Imagen: Valerio Greco
Entrando en el ecuador del festival uno empieza a notar ya cierto agotamiento acumulado y los primeros síntomas de que el cuerpo está implorando a gritos salir de esa sala oscura. Es en este punto del festival cuando más lamento que casi ninguna de las proyecciones que tengo previsto saltarme sean a primera o última hora del día, que son los horarios que a uno le permitirían dormir unas horas más. Pero qué le haremos, este feliz estrés consistente en que uno tiene demasiadas cosas por ver en una semana es una de las características de festivales como Pordenone, donde además si uno se salta ciertas sesiones no tiene la seguridad de que pueda cazar esa película en otra ocasión.
8 de octubre – Travestismo a gogó
Les voy a hacer una pequeña confesión: aunque me gustan las películas de William S. Hart, no estaba seguro de ser tan fan del célebre cowboy como para disfrutar de un programa entero dedicado a él. Pero de momento la cosa está yendo bien en gran parte por dos motivos: porque aunque hay cierto tipo de argumentos o situaciones que suelen repetirse sus películas están siendo medianamente variadas, y porque el ciclo se centra sobre todo en su primera época, que son cortos y mediometrajes que se digieren mejor y permiten observar cómo va dando forma a su estilo. El mejor de esta tanda fue The Sheriff’s Streak of Yellow (1915), en que Hart es un sheriff admirado por todo el pueblo hasta que un día deja escapar expresamente a un criminal, ya que le debía un favor del pasado. Eso provoca que le obliguen a resignar de su puesto, pero al final vuelven a aceptarle cuando impide un robo al banco cometido por la banda de ese mismo forajido. Sin una mujer que le redima aquí tenemos al Hart más duro y viril en esta historia que trata sobre lo cambiante que es la actitud de la gente hacia nuestro héroe (un detalle sutil pero interesante: cuando todos acuden a ver qué ha sucedido en el banco una vez Hart ha matado a toda la banda, éste inicialmente se muestra algo desconfiado hacia los lugareños seguramente por temor a que piensen que él tuvo algo que ver con el robo, pero por suerte no es así).
El peligro de los juicios injustos y precipitados también sobrevuela sobre The Taking of Luke McVane (1915) cuando huye de un pueblo después de haber matado a un jugador tramposo por temor a que le lincharan antes de poder explicar lo que ha pasado. Aunque hay un personaje femenino, la película es, al igual que la anterior, más eminentemente masculina y trata sobre todo de la camaradería entre hombres, desembocando además en un inesperado final trágico. Finalmente The Gunfighter (1917) se trata de una película que se ha perdido en su versión completa y de la que vimos una reconstrucción parcial supervisada por Kevin Brownlow, que poseía una copia resumida de 10 minutos. Vuelve a aparecer el Hart más duro que nunca pero, esta vez sí, una jovencita le redime haciéndole ver que matar a los demás está mal (es fantástica la secuencia en que Hart tiene pesadillas con los rostros de algunos de los hombres a los que ha tiroteado) y de nuevo se nos deja sin un final feliz.
Imagen: Academy of Motion Picture Arts and Sciences – Margaret Herrick Library, Los Angeles
El actor y director Mario Bonnard fue otro de los protagonista de las Giornate del año pasado, y este 2019 vuelve a aparecer en el programa con algunas películas más. La primera es un cortometraje basado en Otello (1909) dirigido por Gerolamo Lo Savio donde se supone que en alguna parte aparece Bonnard como actor en uno de sus primeros papeles fílmicos. Es un ejemplo claro de cine con pretensiones artísticas en la época aun primitiva del medio y que, por tanto, adolece de un estilo demasiado teatral. No obstante, es una curiosidad interesante bellamente coloreada. Le siguió una película dirigida por el propio Bonnard, Il Fauno di Marmo (1920), basado en una novela de Nathaniel Hawthorne que fue tan popular en la época que a menudo los turistas hacían tours por Roma para contemplar los espacios donde se ambientaba. Pese a la presencia de una de las actrices más famosas del cine italiano de por entonces, Elena Sandro, a mí este drama se me hizo algo pesado y sobre todo difícil de seguir. Mucha tragedia y líos entre personajes que a mí personalmente no me cautivó.
Me gustó más la otra película italiana del día, La Morte Che Assolve (1918) de Alberto Carlo Lolli, que se nos presentó como la única obra que ha sobrevivido a día de hoy de la diva Elettra Raggio, que no solo tuvo éxito como actriz sino que a menudo producía, escribía y dirigía sus filmes (una figura por tanto de especial interés en estos tiempos que se está reivindicando a las mujeres cineastas olvidadas por la historia). Aunque en este filme en cuestión solo trabajaba como actriz, a cambio la tenemos en un doble papel: una mujer que intenta que un usurero de mala fama reconozca a la hija que tuvo con ella y muere dejando a su hija huérfana, y a la propia hija años después, que ha sido adoptada por una americana y vuelve al pueblo convertida en una jovencita adorable. Raggio está muy bien en ambos papeles, y si bien el filme no deja de ser el típico melodrama trágico con hijas que descubren a sus verdaderos padres años después, personajes que buscan redimirse, raptos, etc. resulta bastante entretenida y está muy competentemente realizada aprovechando magníficamente el entorno en que se filmó.
