Sombras (Schatten – Eine nächtliche Halluzination, 1923) de Arthur Robison

Entre las películas que forman parte de lo que se conoce como cine expresionista alemán, Sombras (Schatten – Eine nächtliche Halluzination, 1923) es una de las propuestas más curiosas y singulares de las que han llegado a nuestros días. Dicho filme, que fue la segunda y última producción de Prana Film (la productora creada por el diseñador y ocultista Albin Grau para hacer filmes sobre temática ocultista que había financiado Nosferatu (1922)), parte de algunos de los postulados del expresionismo, pero a nivel de género propone una curiosa desviación alejándose por completo de los ambientes de terror o policíacos sin por ello renunciar a ese tono de extrañeza que caracteriza esta corriente cinematográfica. Veamos en qué consiste este experimento fílmico.

Ambientada en el siglo XIX, toda la acción sucede durante el trascurso de una noche en que un barón ha invitado a cuatro amigos a pasar una velada con él. El problema está en que el barón sospecha que su bella mujer se dedica a coquetear con ellos a sus espaldas, y sus sospechas veremos que no están del todo equivocadas: la baronesa parece simpatizar con el más joven de los cuatro invitados, mientras que los otros tres no dejan de hacerle la corte. En medio de esta tensión llega un misterioso persona: un artista ambulante que hace teatro de sombras chinescas. El anfitrión le deja pasar confiando que les aporte un poco de inocente entretenimiento, pero en realidad sucederá algo inesperado. El misterioso hombre descubre rápidamente lo que está sucediendo en esa casa y lo que hace es plasmar mediante imágenes la tragedia que podría suceder ahí mismo si dicho conflicto no se soluciona.

Sombras es indudablemente una obra extraña en el mejor sentido del término, no solo por el argumento sino por la forma como se lleva a cabo, ya que es uno de los pocos largometrajes de esos años realizados íntegramente sin rótulos. De hecho, la voluntad de sus creadores por evitar ese recurso les lleva a plasmar los diferentes actos en que se divide la pieza con una mano señalando el número de acto en que nos encontramos en lugar de un simple rótulo con un número.

Pero más allá de ese detalle anecdótico, el trabajo de dirección a cargo de ese interesante director llamado Arthur Robison ya denota un cuidadísimo trabajo en el apartado visual, especialmente en el tema de iluminación, no en vano el elemento primordial de la película tal y como indica su título. Así pues Sombras es un filme iluminado a luces de velas y candelabros, en que cada vez que un personaje mueve un foco de luz notamos cómo sus rostros quedan a oscuras y las sombras que generan se van moviendo, algo en lo que tuvo un papel fundamental Fritz Arno Wagner, no en vano uno de los mejores cámaras de la era muda. Parece una obviedad, pero en realidad en la mayoría de películas raramente se presta tanta atención a estos detalles como aquí, en que da la sensación de que nos movemos en un ambiente extraño en que los personajes van basculando constantemente de la penumbra a la luz.

Esto encaja perfectamente con lo que sucede en la casa, donde visualizamos un potencial adulterio, que en realidad no llega a materializarse del todo. Todo son más bien dudas, sospechas e intuciones, pero muchas de ellas en realidad fruto de las confusiones que generan las luces y sombras. En una de las primeras escenas, los invitados se dan cuenta de que la bella anfitriona genera una bonita sombra sobre una cortina y, a espaldas de ella, juguetean haciendo como que la están acariciando y haciendo cosquillas. El marido, que se encuentra al otro lado del cortinaje, ve esas sombras y cree que eso está sucediendo realmente, incentivando aún más sus celos.

A raíz de eso, la figura del artista ambulante deviene fundamental cuando con su teatro de sombras se dedica a plasmar una posible realidad que se vuelve tan realista que la visualizamos como si fuera algo que ha sucedido realmente. Es una escena que remite directamente a aquella de El Gólem (1920) en que el rabino recreaba con magia unas imágenes de la historia de los judíos como si fuera una sesión de cine, o aquella de El Doctor Mabuse (1922) en que hipnotizaba a toda una audiencia y éstos creían ver todo un desfile de animales pasando por el pasillo. Son escenas muy típicas del cine expresionista porque juegan con la confusión entre realidad y ficción, en que las alucinaciones se vuelven tan reales que nos preguntamos hasta qué punto sus creadores no tienen realmente alguna especie de magia que las haya hecho realidad.

En este caso el punto en que pasamos del terreno seguro de la realidad a esa representación está indicado por un truco bellísimo de puesta en escena, en que vemos al ilusionista conduciendo las sombras de los espectadores hasta el escenario. Es un efecto que no debía ser complicado de conseguir, pero que funciona a la perfección porque da a entender esa idea de que los espectadores pasan a formar parte de ese teatro de sombras y además transmite esa extrañeza tan particular.

De modo que en el fondo Sombras se nutre de uno de los grandes precedentes del cinematógrafo para hacer una reflexión sobre su poder, sobre cómo sirve para representar nuestros temores e inquietudes en forma de una ficción que vemos ante nuestros ojos. Lo que en la vida real eran sospechas e intuiciones se convierte en esta representación en realidad: el adulterio está confirmado, y el ultrajado marido decide pasar a la acción sin importar las consecuencias. Por ello, cuando la obra termina y los espectadores despiertan de ese «hechizo» son conscientes del peligro que corren, y se sienten incluso avergonzados porque esa representación ha mostrado sus impulsos verdaderos ocultos. A causa de ello, al finalizar su actitud cambia por completo. El teatro de sombras ha servido para hacerles recapacitar.

Para cerrar esta pequeña reivindicación a una de las grandes joyas ocultas del cine expresionista alemán, creo que merece hacerse justicia también al reparto, y más concretamente a Alexander Granach interpretando al ilusionista, un actor especialmente dotado para personajes secundarios excéntricos, como el inolvidable Knock de Nosferatu (1922). No es de extrañar que Robert Wiene le escogiera para interpretar a Judas en su versión de la pasión de Cristo, I.N.R.I. (1923), y de hecho cuando tuvo que emigrar a Hollywood consiguió brillar todavía como secundario de lujo en filmes como Ninotchka (1939) de Lubitsch y sobre todo Los Verdugos También Mueren (Hangmen Also Die!, 1943) de Fritz Lang intepretando al carismático inspector de la Gestapo. No tiene poco mérito destacar entre un reparto de primer nivel con grandes nombres como el siempre repelente Fritz Rasp encarnando a uno de los mayordomos o Fritz Kortner como protagonista. Pero si el cine alemán de la era muda fue algo tan magnífico y especial es precisamente por haber sabido aplegar tanto talento de ámbitos distintos y utilizarlo para hacer obras tan curiosas y sin miedo a experimentar como ésta.


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2 comentarios en “Sombras (Schatten – Eine nächtliche Halluzination, 1923) de Arthur Robison

  1. «El siempre repelente Fritz Rasp» ¡Jajaja! Sí, mi repelente favorito, ya lo sabe usted. Y Robison tenía que ser alguien muy especial, de verdad. A reivindicar siempre. Excelente película, excelente todo.

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