Estoy seguro que todos ustedes, amables lectores, han tenido que lidiar en más de una ocasión con el que es uno de los mayores horrores de la vida moderna: la burocracia de la administración pública. Ese mundo kafkiano repleto de colas, números de tanda, largas esperas, interminables papeleos y cada vez nuevos formularios por rellenar que nunca parecen tener fin. Ni siquiera un genio del mal como este Doctor es inmune a ello.
Este problema no obstante no es algo nuevo, y como prueba de ello tenemos esta película georgiana, Chemi Bebia (1929), traducida a menudo como «Mi Abuela», de Kote Miqaberidze; un film que merece nuestra atención, no solo por tratar un tema que nos afecta a todos, sino por ser una de las mayores excentricidades que surgió en la era muda de la Unión Soviética… y casi diría que en el mundo.
Se trata de una comedia inclasificable y abiertamente surrealista, que utiliza todo tipo de recursos para dar rienda suelta a sus locuras, pasando incluso por el stop motion o la animación. Curiosamente, la película tiene algunos rasgos muy típicos de las vanguardias soviéticas de la época (la ausencia de un claro protagonista durante buena parte del metraje, un argumento que no se rige por las estructuras convencionales, esa idealización del buen obrero trabajador, etc.) pero no se utilizan tanto como forma de experimentar con el medio sino de mostrar un resultado lo más libre y caótico posible.
En su primer segmento (el mejor de la cinta para mi gusto), vemos el tedioso funcionamiento de la burocracia rusa, plasmado a través de una mesa redonda alrededor de la cual se sientan varios aburridos funcionarios tras una serie de puertas. Cuando un buen ruso llega para que le rellenen un formulario, éste vaga por la mesa esperando en vano que alguien le haga en caso y lo firme. Finalmente, uno lo toma en consideración y se pone en marcha el engranaje, y el papel va pasando absurdamente de uno a otro mientras el buen ciudadano ruso espera impaciente. Esta secuencia tan absurda y que utiliza la animación para dar rienda suelta a la imaginación del guionista me recuerda a algunas alocadas comedias slapstick, más concretamente a las de Charley Bowers, que también solía utilizar mucho recursos de animación.
Entonces entra en escena nuestro protagonista (y eso cuando parecía que íbamos a presenciar un film sin protagonista), un alto burócrata que es expulsado por vagancia mientras unos rótulos proclaman orgullosos «¡Muerte a la burocracia!» (después de todo, qué sería de un film mudo soviético sin algún mensaje aleccionador). El pobre hombre llega desesperado a casa donde se acaba ahorcando, pero cuando llegan su esposa e hija bailando después de haber derrochado dinero, apenas parecen percatarse de su presencia… y de hecho, no hay de que preocuparse, porque una vez le descubren colgando del techo éste baja de la horca como si tal cosa (les dijimos que era un film surrealista).
Se inicia a continuación el proceso de encontrar un nuevo puesto para el cual, obviamente, precisa de una recomendación. La película se centra entonces en las alocadas peripecias que lleva a cabo para recuperar su puesto, siempre bajo la atenta mirada vigilante de su mujer, que no está dispuesta a perder su estatus. El film, de apenas hora y poco de duración, resulta siempre entretenido por ser un absoluto dechado de imaginación, pero para mi gusto no llega a superar sus primeros 20 minutos antes de la entrada del conflicto propiamente dicho. Sin embargo Chemi Bebia merece nuestra atención como muestra de la faceta más humorística y alocada de la cinematografía soviética, demasiado a menudo asociada con un cine más serio y comprometido.