Especial centenario Avaricia (Greed, 1924) de Erich von Stroheim (II)

Este artículo forma parte dentro de un especial temático dedicado a Avaricia (Greed, 1924) de Erich von Stroheim con motivo de su centenario. Éstos son los otros posts que pueden leer sobre la película:


Avaricia (Greed, 1924) de Erich von Stroheim es una de esas películas que, más allá de toda la leyenda que hay a su alrededor, al verla uno tiene la sensación de estar viendo algo realmente grande. Y no me refiero solamente en términos de longitud, que confirman la enorme ambición del proyecto, sino literalmente en todo: la forma como se desarrolla la historia tomándose su tiempo en que conozcamos los personajes y su evolución, el detallismo tan cuidado, la ambientación que captura tan bien los diferentes espacios, el tono empleado… Más allá de su aura de obra maldita, Avaricia es una auténtica obra maestra incluso en las versiones mutiladas que nos han llegado hoy día, pero no es fácil hacerle justicia en un texto.

Más allá de lo difícil que resulta captar en simples palabras la grandeza de películas tan inabarcables, el problema está en que nunca podremos juzgar Avaricia tal cual la concibió Stroheim. Una parte de la reseña de esta película es inevitable que se base en supuestos, en lo que intuimos pero no hemos podido llegar a ver más que en fotogramas sueltos. Teniendo eso en cuenta, haré lo posible por no dejarme llevar por fantasías sobre cómo habría sido Avaricia en su concepción original y centrarme en lo que se ve, tanto en el metraje superviviente como en los fotogramas congelados.

Como habrán intuido, esta reseña se basa en la versión de 4 horas. Si no la han visto o no conocen las dos versiones que circulan hoy día del filme, les aconsejo que antes echen un vistazo al primer post de este especial en que trato este tema. Las circunstancias del rodaje y las diferentes mutilaciones que sufrió la película las trataremos en futuros posts.

Nos encontramos a principios del siglo XX en una mina del estado de California donde trabaja John McTeague, un hombretón grande y rudo que, instigado por su madre, abandona su trabajo de minero para viajar con un dentista ambulante y así aprender otro oficio con más futuro. Años después McTeague ha conseguido asentarse con una pequeña consulta en San Francisco, compartiendo edificio con su mejor amigo, Marcus Schouler. Un día éste le trae a su prima Trina para que le revise los dientes a raíz de un accidente que tuvo. En el curso del laborioso proceso, McTeague se enamora de Trina, pero se muestra confuso sobre qué hacer, ya que Marcus también pretende a la joven. El dilema se soluciona cuando Marcus decide no interponerse entre McTeague y su prima, y esta última acaba mostrándose receptiva a los avances del dentista.

Pero entonces un día llega una noticia inesperada: Trina ha ganado 5.000 dólares en la lotería, y eso provoca que Marcus ya no vea con tan buenos ojos que McTeague le haya quitado no solo a su chica sino la fortuna que ahora va asociada con ella. McTeague y Trina se casan, pero el dentista y Marcus se acaban convirtiendo en enemigos. En paralelo, Trina va volviéndose una mujer cada vez más codiciosa, en su obsesión no solo por no tocar los 5.000 dólares que ha ganado sino por ahorrar dinero de donde sea. McTeague soporta esa faceta del carácter de su esposa mientras todo les va bien, pero tras unos años de placidez sucede una desgracia: alguien ha denunciado a McTeague por ejercer de dentista sin titulación y pierde su trabajo. Incapaz de encontrar otra ocupación, McTeague y Trina van descendiendo hasta la degradación y miseria, mientras la avaricia de ésta se exacerba a niveles enfermizos y él acaba recurriendo a la bebida.

