Créditos de la imagen: Valerio Greco
10 de octubre – ¿Qué tienen en común Harry Piel y Sylvia Plath?
Una las grandes novedades de este año fue el descubrimiento de un legendario documental brasileño: Amazonas, Maior Rio do Mundo (1918) de Silvino Santos, considerado perdido hasta que hace poco se encontró una copia en la República Checa. Aparentemente fue un filme muy popular en su tiempo que se difundió por Europa a menudo en copias ilegales distribuidas por un tipo que afirmaba ser el director de la cinta. La película resulta muy interesante por su valor histórico y etnográfico, si bien yo personalmente eché en falta más imágenes de las tribus de la zona. Años después, el propio Silvino Santos volvería a repetir el mismo tema con No Paiz das Amazonas (1922), su filme más popular.
Volviendo a Europa, nuestra dosis de Ruritania del día vino en forma de un serial francés titulado Titi, Premier Roi des Gosses (1926) de René LePrince, de la cual vimos una versión resumida de apenas hora y media que se montó para el mercado extranjero (el serial completo se cree desaparecido). Llega un punto en que creo que podríamos poner en una bolsa papelitos con una serie de situaciones «ruritanas» estándar y, sacando tres papeles al azar, podríamos armar un guion estilo Ruritania en poco tiempo: matrimonios de conveniencia, reyes con dobles o hermanos gemelos, revoluciones, un romance entre un atractivo extranjero y una princesa, un heredero desaparecido que aparece de repente… Y en ese sentido, Titi, Premier Roi des Gosses ofrece de entrada una combinación estándar: una pequeña princesa es la heredera al trono, pero su malvado tío consigue provocar una revolución en que convence al pueblo de que la solución a su pobreza no es, como sería lógico, una república, sino darle el trono a él. De modo que la princesa y su madre se exilian en Francia. Allí la madre es asesinada y Titi acaba entre varias situaciones conflictivas conociendo a un entrañable niño vagabundo, Titi, que se encariña de ella y decide ayudarla.
La novedad de este filme es que la acción se centra más en los personajes infantiles, y eso le da un tono más simpático y liviano. Los actores infantiles están muy bien y a nivel de montaje apenas se nota que es una versión resumida de un serial más largo, salvo algunos momentos que suceden demasiado rápido o alguna decisión de los malos que resulta incomprensible y entiendo que se entendería mejor en su versión completa. No está mal.
Por otro lado la sesión slapstick en este caso estuvo generosa en cuanto a cortometrajes. La Course des Sergents de Ville (1907) es un divertidísimo corto en que varios policías persiguen a un simpático perro y luego éste acaba persiguiéndoles a ellos. At Coney Island (1912) de Mack Sennett es el clásico film de la Keystone que parece (y casi seguro fue) improvisado sobre la marcha en un escenario real, en este caso el parque de atracciones de Coney Island. La gracia es pues ver a la encantadora Mabel Normand corriendo con Ford Sterling arriba y abajo perseguida por el propio Sennett, disfrutar de las atracciones de la época (algunas de las cuales realmente me encantaría probar) y compartir el entusiasmo de la gente de allá que mira divertida a cámara cómo se está filmando esa comedia loca.
Pasando a Alemania, Die Lustigen Vagabunden (1913) de Kurt von Möllendorf y Rudolf Elias destaca por estar protagonizado por Karl Valentin (del cual confieso que no puedo apartar la vista de sus esqueléticas piernas), que encarna a un policía que intenta atrapar a dos vagabundos que se burlan de él. Según el programa del festival es uno de los tres cortos que sobreviven de los que el cómico filmó entre 1912 y 1914 – vimos otro de los tres en Pordenone el 2019, así como un largometraje muy posterior. El film más destacado de esta tanda fue, obviamente From Hand to Mouth (1919) de Alf Goulding protagonizado por Harold Lloyd en su época infalible. No me veo capaz de hacerle justicia en unas pocas líneas, pero es otra muestra de la forma como ya dominaba los mecanismos del humor a la perfección. Hay gags muy divertidos, Lloyd y su equipo de guionistas además los adornan con detalles que los redondean y el actor por otro lado maneja su cuerpo con una gracia y agilidad envidiables. A destacar el desenlace en que, para atrapar a los malos, se hace perseguir por una horda de policías provocándolos uno a uno.
