Cuando se acercan los últimos días de le Giornate del Cinema Muto de Pordenone es inevitable pasmarse ante lo rápido que pasa el tiempo en ese oasis silente y hacerse la típica pregunta de «¿Ya ha pasado una semana?». No obstante, este año no ha pasado por motivos obvios. Aunque aprecio todo los esfuerzos de los organizadores por intentar hacernos sentir como si estuviéramos allá mentiría si no reconociera que no he conseguido entrar demasiado en el «ambiente Pordenone». Seguramente se deba en gran parte a que he tenido que compaginar los visionados con mis obligaciones del día a día (ya saben, la difícil rutina del hipnotista feriante), pero el motivo principal es que, obviamente, la experiencia no es la misma que estando ahí.
Cuando hace meses algunos pequeños festivales se animaron a seguir adelante en una versión completamente online dadas las circunstancias actuales, muchos vaticinaron que ése sería el futuro de ese tipo de eventos. Yo espero sinceramente que no sea así. Un festival como Pordenone es más que una serie de películas. El ambiente que se respira a lo largo de la semana, la experiencia de ver los filmes en la gran pantalla con música en directo, la posibilidad de charlar con otros asistentes, el sentirse parte de una comunidad por una semana… Nada de eso puede trasladarse en una versión online. Quizá una solución intermedia sería mantener la versión presencial y, al mismo tiempo, aprovechar una plataforma de streaming para poner a disposición de los que no pueden asistir una parte de las películas a un módico precio. Pero en todo caso creo que hablo por todos los habituales del festival si digo que ojalá el año que viene pueda celebrarse como siempre y que aguardaré la edición del 2021 más impaciente que nunca confiando poder ir allá.
9 de Octubre – Mary Pickford en el oeste
El western A Romance of the Redwoods (1917) suponía una colaboración entre dos titanes de la época: Cecil B. DeMille, uno de los primeros grandes directores surgidos de Hollywood (de hecho fue uno de los pioneros en decidirse a ir a filmar allá), y Mary Pickford, una de las actrices favoritas del público cuya reputación iría creciendo exponencialmente en los siguientes años. Dos artistas con una personalidad tan marcada como ellos dos ciertamente debieron chocar en el plató, pero el resultado final valió la pena.
Créditos: George Eastman Museum, Rochester
Pickford encarna aquí a Jenny, una jovencita que, al quedar huérfana, es enviada al oeste a vivir con su tío. Por desgracia éste es asesinado por los indios y un forajido, Black Brown, se encuentra con su cadáver y decide asumir su identidad para escapar de la justicia. Jenny llega al pueblo, habitado sobre todo por mineros en plena fiebre del oro, y descubre espantada al impostor, pero se ve incapaz de entregarlo a la justicia estando sola en un ambiente tan peligroso. Black Brown le permite entonces vivir con él mientras no interceda en sus planes y – ¿lo han adivinado? – poco a poco surge un romance entre ellos dos, pero Jenny se niega a comprometerse hasta que él no se reforme.
La historia, escrita por la guionista habitual de DeMille y una de las más destacadas de la época, Jeanie MacPherson, es ciertamente bastante tópica, basándose en la idea del hombre rudo que acaba reformándose por amor, y no se puede decir que el romance entre estos dos protagonistas sea demasiado creíble, pero debo reconocer que la película me conquistó por completo. Gran parte se debe obviamente a la actuación de la Pickford, que no solo es una gran intérprete sino que irradia un encanto especial que hace que su personaje se sostenga incluso aunque no siempre resulte muy creíble su relación con Black Brown.
Créditos: George Eastman Museum, Rochester
También me ha gustado mucho el trabajo de DeMille tras la cámara, especialmente en los primeros minutos de filme cuando alterna en un montaje paralelo a Jenny y su familia con el fatídico desenlace que le espera a su tío: el círculo de indios que rodea al tío de Jenny empalma con la forma de círculo que tiene el vestido que sostiene Jenny en el plano inmediatamente después, uniendo a ambos personajes con un sutil motivo visual. Seguidamente la unión entre ambos se da a entender a nivel de guion: una mujer le asegura a Jenny que su tío estará orgulloso de ella, justo después vemos un plano de su tío muerto en el desierto. Son pequeños detalles que enriquecen mucho más la escena que si se mostrara por separado el destino del tío y la muchacha preparando el viaje, que sería la forma más tradicional de encarar la secuencia en aquella época.
