La polémica alrededor de El Nacimiento de una Nación (1915)

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Aunque ya han pasado 100 años desde su estreno, este anciano Doctor aún recuerda el impacto que le supuso en su época el primer visionado de El Nacimiento de una Nación (1915). Yo sabía vagamente que el film había causado una gran polémica, pero no conocía los motivos exactos (no había internet, ya saben) y supuse que sería simplemente por su visión de la Guerra de Secesión. Por ello, acudí a la sala desprevenido, movido más bien por el aliciente de disfrutar de una película que, decían, técnicamente superaba todo lo que se había hecho hasta entonces.

La primera parte, centrada en la Guerra Civil Americana, me gustó y no me pareció especialmente controvertida. No obstante, en la segunda parte empecé a notar cierto tono racista, incluso para los estándares habituales de la época, aunque no le di mucha importancia. Pero a medida que avanzaba el film se me iba haciendo más difícil no prestar atención a ese detalle, ya que el señor Griffith estaba otorgando cada vez más importancia a su retrato tan deplorable de los afroamericanos. Finalmente, ya no me quedó ninguna duda sobre el por qué de la polémica. El momento cumbre fue la escena en que se descubría que el protagonista, un atractivo y simpático jovencito, pasaba a convertirse en el heroico fundador del Ku Klux Klan. Al ver eso pensé: «Mein Gott, no puede ser«, pero claro que podía ser. Resulta que según Griffith el KKK fueron los grandes salvadores del Sur frente a las peligrosas hordas afroamericanas. Y eso, incluso en 1915, difícilmente no podía levantar ampollas.

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La semana pasada les hablamos del rodaje de El Nacimiento de una Nación (1915) así como de sus virtudes artísticas, que la convierten en una de las películas más importantes de todos los tiempos. Pero, como seguramente sabrán, sus innegables cualidades no esconden una terrible evidencia, y es el hecho de ser una película terriblemente racista que suscitó una (comprensible) polémica en su momento. El artículo de hoy se centra en ese aspecto del film sin pretender por ello caer en lo moralizante, el propósito es simplemente analizar un rasgo de la película sin el cual no se podría entender ni el escándalo que produjo en su momento ni todos los debates que aún hoy día se producen entre los nutridos y abundantes círculos de fans del cine mudo.

De entrada hemos de partir de una premisa que ustedes pueden estar dispuestos a creer o no, y es que el gran responsable del film, el director D.W. Griffith, en su momento aseguró que él no pretendía causar tanto revuelo con su film. O al menos no en ese sentido. Lo que él quería era, ni más ni menos, recontar la historia de la Guerra de Secesión «tal cual se produjo», y no como la presentaban los clásicos manuales de historia. Claro está, aunque era un propósito muy noble, Griffith era cualquier cosa menos objetivo: no sólo se había criado en el sur del país, sino que su padre había batallado en la Guerra de Secesión en el bando confederado y murió en la dura época de la reconstrucción cuando el futuro director tenía 10 años, dejando a su familia en una situación económica muy precaria. Griffith era por tanto un hombre con una visión de esa etapa de la historia americana muy influenciada por los hechos que había vivido. Lo que él quería hacer en el fondo era mostrar a los estados de la Unión, los vencedores, cuántas injusticias había sufrido el sur del país durante la reconstrucción. En la teoría, la idea no parecía mala.

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Pero el caso es que Griffith decidió utilizar como material de base para su película la novela The Clansman (1905) de Thomas F. Dixon Jr., y aquí es donde cuesta creer que no quisiera causar tanta polémica. La novela fue escrita por su autor como una furiosa respuesta directa a una de las muchas representaciones teatrales de La Cabaña del Tío Tom (1852) de Harriet Beecher Stowe, un alegato contra la esclavitud que reivindicaba a los afroamericanos dándoles el protagonismo de la novela. Dixon se indignó ante el éxito de la obra (también polémica, pero por motivos opuestos a los del film que comentamos) y decidió replicar con una novela sobre la época de la reconstrucción que glorificara el papel del Ku Klux Klan y nos hiciera entender que los afroamericanos eran inferiores a los blancos. En su versión de la historia, cuando los negros consiguieron la libertad se mostraron tal cual eran (ignorantes y delincuentes en potencia) y tuvo que surgir el Ku Klux Klan para poner orden y salvar el sur del país. Maravilloso, ¿verdad?

Ésta fue la versión de la historia que Griffith quería defender y, según comentan muchos de los que se implicaron en la película, la mayoría tenían claro ya en la fase de preproducción que este material causaría mucho revuelo, y más cuando la novela y sus versiones teatrales ya habían generado numerosas polémicas. Quizá lo que sucedió es que Griffith no se imaginaría que el tema se le iría tanto de las manos, pero difícilmente podía ser tan inocente como para creer que saldría indemne de algo así. En todo caso, el director compró los derechos de la novela de cara a que fuera su gran obra épica (como curiosidad, como no tenía suficiente dinero, una parte de los derechos se los pagó al autor en un porcentaje de los futuros beneficios del film, lo cual le salió muy a cuenta a Dixon).

