Roscoe Arbuckle y su salto al largometraje: The Round-up (1920) de George Melford

Se ha escrito mucho sobre cómo fue el salto de cortometrajes a largometrajes en lo que respecta a los grandes del slapstick. Los casos de Chaplin, Keaton y Lloyd se sucedieron en un intervalo de tiempo muy similar (si no contamos El Romance de Charlot (Tillie’s Punctured Romance, 1914), que es más un ambicioso proyecto de Mack Sennett con Chaplin y otros actores de la Keystone que una película de Chaplin propiamente dicha), mientras que en lo que respecta a Keaton y Pasión y Boda de Pamplinas (The Saphead, 1920) esto sería más bien un encargo, y el cómico volvería durante unos años al formato corto antes de verse preparado para probar con largos teniendo él plena libertad. Pero, ¿qué pasa con Roscoe «Fatty» Arbuckle? La historia le ha dejado tristemente olvidado por el escándalo que acabó con su carrera, pero eso no es excusa para que hoy día, conociendo además su inocencia, no rescatemos sus películas y le reivindiquemos como uno de los grandes pioneros de la comedia. O al menos así es como se le consideraba en su momento.

Teniendo en cuenta pues lo poco que se sabe de Arbuckle en comparación con sus coetáneos, contemplar su primer largometraje ha sido un auténtico shock por no ser en absoluto lo que esperaba. Porque The Round-Up (1920), basado en una obra teatral que curiosamente había protagonizado el primo mayor del propio Arbuckle, no es una comedia, sino un western con tintes de melodrama y unas pequeñas dosis de comedia en que el célebre cómico ni siquiera era el protagonista absoluto de la acción. ¿Qué sucedió?

Pues que Arbuckle era en realidad un artista muy versátil que quería demostrar ser capaz de hacer papeles menos abiertamente cómicos. Y qué cosas, se ha escrito por activa y pasiva sobre las dificultades que tuvo Harold Lloyd para dar un giro hacia el drama en su segundo largometraje, El Mimado de la Abuelita (Grandma’s Boy, 1922), pero apenas se ha dicho que Arbuckle lo había hecho con éxito un año antes, y que quizá Lloyd le tomó como ejemplo a seguir.

El argumento, un tanto enrevesado, empieza cuando Dick Lane, que ha conseguido una fortuna en oro, es atrapado por unos indios liderados por Buck McKee, que le roban su fortuna y le dejan tirando en el desierto dándolo por muerto. Pero en realidad Lane ha sobrevivido y, cuando se recupera tras meses de convalecencia, escribe una carta a su mejor amigo Jack, pidiendo que le diga a su prometida Echo que pronto regresará a casa. Pero Jack se ha enamorado de ella y, como esta le corresponde creyendo que su anterior novio ha muerto, lo que hace Jack es acelerar la boda. Mientras tanto Buck ha ido al pueblo y planea un atraco en el que poder inculpar a Jack. En medio de todo este tinglado estará el Sheriff Slim Hoover (Arbuckle) para poner orden… o al menos intentarlo.

De no ser por la presencia de Arbuckle The Round-Up sería ni más ni menos que uno de los muchísimos westerns de la época sin nada particular. El trabajo de producción es impecable y los exteriores están muy bien utilizados, sobre todo en la parte final, pero tampoco aporta nada especial. La historia melodramática se enreda demasiado dejando además algunos cabos sueltos y los actores no son especialmente llamativos más allá de Arbuckle y un Wallace Beery eficaz como siempre en papeles antagonistas – a modo de curiosidad, hay en el reparto al menos tres actores que luego tuvieron una fructífera carrera como directores: A. Edward Sutherland, Irving Cummings y Tom Forman.

Lo interesante pues es ver cómo Arbuckle se mueve en un papel serio pero sin perder del todo sus toques de humor, como queriendo explorar su nueva faceta pero ofreciendo todavía al público algunos guiños a sus anteriores filmes. El momento en que se decanta más claramente por el «antiguo Arbuckle» es una escena en que intenta ponerse un traje que no le cabe, que podría venir directamente de cualquiera de sus cortos slapstick. Pero, cosa curiosa, parece algo fuera de lugar porque el director George Melford muestra este momento en un montaje paralelo a una escena de suspense y dramatismo que sucede al mismo tiempo. Aunque es genuinamente graciosa se hace extraña de ver de esta forma.

En términos generales resulta pues un curioso y arriesgado salto al largometraje que no obstante en su momento le funcionó. La película gustó a público y crítica, y parece que Arbuckle se se habría abierto paso a papeles menos abiertamente humorísticos de haber podido continuar su carrera a lo largo de la década – insisto, algo que también buscó Harold Lloyd en esos años y no logró; y lo digo no por infravalorar a Lloyd (que me parece un mejor cineasta), sino para que tengamos en cuenta sus logros en comparación con las carreras de sus compañeros más célebres.

Es una pena que no haya podido ver sus otros largometrajes para comprobar si realmente seguían por esta línea. En este artículo del recientemente fallecido David Bordwell se hace referencia a otro filme de Arbuckle, The Life of the Party (1920), describiéndolo como un drama sin rastros de comedia física. ¿Se habría alejado Arbuckle completamente del slapstick reconvirtiéndose en actor serio o no habría logrado hacer esa conversión del todo? Es una pregunta cuya respuesta nunca conoceremos. Pero en todo caso el último rótulo de la película deja un sorprendente regusto amargo al tomar el rasgo por el que Arbuckle era conocido y que le dio su célebre sobrenombre, «Fatty», y nos lo echa en cara con la frase «Nadie quiere a un hombre gordo» después de que la chica se vaya con otro hombre. Es como si tras haberse hecho una carrera basada en gran parte en lo reconocible que resultaba por su obesidad de repente nos quisiera hacer tomar conciencia de que, después de todo, nos hemos estado riendo de algo inadecuado.

Ah, por cierto, no dejen de estar atentos porque el buen amigo de Arbuckle, Buster Keaton, hace un cameo en la cinta. Si no lo han encontrado o son demasiado impacientes para buscarlo por sí mismos, lo pueden ver aquí.

2 comentarios en “Roscoe Arbuckle y su salto al largometraje: The Round-up (1920) de George Melford

  1. Pecado enorme el mío de no haber visto todavía este largo y otros que tengo pendientes del gran Roscoe Arbuckle, aparte de un par de 1921 que no me entusiasmaron en su momento. He visto una gran parte de su obra conservada (incluso títulos como director, como la sorprendente The Red Mill (1927), con Marion Davies) y lo tengo por uno de los grandes pioneros, pero hay algo que me frena para adentrarme en los largometrajes que protagonizó una vez cedió su estudio a Keaton. Escenas sueltas que ido viendo aquí y allá y, definitivamente, este artículo, me han decidido a romper ese maleficio: todo lo que podamos hacer por Roscoe es poco

    • De pecado nada, Florenci. La película es cualquier cosa menos imprescindible. Está muy bien hecha, se ve con agrado pero el guion flojea. No obstante es muy interesante como curiosidad por ver al bueno de Arbuckle probando un registro tan diferente. Yo me apunto la de The Red Mill (1927), que no la conocía. Siempre hay cosas por descubrir.

      Un saludo.

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