Que muchas veces los artistas son los peores jueces de su propia obra es algo de sobras conocido pero que en la mayoría de casos no pasa de la pura anécdota. No obstante a veces eso puede tener consecuencias nefastas para nosotros, como es el caso de Rosita (1923), la película que Ernst Lubitsch dirigió para Mary Pickford. Pongámonos en situación: la Pickford, una de las estrellas más grandes del país, quería dar un giro a su carrera apartándose de los papeles que solía hacer interpretando a niñas o adolescentes (no podemos culparla, tenía ya más de 30 años). Para ello decidió traer de Alemania a Lubitsch, uno de los cineastas más prestigiosos del momento, para que la dirigiera en un filme donde podría interpretar un papel adulto, que acabaría siendo Rosita.
Durante el rodaje, los caracteres fuertes de Lubitsch y Pickford chocaron en varias ocasiones pero al final lograron dar forma a una película que satisfizo a los dos. Se estrenó y fue un enorme éxito de público. En principio todo salió bien… pero no fue así. Por algún motivo que solo la Pickford conoce, ésta le cogió una manía tremenda a Rosita, hasta el punto de que en sus memorias la calificó como la peor obra de su carrera. Como ella tenía los derechos del filme, se aseguró de retirarlo pronto de circulación y no se molestó en conservar ninguna copia de la película… salvo el rollo cuatro, porque contenía la única escena que le gustaba. En consecuencia, durante mucho tiempo Rosita fue un filme desaparecido hasta que por suerte se encontró una copia completa en la Filmoteca de Moscú que fue restaurada hace unos pocos años y reestrenada en varios festivales, permitiendo que décadas después el público pudiera juzgar por sí mismo la calidad del filme. Así pues me dispongo a defender esta película tan injustamente maltratada por el dudoso criterio de mi vieja amiga Pickford (espero que no se tome a mal este comentario).
La acción de la película transcurre en Sevilla, en una época indeterminada entre los siglos XVIII y XIX durante las fiestas de Carnaval, en que los habitantes de la ciudad se dejan llevar por la lujuria y el desenfreno. El rey de España, que es un mujeriego empedernido, decide no perderse la diversión y acude a la ciudad poniendo una excusa a su mujer. Allá se encuentra con Rosita, una popular cantante callejera de la que se enamora al instante y, cuando ésta va a la cárcel por componer una canción contra el rey, éste decidirá ganarse su favor aprovechando su posición de poder. Pero lo cierto es que Rosita está enamorada del noble Don Diego, quien salió a defenderla cuando la arrestaron y ha acabado también en la cárcel por haber matado a un guardia.
De entrada, la primera gran noticia respecto a Rosita es que, pese a ser una producción vigilada celosamente de cerca por la Pickford, el resultado es una película puramente Lubitsch, algo que ya se nota en el plano inicial de la película: esas manos entrelazadas que, a medida que se abre el plano, nos revelan al lujurioso rey jugando con unas doncellas, es decir, esa costumbre tan Lubitsch de dar a entender a partir del detalle. Seguidamente la picardía con que el cineasta nos refleja que el único interés del monarca es perseguir doncellas también tiene su sello inimitable. Todo ello está completamente alejado del universo de la Pickford, más cercano al melodrama tradicional y donde el sexo a menudo se mantiene ausente.
¿Puede que fuera ése el motivo por el que le gustara tan poco el filme? En palabras suyas, el principal problema de Rosita es que ella no encajaba en ese papel, pero de nuevo debo discrepar: Pickford está divertidísima, sabe captar a la perfección el toque pícaro de su personaje y bascular eficazmente entre el registro cómico y el dramático. En el apartado cómico caben destacar escenas como aquella en que el rey le ha citado en una cámara de su palacio y ella se debate entre esperar formalmente o ir cogiendo fruta de un cuenco… decantándose por supuesto por la segunda opción, que Pickford interpreta con mucha gracia. Del mismo modo, aunque las escenas románticas que comparten ella y George Walsh resultan inevitablemente menos interesantes, funcionan bastante bien y no entorpecen el ritmo tanto como me temía.