Es curioso pero leyendo otras opiniones me da la impresión de que A Romance of the Redwoods es una película que no despierta grandes emociones mientras que yo diría que es mi película favorita del festival hasta ahora (la de Pabst no cuenta porque ya la conocía). La única flaqueza que le veo son ciertos aspectos del guion, pero la película creo que está filmado con un encanto inusitado en DeMille, sin duda adaptándose al estilo que requería una historia al servicio de Mary Pickford. Además, el trabajo de fotografía de Alvin Wyckoff (colaborador habitual de DeMille) aprovecha magníficamente los paisajes exteriores, y la escena final, si bien tiene una resolución un poco cogida por los pelos, tiene mucha tensión. Y por si eso fuera poco, ¿no les parece que la minipistola de la Pickford es una monada?
Créditos: George Eastman Museum, Rochester
10 de Octubre – Laurel sin Hardy, Hardy sin Laurel
¿Existe una mejor manera de acabar un festival de cine mudo que con una película danesa de los años 10 y varios cortos de Laurel y Hardy? La respuesta es: sí, hay cientos de maneras de acabar un festival de cine mudo a lo grande – y en Pordenone hemos visto numerosos ejemplos – pero la que han escogido este año los programadores no se ha quedado corta. De hecho ha sido mi jornada favorita de las Giornate de este año, con dos sesiones de estilos muy diferentes que nos muestran los diferentes motivos por los que muchos adoramos el cine silente.
Tal y como recordó en la presentación del filme el director del festival, Jay Weissberg, Dinamarca era a mediados de los años 10 uno de los países más avanzados del mundo cinematográficamente, y Balletens Datter (1913) de Holger-Madsen lo demostró de sobras. La protagonista es la célebre bailarina Odette Blant, que en una de sus representaciones conquista el corazón del Conde de Croisset, quien le pide que se case con ella. Ésta acepta, pero la condición que le impone el conde es bastante dura: a cambio de ser su esposa, debe abandonar el mundo del espectáculo, ¿dónde se ha visto una condesa bailando por las noches en un teatro? Años después vemos la aburrida vida cotidiana de Odette, ahora Condesa de Croisset, a quien un día se le hace una petición muy tentadora: el director del teatro en el que trabajaba le pide que sustituya por una noche a la estrella de su espectáculo principal, que se ha torcido un tobillo. Odette decide aceptar a espaldas del conde, pero naturalmente éste la pillará in fraganti con consecuencias dramáticas.
Créditos: Det Danske Filminstitut, Copenhagen
Balletens Datter es una magnífica cinta que en mi opinión se beneficia sobre todo de dos grandes aspectos. En primer lugar de la actriz protagonista, encarnada por una célebre bailarina de la época, Rita Sacchetto, que dio exitosamente el salto al cine participando en numerosas películas. Al parecer la especialidad de Sacchetto era interpretar recreaciones de cuadros célebres sobre el escenario, y en la película se nos enseñan un par de ejemplos. Su actuación rebosa encanto y naturalidad de forma que es fácil simpatizar con ella desde el principio (impagable la escena en que, ya convertida en Condesa, se prueba varios vestidos de sus tiempos en el teatro ante el espejo, rememorando viejos tiempos más felices).
El otro gran factor a favor del filme es indudablemente el trabajo de dirección de Holger-Madsen, que se destaca como uno de los más grandes directores de la época. Algo que me gusta mucho del cine danés de esos años es que, como todavía no se tendía a usar tanto el montaje como se haría años después (especialmente en Estados Unidos, siguiendo la tendencia marcada por Griffith), hay un trabajo en la composición de planos cuidadísimo y muy imaginativo. Todo encuadre está trabajado hasta el más mínimo detalle, no solo para que los escenarios parezcan creíbles sino para huir de la apariencia teatral. Es por ello que las entradas y salidas de personajes no se suelen hacer por los dos lados del encuadre (una solución estándar para evitar planos adicionales de puertas abriéndose y cerrándose pero que le daría una apariencia muy teatral), sino hacia el fondo del plano o, mejor aún, se nos dejan entrever en los reflejos de los espejos.