Algunos falsos mitos sobre Avaricia

Para empezar, creo que es inevitable abordar ya de entrada la desmesurada duración del filme en su concepción inicial, al ser el dato que más llama la atención. Así pues, primero de todo maticemos un poco esa idea de que todo ello era fue fruto de la excentricidad de un artista megalómano y descontrolado. Sí que es cierto que era una película asombrosamente larga para los estándares de entonces y los actuales, pero no era un caso único: el año pasado por estas fechas ya vimos como Abel Gance en La Rueda (La Roue, 1923) se había lanzado en un proyecto similar, la versión de Les Misérables (1925) de Henri Fescourt duraba seis horas y los filmes que realizó Fritz Lang en estos años eran películas de cinco horas divididas en dos partes de cara a su exhibición. Recordemos que hacía menos de diez años que se había impuesto el largometraje como forma preferente de hacer cine y que, por tanto, aún se estaba acabando de asentar una duración estándar. En la era muda son numerosos los largometrajes que apenas pasan de una hora, pero también existen casos de filmes de duraciones inverosímilmente largas – y aquí vuelvo al mismo ejemplo que cité el año pasado: Le Roi de la Pédale (1925) de Maurice Champreux, una simpática comedia sobre ciclistas de tres horas. Con el tiempo se llegaría a un estándar más o menos consensuado, pero hasta entonces hay que entender estos proyectos como una forma de explorar y poner a prueba las posibilidades del medio en una época en que aún estaba descubriéndose a si mismo. Stroheim, Gance y Lang sabían que ahora tenían los medios para hacer películas larguísimas que además funcionaran, así que simplemente utilizaban tanto metraje como necesitaran. ¿Quién sabía en esos años si su apuesta no habría acabado convirtiéndose en uno de los posibles estándares de duración para películas, o si no estarían proponiendo un nuevo formato de exhibición para filmes considerados casi como eventos especiales?

Sí, Stroheim tenía tendencia a hacer películas muy largas, ya se vio en Esposas Frívolas (Foolish Wives, 1922)  y se vería en obras posteriores. Y sí, en el caso de Avaricia fue muy lejos incluso comparando con los cineastas que tendían a excederse en metraje. Pero no era un capricho de divo. La larga duración de Avaricia tenía una razón de ser. Es un estudio detalladísimo de una serie de personajes en que su creador pretendía que fuéramos presenciando su progresiva degradación. Lo importante para Stroheim no era la meta o el mensaje final, sino hacernos experimentar, casi vivir en nuestras propias carnes, todo ese proceso. Y esa excesiva duración es uno de los medios que empleó con ese fin, pero no el único.

Acabemos también con otra falsa concepción. Hay quien cree que la duración tan desmesurada del filme es porque Stroheim filmó la novela McTeague de Frank Norris de forma rigurosamente fiel al original, hasta el punto de que alguna vez he leído que éste no tenía guion de rodaje, sino que iba filmando el libro página a página. Esto es absolutamente falso, y hay una forma muy fácil de comprobarlo: leer la obra de Norris. Es una magnífica novela naturalista que podrán disfrutar por sí misma mientras descubren cuán falsa es esta idea sobre la adaptación obsesivamente cercana al libro que hizo Stroheim. Sí, el cineasta fue muy fiel al original, pero lo hizo suyo tomándose libertades, haciendo cambios y, sobre todo, expandiendo el universo del libro.

Por ejemplo, se dice para apoyar esta afirmación que el guion de rodaje era tan largo como la propia novela. Pero no hay que olvidar que no solo el guion incluía numerosos detalles técnicos… ¡sino que Stroheim había añadido un prólogo de una hora inexistente en el libro! Mientras que McTeague empezaba ya con el protagonista ejerciendo de dentista en San Francisco y solo se hacía una breve mención a su pasado familiar, Stroheim empezaba su película mostrándonos la vida anterior de McTeague en las minas con ese riguroso detallismo que le caracteriza. La mayoría de esas escenas se recortaron de la versión que nos ha llegado, pero tenemos algunas ideas muy interesantes.