Créditos de la imagen: Harold Lloyd Entertainment
Una de las grandes sorpresas del día fue el largometraje que cerró esta sesión de slapstick: Would You Believe It? (1929), dirigido, coescrito y protagonizado por el cómico inglés Walter Forde. Aunque hoy día es un nombre desconocido para la mayoría de nosotros, en su época Forde era inmensamente popular en Reino Unido, como una especie de alternativa nacional y más modesta a los grandes del slapstick americano. El inicio de la película me hizo esperar una comedia simpática pero nada remarcable sobre un inventor patoso que quiere patentar un artilugio para mover tanques a distancia. Más adelante, trabajando en unos grandes almacenes, hay alguna secuencia bastante divertida en que intenta envolver unos globos y desparrama juguetes por toda la tienda (además siempre me gusta ver juguetes de esa época), pero de momento poco más.
El giro viene cuando unos espías quieren hacerse con su invento, y a partir de aquí la película da un salto en cuanto a humor y calidad sensacional. Hay una escena de persecución delirante en el metro, con gags recurrentes como el portero que le pide una propina cada vez que pasa corriendo, que demuestran que Forde entendía cómo pulir las situaciones para hacerlas aún más cómicas. Pero el broche de oro llega al final, cuando un tanque se descontrola y arrasa todo a su paso. El tanque es real y la secuencia es francamente divertida y llena del caos y la destrucción que esperamos de una comedia, muy bien enfatizado además en el acompañamiento musical de Neil Brand. El filme fue un enorme éxito en su país, pero con la llegada del sonoro Forde decidió limitarse solo a dirigir películas porque, con toda la sencillez y modestia del mundo, dijo que no sabía «cómo debía hablar» el personaje prototípico de sus comedias.
Créditos de imagen: La Cinemathèque Française
Me consta que Harry Piel no está entusiasmando mucho a varios asistentes al festival, y tiene sentido, porque nunca ha estado muy bien valorado pese a su inmensa popularidad. Pero debo confesar que, quizá es que soy muy simple, pero a mí me están gustando sus películas. No son gran cine pero resultan entretenidas, están bien filmadas y tienen esa imaginación tan alocada propia de los dibujos animados. De hecho Harry Piel a veces me recuerda a Wile E. Coyote, de los dibujos de «El coyote y el correcaminos», por su capacidad para sobrevivir a todo tipo de trompazos y adversidades y por su gusto por los inventos absurdos. En Rivalen (1923) Harry Piel encarna a un hombre llamado Harry Peel (sic) que pretende a una chica cuyo padre, lo adivinaron, no aprueba la unión. Entra en escena un inventor loco que decide llevarse a la chica por las bravas y a partir de aquí se suceden todo tipo de secuencias de acción y persecuciones, para las que Günter Buchwald y Frank Bockius no pudieron bajar la guardia en ningún momento a la hora de ponerle música: en un minuto podía suceder cualquier cosa totalmente distinta. Tomen nota: tenemos un robot gigante, un submarino cuya función no acabé de captar y una campana de cristal gigante en la que sumergen a Harry bajo el agua. Estas películas tienen el tono típico de los seriales de la época cuyos antagonistas siguen ese principio de «sé que podría matar a mi rival de un tiro y acabar ya, pero prefiero someterlo a una trampa enrevesada y extraña en su lugar».
La película destaca por una escena de una fiesta excéntrica con una temática dedicada al infierno y ese rollo excesivo y delirante muy en la línea de los saraos que nos montábamos en la Alemania de Weimar en los años 20… ay, en aquellos tiempos sí que sabíamos divertirnos. La escena se hace demasiado larga, pero tiene todos los detalles excéntricos que tanto nos gustan y asociamos a esa época. Por último decir que el filme formaba parte originalmente de una trilogía de la cual me temo que solo podremos ver esta cinta, de modo que nos quedaremos sin saber qué les sucede a los protagonistas.