Créditos: Det Danske Filminstitut, Copenhagen
También en las escenas ambientadas en el teatro tenemos una muestra de cómo Holger-Madsen consigue encuadrar las escenas de forma que tanto el escenario como el Conde en su palco sean visibles en un mismo plano y todo tenga una apariencia natural. Puede parecer poca cosa desde nuestra visión actual, pero en 1913 requería una gran imaginación además de un uso experto de la cámara y la iluminación para que todos los puntos del encuadre fueran visibles al espectador. El resultado es que la película, sin emplear demasiado las posibilidades del montaje ni variar la escala de planos, no da una sensación de teatralidad, porque nos parece que los espacios tienen profundidad.
Cabe decir no obstante que hacia el final de la historia, Balletens Datter da un giro extraño con un duelo ¡de pastillas! (una de ellas contiene un peligroso veneno, la otra no) y una resolución demasiado conservadora que no contempla que nuestra protagonista pueda, al mismo tiempo, ser una mujer casada y seguir siendo una artista. Lástima, pero a cambio el plano final con las siluetas de los personajes en sombras es uno de los más bellos que hemos visto en el festival.
Créditos: Det Danske Filminstitut, Copenhagen
En episodios anteriores de su blog de cine mudo favorito les hablamos de los inicios en el cine de Stan Laurel y de Oliver Hardy antes de formar el famoso dúo. Pues curiosamente la última sesión de Pordenone iba precisamente de eso, y quizá consideren interesante rescatar los dos artículos citados como complemento a las reseñas de estos cortometrajes. Ciertamente, en un año tan funesto como este 2020 ha sido una gran idea cerrar el festival con una sesión de saludable slapstick de la mano de dos de sus principales artífices, si bien de nuevo he echado en falta las risas del público, ya que uno de los placeres de ver comedias en Pordenone es unirse a las risas del resto de la audiencia.
Comenzamos por Oliver Hardy. Éste entró en el mundo del cine bastante antes que su futuro colaborador y estuvo durante años dando bandazos de una compañía a otro en papeles secundarios y ocasionalmente algún corto como protagonista sin mucho éxito. No me extenderé mucho porque ya comenté esa etapa de su carrera con más detalle en el post mencionado arriba, y entraré ya en materia respecto al primer filme que vimos, The Serenade (1916) dirigido por Will Louis, en que interpreta al torpe músico de una banda. Esta película formaba parte de una serie de cortos en que Hardy formaba un dúo cómico con otro actor, Billy Ruge, con los nombres de Plump y Runt. La colaboración, que duró hasta que Ruge se marchó a probar suerte a otra compañía, sirvió para afianzar a Hardy como actor, si bien la dinámica como dúo desde luego no puede compararse con la de Laurel y Hardy, en gran parte porque ambos carecen de una personalidad definida que los diferencie. Aunque suena algo ventajista decirlo ahora, viendo el filme destaca más como actor Hardy… y no solo por un tema físico (su presencia es difícil de obviar). La película por otro lado no deja de ser una comedia del montón aunque, eso sí, bastante divertida con algunos gags muy simpáticos como el uso del trombón para aspirar cosas. Hardy por otro lado demuestra que encaja bien como secundario antagonista y su carrera podría haberse quedado en este tipo de papeles, pero el futuro le deparaba una sorpresa en forma de cierto colaborador inglés.
