A mediados de los años 20, la bailarina Leni Riefenstahl se sintió fascinada por el mundo del cine y decidió comenzar una carrera como actriz a las órdenes del director Arnold Fanck, especializado en bergfilm o películas de alpinismo. No obstante Riefenstahl pronto descubriría que trabajar en el mundo del cine no era fácil, y menos en este tipo de obras. Como muestra, les ofrecemos unos fragmentos de la autobiografía de la por entonces futura directora en que narra los numerosos problemas ocurridos durante el rodaje de La Montaña Sagrada (1926), que hicieron que el guión se pudiera acabar de filmar prácticamente de puro milagro:
«Mientras tanto, los preparativos se habían adelantado tanto, que las tomas conmigo debían comenzar a principios de enero en Suiza, en Lenzerheide. Entonces fui consciente por primera vez de que no tenía ni idea de lo que era esquiar. En aquella época, hace casi sesenta años, todavía no era un deporte tan popular como hoy. Pero yo no quería quedar en ridículo ante Fanck [el director de la película], y por eso se me ocurrió que Trenker [actor protagonista] me diera clases de esquí en secreto.
Trenker y el operador Schneeberger estaban dispuestos a enseñarme a esquiar. Escogieron esquís y palos. Quisimos realizar el primer intento en el paso de Falzarego. Tras enseñarme a hacer el viraje según el estilo de entonces, en el que acababa más tendida en el suelo que de pie, pude arriesgarme a una pequeña bajada a plomo. Deslicé los esquís por la ladera plana y gocé de la sensación de flotar en el espacio, hasta que me di cuenta de que aumentaba la velocidad; quise frenar, pero no lo conseguí, la pendiente se hacía más abrupta, mi descenso era cada vez más veloz, hasta que una caída hizo que me detuviera. Quedé profundamente sepultada en la nieve e hice esfuerzos por salir de allí. Trenker y Schneeberger llegaron enseguida hasta mí y me ayudaron. Sentía fuertes dolores en el pie izquierdo, y no podía levantarme. Sin duda lo tenía roto. ¡Qué desgracia! ¿Qué le diría a Fanck?
Trenker bajó hasta Cortina a buscar un trineo. Oscurecía y hacía un frío muy intenso. Schneeberger me llevó sobre su espalda y fue caminando a través de la nieve. Había tormenta; me dolían los tobillos. Continuamente nos hundíamos en la nieve y nos caíamos, de modo que al final nos rendimos y, a pesar de que nos helábamos, preferimos esperar la llegada del trineo. Me sentía atormentada por un amargo remordimiento.
A la mañana siguiente, me enyesaron la pierna en Cortina. Tenía rotos los maléolos del pie izquierdo. Con ésta había sufrido cinco fracturas en un mismo año. Resistí tormentos infernales, porque cabía esperar los más acerbos reproches de Fanck, que aún no sabía nada de lo ocurrido. Con automóvil y tren fuimos hasta Lenzerheide. Desde Coira llamamos por teléfono a nuestro realizador. En realidad no supo lo que había sucedido hasta que fue a recogernos a la estación. Se puso pálido, pues la película dependía de mí. ¿Qué ocurriría si había que prescindir de mí?
Pero lo peor aún estaba por venir; se levantó un viento cálido del sur, y en seis días el decorado de hielo erigido para el rodaje, que se había tardado cuatro semanas en construir, quedó derretido. Solo quedaba la estructura, encima del lago todavía helado. Enseguida se produjo la siguiente catástrofe. Hannes Schneider, que en la película tenía también un papel importante, resbaló durante un ejercicio de esquí y quedó tendido con una cuádruple fractura del muslo. Durante semanas estuvo entre la vida y la muerte, de modo que no pudieron rodarse las escenas en que él aparecía. Por si esto fuera poco, tampoco Ernst Petersen, un sobrino del doctor Fanck, no pudo desempeñar el segundo papel principal junto a Trenker, ya que en una arriesgada toma de esquís se rompió un pie. Y por último, como algo verdaderamente diabólico, también Schneeberger, nuestro cámara, sufrió un accidente, con fractura de la columna vertebral.