Para finalizar, la sesión de esta noche era definitivamente algo para lo que no estábamos preparados. No tenía la más mínima referencia sobre el filme Pêcheur d’Islande (1924), aunque el único filme que había visto de su autor, Jacques de Baroncelli, me dejaba muy buen recuerdo: La Mujer y el Pelele (La Femme et le Pantin, 1929). No obstante, tenía la intuición de que el filme de esta noche me iba a gustar… y acerté por completo. Pêcheur d’Islande es una película preciosa, de una extrema sensibilidad, una obra triste pero filmada con delicadeza, sin grandes dramatismos. Todo ello realzado con el melancólico acompañamiento musical de Gabriel Thibaudeau y Frank Bockius. Explica la historia de amor entre una joven de la Bretaña y un pescador que, aunque está enamorado de ella, no quiere casarse porque cree que su verdadero amor es el mar.
En realidad el argumento es mínimo y la trama prefiere centrarse en cómo evolucionan las relaciones entre personajes y en reflejar sus sentimientos. Baroncelli capta a la perfección el ambiente bretón, mientras que la pareja protagonista formada por Charles Vanel (nunca le vi tan conmovedor como en esta película) y Sandra Milowanoff están maravillosos. La película, al igual que el filme de Duvivier de hace unos días, tiene ese tratamiento visual tan bello y único del cine mudo francés de la época. Me gustan las escenas en que Baroncelli evoca los pensamientos y recuerdos de los personajes mediante breves sobreimpresiones, así como una escena fantasmal que sucede en alta mar. Se nota que al director no le interesan tanto los hechos más dramáticos en si como la forma de captar esas sensaciones. Tal es así que cuando al final del filme sucede un hecho importantísimo y trascendental, Baroncelli lo anuncia previamente en un rótulo, destruyendo cualquier atisbo de suspense. No le interesa eso. Ni falta que hace, el bellísimo y tristísimo plano que cierra la película es más que suficiente. Al acabar fuimos varios los que coincidimos en habernos quedado sin palabras tras haber vivido una película tan sensible y delicada, que además nos metió tanto en ambiente que nos costó un rato salir de ella al encenderse las luces del teatro.
Descubrimiento del día: Pêcheur d’Islande (1924).
Detalle a destacar: el jefe de los espías de Would You Believe It? (1929) es una parodia explícita del personaje de Haghi de Los Espías (Spione, 1928) de Fritz Lang. El look es idéntico, pero es que incluso el atrezo con la mesa y sus artilugios son clavados a los del filme de Lang.
Escena divertida a destacar: mi momento favorito de Would You Believe It? (aparte del tanque, claro) fue cuando el protagonista hace la presentación de su invento a una sala llena de muñecos de cera pensando que son personas reales. Quizá lo alarga un poco demasiado, pero me pareció un gag brillante.
Curiosidad del día: el interés de Harry Piel por los robots ya venía de lejos. Se considera que la primera vez que se mostró un robot en una película fue en una obra suya perdida, Die große Wette (1916). El ejemplo más antiguo que se conserva creo que es El Hombre Mecánico (L’Uomo Meccanico, 1921) de André Deed.
11 de octubre – Orgullo británico
Durante mucho tiempo se dijo que el cine mudo británico era totalmente prescindible, un error en el que incurrió un experto como Kevin Brownlow y del que luego se resarció. Hoy día sabemos que hay mucho por rascar en las islas británicas en esta época, desde películas medianas pero muy aprovechables como la comedia que vimos ayer a filmes que directamente son obras maestras como A Cottage on Dartmoor (1929) de Anthony Asquith. Durante el día de hoy Reino Unido nos hizo una demostración del poder de su cine con dos sesiones encuadradas en épocas muy diferentes.
Hindle Wakes (1927) de Maurice Elvey, que pudimos disfrutar con una banda sonora que compuso hace tiempo Maud Nelissen expresamente para el film, es una de esas películas que acallará cualquier acusación de que el cine mudo británico era poco interesante y encorsetado. No me quiero enrollar demasiado porque ya le dediqué un post a la película hace tiempo, pero a modo de resumen la película se divide en dos partes claramente diferenciada: la primera muestra a Fanny, la trabajadora de una fábrica textil, pasando unos días de vacaciones en una feria; la segunda trata el drama que se sucede cuando sus padres descubren que ha pasado unos días con el hijo del director de la fábrica, que para complicar las cosas fue amigo íntimo del padre de Fanny. La solución más obvia es forzar una boda entre los dos.
