A Little Girl Who Did Not Believe in Santa Claus (1907) de J. Searle Dawley y Edwin S. Porter

Amigos lectores, se acercan ya las Navidades y seguramente muchos de ustedes formarán parte de esos cínicos con nulo espíritu navideño, que piensan que es solo una fiesta consumista, que se han perdido sus auténticos valores originales o, mucho peor, ¡que no crean en Santa Claus! Para todos ustedes va dedicado este corto de la factoría Edison, A Little Girl Who Did Not Believe in Santa Claus (1907) de J. Searle Dawley y Edwin S. Porter, con la esperanza de que les haga cambiar de opinión.

El argumento es el siguiente: tenemos dos niños que son amigos pero que discrepan respecto a la figura de Santa Claus: ella no cree que exista, pero él sí. La pequeña pero crucial diferencia entre ambos es que ella está en un hogar humilde donde los regalos navideños seguramente sean escasos o nulos, mientras que él pertenece a una familia adinerada y, por tanto, cada año recibe un montón de regalos, . ¡Así claro que es fácil creer en Santa Claus!

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Now, You Tell One (1926) de Charley Bowers y Harold L. Muller

De entre todos los grandes cómicos que surgieron en la era muda Charley Bowers es uno de los que más necesita una urgente reivindicación hoy día tanto por lo poco que suele citarse como por lo sumamente originales que son sus películas. Lo que hacía a Bowers especial como cómico es que en sus filmes le gustaba alternar imagen real con segmentos de animación stop motion. Esto hace que, si ya de por sí las comedias slapstick más alocadas tengan un punto surrealista que luego en el sonoro solo mantuvo el cine de animación, las suyas vayan aún más lejos. Desde el momento en que la animación stop motion adquiere un papel tan importante, todo es posible, el único límite es la imaginación.

De entre todos los cortometrajes suyos que he visto me apetece destacar Now, You Tell One (1926) no solo por ser muy divertido sino uno de los más absurdos (que ya es decir). La acción se inicia en un club de mentirosos, en que los asistentes se retan a ver quién dice la mentira más grande, incluyendo historias sobre elefantes entrando en el Capitolio o un hombre que atrapa a un ladrón ocultándose dentro de un sombrero. Como ninguna de esas mentiras les llama la atención, uno de sus miembros sale en busca de alguien con una historia mejor y se topa con Bowers, que tiene un relato aún más imposible de creer.

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El Mundo Perdido (The Lost World, 1925) de Harry O. Hoyt

Resulta curioso constatar cómo existe una cierta relación entre el cine de animación y los dinosaurios desde los inicios del medio. Tal y como ya explicó en detalle Estrella Millán en este excelente artículo, existen numerosos ejemplos de filmes mudos que daban forma a estas criaturas prehistóricas – de hecho no es casual que uno de los primeros grandes personajes de animación fuera un dinosaurio. Esto tiene una explicación. Desde el siglo XIX el interés por la paleontología aumentó muchísimo a raíz de la identificación de unos restos de dichos animales por parte del paleontólogo Richard Owen, quien acuñó por primera vez el término «dinosaurio» para definir a estas criaturas fantásticas de la familia de los reptiles. Eso despertó la curiosidad por dicha temática incluso más allá de los círculos científicos y especializados. Al gran público le fascinaba imaginar esos seres gigantescos que habitaban nuestro planeta tiempo atrás. Y gran parte de esa fascinación lógicamente radicaba en que esos animales estaban extinguidos, solo podían «visualizarse» a través de ilustraciones que reconstruían lo que se intuía a través de sus restos óseos.

