De Mille y acabó con el film que más nos interesaba: The Toll of the Sea (1922) de Chester M. Franklin. Se trata del primer intento serio de hacer un largometraje entero en Technicolor después de una tentativa autoproducida por la empresa Technicolor que fue un fracaso. En este caso contaban con el apoyo de un estudio, la Metro, y un guión basado por encima en Madame Butterfly que protagonizaría la actriz de origen asiático Anna May Wong. El rodaje fue bastante difícil porque en aquella época filmar en Technicolor requería tanta iluminación que casi no había espacio para todos los focos necesarios. Así mismo, las cámaras tenían que grabar la imagen en dos negativos al mismo tiempo, haciendo más agotador manipularlas (recordemos que no eran automáticas, sino manuales), hasta el punto de que el pobre cámara acababa al final del día con el brazo medio muerto del esfuerzo extra.

A cambio la película fue un éxito… pero solo en cierto sentido: funcionó en taquilla y gustó a la crítica, pero los costes de impresión del Technicolor eran tan caros que no salió rentable, aunque sirvió para asentar la reputación de este sistema. Centrándonos en la película, es otra muestra más de la fascinación que se sentía en la época hacia la sociedad oriental – recuerden La Ira de los Dioses (1914) de Reginald Barker, La Marca de Fuego (1915) de Cecil B. De Mille o Lirios Rotos (1919) de D.W. Griffith – que en este caso sirve de excusa para exhibir en flamente Technicolor los vivos colores orientales del vestuario, los decorados y los jardines. La historia es bastante prototípica pero a cambio me gana por su sencillez, sin llegar nunca a dramatismos salvo el final.

Tuvimos luego más cine de los orígenes con algunos cortos del pionero francés Paul Nadar (que incluían desde números de vodevil a cosas tan apasionantes como él leyendo el periódico en una cafetería) y cuatro de Méliès. Destacar que dos de los cortos de Méliès incorporaron la narración con la que éstos debían ser presentados, leída por el director del festival, David Robinson.

tollofthesea

Finalmente la sesión nocturna se abrió con un cortometraje recientemente descubierto y restaurado de Léonce Perret, La Rose Bleue (1911) que tenía cierto encanto. Le siguió el mejor Barrymore de todo el festival, ni más ni menos que el Dr. Jekyll y Mr Hyde de John S. Robertson protagonizado por John Barrymore. Confieso que aunque es un clásico del cine mudo no lo había visto hasta entonces por un motivo u otro, y fue maravilloso descubrirlo en pantalla grande. Aquí John hace la que creo que es su mejor actuación, basculando del racional y sensible Jekyll al repugnante y sobreactuado Mr. Hyde (de nuevo vuelvo a las semejanzas entre hermanos: cuando era Hyde me recordaba horrores a su hermano Lionel, y sé que esto no es muy halagador…). Además cuenta con una excelente ambientación londinense y un magnífico el guión insistiendo en el tema de la dualidad y de la lucha interna del ser humano entre el bien y los impulsos primarios (que me temo que casi siempre desembocan en el mal).

Y acabamos la noche con otra joya de Protazanov, Don Diego I Pelageya (1928). Se trata quizá de la película más difícil de encarar del ciclo al no ser exactamente ni comedia ni drama: se inicia con un prometedor protagonista cómico (un jefe de estación que se pasa el día leyendo novelas caballerescas cual Don Quijote) pero el argumento acaba desembocando en el absurdo encarcelamiento de una anciana campesina por cruzar las vías del tren cuando no debía. Además, el estilo es menos ligero y tiene un tono más documental, haciendo de todo ello una combinación algo extraña. Yo creo que aún así funciona y de hecho tiene algunos momentos de tierna humanidad que no aportan mucho a la trama pero le dan mucho encanto (el ineficaz visitante del gobierno que estudia cómo funcionan las granjas pero está más interesado por las campesinas, el guardia que acompaña a la anciana y se queda dormido con ella bajo un árbol…). El tramo final acaba siendo una dura crítica a la fría e ineficaz burocracia que hace imposible que los jóvenes protagonistas puedan liberar a la inocente anciana. Pero no teman, al final todo sale bien y saldrán con una sonrisa en la boca. En su época el film no funcionó del todo en taquilla pero con el tiempo ha acabado siendo justamente reivindicado.