La primera parte es la más agradecida visualmente. Retrata muy bien el día a día de los obreros y la forma como se mueven como una masa homogénea de sus puestos de trabajo al mundo exterior. Luego además en la feria hay algunos planos muy divertidos en que la cámara filma a los protagonistas subidos a la montaña rusa o se tira con ellos por un tobogán (en este plano incluso creo que se ve la rodilla del cámara).
La segunda parte es la que delata el origen teatral de la pieza, y sé que debería decir que pierde fuelle por basarse más en interiores y diálogos… pero por algún motivo funciona muy bien. Creo que se debe a lo bien definidos que están los personajes y los actores (por ejemplo, el dueño de la fábrica autoritario pero justo, que cree que su hijo debe casarse con esa obrera aunque no sea lo que más le guste; o su hijo, indeciso y sin personalidad que va cambiando de opinión según le conviene). Hay además muchos pequeños detalles que le dan mucha riqueza: fíjense en el pequeño gesto con las manos que intercambian padre o hija cuando los padres dejan a solas a los dos jóvenes, que denota una velada complicidad entre ellos; o cuando Fanny quiere consolar al joven y se la ve indecisa sobre cómo hacerlo, pensando primero en acariciarle el pelo pero luego echándose atrás para que no lo malinterprete. Y como broche final, la película nos ofrece un desenlace sorprendentemente feminista totalmente adelantado a su tiempo, en que Fanny se nos revela como una de las primeras heroínas feministas del cine.
…vaya, y yo que no quería enrollarme.
Créditos de la imagen: BFI National Archive, London
Una de mis sesiones favoritas del día vino con una selección de cortometrajes primitivos británicos procedentes de la Filmoteca de Catalunya, que demuestran cómo dicho país fue uno de los más interesantes en los inicios del cine. Como ya sabrán los que suelen leer mis crónicas de Pordenone, me encantan estas sesiones de cine de los orígenes que ofrece multitud de cortos variados de esa época tan apasionante. Por ejemplo, nunca me canso de ver los clásicos cortos filmados desde medios de transporte, como es el caso de Dalmeny to Dunfermile, Scotland via the Firth of Forth Bridge (1899), ya que me transmiten ese entusiasmo genuino, y casi diría infantil desde nuestros ojos actuales, de captar con la cámara un viaje en un medio de transporte, con el aliciente de grabar las vías, los paisajes o la emoción de pasar por túneles. El cine conseguía que algo diario y rutinario pudiera parecer excepcional e interesante. Por otro lado la ventaja de ver estos cortos en pantalla grande es poder fijarse más en detalles o personajes concretos, como esa niña en The Wintry Alps (1903) que no participa en la batalla de bolas de nieve pese a estar en medio del meollo y, al final, decide hacer una bola y antes de tirarla mira a cámara (¿quizá el cámara le estaba diciendo que ella también tirara una bola y no se quedara quieta, o quizá simplemente ese gesto delata que está haciendo la bola de nieve para hacer lo que se espera de ella en la película, como el resto de niños?).
Esta ventaja de ver estos cortos en pantalla grande también tiene sus peligros. A veces confieso que presto más atención a los espontáneos que se ven de fondo mirando a cámara que a los actores, como me sucedió con Her Morning Dip (1906) de Alf Collins, que en uno de sus planos muestra a una multitud de gente agolpada en la calle mirando el rodaje y luego en la escena final en la playa se permite a los niños participar en la acción… ah, aquellos tiempos en que el cine no eran tan arrogante como para cortar la calle a los peatones con la excusa de tener que filmar una película.
Uno de mis cortos favoritos fue An Affair of Honour (1904) de James Williamson, sobre un fallido duelo en que los dos duelistas acaban matando por accidente a los testigos. Fíjense en algo curioso que demuestra lo inteligente que era Williamson con el uso del encuadre en un filme tan primitivo. Lo lógico pensaríamos que es filmar el duelo mostrando a los dos duelistas en cada extremo del plano para situarlos en posición de igualdad, pero él no hace eso, y se sitúa de espaldas a uno de ellos, ¿por qué? El motivo es que eso hace que funcione mejor el efecto cómico: desde ahí podemos ver cómo apunta mal y se carga con cada disparo a la persona equivocada. De hecho si filmáramos el duelo de la otra forma, mostrando a los duelistas de perfil, no tendríamos el ángulo adecuado para ver la posición de los padrinos y entender cómo los ha disparado por accidente, aparte de perdernos el efecto cómico de verles de frente sufrir el tiro y caer al suelo. Puede parecer un encuadre torpe, pero es el mejor posible para que funcione el corto.
