Memory Lane (1926) de John M. Stahl

Uno de los ciclos más interesantes de la pasada edición del Festival de Cine Mudo de Pordenone fue el dedicado al cineasta John M. Stahl, hoy día caído en el olvido excepto por su película Que el Cielo la Juzgue (1945) pero en los años 20 y 30 considerado uno de los más grandes directores de melodrama de Hollywood. De hecho fue durante muchos tiempo el realizador estrella del productor Louis B. Mayer hasta el punto de que tenía una unidad de producción semiautónoma dentro del estudio, un favor que raramente se le otorgaba a ningún cineasta (y menos por parte de alguien como Mayer). Los estrenos de sus películas en los años 20 solían crear mucha expectación entre el gran público y, al ganarse la fama de ser un gran director de mujeres, las principales actrices de la época buscaban trabajar para él. Obviamente todos estos datos hablan más de su fama que de sus cualidades como director, pero nos sirven de entrada para justificar que hay motivos de sobra para poner nuestra atención en alguien como Stahl, y que lejos de ser un oscuro cineasta de la época en realidad se trata de un director de fama a quien la historia del cine ha relegado al olvido.

Viendo sus obras más tempranas en Pordenone me quedó claro que ya desde sus inicios Stahl demostró ser un muy buen cineasta con experta mano para el melodrama y la comedia, pero que siempre se topaba con un mismo problema: sus guiones. Sus primeros filmes (de los cuales hablé en más detalle en mis crónicas de Pordenone) eran melodramas bigger than life rebosantes de casualidades imposibles que ponían a sus personajes en situaciones límite y que, invariablemente, solían derivar en algún crimen o tentativa de crimen. No eran en absoluto malas películas pero sí un tipo de filmes que hoy día no han envejecido especialmente bien, y que aún arrastraban cierta tendencia de las primeras décadas del cine al exceso, de cuando la sutileza todavía no había encontrado su sitio en la pantalla. Todo eso se soluciona en las obras de mediados de los 20 de Stahl (o al menos en las que se conservan, ya que muchas se han perdido), de las cuales Memory Lane (1926) me parece la más redonda y la más representativa de sus virtudes.

Mary va a casarse con Jim. Pero Mary quiere a Joe, y Joe quiere a Mary. Lo que pasa es que Joe estuvo un año ausente y sin dar señales de vida, y Mary, que aparentemente no podía estar más de un año sin casarse con alguien, se prometió con Jim. Ahora le sabe mal romper el compromiso aunque sabe que siempre querrá a Joe. Se celebra la boda y, por una confusión, acaban escapando Joe y Mary en el coche nupcial; pero ella vuelva ante un humillado Jim y le pide disculpas. Y entonces, cuando la pareja vuelve de la luna de miel, él le enseña la sorpresa que le tenía preparada: ha comprado y decorado la casa en que van a vivir juntos. Y además está tan minuciosamente preparada, se nota que se ha puesto tanto cariño en ello que aquí la película da un giro inevitable y muy interesante: ya no nos cae mal Jim. Ya no es el antagonista que separa a Mary del amor de su vida, es un tipo honesto que la quiere realmente, y que pondrá todo lo que pueda de su parte por hacerla feliz.

De entrada, el primer aspecto que hace de Memory Lane una película tan interesante es este giro, que hace que ésta ya no sea una obra de buenos y malos (como sí sucedía en los primeros melodramas de Stahl) y donde por tanto la resolución del conflicto no va a ser fácil. Eso dota a la película de un poso de melancolía que funciona mucho mejor que los dramatismos casi histéricos de las obras anteriores del director: la canción que da título a la película que sirve de nostálgico recuerdo a Mary y Joe de ese pasado feliz en que pensaban que estarían siempre juntos o, uno de mis detalles favoritos, cuando Mary recibe una carta en que se le dan noticias de Joe y, por la expresión de su cara, Jim es consciente de que por mucho que sigan como un matrimonio armonioso en el fondo ella seguirá sintiendo algo por Joe que nunca ha sentido por él. Esa sensación tan triste de adorar a una persona y no darle motivos de queja pero, al mismo tiempo, saber que aunque ésta te corresponda agradecida, no puede evitar seguir queriendo más a otro.

Otro aspecto que me encanta de Memory Lane es la manera como fluye la narración, sin ese típico tramo final frenético propio de los primeros melodramas de Stahl. De hecho el tramo intermedio de película discurre sin apenas conflicto, simplemente dejándonos disfrutar de sus personajes y su día a día. Ahí es donde podemos notar otra de las cualidades más destacables de Stahl y es su buena mano para la comedia, sabiendo bascular entre drama y otras escenas más humorísticas de forma completamente natural. Véase sino la escena de la boda de Mary y Jim, con Joe observando tristemente la ceremonia desde la calle, una escena de una gran tristeza que tiene como contrapunto cómico la presencia de un chiquillo que busca la complicidad de Joe para planear alguna travesura (dicho sea de paso, la utilización de actores infantiles es muy frecuente en las películas mudas de Stahl y ciertamente se le daba muy bien conseguir interpretaciones naturales de éstos). Aunque el ejemplo más claro es sin duda la escena en que Jim vuelve al pueblo, un momento potencialmente muy dramático pero que acaba adquiriendo inesperados tintes cómicos para, al final, sorprendernos con una pequeña coda redentora que de nuevo incide en la idea de desarrollar el drama a partir de pequeños gestos tras los cuales se esconden grandes sacrificios.

En definitiva, en Memory Lane Stahl parece que aprendió que el melodrama podía funcionar a la perfección en un microcosmos: concentrando la acción en un escenario muy concreto (además se trata de un pequeño pueblo donde pocas emociones puede haber) y en unos pocos personajes muy bien definidos. En que la única maldad que vemos es la de las vecinas cotillas de la zona, que buscan provocar el dolor de Mary abriendo viejas heridas pero no con aviesas intenciones, simplemente por puro morbo, y que dan una visión muy realista de esa hipocresía burguesa y de ese ambiente de cotilleo típico de pueblo pequeño. Y en que los personajes protagonistas parecen realmente personas de carne y hueso a los que llegamos a querer y comprender, dándonos la sensación de haber asistido a un pequeño fragmento de realidad.

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