dondiegoipelageya

10 de Octubre

A estas alturas creo que ya estaba claro que el gran ganador del festival iba a ser el ciclo dedicado a Yakov Protazanov, pero por si aún había gente con dudas todavía quedaban dos grandes películas para demostrarlo. La primera del viernes fue una de ellas, Chiny I Liudi (1929) – desconozco su traducción en español, en inglés se titula Ranks and People. Es un film compuesto por tres adaptaciones de historias de Mikhail Chéjov de las cuales la más extensa (y la mejor) es la primera, «Ana al cuello». El inicio de hecho es de mis momentos favoritos de la película por ser tan maravillosamente visual: una larga escena de una boda en que solo con el montaje de pequeños detalles se nos dan a entender todas las circunstancias (una joven atractiva se casa con un hombre mucho mayor que ella por dinero, ya que su familia vive en la miseria). La sufrida esposa desde luego no tendrá una vida muy placentera con un marido autoritario que la trata con desprecio… hasta que una noche acude a un elegante baile de sociedad y es alabada por todos, para consternación del marido, que pasa a ser el elemento en desventaja de la pareja.

Las dos siguientes son más humorísticas y breves. «Muerte de un Funcionario» a mí me parece en concreto muy divertida y se basa en una premisa muy básica: en una representación de ballet un humilde funcionario estornuda accidentalmente sobre el cuello de un importante miembro del Estado. Apesadumbrado, le pide disculpas por el incidente, y aunque éste le replica que no pasa nada, el pobre funcionario se siente tan incómodo que le empieza a perseguir para reiterar lo mucho que lo siente. A destacar aquí la fenomenal interpretación del actor teatral Ivan Moskvin, con el que Protazanov estaba deseando trabajar desde hacía tiempo. La última, «El Camaleón» es la menos destacada por dar menos juego cinematográficamente: en un pueblo un perro muerde a un ciudadano y éste arma un escándalo. Un agente de la ley se personifica en el lugar y va dictando sentencia en función de quién cree que es el dueño del perro.
En definitiva, otra muy buena película con un excelente reparto y una dirección muy visual pese a estar basada en relatos de Chéjov. No es tan abiertamente cómica pero mantiene el nivel que nos había ofrecido en las últimas proyecciones.

Chiny I Liudi

Volvemos a los Barrymore con El Vagabundo Poeta (1927) de Alan Crosland, con un John Barrymore más Douglas Fairbanks que nunca saltando de un tejado a otro de la ciudad de París mientras se burla de la autoridad, seduce a bellas damas y escribe poemas. Y si eso fuera poco, en sus ratos libres además encuentra tiempo para dar soporte al rey de Francia (interpretado por Conrad Veidt, que le consigue dotar de auténtica personalidad y no permitir que sea otra figura eclipsada a expensas del carismático Barrymore). Aventuras, mucho sentido del humor, romance y unos decorados fantásticos de William Cameron Menzies. Hollywood jugando a su propio juego ofreciendo lo que el público esperaba. No falla, desde luego.

La tercera proyección fue una de las mayores curiosidades del día: una versión sonorizada en alemán de El Acorazado Potemkin (1925) de Serguéi Eisenstein. La historia de esta versión en realidad tiene más miga que la película en sí misma. Inicialmente el compositor Edmund Meisel había compuesto con supervisión de Eisenstein una banda sonora especial de la película para su versión alemana  que fue muy alabada en su momento. Pero con la llegada del sonoro un distribuidor germano pensó que sería una gran idea añadirle también a la película diálogos y efectos de sonido, convirtiéndola así en una película sonora total. Como se supone que es un film sin un protagonista claro, se hizo expresamente que muchos de los diálogos no fueran asociados a personajes concretos sino más bien corales siempre que fuera posible, como si los marineros estuvieran hablando en nombre del pueblo. El proceso de doblaje se hizo con todos los actores en un mismo estudio mientras visionaban la película (que además no era el montaje de Eisenstein, sino uno censurado de 50 minutos que circulaba por Alemania). El resultado es curioso, pero obviamente no aporta nada a la película y le hace perder ese sentido del ritmo tan especial que le imprime el montaje de Eisenstein, al hacer que los diálogos «normalicen» el flujo de imágenes.