Por último, tuvimos también un par de cortos de temática policial. En The Robber’s Ruse, or Foiled by Fido (1909) de A.E. Coleby un ladrón engaña a una niña disfrazado de anciana para colarse en su casa y robar… hasta que el perro de la familia alerta a la policía. Eccentric Burglary (1905) de Frank Mottershaw es una comedia de robos en que inicialmente se muestran algunas acciones en reverso con cierta justificación (mostrar como los policías y ladrones «saltan» una distancia imposible para subir a la casa)… pero lo que a mí me parece curiosísimo es cómo luego llega un punto en que el director decide usar ese recurso porque sí y sin justificación, de modo que en la persecución alterna momentos en que corren normal y en reverso. Parece como si Mottershaw quisiera usar la acción en reverso sin tener que estar siempre pensando un pretexto, simplemente por el mero placer de hacerlo.
Cambiando de país, debo decir que el serial Le P’Tit Parigot (1926) de René Le Somptier se me está viniendo abajo. Empezamos con un simpático jugador de rugby famosísimo en todo el país pero enfrentado a su padre, que además culminaba en su primer episodio con una escena divertida en que intentaba llegar a tiempo a su partido. Y de repente, no sé cómo, hemos acabado con él trabajando en un taller mecánico donde ya no es famoso, y solo porque está encaprichado de una chica. El serial se vuelve para mi gusto demasiado blando, demasiado apoyado en el encanto de un Georges Biscot que el guion se empeña en mostrarnos como el tipo más majo del mundo: buen deportista, de familia rica pero dispuesto a comer con sus compañeros obreros en una tasca de mala muerte, amable y atento con una niña, amigo de sus amigos…
Al final la cosa se ha animado un poco en un capítulo en que se entera de una conspiración, que además se trama en una casa donde podemos ver más diseños de Sonia Delaunay – después de todo la razón de ser de esta película en este programa es precisamente eso. Veremos de aquí al final del festival a donde deriva, pero sospecho que ahora vendrán escenas de más acción que lo harán más interesante.
Crédito de la imagen: La Cinémathèque française, Paris
Tenía bastantes expectativas con Le Vertige (1926) de Marcel L’Herbier, pero debo decir que aún siendo un filme notable no me ha gustado tanto como esperaba. La película narra la historia de una mujer que se vio obligada a casarse por un matrimonio de conveniencia con un general ruso que, en los días de la Revolución Soviética, mató al hombre que realmente amaba. Exiliados años después en Francia, conoce a un hombre idéntico al que amó y se obsesiona con él – efectivamente, un argumento con cierto parecido a Vértigo (1958) de Hitchcock, ¡que además comparte el mismo título!
El problema que le veo a Le Vertige es que le falta ese componente extra que diferencia los muy buenos filmes de las grandes obras, ya sea a nivel técnico o emocional, aun con la ventaja del acompañamiento de Stephen Horne para realzar los sentimientos. La historia, que para mi gusto se alarga demasiado, carece de ese toque de emoción que nos podría hacer empatizar con la historia de amor de los protagonistas, que tal y como está narrada ahora resulta a veces poco creíble. Pese a eso, la película funciona y tiene un trabajo de dirección artística extraordinario, desde el vestuario obra de Sonia Delaunay a los decorados de algunos espacios, con influencias Art Déco y cubistas.
Créditos de la imagen: La Cinemathèque Française
Después de Reino Unido y Francia, pasemos a Alemania. Hoy la sesión Harry Piel era Der Man ohne Nerven (1924), que empieza con un guiño metarreferencial sobre la enorme popularidad del cineasta: aquí Harry Piel encarna a un personaje llamado Harry Piel que es famoso en todo el mundo por sus novelas de aventuras. Desde luego, muy sutil no es, pero resulta divertido sobre todo en las escenas iniciales en que se ve a gente leyendo sus libros (incluyendo un policía mientras controla el tráfico) e imaginándose a ellos mismos formando parte de la aventura, una forma muy simpática de reflejar el acto de lectura. De ahí pasamos a las desventuras del Harry Piel real en la película, que no el Harry Piel real en el mundo real (por Dios, qué lío), en que se enfrenta a un delincuente y tiene un episodio bastante sonado con un globo aerostático.