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Si bien la primera mitad del film podría entenderse como una obra histórica más o menos rigurosa sobre la Guerra Civil americana, es en la segunda donde todo el racismo de la novela sale a la luz hasta extremos lamentables. Ya no es solo que se haga un retrato caricaturesco de los afroamericanos (que se muestran como vagos e ignorantes), sino que se da a entender que al darles el poder, los estados del sur se abocaron a la catástrofe. De hecho el gran antagonista del film es Silas Lynch, un mulato con ansias de poder que busca abrirse paso dando el poder a la población negra del sur y que, de paso, también intentará forzar a Lillian Gish a que se case con él (ya saben que en el cine clásico el obligar a una mujer a casarse con uno es la forma sutil que tenían de dar a entender su interés sexual). No es el único que se siente atraído por una de las protagonistas, en otro punto de la película Gus, otro afroamericano, persigue a la joven e inocente Flora también con aviesas intenciones hasta que ella decide suicidarse antes que mancillar su honor. ¿Se han dado cuenta de cómo los negros sienten interés sexual por las mujeres blancas pero nunca sucede a la inversa?

Pero no se alarmen, Griffith también nos muestra un ejemplo de afroamericanos positivos, ni más ni menos que los criados de la familia Cameron. No es casual que de hecho no tengan ni nombre (se les conoce como «Almas Fieles») y que su comportamiento sea servicial, sumiso y leal a sus amos. Éste es el ideal de negro según Griffith y Dixon.

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Pero la cumbre de todo este mensaje racista es la glorificación que se hace del Ku Klux Klan en el tramo final de la película. Si, como dije al principio, mi primer contacto con la película me dejó sin palabras por su contenido, la escena en que definitivamente no me podía creer lo que estaba viendo fue aquella en que el protagonista inventaba la famosa indumentaria de la sábana del KKK, que en el film se nos presenta como algo positivo (¡oh, gran idea, Ben! ¡así podréis linchar a negros impunemente!). Poco después una escena nos habla de «la primera víctima del KKK», pero no se refiere a ningún afroamericano atacado por el grupo, sino a un miembro del Ku Klux Klan tiroteado en un enfrentamiento. Más adelante, cuando la familia Cameron huye de los enemigos y se refugia en una cabaña con unos excombatientes del bando norte, el film deja entrever claramente su mensaje: sureños y norteños olvidan sus diferencias al estar unidos por un ideal común que cito en palabras textuales, «la supremacía de la raza aria» (y no, nos hemos confundido con un film de propaganda nazi).

Conscientes de que quizás, y solo quizás, la película no gustaría a todo el mundo, Griffith y Dixon intentaron conseguir un poco de propaganda a favor haciéndole llegar una copia de la misma al presidente Woodrow Wilson. Según se cuenta fue el primer film en ser proyectado en la Casa Blanca, y teóricamente el presidente alabó su rigor (Griffith había insertado astutamente citas textuales de un libro histórico del propio Wilson en la película, una manera sutil de hacerle la pelota). No obstante, posteriormente se ha dicho que Wilson jamás afirmó tal cosa, de modo que no sabremos su opinión al respecto.

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El estreno, obviamente, vino acompañado de una enorme polémica que por otro lado contribuyó al éxito en taquilla de la película. La llegada del film a cualquier ciudad iba casi siempre acompañada de protestas de asociaciones afroamericanas e intentos fallidos de boicot. Al comprobar que esa estrategia no funcionaba, se propuso obligar a Griffith cortar las escenas más racistas, pero eso era aún más absurdo, ya que habría significado cargarse prácticamente toda la segunda parte del film.

Mientras tanto, el director afirmaba que él no era racista y que sentía aprecio hacia los afroamericanos, de hecho, llegó a afirmar que los sureños tenían un vínculo especial hacia ellos que les facilitaba a entender mejor su naturaleza. En otras palabras, Griffith tenía una estima  paternalista hacia la población negra siempre que se mantuvieran en el rol que les pertocaba, como buenos y fieles sirvientes.

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Para rematar la polémica, el estreno de la película conllevó desafortunadamente el resurgimiento del Ku Klux Klan, que había desaparecido después de que el gobierno persiguiera la organización en 1870. El estreno de la película en 1915, volvió a revivir el movimiento hasta el punto de que el film de Griffith se utilizó como material de reclutamiento. Dixon se mostró en contra de este segundo Ku Klux Klan, que ya no se conformaba con señalar a la población afroamericana como enemiga, sino también a los judíos y los católicos. Como influencia directa del film, esta nueva formación del movimiento tomó prestada de la película su iconografía, como la ropa blanca y la cruz en llamas. Es otro de esos curiosos ejemplos sobre cómo a veces el cine escribe la historia y no al revés como suele ser habitual, aunque en este caso sea para mal.

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