El mismo año en que Victor Sjöstrom realizó una de las películas más importantes del cine sueco (Los Proscritos) y uno antes de que Mauritz Stiller dirigiera una de sus mayores obras maestras (El Tesoro de Sir Arne), los dos cineastas colaboraron en un film que seguía unos derroteros distintos, una divertida comedia titulada El Mejor Hijo de Thomas Graal (1918). Quizá a algunos de nuestros lectores les pueda parecer llamativo que dos cineastas que han pasado a la posteridad por dramas tan intensos como los mencionados también realizaran comedias, pero en realidad no tiene nada de raro. El actor y director Victor Sjöstrom era un magnífico intérprete formado en el teatro que aquí nos demuestra que tenía suficiente versatilidad para enfrentarse también a papeles cómicos además de aquellos dramáticos a los que se le suele asociar. Y en cuanto a Stiller, puede que hoy día le recordemos sobre todo por El Tesoro de Sir Arne (1919) y La Saga de Gösta Berling (1924), pero en su época se hizo un nombre también gracias a sus comedias, y de hecho su Erotikon (1920) gozó de un gran éxito internacional. Por tanto, abandonemos la sorpresa inicial y veamos qué nos ofrecen ambos en el film que hemos escogido hoy.

La película en cuestión surgió como secuela de la exitosa La Mejor Película de Thomas Graal (1917), retomando a los personajes de Thomas Graal y Bessie para narrarnos su matrimonio y sus primeras desventuras en la vida doméstica. De todos modos, no teman, no hace falta haber visto el film anterior para entender el que nos ocupa hoy y de hecho éste es uno de esos casos en que la secuela supera al original.

La película empieza fuerte el mismo día de la boda cuando ambos inician una absurda discusión: ella quiere que su hijo sea niña, él quiere que sea niño. Incapaces de ponerse de acuerdo por algo que en realidad no pueden decidir ellos, se pasan un largo tiempo sin dirigirse la palabra y viviendo en habitaciones separadas. Una vez reconciliados nace su primer hijo, que resulta ser un niño. Posteriormente Thomas se enfrentará al problema de lidiar con una madre sobreprotectora que además descuida su apariencia femenina.

El tema era bastante avanzado por la época mostrando las discusiones típicas matrimoniales en la vida moderna, en que la mujer a menudo es la más fuerte de las dos (¡hay cosas que no cambian!). De hecho, el final de la película resulta bastante divertido e inusitadamente moderno: después de que Thomas Graal consiga que Bessie capte la indirecta sobre que desea que vuelva a cuidar su aspecto, ésta se viste de forma provocativa para atraerle y, poco después, encerrarse en un cuarto dejándole a él suplicándole a la puerta. Una situación que hemos visto decenas de veces en películas posteriores, pero que en la época resultaba especialmente atrevida y además llena de deliciosa ironía.

Uno de los principales alicientes del film es disfrutar de la pareja protagonista, Victor Sjöstrom y Karin Molander, que desprenden una gran química entre ellos y consiguen resultar divertidos sin caer en lo excesivo. En ese aspecto es donde más se nota la influencia que tuvo esta obra en las comedias sexuales de Cecil B. De Mille y, por supuesto, Ernst Lubitsch, que también ironizaban sobre la institución del matrimonio y la guerra de sexos pero con buen gusto y sin perder la humanidad de los personajes, evitando que se comportaran como caricaturas.

Aquellos que hayan disfrutado de las actuaciones de Sjöstrom en sus propias películas o en la magistral Fresas Salvajes (1957) de Ingmar Bergman se deleitarán especialmente al verle dominando el tempo cómico, algo que queda ya patente en la divertida escena inicial, en que pierde el anillo de boda y en mitad de la ceremonia intenta buscarlo en vano. Otra escena de gran comicidad que además es mucho más física tiene lugar cuando un borracho intenta seducir desde la calle a Bessie y, acto seguido, Thomas salta a la calle para enfrentarse a él mientras se aplega a su alrededor todo el gentío.

En general se trata de una película muy ligera que ha resistido realmente bien el paso del tiempo y que nos muestra otra faceta del cine escandinavo que se aleja del tópico, que asocia la cinematografía de estos países con un tono más grave y psicológico. En definitiva Mauritz Stiller no solo merece pasar a la historia por sus dramas épicos, sino también por sus dotes para la comedia… y por ser uno de los primeros en romper con el tópico de que segundas partes nunca fueron buenas.