En paralelo en esos años el cinematógrafo se popularizó. La capacidad de capturar imágenes en movimiento permitía que una persona que jamás hubiera salido de su pueblo pudiera ver todo tipo de animales exóticos moviéndose en una pantalla ante sus ojos (esto quizá les parezca una obviedad, pero créanme, para un espectador de principios del siglo XX fue un impacto brutal). Pero lo que una cámara de cine jamás podrá filmar es un dinosaurio. ¿Cómo suplir esa carencia? Aquí es donde entra en juego el cine de animación: era la única forma de que el público, fascinado por esos animales, pudiera ver una recreación de cómo deberían ser en movimiento. De ahí que el stop motion fuera una técnica especialmente suculenta para animar a estos seres del jurásico. Un león en movimiento podía verse en una película pero también en un zoológico. Un dinosaurio en movimiento solo podría verse en cine. Es importante tener todo esto en mente antes de entrar en materia con la película que tenemos entre manos, porque nos permitirá entender el enorme impacto que tuvo en su época y la percepción que tuvo el público de la misma.

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L’Acqua Miracolosa (1914) de Eleuterio Rodolfi.

Cuando decimos que la edad de oro del cine italiano tuvo lugar en los años 10 puede creerse que eso se deba a las películas de divas y sus ostentosos peplums… y sí, es cierto que esos fueron los principales géneros y los que dieron más fama al cine silente italiano, pero hay más. Realmente en esos años se realizaron multitud de filmes (especialmente cortometrajes) de todo tipo de géneros que son un dechado de imaginación y creatividad: desde películas de acción a comedias. Y hoy les traemos una muestra: L’Acqua Miracolosa (1914) de Eleuterio Rodolfi.

La premisa es la siguiente: Gigetta es una mujer emparejada con el Caballero Cornelio, un hombre mucho mayor que ella que se lamenta de que no tengan descendencia a quien legar su apellido. Su vecino de arriba es el Doctor Rodolfi, que está enamorado de Gigetta y, además, es el médico de cabecera de Cornelio. Éste le propone entonces un remedio para su problema: que su esposa pase un tiempo en unos manantiales que contienen unas aguas curativas que hacen milagros. Cornelio acepta la idea pero, como no puede acompañar a su esposa, la manda sola. Poco imagina que el Doctor Rodolfi se citará con ella en el balneario para vivir un romance. Pero al final todo va bien porque tiempo después Gigetta queda embarazada y Cornelio se lleva una alegría al saber que esas aguas termales surgieron efecto… aunque no en el sentido que él imagina.

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What Made Her Do It? (Nani ga kanojo o sô saseta ka, 1930) de Shigeyoshi Suzuki

Si les parece que están teniendo una mala racha o que últimamente no les sonríe la suerte, échenle un vistazo a todas las peripecias que ha tenido que sufrir la pobre Sumiko a lo largo de su vida. Se trata de una joven inocente y llena de buenas intenciones que se va a vivir a casa de sus tíos en el campo con la idea de estudiar y ser alguien de provecho. Lo que no sabe es que, después de haberla enviado allá, su padre se ha suicidado por no poder soportar una vida de tantas estrecheces económicas y que sus tíos, que viven en la miseria, no solo la van a maltratar sino a venderla a un circo.

En el circo no solo se le obligará a protagonizar un peligroso número de lanzamiento de cuchillos sino que continuará recibiendo malos tratos. Su compañero Shintaro le propone huir hacia un futuro mejor pero definitivamente la suerte no sonríe a Sumiko, ya que acaban separados a causa de un accidente. He aquí una lista de las eventualidades que le sucederán a continuación: es obligada a formar parte de una banda de ladrones, la policía la detiene, acaba de criada en la casa de un importante político pero es despedida al rebelarse por el trato denigrante que se le dispensa, un nuevo amo la intenta violar, se reencuentra con Shintaro y deciden suicidarse juntos porque no soportan tanta pobreza… y al final acaba en un estricto orfanato cristiano.

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The Tinderbox (Fyrtøjet, 1907) de Viggo Larsen

En los primeros años del cine era frecuente hacer adaptaciones de cuentos y leyendas populares. Esto tenía múltiples ventajas: atraían al público porque conocían la historia y querían verla en imágenes, pero también compensaban algunas limitaciones narrativas. Las películas a menudo no eran autónomas, implicaban un sobreentendido entre el filme y el espectador, que ya sabía de qué iba la cosa y rellenaba los «huecos». Esto no siempre era así, pero sí sucede en el caso que nos ocupa: The Tinderbox (Fyrtøjet, 1907) de Viggo Larsen. Este simpático cortometraje es una adaptación de un popular cuento de Hans Christian Andersen, El Yesquero. Al ser un filme sin rótulos me temo que el espectador necesita conocer previamente el argumento para poder seguir la trama, que es tal como sigue.