En primer lugar está ese retrato tan decadente del padre de McTeague, alcohólico y cliente habitual de prostíbulos que acaba muriendo a causa de su mala vida, que incide en esa visión tan propia del naturalismo literario que cree que los seres humanos vienen condicionados por la herencia genética y las circunstancias en que les ha tocado vivir. En ese sentido, McTeague está aparentemente condenado de antemano aun cuando en la primera parte del filme tiene un carácter más bondadoso con puntuales ramalazos de furia. Eso es algo que se pone de manifiesto en una escena – también ausente en la novela – en que McTeague encuentra un pajarillo en el suelo a las afueras de la mina y lo recoge con cuidado. Un compañero al ver el animal se lo tira de un manotazo y McTeague en respuesta coge al hombre y lo arroja furioso por un barranco. Esta escena es la esencia del carácter de McTeague: es alguien en principio con buen fondo y empático pero que, cuando estalla, no controla su furia. Del mismo modo, otra escena añadida por Stroheim mostraba a McTeague en su época de dentista ambulante negándose a atender a una joven porque le daba vergüenza aproximarse tanto a una mujer. Esto nos permitirá entender más adelante cómo acabará enamorándose de Trina a fuerza de verse obligado a compartir cierta intimidad cuando le hace el tratamiento en sus dientes rotos, ya que esa proximidad forzada despertará ese instinto de atracción sexual que hasta ahora tenía reprimido. En otras palabras, Stroheim captó del libro la psicología de McTeague y la expandió con nuevas escenas que eran totalmente fieles a la visión del personaje que creó Frank Norris.

La idea que defiende aquí Stroheim es que a lo largo de su vida McTeague se mostrará como una persona esencialmente buena, pero siempre y cuando las circunstancias no le sean adversas. Los primeros años de matrimonio de Trina y McTeague son felices, pero una vez empiezan los problemas acaba apareciendo la faceta más animal y salvaje del exdentista. Una vez le vemos convertido en un borracho podemos recordar entonces las escenas iniciales en que su padre se pasaba el día en tabernas y entender que en el fondo McTeague no puede huir de su genética. Pero lo interesante para Stroheim no es solo transmitir esa idea sino que vayamos experimentando esa degradación progresiva hasta conducir a ese fatídico e inevitable desenlace.

Un casting perfecto

Una de las cosas que más choca de Avaricia cuando uno descubre la versión de 4 horas después de haber visto previamente la de 2 horas son las subtramas nuevas que presenta la película en su versión completa. Lo que inicialmente parecía un filme enfocado en tres personajes de repente se revela como una película más coral en que otros vecinos de McTeague y Marcus también tienen un papel esencial. Así pues, el filme contrapone la historia de McTeague y Trina con la de otras dos parejas de su bloque de pisos: por un lado el chatarrero Zerkow, que se acaba casando con la mujer de la limpieza Maria Miranda; y por el otro dos ancianos, Charles W. Grannis y Anastasia Baker, que viven puerta con puerta y están enamorados pero nunca se han atrevido a dirigirse la palabra.

Stroheim le dio mucha importancia a todos estos personajes. De hecho en su montaje incluía una larga secuencia (30 páginas en el guion original) justo antes de que llegara McTeague al bloque de pisos de San Francisco en la cual explicaba lo que hacían esos personajes un sábado cualquiera. Y todo ello antes de que supiéramos qué papel iban a tener en la historia o su relación con McTeague. Esto no solo estaba ausente de la novela sino que refleja la obsesión de Stroheim de darles a todos una vida propia antes incluso de que entren en la historia de una forma que me parece asombrosamente moderna por romper el flujo normal de la narrativa.

Estas dos subtramas, que se eliminaron por completo del montaje estrenado, sirven sobre todo como contrapunto al argumento principal. El avaricioso Zerkow, que vive en una chatarrería putrefacta y está obsesionado con el oro, y la mujer de la limpieza ladrona y algo bribona representan los instintos más bajos, el nivel de decadencia al que podrían llegar McTeague y Trina en el peor de los casos. Por otro lado los dos ancianos son lo contrario: dos personas bondadosas, honestas y sensibles que simbolizan el amor más puro e idealizado. La timidez y torpeza con que McTeague se desenvuelve con Trina al principio así como el bonito regalo de bodas que le ofrece le acerca más a los dos ancianos. Pero a medida que avanza la trama es obvio que seguirá el camino del chatarrero y Maria. De hecho acabará siendo literalmente así: ambos irán a habitar a su chatarrería inmunda para pagar menos alquiler (pasan de vivir en un piso alto e iluminado a descender al sotano, que en la ficción suele simbolizar nuestros instintos más bajos y ocultos), y McTeague acabará asesinando a su mujer tal y como ha hecho previamente Zerkow.