Créditos: Lobster Films, Paris / Library of Congress National Audio-Visual Conservation Center, Culpeper, VA, US
En cambio The Rent Collector (1921) ya se nota que es un slapstick de más categoría, no en vano su director y protagonista es Larry Semon (bautizado en España como «Jaimito»), uno de los cómicos más famosos de la época, que aquí encarna a un pobre diablo encargado de recaudar las deudas del personaje de Hardy, el peligroso matón del barrio. Hardy estuvo trabajando durante muchos años con Semon como secundario, lo cual le sirvió para darle más visibilidad y convertirle en un rostro más familiar para el gran público. Y viendo esta película cabe subrayar la generosidad de Semon, quien le da espacio de sobras a Hardy para lucirse hasta el punto de que, mientras Semon se pelea con uno de los matones de la banda, se nos explica una subtrama paralela en que Hardy intenta afeitarse en una barbería que no tiene nada que ver con la historia principal.
Semon se confirma aquí como un muy buen actor de comedia, que si bien yo no lo situaría entre los grandes del género (ya no digo a la altura de los tres míticos, sino de un Harry Langdon o un Charley Chase), sí que es cierto que sabe emplear muy bien el humor físico (la larga escena de la pelea en la habitación utilizando todos los muebles a su alcance), sabe construir bien los gags (el coche del que se baja un número absurdo de mujeres) y deja entrever algunas ideas bastante interesantes (las jovencitas que van a los barrios bajos a practicar su dosis de caridad y Hardy aprovecha para darles pena exhibiendo a su mujer y sus hijos… para luego quitarles la limosna que les dan).
Créditos: Lobster Films, Paris / Library of Congress National Audio-Visual Conservation Center, Culpeper, VA, US
Pasemos ahora a Stan Laurel con Detained (1924), uno de los muchos cortos que realizó para Joe Rock, con el que acabó teniendo una disputa que tuvo como consecuencia el no poder trabajar como actor durante un tiempo (de nuevo, más detalles en el post dedicado a Stan en solitario). Aquí el personaje de Stan acaba encerrado en la cárcel por culpa de un error y se pasa el resto de la película haciendo travesuras e intentando escapar. Viéndolo me vienen inmediatamente dos ideas a la cabeza: que Stan tenía suficiente potencial para tener una carrera como cómico en solitario (si bien faltaría la magia que surge de la interacción con Hardy) y que ya por entonces estaba dando forma a la personalidad de su célebre personaje. Ese carácter tan inocentón (me encanta su cara de suprema bondad mientras se come una tarta en su celda ante la mirada airada del guarda), su forma de interpretar tan característica e incluso su capacidad de irritar a un compañero (en este caso un prisionero que intenta escapar y le elige fatídicamente como cómplice) ya están perfectamente definidos aquí, si bien es cierto que en este corto tiene un carácter más juguetón y travieso. Hay algunos gags sorprendentes como cuando se ahorca por accidente y su cuello se le estira como si fuera elástico y para rematar al final vemos su característico llanto. ¡El famoso Stan que todos conocemos prácticamente ya existía!
El otro corto que vimos, When Knights Are Cold (1922) de Frank Fouce, corresponde a la época en que tuvo su primera serie de cortos como protagonista gracias a que el productor “Broncho Billy” Anderson decidió apostar por él (a diferencia de su época con Joe Rock, parece ser que Stan y Billy se separaron en buenos términos). Por aquel entonces Stan normalmente hacía parodias de películas célebres de la época, que en este caso es una versión humorística de un filme de aventuras medieval del que solo se conserva el segundo rollo. Comparado con el anterior, se nota que aquí su personaje está menos definido (y tiene sentido, el filme es anterior) si bien mantiene ese carácter algo juguetón. Bastante divertida aunque a ratos algo reiterativa en sus peleas a espada, merece destacarse la solución aplicada a un tema de presupuesto y logística: ¿que no se pueden utilizar caballos reales? Pues hacemos que los personajes monten en caballos tan descaradamente de mentira que resulten cómicos, después de todo es una comedia – los Monty Python optaron décadas después por una solución similar pero aún más barata en Los Caballeros de la Mesa Cuadrada y sus Locos Seguidores (1975).