Tampoco nos aportó mucho Die Macht der Finsternis (1924) dirigida por Conrad Weine, hermano del director de El Gabinete del Doctor Caligari, Robert Wiene (quien en este caso sólo escribió el guión). Se trata de un drama de Tolstoy interpretado por los actores principales del Teatro de Moscú, lo cual seguramente explique su estilo tan excesivamente teatral y poco cinematográfico. Pasable.

good bad man

Mucho más divertida fue The Good Bad Man (1916) un film de Douglas Fairbanks dirigido por Allan Dwan (ya comenté previamente otro film aún mejor surgido de esta colaboración: El Moderno Mosquetero). Con Fairbanks uno no puede evitar contagiarse de su buen humor, y aunque aquí encarna a un bandido, nuestro amigo Douglas es tan majo que es imposible que interprete a un delincuente, así que su personaje acaba siendo una especie de Robin Hood, un tipo que roba a otros vaqueros burlándose de ellos y pasándoselo en grande para luego dar el dinero a niños desfavorecidos. Luego descubrimos que esa tendencia viene por un complejo freudiano al haber perdido a su padre de pequeño, y que dicho complejo no se solucionará con terapia sino vengando su muerte. Casi que esta subtrama me sobra un poco,yo ya me daba por satisfecho con ver a Fairbanks montando a caballo y pasándolo bien (inolvidable su entrada en el saloon pegando tiros mientras dice «¡Dejad paso, estoy enamorado!«), sobre todo si tras la cámara hay una mano tan profesional como la de Dwan.

Menos simpática y más decepcionante fue Beau Brummel (1924) de Harry Beaumont, la que menos me gustó del ciclo Barrymore en todo el festival. Aquí tenemos al John Barrymore más elegante y educado, rozando en ocasiones lo amanerado, encarnando a un Don Juan que se hace un hueco en la corte gracias a sus intrigas amorosas y saber engatusar al Príncipe de Gales. El gran problema del film es que es terriblemente largo, y si ya me quejaba de la excesiva duración de otro film de John, When a Man Loves, ahí al menos admitía que no paraban de suceder cosas que justificaban las dos horas; pero aquí no es el caso. Porque más de dos horas para un film basado en intrigas de corte es demencialmente largo. Ese excesivo metraje lo achaco a una dirección demasiado apoyada en los actores, que les deja alargar sus planos para que se recreen en cada gesto y mirada, llegando a ser algo exasperante. Al ser producida en la época cumbre de Barrymore a nivel de popularidad, imagino que Beaumont quiso dejar todo el film en sus manos.

manchu love

Por la noche vimos la penúltima selección de Technicolor que se iniciaba con dos cortometrajes: The Love Charm (1928) – historia sencilla de un marinero que se enamora de una nativa en una isla desierta y que servía de excusa para exhibir el sistema de color – y Manchu Love (1929) – el mismo caso que el anterior recurriendo ¡otra vez! a una historia oriental sobre la sucesión de un importante emperador chino, ¿por qué consideraban que los entornos orientales eran los que mejor mostraban el potencial del Technicolor?

El plato fuerte era otra sesión de Douglas Fairbanks: El Pirata Negro (1926) de Albert Parker. Su importancia radica en ser la primera gran producción rodada íntegramente en Technicolor. El actor quería hacer una buena película de piratas y pensaba que ese género necesitaba más que nunca el color, así que estuvo varios años planificando cuidadosamente la producción para que se filmara toda en Technicolor aún siendo un sistema muy caro. Para ello se documentó mirando referentes pictóricos de la época y se hicieron tests de color con todos los decorados y objetos del film para pintarlos de forma que la cámara captara los colores adecuados. El resultado final valió la pena, pero de nuevo los costes eran tan caros y los negativos en color daban tantos problemas que también tuvo que distribuirse una versión en blanco y negro de la película. La trama no tiene mucho misterio, es de nuevo Fairbanks exhibiendo sus acrobacias, que le permiten tomar él solo un barco entero (!) y convertirse en menos de un día en el líder de los piratas. El guión tiene puntos flojos (¿de dónde salen todos esos tipos que acuden al rescate final?) pero de nuevo la clave está en el carisma de su protagonista.

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Si hora y media de Fairbanks enfrentándose a piratas y haciendo acrobacias parecía algo difícil de superar, la sesión nocturna fue una auténtica sorpresa: dos cortometrajes cómicos hilarantemente anárquicos y surrealistas. El primero es Whoozit (1928) una de las películas que realizó Charley Bowers en la época mezclando animación e imagen real. Lo que la hizo tan rematadamente destacable es su humor delirante a medio camino entre un dibujo animado y una pesadilla. De hecho me recordaba horrores a los futuros cortos de la Warner Brothers y Tex Avery, pero con personas reales, en este caso un pobre conserje que es perseguido por un extraño hombre barbudo con un hacha. En cierto momento encierra al homicida en una caseta de perro pero cuando abre el montacargas vuelve a aparecer ahí. Más tarde lo encierra en un armario y ayuda a un cliente a cerrar su baúl, cuando saca el baúl al pasillo aparece de dentro el hombre barbudo. En una habitación los juguetes empiezan a cobrar vida, uno de ellos es un siniestro mono al que le va creciendo barba y empieza a afilar un hacha hasta convertirse… sí, lo han adivinado, en el tipo del hacha. No me extraña que los artistas surrealistas alabaran estas películas tan libres y frescas. Chapeau!