Un aspecto que creo que no se menciona lo suficiente de Avaricia en ese sentido es su reparto, ya que para mí este filme tiene uno de los mejores casting de la historia del cine clásico. Stroheim reunió aquí un reparto totalmente carente de estrellas y en que cada actor borda el papel asignado. Salvo el protagonista, que desde el principio tuvo claro quien lo interpretaría, para el resto hizo minuciosas pruebas con cámara. Jean Hersholt, que borda el papel de Marcus, dice que solo venció la reticencia del exigente director cuando se le presentó totalmente caracterizado e imitando a la perfección los tics fanfarrones del personaje tal cual se refleja en el libro. Es imposible imaginar a otras personas en esos papeles, y el efecto que se logra es uno que explicaba muy bien Jonathan Rosenbaum al decir que «los personajes parecen seguir existiendo entre las tomas en que no aparecen».

Significativamente una crítica negativa de la época le echaría en cara al filme que «sus actores no actuaban». Lo que quería decir el crítico es que no parecen estar actuando, por lo que en realidad ese dardo en realidad era todo un elogio. Porque el reparto de Avaricia borda sus actuaciones con tanta naturalidad, con tal ausencia de clichés o recursos melodramáticos, que literalmente logran que esos personajes cobren vida y no parezcan actores.

Y aquí merece destacarse una curiosa decisión de casting de Stroheim, que no solo evitó a propósito a actores conocidos sino que prefirió utilizar a intérpretes cómicos para un filme que era una absoluta tragedia. ZaSu Pitts (Trina) era una actriz de comedia a la que nadie entendió por qué se le daba ese papel, mientras que la mayoría de secundarios provenían del cine cómico: Chester Conklin, conocidísimo por todos los fans del slapstick, pero también Frank Hayes o Dale Fuller. Stroheim ya había usado anteriormente a algunos de ellos como la actriz Dale Fuller porque creía que los actores cómicos estaban más limpios de esos tics de actores serios melodramáticos y se dejarían «moldear» mejor por él.

El efecto es asombroso. Lo que logró Stroheim de ZaSu Pitts como Trina es algo alucinante, el ir presenciando cómo pasa de ser esa chica tímida a convertirse en una mujer desquiciada y rastrera hasta casi rozar la locura. Resulta fascinante cómo el cineasta logró además captar la compleja sexualidad del personaje tal cual aparecía en el libro: cómo por un lado tiene miedo de McTeague pero al mismo tiempo se siente atraída por él. La escena de la noche de bodas es soberbia en su forma de transmitir esa idea sumando varios planos e ideas: Trina despidiéndose de su madre entre lágrimas y temerosa de quedarse a solas con su marido, el plano subjetivo de la jaula con los dos canarios (que simboliza su estatus como pareja ya casada) que se desenfoca, el momento en que se reencuentra con McTeague, el beso entre ambos en que Stroheim muestra un primer plano de los pies para que veamos cómo ésta es mucho más pequeña que él y debe alzarse de puntillas (el miedo por tanto a la brutalidad que pueda emanar de la sexualidad de ese hombre tan grande)… y finalmente el travelling en que Stroheim abandona el dormitorio dejando a la pareja en su primer encuentro sexual.

Un aspecto muy interesante del proceso de degradación de la pareja es cómo Trina, aún volviéndose cada vez más miserable, sigue sintiéndose atraída por McTeague. Aunque Trina va perdiendo la elegancia y el decoro que la caracterizaban (la degradación física de la actriz es formidable) su instinto animal sigue más que presente. En última instancia el fin del vínculo entre Trina y McTeague tendrá lugar cuando ésta le sustituya definitivamente por el dinero. La escena en que ésta llena la cama de monedas y se revuelca en ellas con expresión de éxtasis es un reflejo bastante claro de cómo ahora solo ellas le transmiten la satisfacción que antes le aportaba McTeague. Pocas actrices de la época habrían bordado tanto este papel y se habrían atrevido a llevarlo tan lejos como Zasu Pitts.