En comparación con Rivalen, el filme de hoy me ha gustado menos. Aquí Piel potencia más la faceta James Bond de su personaje que la de Will E. Coyote, y eso solo puede ser malo. Su personaje es elegante, chulesco e indiferente al peligro. Ni se despeina al enfrentarse a los malos, cuando a mí el Harry Piel que me gustaba es el que protagonizaba escenas de riesgo reales. Cuando hacia el final vemos que una atractiva mujer y una niña se suben a un globo aerostático, es fácil deducir lo que va a pasar y, efectivamente, sucede: el globo sale volando al romperse la cuerda que le sujetaba (¿quién iba a pensar después de todo que no era buena idea dejar que esa cuerda pasara por encima de una vía de tren?) y Piel acaba colgado de él intentando salvar la situación. La escena no funciona tan bien como las de anteriores filmes porque, a diferencia de las otras, ésta no es real y se nota mucho que está actuada sobre un fondo que ni siquiera está muy bien integrado – y es raro, se le pueden reprochar muchas cosas a Piel, pero sus filmes técnicamente suelen estar muy bien hechos.
La cosa aparentemente se animaba al final cuando el globo caía al mar y había una emocionante escena en que los personajes corrían el riesgo de morir ahogados… pero, ay, ese metraje se perdió. Solo sabemos que al final se salvan y, en un giro de guion que nadie vio venir, de vuelta a tierra descubren un cuadro inédito de Rembrandt que salva a su mejor amigo de la ruina. Todo es posible en el universo Harry Piel.
Créditos de la imagen: Filmmuseum Düsseldorf
Y cerramos este repaso de la jornada de hoy con un pequeño clásico: La Calle (Die Straße, 1923) de Karl Grune, sobre la cual tampoco me quiero enrollar porque en esta ocasión mi colega el Doctor Mabuse ya escribió sobre ella. El filme se centra en el transcurso de una noche en que varios personajes salen a la calle y acaban viéndose mezclados en los bajos fondos. El inicio siempre me ha gustado con la imagen del respetable burgués contemplando desde su casa las evocadoras sombras que vienen de la calle y le hacen intuir una serie de diversiones que no podrá tener en su hogar, animándole a salir a la aventura. Y aunque la he visto varias veces, he agradecido mucho disfrutar de una copia restaurada en pantalla grande que permite fijarse más en ciertos detalles, como ese decorado de la ciudad en que se ven de fondo algunas luces en movimiento.
El filme no acaba de ser el clásico que promete por cierta irregularidad, especialmente en el club nocturno, cuando se toma demasiado tiempo en escenas como la partida de cartas. Pero es una obra más que notable que nos muestra la famosa vida nocturna alemana pero sin el glamour o la extravagancia que asociamos normalmente a la parte más festiva de la República de Weimar. Éste es más un filme sobre la calle y la noche pero desde una perspectiva más decadente: los rateros de poca monta, los personajes que persiguen torpemente a una prostituta, el pobre hombre ciego con su nieta… Seguramente la vida nocturna en la Alemania de esa época esté mucho más cerca a esta película que a la imagen tópica que solemos tener en mente.
Descubrimiento del día: Le Vertige (1926) de Marcel L’Herbier
Duda personal: ¿habrá reaprovechado Sonia Delaunay la bata que llevaba Georges Biscot en Le P’tit Parigot para el personaje de Jaque Catellain en Le Vertige?
Planos a destacar: dos planos de pies de dos películas diferentes. Primero, el momento en Le P’tit Parigot en que el protagonista se tira al suelo en mitad de una elegante recepción y puede ver cómo, pese a la elegante respetabilidad que aparentan todos sentados escuchando un recital, por el suelo se ve un mundo distinto: unos se han descalzado impunemente, y otros hacen «manitas» entre sí pero con los pies. El segundo, el plano de todas las obreras de Hindle Wakes descalzando sus botas de trabajo por su calzado de calle, con ese significativo plano final de todas las botas de trabajo abandonadas y desperdigadas por el suelo.