El siguiente fue Goodness Gracious (1914), un film que parodiaba las películas prototípicas de la época hasta llegar a lo absurdo. La dirección es torpe y los recursos se nota que eran muy limitados, pero la gracia está en que sus creadores lo saben y utilizan todo eso a su favor. Por ejemplo, los personajes intentan esconderse en más de una ocasión detrás de diminutas macetas o cuando se supone que están en la calle pasando frío los propios actores se tiran la nieve artificial sobre ellos mismos. El argumento por otro lado es absolutamente estúpido a propósito: el malo mata al tío del protagonista para inculparle, pero la heroína espera atrapar al verdadero culpable bajo la premisa de que los criminales siempre vuelven al lugar de los hechos (sin motivo alguno), y al final resultará que el tío «no estaba muerto después de todo» (palabras textuales del rótulo) así que hay una alocada carrera de rescate a última hora al juzgado para salvar al inocente. Tiene un estilo tan desmadrado sin ningún tipo de reparo que es imposible no encontrarla divertida.

whoozit

11 de Octubre

Todo lo bueno se acaba, y cuando muchos llegamos al teatro a las 9 teníamos un sabor de boca agridulce: agrio porque sería la última jornada del festival, dulce porque era el último Protazanov del ciclo y, según uno de los organizadores del mismo, una de sus mejores obras. Y no mentía. La Fiesta de San Jorge (1930) podría ser perfectamente la mejor del ciclo dedicado al cineasta ruso y, por añadidura, el mejor descubrimiento del festival (si no lo afirmo con seguridad es porque su nivel es bastante parejo al de algunas de sus otras obras proyectadas). Aquí Protazanov vuelve al terreno de la comedia pura y dura ayudándose de Igor Ilyinsky y Anatoli Ktorov, a quienes ya vimos en la divertidísima El Proceso de Tres Millones (1926) y que de hecho repiten los mismos papeles de ladrones. Pero lo que hace de ésta una película tan especial es que viene acompañada de la crítica más feroz y despiadada que recuerdo haber visto a la Iglesia, exponiendo con cruel mordacidad su hipocresía y avaricia. Absolutamente magnífica.

Como detalle a añadir, se nos proyectó la versión sonorizada de la película, que incluía banda sonora y algunos diálogos hablados (aunque seguía habiendo rótulos). Normalmente las películas mudas que luego se sonorizan parcialmente suelen ser bastante deficientes, y en un festival de cine mudo tenía sentido ofrecer la versión más «pura», pero uno de los programadores del ciclo justificó esa decisión por el sencillo motivo de que éste es uno de esos pocos casos en que la versión sonorizada es mejor que la muda, ya que incluye gags adicionales (el discurso oral del sacerdote en contraposición con las imágenes).

Prazdnik svyatogo Yorgena

Mantuvimos el buen nivel con la última película de la sección Canon Revisited: El Amor de Jeanne Ney (1927) del formidable G.W. Pabst. Aunque no es una de sus obras cumbre y la historia no es nada del otro mundo, está tan magníficamente dirigida que consigue engrandecer un material que en otras manos habría dado a una película del montón. A su lado, los dos pequeños descubrimientos que le siguieron quedaron aún más empequeñecidos, pero siendo justos no cualquiera puede competir con Pabst. El primero era un modesto y simpático corto llamado The Star of the Side Show (1912) sobre una enana que se une a un circo ambulante y se enamora del gigante (por cierto, la enana la interpreta una niña). El segundo es un largometraje más ambicioso en intenciones que en forma: The Last Edition (1925) de Emory Johnson. Forma parte de una serie de melodramas de serie B que seguían más o menos siempre unos esquemas parecidos. En este caso se ambienta en el mundo del periodismo e incluye el choque entre hombres adinerados y la sencilla filosofía del hombre de la calle, y un buen hijo de familia que cae en una trampa de corrupción. Aunque la he calificado como serie B no lo digo en plan despectivo: es un drama decente, bien hecho y con interpretaciones correctas, sencillamente no juega en la línea de los grandes. Y aunque al final me inclino a pensar que la película incluye más líneas argumentales de las que puede asimilar, creo que es una película honesta y con un buen acabado.