Eso por no hablar de Gibson Gowland. Pobre Gowland, este actor británico fue toda su vida un secundario en Hollywood y aquí, en su única oportunidad de tener un papel protagonista, ofreció una interpretación descomunal, pero no le sirvió de nada porque el filme fue un fracaso. Ha pasado a la posteridad como protagonista de una de las grandes obras maestras del cine, ofreciendo un recital en que literalmente borda el papel de McTeague (es imposible leer la novela sin poner al protagonista la cara de Gowland), pero en su momento languideció en el olvido y acabaría sus días de figurante en películas como Siguiendo mi Camino (Going my Way, 1944) de Leo McCarey.

Stroheim y el simbolismo

Uno de los aspectos que diferencian la película del libro es que Stroheim introduce numerosos elementos simbólicos que en la novela no están tan remarcados o directamente no existen. El más obvio son los canarios. En la novela McTeague tiene un canario que lleva siempre consigo y que, incluso en sus momentos de mayor degradación, representa el último vestigio de humanidad o compasión que le queda – significativamente, cuando huye de la policía no quiere desprenderse de él aunque eso represente que sea fácilmente localizable, ya que un hombre que huye con la jaula de un canario es muy fácil de identificar. Stroheim de entrada añade un elemento muy interesante: en su boda con Trina, McTeague le regalará un segundo canario para que haga pareja con el que tiene. Eso nos aporta dos ideas: la inocencia bondadosa de McTeague en contraste con la visión más pragmática de Trina, que no le ve la gracia al regalo; y el hecho de que a partir de entonces esos dos canarios pasan a representar a los dos casados.

Así pues, cuando Trina muere, también lo hará uno de los canarios. Y cuando Marcus va a despedirse de la pareja antes de empezar una nueva vida con una actitud sospechosamente cortés, en paralelo Stroheim nos mostrará a un gato rondando la jaula de los canarios para cazarlos. Se nos está dando a entender que Marcus trama algo contra ellos, y efectivamente poco después sabremos que acaba de denunciar a McTeague por ejercer de dentista sin titulación oficial.

Fijémonos también en los dedos de Trina. Cuando ésta habla a a su madre sobre la propuesta de matrimonio de McTeague, la primera se encuentra preparando una trampa para ratones. Y justo en el momento en que Trina decide aceptar, la trampa pilla accidentalmente los dedos a la joven. Años después, una vez Trina y McTeague están en proceso de mutua destrucción, McTeague le muerde los dedos continuamente para torturarla y sonsacarle dinero. A causa de eso y de lo poco que se cuida Trina las manos desde que entró en ese proceso de decadencia, éstas se irán infectando por la pintura que usa para adornar los juguetitos que ella construye para subsistir. En última instancia los dedos tendrán que ser amputados, y cuando McTeague le pide una noche que le deje volver a casa o dinero para comer algo, y  añade que él jamás le negaría un poco de comida ni siquiera a un perro, ésta responde «¿Ni siquiera a un perro que te ha mordido?«, haciendo referencia a sus dedos.

En el libro están ausentes detalles como la trampa de ratones o el gato cazando a los dos canarios. Stroheim los incorporó muy hábilmente en el guion para enfatizar estas ideas e incluso añadió tintaje a estos elementos simbólicos: los canarios amarillos y los dedos de Trina ya infectados de color azulado.

Tampoco aparece en la novela un detalle brillante añadido en una escena clave del filme: la boda de McTeague y Trina. Mientras tiene lugar la ceremonia en el apartamento de McTeague vemos de fondo a través de una ventana una procesión funeraria desfilando por la calle. Los directores de fotografía (Ben F. Reynolds y el legendario William H. Daniels) citarían muy orgullosos la enorme dificultad que les llevó conseguir este plano sin trucajes, únicamente tirando de profundidad de campo con los medios técnicos de la época (para que luego digan que esta técnica la inventaron Gregg Toland y Orson Welles…). Si en algo era un experto Stroheim era en dotar a sus escenas de detalles grotescos y extraños como éste, que más que aportar una idea concreta le dan un tono particular a la secuencia.