El lugar de rodaje se transformó en un hospital. Durante semanas se puso en duda que pudiera realizarse La Montaña Sagrada. Se decía que la UFA quería cancelar la película. Habíamos perdido casi todas las esperanzas. Vagamos por Lenzerheide seis semanas sin poder rodar siquiera un metro. El viento cálido del sur derretía la nieve.
Sin embargo, de repente, sopló el viento del nordeste y empezaron las heladas. Bajó la temperatura, y se empezó a construir de nuevo el decorado de hielo. Se trabajaba afanosamente día y noche. El médico me quitó la escayola, y ya caminaba cojeando.
Se rodaron las primeras tomas, de noche en el lago, en Lenzerheide. Se encendieron los reflectores e iluminaron el decorado de hielo. Hacía un frío horroroso, los cables se rompían, las cajas de contacto y las cámaras se helaban. Pero a pesar de las dificultades el trabajo proseguía.»
(…)
«En enero de 1926, el segundo invierno de la película, trabajamos en el Feldberg. Allí el trabajo avanzaba muy despacio; el tiempo era espantoso. Pasaron dos, tres semanas, sin que pudiésemos rodar. El sol o no se dejaba ver, o era tan fuerte que la nieve se volvía pesada y no se pulverizaba lo suficiente para las tomas. Las dificultades bajo las cuales se rodaron las escenas en la naturaleza son difíciles de describir. Entonces no había efectos especiales con trucos, y lo que había de sensacional era en realidad mucho más peligroso de lo que luego parecía cuando se veía en la pantalla.
Hacía cinco días que nevaba copiosamente, la carretera de Flexen estaba cortada; no podía transitarla ningún trineo, ningún caballo, ningún ser humano. Había un peligro extraordinario de aludes. Esto era exactamente lo que necesitábamos para una escena, pero no conseguimos encontrar un porteador. Fue imposible convencer a alguien para que viniera con nosotros. Los guías de montaña consideraban una locura ir a la carretera de Flexen. Pero teníamos que hacer las tomas. Mientras tanto ya era abril y la última oportunidad para hacer la película. Cada día que pasaba, la nieve podía derretirse, y entonces sería demasiado tarde.
Decidimos resolver el asunto por nuestra cuenta. Schneeberger llevaba la cámara con el trípode, yo la maleta con los objetivos. La tormenta era tan fuerte que no se podía ver a diez metros de distancia. Lentamente fuimos avanzando a través del temporal de nieve, hasta que llegamos a la carretera de Flexen. Allí se desprendían constantemente aludes de las rocas. Montamos la cámara; ahora solo se trataba de esperar y congelarnos. Más de dos horas permanecimos en el mismo sitio, sin que se produjera ni un pequeño desprendimiento de nieve. No sentíamos los pies, las pestañas estaban heladas. A pesar de ello, no queríamos ceder…, todavía no. Al final oímos por encima de nosotros un rumor, Pulga de Nieve [apodo de Schneeberger] saltó al lado de la cámara, yo al lugar preparado, donde pude agarrarme a la roca con las manos. Se hizo la oscuridad a mi alrededor y sentí que la nieve me cubría pesadamente. Estaba sepultada; mi corazón palpitaba con rapidez, con brazos, cabeza y hombros traté de apartar la nieve, y entonces sentí que las manos de Pulga de Nieve cavaban sobre mí. Volví a respirar. «Hemos hecho unas tomas estupendas – dijo – Fanck no dará crédito a sus ojos». Yo apenas oía lo que decía. Lo peor fue que tuvimos que repetir la escena varias veces, porque el doctor Fanck quería una toma de lejos, algo más cerca y cerca del todo. Me negué; me enfurecí cuando después leí en algunos periódicos: ‘Las tomas del alud con la protagonista eran falsas. Tenían que haberse filmado en las montañas y no en el estudio.'»
En unas semanas les ofreceremos una segunda parte con más anécdotas de Leni Riefenstahl en el rodaje de otras películas de Arnold Fanck.