Un soldado se cruza con una bruja que le pide que se meta en el hueco de un árbol para conseguirle un yesquero o mechero de yesca. Allí se encuentra con tres perros monstruosos que custodian dicho mechero así como varias bolsas llenas de dinero. El soldado se lleva todo consigo pero cuando le pregunta a la hechicera para qué quiere el mechero, éste se niega a responderle y la mata. El soldado se entrega a la buena vida y entonces descubre que cuando usa el mechero se cumplen sus deseos. Uno de ellos es hacer aparecer junto a él a una bonita princesa, con quien pasa todas las noches. El rey lo descubre y le encarcela y condena a muerte. Pero en prisión el soldado logra que un niño le traiga su mechero y el día de la ejecución lo usa para salvarse.

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El Hombre de Man (The Manxman, 1929) de Alfred Hitchcock

Hay películas que arrastran desde hace mucho tiempo una mala fama que lleva a acercarse a ellas ya con ciertas ideas preconcebidas en su contra. Pero si uno prueba a verlas en buenas condiciones y sin saber de antemano lo que esperar, a veces puede llevarse pequeñas sorpresas. Por ejemplo, que un filme históricamente considerado un fracaso como La Puerta del Cielo (Heaven’s Gate, 1980) de Michael Cimino sea en realidad una muy buena película que, de hecho, en los últimos años se ha revalorizado de una forma más justa.

Algo parecido sucede con El Hombre de Man (The Manxman, 1929), que se tiene solo en cuenta por ser el último filme mudo de Alfred Hitchcock – lo cual, de hecho no es del todo cierto, ya que se realizó también una versión silente de su primera obra sonora, La Muchacha de Londres (Blackmail, 1929). En el famoso libro de entrevistas con Truffaut, Hitchcock despachaba rápidamente El Hombre de Man diciendo que no tenía ningún interés, y es cierto que durante mucho tiempo ha sido una obra a la que nadie parece haber prestado mucha atención. Cuando hace años se proyectó como obra de clausura de las Giornate del Cinema Muto de Pordenone, yo la dejé pasar por no apetecerme revisionarla, pero me llevé una sorpresa al oír que los comentarios hacia la película fueron en general elogiosos. ¿Había sido injusto con ella?

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El Difunto Matías Pascal (Feu Mathias Pascal, 1925) de Marcel L’Herbier

A mediados de los años 20, Marcel L’Herbier, uno de los directores más destacados y vanguardistas de la cinematografía francesa, estaba buscando la manera de adaptar la novela El difunto Matías Pascal de Luigi Pirandello. A Pirandello, como le sucedía a la mayoría de escritores de renombre de esa época, no le hacía mucha gracia que convirtieran su historia en una película que potencialmente se pasaría por el forro los matices y sutilezas de su escrito para dar forma a un producto comercial del gusto del gran público. Pero éste cambió de idea y dio su visto bueno cuando supo quiénes iban a ser los implicados. No solo la dirigiría un cineasta tan reputado como L’Herbier sino que el papel protagonista recaería en Ivan Mosjoukine, el mejor actor europeo del momento (y, en mi opinión, el mejor actor cinematográfico de toda la era muda), y se realizaría en el seno de los estudios Albatros.