Y relacionado con este instante, mencionemos también el retrato de bodas de los McTeague, y cómo pasa de estar de forma omnipresente en su feliz hogar a reflejar su declive. Cuando se ven obligados a subastar todas sus cosas, su amable vecino lo compra para poder regalárselo de vuelta como pequeño obsequio, ya que considera que es un objeto de un fuerte valor sentimental que vale la pena que mantengan. Ambos le agradecen el detalle y Trina afirma que se ha puesto a la venta por error, pero sospechamos que eso es falso y que ella, sumida ya en esa espiral de decadente codicia, lo ha puesto a la venta sin ningún atisbo de sentimentalismo. En su nuevo hogar el retrato seguirá presente pero roto, y finalmente McTeague, una vez ha abandonado la casa, se lo encontrará en un contenedor de basura ya partido en dos, un recuerdo que no significa ya nada para ninguno de ambos.

El detallismo y realismo de Stroheim

Uno de los aspectos más definitorios del estilo de Stroheim es su gusto por el detallismo hasta niveles casi delirantes. En la que él planteaba como su obra cumbre, obviamente no se quedó atrás. Uno de los puntos a favor de la copia de cuatro horas del filme es que, pese a contener numerosos fotogramas estáticos, éstos no aparecen tal cual en la pantalla sino que sus restauradores hicieron zooms y panorámicas a través de ellos. Eso les da más dinamismo pero también nos permite «navegar» a través del encuadre y fijarnos en la multitud de detalles que ha acumulado Stroheim en ellos. De hecho les animo a que se hagan con una copia a buena calidad y de vez en cuando pausen una escena y se fijen en todos los detalles del encuadre. Sin ir más lejos en un libro sobre Stroheim me di cuenta de que en la escena en que McTeague y Marcus sellan su acuerdo sobre Trina de fondo hay este extraño y grotesco cuadro de un fraile sonriendo con una oca. Obviamente está añadido a propósito porque tiene una posición predominante en el encuadre. Es uno de esos detalles grotescos à la Stroheim que citamos antes… ¿pero a quién se le habría ocurrido algo así?

Otro plano que me cautiva es el de la escena perdida del funeral del hijo de Zerkow y Maria, que aparece reflejada en una imagen estática de la procesión funeraria. En ella vemos el carro de chatarrero de Zerkow con un pequeño ataúd seguido por una procesión de niños tocando instrumentos. Nada de eso aparece en el libro de Frank Norris, pero visualmente es una imagen impactante e inolvidable. Puro Stroheim.

Uno de los aspectos que diferencian este filme de obras previas de Stroheim es que se filmó mayormente en exteriores, de modo que Avaricia ha acabado siendo una de las películas que mejor ha sabido impregnarse del entorno de la ciudad de San Francisco. También las escenas de la mina y del Valle de la Muerte se filmarían en localizaciones reales, algo sobre lo que ya hablaremos en el siguiente post. Esto ha llevado a alabar el estilo realista de la película con algunas presunciones que son falsas (no es el único filme de la época filmado en exteriores ni siquiera en San Francisco) y otras que son ciertas.

Algo que por ejemplo sí hay que reconocerle al filme es que la suciedad, la putrefacción y degradación de los protagonistas y los escenarios eran muy poco comunes para el Hollywood de la época. Muchas reseñas mencionaron disgustadas lo sumamente desagradable que era la película, e incluso hoy día creo que siguen impactando imágenes como el cadáver ensagrentado de Trina con esa expresión de horror en su rostro (¡y además habiendo sido asesinada en Nochebuena!) o la cara de Marcus moribundo y cubierto de sudor en la pelea final del desierto. Este fue uno de los aspectos en que Avaricia fue tan rompedora en la época: Stroheim no solo capta la suciedad y decadencia sino que se sumerge en ella, nos la hace vivir; del mismo modo que en la escena final del desierto nos transmite el calor, el cansancio y la desesperación, casi podemos oler el sudor de los personajes.