Cerramos las novedades del festival con el último pase de Technicolor, de nuevo precedido por algunos cortometrajes a los que les siguió The Mysterious Island (1929) de Lucien Hubbard. La historia del traumático rodaje de esta película daría para un post aparte, pero de momento sólo comentar que pasaron por ella dos cineastas de prestigio como Maurice Tourneur y Benjamin Christensen, que se detuvo el rodaje y que luego se retomó para rentabilizar todo el dinero invertido pero, eso sí, cambiando por completo la historia. Lo que inicialmente era una adaptación de 20.000 Leguas de Viaje Submarino de Jules Verne acaba convertido en un film de intrigas políticas y enfrentamientos con extraños hombrecillos del fondo del océano de intenciones más bien aviesas. La película realmente no acaba de funcionar y uno ha de tirar demasiado hacia la benevolencia que inspiran este tipo de films con cierto encanto kitsch. En cuanto al uso del Technicolor, está lejos de la brillantez de los otros largometrajes vistos previamente.

last edition 1925

Esa noche tuvo lugar la ceremonia de clausura y la última proyección del festival, que fue ni más ni menos que Luces de la Ciudad (1931) de Charles Chaplin con su banda sonora interpretada en vivo por la orquesta sinfónica de Pordenone. En los días previos oí a alguien quejarse de que cierren con un film como ése que todo el mundo conoce, pero sinceramente no lo entiendo. Coincidiendo esta edición con el aniversario del personaje de Charlot y siendo Chaplin uno de los pocos cineastas mudos que aún hoy día son reconocidos por el gran público, era inevitable acabar con un film suyo, ya que eso atraería además a gente de la ciudad que solo asistiría a proyecciones puntuales con un atractivo especial. Y además, ¿cómo puede alguien quejarse de tener que ver otra vez semejante obra maestra? Yo la he visto ya muchas veces, y aún sigo preguntándome después de cada revisionado si existe algo más bonito en la historia del cine que la escena final de esta película. Ciertamente, pocos desenlaces puedan superar el de este film para cerrar un festival.

luces ciudad

Epílogo

Como cierre de esta crónica del festival en cuatro partes, les propongo un pequeño resumen de mi valoración personal:

  • Mayor descubrimiento: La Fiesta de San Jorge (1930) de Protazanov, o ya puestos, todo el ciclo dedicado al cineasta ruso. Fui al festival sin tenerle en mucha consideración – me gusta su única obra conocida en occidente, Aelita (1924), pero nunca me ha entusiasmado – y volví considerándole como uno de los grandes directores soviéticos de la época.
  • Mayor decepción: Lady Hamilton (1921) de Richard Oswald.
  • Mayor sorpresa: La Statua di Carne (1921) de Mario Almirante por su parecido con Vértigo (1958).
  • Mejor interpretación musical: la que acompañó a El Tesoro de Sir Arne (1919) de Mauritz Stiller, realizada por Philip C. Carli.
  • Comedia que más risas provocó: ex aequo entre Synthetic Sin (1929) de William A. Seiter y las dos comedias cortas del viernes a última hora, Whoozit (1928) de Harold L. Muller y Goodness Gracious (1914) de James Young.

Y para acabar mis cinco rótulos favoritos de todas las películas que vi:

  • «A partir de ahora seremos juguetes de pasión. Me voy a Nueva York a pecar». Synthetic Sin (1929) de William A. Seiter.
  • «Os perdono todos los pecados, gratis». La Fiesta de San Jorge (1930) de Yakov Protazanov
  • «No entres en pánico, pero has caído en una red de trata de blancas». Das Frauenhaus Von Rio (1927) de Hans Steinhoff.
  • «Pero soy una mujer, y por eso nunca podré evitar que me gusten la ropa y las joyas». When a Man Loves (1927) de Alan Crosland.
  • (Después de un final épico en que los protagonistas se han peleado duramente con las poderosas mujeres-araña hasta derrotarlas)  «Todas las telarañas de amor se han destruido… Así es la vida».  Pansidong (1927) de Darwin Dan.

Enlaces al resto de las crónicas del Doctor Caligari en Pordenone:

pordenone 2014 1

pordenone 2014 2

pordenone 2014 3

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