Créditos: Lobster Films, Paris / Fries Film Archief, Leeuwarden
Y cerramos con un filme de esa breve etapa de Stan en Hal Roach en que solo podía dirigir y escribir cortos hasta que sus problemas legales con Joe Rock se resolvieran: Moonlight and Noses (1925), protagonizado por Clyde Cook. Dos ladrones son pillados in fraganti robando en una casa pero su dueño les perdona e incluso les ofrece una recompensa si traen un cadáver del cementerio para un experimento científico. Aunque aquí no tenemos ni a Stan ni a Ollie, a cambio la película cuenta con algunos rostros habituales de las comedias de Hal Roach para hacernos sentir como en casa: el otro ladrón lo encarna el grandullón de Noah Young, que solía hacer de matón en las comedias de Harold Lloyd; mientras que el dueño de la casa no es otro que… ¡James Finlayson! ¡El secundario por excelencia de muchos de los cortos de Laurel y Hardy! Si además tenemos en cuenta que este mismo argumento se reaprovechó en un corto de Laurel y Hardy – Habeas Corpus (1928) – resulta cada vez más obvio que nos acercamos a la era clásica del célebre dúo.
Y debo decir que aunque el tal Clyde Cook no me gusta tanto como Stan, la película es endiabladamente divertida, incluso diría que la que más me hizo reír del programa. La dinámica entre Clyde y Noah Young es bastante similar a la de los futuros Laurel y Hardy con él haciendo el personaje tontorrón, y funciona bastante bien. Merece destacarse el uso de sombras en la escena del cementerio y, sobre todo, la divertida escena en que transportan el supuesto cadáver (en realidad es un tipo vivito y coleando que quiere colarse así en la casa), que les hará la vida imposible. Por otro lado el frenético desenlace es hilarante, con persecuciones por toda la casa y una cabeza de mentira creando confusión por doquier y asustando a unos policías. Ciertamente una buena dosis de slapstick era el cierre que necesitaba el festival de este año.
Créditos: Library of Congress National Audio-Visual Conservation Center, Culpeper, VA, US
Lo más destacado de estos días:
Momento divertido a destacar: la boda final de When Knights Are Cold (1922) en que los músicos utilizan instrumentos de jazz y acaban tocando algo que hace bailar a todo el mundo hasta que el rey pone algo de orden. Es curioso como un gag que en realidad es sonoro (la incongruencia en el tipo de música que se escucharía en una película medieval) funciona igualmente dando a entender el tipo de música por los instrumentos y la forma de bailar de la gente.
Plano a destacar: el rótulo de A Romance of the Redwoods (1917) en que se nos dice que la protagonista se encuentra sola, seguido de un plano de Mary Pickford cerrado en iris que se va abriendo hasta descubrirse que en realidad está rodeada de gente. Una forma muy elegante de dar a entender visualmente que, pese a que tiene mucha gente con ella, nuestra protagonista realmente se siente sola. Esa idea tan interesante de cómo uno puede sentirse solo aún estando dentro de un grupo de personas.
Curiosidad a destacar: el filme danés vino precedido de una pequeña explicación del Danish Film Institute sobre el ambicioso proyecto en el que están enfrascados: digitalizar todo su patrimonio mudo y ponerlo al alcance del público de todo el mundo, algo que calculan que les llevará cuatro años. ¡Bravo por ellos!
Créditos: Det Danske Filminstitut, Copenhagen
Conclusiones finales
Dado lo escueta que ha sido esta edición a nivel de contenidos, no hay mucho de lo que hacer balance general, así que este año seré bastante breve:
- Descubrimientos predilectos:
- A Romance of the Redwoods (1917) de Cecil B. DeMille.
- Balletens Datter (1913) de Holger Madsen.
- Película que menos me ha gustado: quizá Penrod and Sam (1923) de William Beaudine, pero aun así me agradó y creo que el nivel medio de los largometrajes ha sido muy similar, pero hay que escoger una…
- Acompañamiento musical favorito: Daan van den Hurk para los cortos del programa Brilliant Biograph.
Y por último un dato final de mucho interés: se han suscrito nada menos que 2.000 personas al festival online, una muy buena cifra teniendo en cuenta que hablamos de un festival de cine mudo aparentemente minoritario. Si ustedes, amables lectores, fueron algunos de esos 2.000, espero que hayan disfrutado de la experiencia y les invito si les apetece a comentar sus impresiones en los comentarios.