Reconociendo todo esto, maticemos no obstante el gusto de Stroheim por el realismo. Contra lo que podía parecer, el director no era un fanático de la exactitud histórica. Al contrario, se permitió numerosas incoherencias que es imposible que se le hubieran escapado dado su espíritu tan controlador, como por ejemplo las vestimentas de algunos actores que no corresponden a la época o algunos detalles del trabajo en la mina sobre los que un asesor, que había sido minero en aquella época, ya le alertó diciendo que no eran fidedignos. Stroheim y su exacerbado detallismo no buscaba captar con absoluta fidelidad ese pasado y esos espacios, sino crear una imagen que pareciera auténtica y que funcionara cinematográficamente. Así pues, en las escenas de la mina hizo incluir aparatos que ya no se usaban en la época en que sucede la película, pero que creía que cinematográficamente funcionaban y daban una ambientación más conseguida.

No solo eso, una de las grandes sorpresas de las subtramas perdidas es comprobar cómo varias de las secuencias con Zerkow y Maria contienen elementos alucinatorios abiertamente expresionistas. ¡Qué no daríamos por comprobar qué pesadillas había incluido Stroheim en esta película! Esto es otra muestra de cómo Avaricia era en su concepción original una película mucho más polifacética de lo que parece, en que el realismo predominante quedaría contrastado con escenas como ésta, y en que el tono tan cruel y descarnado quedaría atenuado por otros momentos humorísticos y la subtrama tierna de los ancianos. Lo que tenemos, siendo magistral, nos hace perder de vista las diferentes facetas del filme.

Otro aspecto que algunos críticos le reprocharon por romper con el tono estrictamente realista que pretendía tener el filme es la inclusión de algunos elementos tintados, básicamente la aparición del oro a lo largo del metraje y los canarios, cuyo amarillo chillón choca con el color de los planos y, es cierto, rompe con el tono realista, pero yo no lo veo como algo negativo. Esto le permite a Stroheim remarcar la idea principal del filme, hacernos notar cómo la aparición del oro, inicialmente esporádica y puntual, va marcando a los personajes y penetrando en ellos en forma de ese sentimiento de avaricia. O incluso, al tintar también de amarillo los canarios, nos podría estar dando a entender los dos posibles impulsos que mueven a los personajes, uno hacia la codicia y la maldad (el oro) y otro hacia la sensibilidad y empatía (los canarios). Al final el trío protagonista tirará hacia el primero y la pareja de canarios morirá uno a uno en los dos grandes momentos en que McTeague ha desatado sus impulsos más salvajes. Irónicamente ninguno de ellos llegará jamás a disfrutar de la fortuna que ha ganado Trina, e incluso McTeague al final de la película deberá abandonar un valioso yacimiento mineral que ha encontrado en el desierto para huir de sus perseguidores. Lo terrible de Avaricia es ver cómo el dinero los corrompe sin que ellos jamás lleguen a disfrutarlo, simplemente es el ansia de poseerlo lo que degrada a los protagonistas.

Llegados a este punto, al final de todo, cuando Trina ya ha muerto y McTeague y Marcus se embarcan en una huida sin sentido por el desierto, Stroheim tiene un último toque de genialidad. Después de presenciar horas de una película con puntuales tintajes amarillos, en su segmento final inunda la pantalla de amarillo:

No solo es un tintaje adecuado para el escenario sino que resulta un shock respecto al trabajo fotográfico de la película hasta entonces y, además, es coherente con esas apariciones puntuales de dicho color que en el tramo final parece que ha estallado e inundado la pantalla. Este amarillo dota de un tono aún más opresivo a una secuencia de por si asfixiante por su contenido y en que intuimos que ninguno de los personajes tiene escapatoria.

