El señor enfadado de Trata de Blancas (Den hvide slavehandel, 1910) de August Blom o los espontáneos que se colaban en las películas mudas

Espontáneos que observan perplejos la cámara que está filmando un episodio del serial de Fantômas (1913)

Una de las muchas cosas que me encantan del cine de las primeras décadas es que su estilo tan libre implicaba entre otras cosas el que no se diera importancia a algo que hoy día nos parecería inaceptable, y es el que en las escenas en exteriores se viera a espontáneos mirando a cámara. Imagínense pasear por la calle en 1913 y toparse de repente con dos o tres actores interpretando vaya-usted-a-saber qué extraña pantomima, un cámara filmándolos y a su lado un señor dando órdenes a grito pelado. Eso de pedir permisos al ayuntamiento o cortar las calles para poder filmar con tranquilidad no existía. Simplemente llegaba uno con la cámara, se plantaba en un sitio que le pareciera adecuado y se ponía a grabar.

¿Que un espontáneo se colaba en el plano e incluso miraba a cámara? Mala suerte, no había tiempo para segundas tomas a no ser que fuera absolutamente imprescindible. Todo eso llegaría años después, en la misma era muda. Y aun así, incluso a un perfeccionista como Chaplin se le podía colar alguien al final de un plano como le sucedió en Un Día de Juerga (A Day’s Pleasure, 1919), y si no me creen fíjense en el gif animado que aparece al final de este post. Pero los primeros años del cine fueron un maravilloso y encantador caos.


De cuando una pasea tranquilamente por la calle y se topa con el rodaje de Juve contre Fantômas (1913) y acaba pasando a la posteridad

Revisionando hace un mes el divertidísimo serial Fantômas (1913-1914) me encontré algunos ejemplos maravillosos como los dos que he añadido en este post. Pero hoy quiero rescatar uno que me ha maravillado aún más perteneciente a Trata de Blancas (Den hvide slavehandel, 1910) del imprescindible cineasta danés August Blom. La película es una muestra de la multitud de filmes que se realizaron en esa época que explotaban uno de los mayores pánicos de las jovencitas de entonces: el ser secuestradas y/o engañadas para formar parte de una organización clandestina de trata de blancas de la que no podrían escapar. En este caso nuestra pobre protagonista cae en sus garras pero su prometido dará con ella ayudado por la policía, desembocando todo al final en una emocionante persecución.

El detalle que les quiero destacar proviene del plano en que los malos suben a un barco a punto de zarpar pero, justo en el último momento, el héroe y los policías saltan a tiempo a la embarcación para atraparles. Fíjense en un detalle maravilloso: ese señor con uniforme encargado de retirar la pasarela. En el momento en que la quita y los otros actores suben al barco de un salto, es decir sin usar la pasarela, nuestro hombre hace gestos que dan a entender que eso no está permitido y, en última instancia, ¡se dirige a cámara echándole la bronca al director! Ese buen hombre está gritándole al gran August Blom que eso no se puede hacer, no está permitido subir a bordo una vez se ha retirado la pasarela, por mucho que eso dé más suspense a la película.

Esta pequeña instantánea, que pueden ver también en la versión online de la película (está aquí, y la escena sucede a partir del minuto 28:30), es una muestra de lo espontáneos y alocados que eran los rodajes de la época – y no olvidemos que esto no es una absurda comedia slapstick sino un filme serio. No solo eso, sino que también es un reflejo de cómo ni los cineastas ni los espectadores daban aún demasiada importancia a estos detalles. Se sobreentendía que la película se había filmado espontáneamente en exteriores, de igual forma que en muchos otros filmes era obvio que el fondo era un decorado, y eso no estropeaba la experiencia de su visionado. Pero vistos hoy día estos pequeños detalles le dan un encanto especial a la que es una de las épocas más fascinantes de la historia del cine.


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