Mi querido Doctor. No tengo tiempo ahora para comentar nada en extenso, pero le digo anoto que el vídeo que ha enlaceado a youtube no se corresponde con el duelo fallido de Williamson, si es que eso es lo que quería poner.
Ya le diré algo más cuando pueda sentarme un rato. Mis felicitaciones por su gestiones reporteriles que tan bien hace. Espero que los organizadores le estén pagando seis trillones de marcos por crónica, para que pueda comprarse cada día un bocata de mortadela.
Saludos
Amigo Manuel. No fue un error, es que no encontré el vídeo del duelo online (y es una pena) ni tampoco disponía de fotogramas de los otros cortos, así que puse uno de los que pude encontrar. Es verdad que induce a confusión, está noche cambiaré el orden de los párrafos. ¡Gracias por estar tan atento!
Qué auténtica gozada leer sus crónicas, doctor. No sabe lo que las he disfrutado y saboreado. Ya le he comentado en alguna ocasión que tengo una increíble envidia sana.
Pero con sus elaboradas crónicas y con los detalles que aporta a veces tengo la sensación de que no me lo he perdido.
Cuántas joyas por descubrir. Mucho de lo que ha escrito me ha llamado la atención. Primero, las películas mudas de dos cineastas que me gustan mucho: William Wyler y Julien Duvivier. Pero ese momento que cuenta del coro y la magia en la proyección en Hell’s Heroes (1929) me ha emocionado especialmente.
Los momentos slapstick también los he disfrutado. Qué bueno poder reír y que esas imágenes no hayan perdido su fuerza.
Es imposible comentar todos los descubrimientos que nos facilita a través de sus textos. Me ha interesado por ser una tierra que adoro lo de los cortometrajes de las pioneras mexicanas Elena Sánchez Valenzuela y Mimí Derba a través de algunos fragmentos que se conservan de filmes como En Defensa Propia (1917), La Tigresa (1917), La Soñadora (1917) y En la Hacienda (1921). ¿Qué le parecieron? Yo cada vez estoy más enamorada del cine mexicano. No hace mucho tuve la inmensa suerte de charlar con un experto y me recomendó una película muda mexicana (que es en realidad un serial) y que tengo ganas inmensas de echarle un ojo: El automóvil gris. ¿Lo conoce o lo ha visto ya?
También me llenó de curiosidad ese cowboy que fue construyendo Harry Carey, cada uno de sus descubrimientos como esas aventuras de Piel, esas visitas de nuevo a Ruritania o esa reivindicación al cine británico mudo.
En fin, que estas crónicas son un verdadero lujo
Beso
Hildy
Hola Hildy,
Cómo me alegro de que le hayan gustado las crónicas. A veces me pregunto si leídas desde fuera de Pordenone le hacen justicia al festival o no se hacen pesadas de leer. Si realmente consigo transmitir un poco las sensaciones que provocan las películas y la experiencia del festival, me doy por más que satisfecho.
Sobre lo que comenta, la de Wyler circula en internet pero en versión sonora. Le echaré un vistazo a ver qué tal en comparación con la muda, pero el momento del coro fue tan bonito que no me veo con ganas de ver la versión silente de nuevo, me parecería que le falta algo. La de Duvivier es mi favorita de este año y lo mejor es que tiene muchas obras mudas con muy buena fama y fáciles de conseguir. ¡Qué gran cineasta era!
Sobre las pioneras mexicanas me temo que no me veo capaz de darle detalles de lo que me parecieron porque eran solo fragmentos muy breves y cuando los vi no conocía el contexto que aportaba el catálogo.
El automóvil gris lo conozco y lo vi hace años en Pordenone. Creo recordar que era mítico porque narraba los crímenes de una banda de la época casi en tiempo real, con policías que participaron en el caso haciendo de ellos mismo. Es una de las obras más célebres del cine mudo mexicano, sin duda.
Lo dicho, celebro que le hayan gustado mis textos, a veces escritos de forma demasiado apresurada, y le agradezco su extenso comentario.
Un saludo… ya desde mi guarida, lejos de Pordenone.