Finalmente obligados a llevar a cabo ese enfrentamiento definitivo que tanto rato llevaban posponiendo, McTeague y Marcus se enzarzan en una última lucha de la cual ninguno de los dos saldrá realmente vencedor. En un postrero gesto de bondad, el último que le queda, McTeague liberará al canario para que escape, en una referencia a la escena inicial en que le vimos cuidando de un pajarito moribundo al salir de la mina. Pero el pobre animal apenas sale de la jaula también perecerá presa del calor, en otra muestra de cómo éste ha seguido siendo un reflejo del propio McTeague hasta el final (quien morirá lentamente por asfixia en el desierto) y de cómo la oportunidad de rectificar y dejarse llevar por sus instintos bondadosos ha llegado ya demasiado tarde.

6 comentarios en “Especial centenario Avaricia (Greed, 1924) de Erich von Stroheim (II)

  1. ¡Que maravilla de post! Esto no es un post, ¡es un largo capítulo de un libro! Lo he disfrutado muchísimo leyéndolo. Muy bien esto de tratar de romper mitos, no por iconoclastia narcisista y vacua sino por tratar de quitar porquería acumulada encima de la verdad, con observaciones razonables, lúcidas, basadas en la experiencia y alejadas de sensaciones epidérmicas o prejuicios. Ojalá cundiese más el ejemplo, no solamente en según que personas sino en según que movimientos o capillitas. Bravo, bravo, de verdad. Negar la importancia de esta película es directamente zafio. Pero tampoco es importante porque sí, y ya está. Hay una razón para todo ello y las observaciones del doctor para demostrar el por qué de todo ello se han hecho con lupa y sensibilidad, aunque para ello haya necesitado casi tanto tiempo como Stroheim para su película (y a mi me parece estupendo: no hay que escribir para los vagos sino para los mejores y curiosos, entre los que, en un arranque de inmodestia, me cuento, jejeje). Dicho lo cual aprovecho para comentar que nunca he entendido porque los tres personajes principales tenían que llevar ir a un peluquero tan horroroso (lo del pobre Marcus es de juzgado de guardia, siempre me ha representado un esfuerzo suplementario mirarlo sin que me sangren los ojos). Ya ve, doctor, yo no podría hacer jamás en la vida un análisis de esta obra única como el suyo (además sin perder un ápice de amenidad en ningún momento), ya que me pierde la frivolidad de detalles como este. Felicidades de nuevo y a la espera de la tercera parte quedamos, aunque esperaremos lo que haga falta, porque el trabajazo es de aúpa.

    • Muchas gracias Florenci, es usted muy amable… y eso que he olvidado comentar algo tan fundamental como el peinado del trío protagonista, que es sin duda parte esencial de la experiencia Avaricia, jajaja. No desdeñe el placer de añadir detalles frívolos, por muy serio o sesudo que sea el artículo, es parte de la gracia. Celebro pues que lo haya disfrutado, pero es la propia película de Herr Stroheim que tiene tantísimo a desgranar que es difícil no extenderse.
      Un saludo.

  2. Me sumo a los parabienes de Florenci, querido Doctor, y suscribo sus elogios. Por más que se alargue en sus post yo también los leo encantado.
    Deduzco de lo que cuenta que el guion original sí se conserva, ¿es así?
    Le espero a la próxima. La pipa de la paciencia y el interés sigue intacta.
    Un saludo.

    • Muchas gracias, Manuel. En mi escrito inicial hacía alguna broma sobre que mi post me había quedado tan largo como la película pero la quité… para recortar la extensión un poco en medida de lo posible. Se me ha ido algo de las manos, pero la película tiene tanto a comentar, y quería dejarlo plasmado.
      El guion efectivamente se conserva aunque no sé si está publicado o con qué facilidad se puede acceder a él. La restauración de la TCM utilizó dicho escrito como base y algunos estudiosos de Stroheim también lo han consultado.
      Muchas gracias de nuevo por su interés.
      Un abrazo.

  3. Muchas gracias, Edgar, yo mismo como lector disfruto de textos largos cuando son de un tema que me gusta, pero a veces me pregunto si no se me van de las manos cuando me encargo de escribirlos… ¡celebro ver que para muchos de vosotros no es así!

    Un saludo.

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