Además tenemos también otras cualidades que merecen destacarse como el magnífico trabajo de diseño de producción para recrear la ciudad de Sevilla y los palacios a cargo de William Cameron Menzies y el director danés Svend Gade (no en vano en aquella época Lubitsch era visto más como un director épico que como un cineasta de comedia) y el buen hacer de los personajes secundarios como la familia de Rosita, que protagoniza algunas de las mejores escenas de la película cuando ésta se los lleva consigo al palacete que el rey había reservado para la que esperaba que fuera una visita íntima de su amante. Eso sin olvidar tampoco el personaje de la reina, que sufre las infidelidades de su marido con una dignidad muy acorde con su rango y que al final tendrá la última palabra. En definitiva, pocas cosas se le pueden reprochar a la película más allá de no ser una de las grandes obras de Lubitsch y ser «únicamente» una obra notable entre su magnífica filmografía.
Volviendo a lo que decíamos inicialmente, la opinión de la Pickford sobre Rosita se volvió extrañamente negativa con el tiempo, pero a cambio hay que reconocer que siempre fue justa con Lubitsch, reconociendo que el trabajo de puesta en escena era extraordinario y que si la película no había funcionado fue por un error de casting… pero de director: «Por descontado puede producirse un error de casting de director igual que con un actor. Por ejemplo, Lubitsch dirigiéndome a mí. Por descontado él entendía a Pola Negri o a Gloria Swanson [en realidad Lubitsch nunca trabajó con la Swanson…], ese tipo de actriz, pero no me entendió porque yo era puro Americana. No soy europea. Del mismo modo que John Ford no creo que pudiera dirigir a Negri«. Discrepo totalmente con esta opinión – pocos actores hay más puramente americanos que James Stewart y en El Bazar de las Sorpresas (1940) hace uno de los papeles de su carrera – pero resulta comprensible, si bien yo realmente creo que hace un muy buen papel como Rosita. En todo caso es de agradecer ese «error de casting», ya que fue lo que motivó que el genial director cruzara el Atlántico y diera inicio a su magnífica carrera en Hollywood.
Lubitsch por otro lado siempre le tuvo mucho cariño a Rosita pese a todos los problemas que tuvo durante el rodaje por ser su primer trabajo en América, y es de justicia reconocer que, pese a los choques que tuvo con Pickford, siempre habló bien de ella: «Fue una experiencia encantadora. La señorita Pickford era muy simpática. Pese a su fama y su posición predominante, seguía mi dirección con la simpatía de un niño (…) Fue un placer trabajar con ella«. Aquí Lubitsch fue especialmente gentil, porque en realidad sí que tuvo algunos problemas con ella en el rodaje, pero Ernst no parece ser de los que guarden rencor. En todo caso vista hoy día creo que es innegable que cualquier manía que le tuviera Pickford a Rosita se debe más a razones puramente personales que a motivos realmente artísticos.
Bibliografía:
The Parade’s Gone By de Kevin Brownlow
Ernst Lubitsch: Risas en el paraíso de Scott Eyman
Sunshine and Shadow de Mary Pickford
Pickford cantando una serenata a su marido, Douglas Fairbanks, y a Lubitsch durante un descanso del rodaje.
Gracias una vez más por la información, y muy en concreto por esa insólita imagen de Mary Pickford a la guitarra. Bueno, insólita para mí.
¡Es un placer compartir estos datos! Y sí, esta imagen de Mary Pickford folklórica con la guitarra es muy muy curiosa. Un saludo.
Lo poco que he visto de ella (en clips sobre su restauración) ya daban ganas de verla, pero esta entrada todavía más. Gracias por al detallada reseña.
Espero que puedas dar con una copia, porque seguro que te gustará. Es puro Lubitsch y la Pickford está muy bien en este papel tan atípico.