Para entender por qué era un factor decisivo el que El difunto Matías Pascal (Feu Mathias Pascal, 1925) se realizara en ese estudio y no en otro debemos hacer un paréntesis para entender el origen y la importancia que tenían los estudios Albatros en el cine europeo de la época. Ésta era una compañía formada en Francia a principios de los años 20 por emigrantes rusos que habían huido de la Revolución Soviética. Su personal incluía desde algunas de las estrellas del cine ruso pre-soviético (ése era por ejemplo el caso de Ivan Mozzhukhin, quien afrancesaría su apellido a Mosjoukine) a todo tipo de personas de procedencias de lo más diversas (abogados, miembros del ejército o de la nobleza) que se vieron obligados a trabajar de cualquier cosa en dicho estudio para subsistir. Lejos de ser una experiencia traumática, esta vuelta a empezar le permitió a muchos de ellos poder dedicarse al apasionante mundo del cine, algo que en Rusia les estaba prohibido a causa de sus orígenes nobles, y generó un fuerte sentimiento de comunidad. Por otro lado, pese a sus extraños orígenes, la Albatros destacó por sus películas tan desbordantes de imaginación y la absoluta libertad que se daba a los grandes cineastas que trabajaban allá. Así pues, en poco tiempo algunos de los principales cineastas y actores franceses llamarían a sus puertas sabiendo que ahí podrían dar rienda suelta a sus ambiciones artísticas.

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La Guerra Aérea del Futuro (The Airship Destroyer, 1909) de Walter R. Booth

Siempre es un buen momento para volver a reivindicar a los pioneros británicos del cine, pero hoy además vamos a hacerlo con uno de los grandes precedentes de las batallas aéreas del cine bélico: La Guerra Aérea del Futuro (The Airship Destroyer, 1909). Como seguramente sepan, la futura I Guerra Mundial sería la primera gran guerra moderna al basarse en el poder destructor de las nuevas tecnologías, que dieron como resultado un conflicto bélico devastador y especialmente traumático. Pocos años antes de que eso sucediera, y estando ya en el aire la sospecha y el temor de un conflicto de dicha escala (que incluso el gran Alfred Machin ya vaticinó poco antes de que sucediera), el británico Walter R. Booth anticipó en esta película cómo se temía que podrían ser este tipo de guerras en el futuro.

El argumento es muy sencillo: llega un zepelín a Inglaterra que empieza a bombardear a la población civil. ¿Quién lo detendrá? Ni más ni menos que un joven inventor que no puede aspirar a casarse con la mujer que ama por la negativa de su padre. Pero como es lógico, una vez salve el país tendrá vía libre para casarse con ella y ser felices.

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Le Pied qui Étreint (1916) de Jacques Feyder

Aviso preliminar: muchas de las fichas y reseñas de esta película incluyen un fotograma de sus últimas escenas que, si bien no creo que se pueda considerar un spoiler, sí que revela una pequeña sorpresa que creo que se agradece no conocer de antemano (a mí al menos me hizo gracia encontrármela por sorpresa). En mi reseña no desvelo de qué se trata ni incluyo fotogramas de dicho momento, pero si tienen interés en ver el filme les recomiendo hacerlo sin haber buscado más información en otros sitios web.


En los años 10 los seriales estaban en pleno apogeo. Desde el célebre Los Peligros de Pauline (The Perils of Pauline, 1914) a, por descontado, los que realizaba Louis Feuillade en Francia, especialmente el célebre Les Vampires (1915). Es por tanto natural que en algún momento alguien tuviera la idea de hacer una parodia de un género que de por sí muchas veces estiraba las situaciones más allá de lo verosímil. Lo que un servidor no esperaba es encontrarse una parodia realizada por alguien como Jacques Feyder, realizador de filmes como L’Atlantide (1921), Crainqueille (1922), Visages d’Enfants o una versión de Carmen (1926). Pero todos tenemos un pasado, y no es inhabitual que directores respetables empezaran en el cine con filmes más simpáticos y espontáneos.

Le Pied qui Étreint (1916) explica los enfrentamientos entre el detective científico Justin Crécelle y la banda de «el pie que estrecha», comandada por un peligroso genio del mal cuyo rostro nadie ha visto y que se pasea en un carro de inválidos usando sus pies como si fueran sus manos (curiosamente este personaje lo encarna el buenazo de Georges Biscot aunque no le veamos su cara, si bien esta extraña decisión de casting cobra sentido en el último episodio). Los cómplices del célebre detective en sus aventuras serán su prometida Hélène y su secretario Walter Jymson, que en realidad es un niño lleno de recursos.

El gran punto a favor de Le Pied qui Étreint que justifica su visionado es su absoluta desenvoltura sin inhibiciones. Es una película abiertamente tonta y absurda, más cercana a las parodias del trío ZAZ que a otra cosa, aunque, lógicamente, sin ese estilo tan frenético y desmadrado. Esta apuesta por lo absurdo se complementa con una puesta en escena despreocupada, de hecho en ocasiones da la impresión de estar viendo a los actores improvisando situaciones sobre la marcha, lo cual le da un encanto muy simpático. Pero a cambio, eso pone en evidencia también su flaqueza, y es que se trata de un filme descuidado y flojo.

Como sucede en estas comedias disparatadas, algunos gags son más afortunados que otros. Pero el problema de Le Pied qui Étreint es que evidencia que sus creadores no eran expertos en la comedia. Es de hecho una película que demuestra cuan complejo puede ser hacer comedia alocada, y cómo muchos de esos filmes slapstick que algunos se piensan que simplemente consistían en persecuciones y porrazos, en realidad implicaban planificación, sentido del ritmo y conocimientos del mecanismo del gag. No hay de eso en este filme. Los momentos divertidos (y los hay, y muchos, ahora iremos a ello) funcionan principalmente porque la idea de la que parten es divertida, pero ni Feyder ni los intérpretes parecen dominar el sentido de la comedia (en ese aspecto quizá habría funcionado mejor con un protagonista más eficaz, si bien Kitty Hott sí que me resulta divertida encarnando a Hélène).

En el aspecto negativo podemos citar por ejemplo cierta tendencia a alargar demasiado algunos gags (el gag del niño matando a disparos a la banda de chinos sin ni siquiera mirar, que se repite insistentemente; la persecución por la azotea que no parece saber resolverse, o el gag final en que se descubre la identidad del líder de la banda provocando un desmayo a todos los que ven su rostro por el ojo de una cerradura), así como ciertos descuidos que dan a entender un rodaje rápido y sin cuidar mucho el producto (en cierto momento puede verse cómo uno de los malos que está muerto en el suelo se está incorporando de nuevo unas décimas de segundo antes de que se corte el plano).

Pero pasemos a cambio a lo bueno, porque puede parecer que no me gustó Le Pied qui Étreint pero en realidad, sabiendo lo que tenemos entre manos, es un filme muy simpático que merece la pena. Siento debilidad por el hecho de que los miembros de la banda se saluden entre ellos enseñando su pie (una parodia de los códigos de las organizaciones secretas que aparecían tan a menudo en los seriales), por no hablar de la extraña imagen de recurso de un primer plano de un pie que encoge sus dedos para marcar el inicio o final de cada episodio (como curiosidad, vi este filme mientras hacía un largo vuelo en avión y cuando salían planos como éste no podía evitar preguntarme qué pensaría la pasajera de al lado si le diera por echar un vistazo a lo que estaba viendo).

En ese sentido, el filme sabe parodiar muy eficazmente los tics y lugares comunes de los seriales de la época, incluyendo inventos estrafalarios, esa fascinación por lo exótico (la banda de chinos que ofrece una delirante y cutrísima sesión de espiritismo a Hélène), deducciones aparentemente brillantes que en realidad no tienen sentido (el detective averigua dónde está la guarida de la banda… porque está dada de alta en la guía teléfonica) y el hecho de que algunos seriales fueran interminables (un detalle muy gracioso es que el segundo capítulo tenga el número de serial 1977, como si lleváramos ya cientos de episodios).

Donde más brilla esta parodia del mundo del serial es en el último capítulo en que hacen un cameo sorpresa algunos de los principales actores del género como la gran Musidora o el entrañable Marcel Lévesque, a quienes seguro que recordarán por Les Vampires (1915). Solo por esa fiesta final, con algunos de estos actores tan paradigmáticos del género reunidos aquí en una película que parodia el tipo de historias que les hicieron tan populares, ya valdría la pena su visionado.

De modo que acérquense a Le Pied qui Étreint entendiéndola como una divertida curiosidad para pasar un rato divertido y abiertos a que pueda suceder literalmente cualquier cosa.