Imagen: Fondazione CSC – Cineteca Nazionale, Roma
¿Les dije ya que el ciclo de Nasty Women es una apuesta sobre seguro? Nos reencontramos con Leontine, que esta vez en Léontine en Apprentissage (1910) hace trastadas en diversas tiendas donde su madre (que ya no sabe cómo deshacerse de ella) intenta colocarla de aprendiz. Mejor aún es Léontine s’Envole (1911), mi favorito de esta sesión, en que sus padres le compran tantos globos que la niña sale volando (¿quizá era otra forma de quitársela de encima?). Divertidísimo y que me ha dado ganas de ver cómo se debieron rodar las escenas en que se ve a la actriz volando por la calle. En La Femme Collante (1906) de Alice Guy, una señora usa a su criada para que le pegue los sellos y cuando un caballero se propasa dándole un beso quedan enganchados, mientras que en Cunégonde, Femme du Monde (1912) una criada usa la ropa de su señora para hacerse pasar por una dama y seducir a un aristócrata… que en realidad es un mayordomo que ha tenido la misma idea.
Me llaman mucho la atención los fragmentos de Mannekände (1913), una comedia bastante tonta dirigida por alguien tan prestigioso como el director sueco Mauritz Stiller en que una mujer crea el caos en el tranvía y en un cine (me gusta ver como para recrear la sala de cine en vez de proyectar una película se simula el contenido de un filme en un escenario, supongo que porque sería más fácil de hacer técnicamente). Por último tenemos Milling the Militants (1913), en que un hombre casado con una sufragista fantasea con todas las penas que les impondría si él fuera primer ministro (una de ellas es obligarlas a llevar pantalones durante varios días). La película da una imagen paródica de las sufragistas como mujeres hombrunas y mandonas pero tampoco deja en mejor lugar al protagonista, un pobre hombre sin voluntad que realiza en sus sueños aquello que no se atreve a hacer en la vida real.
Imagen: Collection Fondation Jérôme Seydoux-Pathé © 1911 – Pathé frères
De hecho ésta fue una jornada marcada por el humor, donde los mejores momentos vinieron casi siempre de cintas cómicas. Y ya que estamos hablando de slapstick, ¿qué mejor forma de conquistar al publico de Pordenone que con un corto de Laurel y Hardy codirigido por el gran Leo McCarey? El filme en cuestión es Duck Soup (1927), y no, no me he confundido, no es la película de los hermanos Marx, aunque años después McCarey reaprovecharía el título. Es una cinta muy curiosa por ser una de las primeras que hicieron como dúo cómico, aunque todavía no era oficial: el rótulo inicial destaca a Stan Laurel aunque Hardy comparte protagonismo, y todavía no llevan su famoso vestuario (no hay bombines y Hardy no tiene bigote). No obstante la dinámica entre ellos ya está ahí y, aunque más adelante perfeccionarían más sus rutinas habituales, es un cortometraje divertidísimo en que se adueñan de una mansión cuyo dueño supuestamente se ha ido dos años de caza a África. A raíz de lo que comenté en mi anterior post, aunque ésta no sea una de las mejores obras del dúo, salta a la vista igualmente que está muy por encima de las obras de otros cómicos de slapstick menores, se nota que tienen algo especial y que saben cómo generar gags y dosificarlos. Siempre es un placer disfrutar de una película de ellos en un cine con más gente riéndose a carcajadas.
Una de las buenas noticias del día es que la siguiente película que vemos del ciclo Reginald Denny resultó mucho más prometedora: Oh, Doctor! (1925), dirigida por Harry A. Pollard, en que Reginald se desmarca por completo del otro papel en que le vimos y encarna a un joven hipocondríaco que empieza a quitarse el miedo a vivir a raíz de enamorarse de su enfermera (y no es para menos, tratándose de una jovencita Mary Astor). Aunque no la consideraría una gran película (pero sí notable y bastante divertida), en su momento fue un éxito tan arrollador que provocó que la Universal decidiera exprimir hasta lo indecible al pobre Denny, quien hizo tres filmes más ese año. A su favor hay que remarcar que hace muy bien este papel de chico tímido y torpón, además de que hay que reconocerle el mérito de pasarse casi toda la película con gafas (parece una tontería pero no muchos actores con apariencia de galán estarían dispuestos a hacer eso durante todo un filme). Está especialmente divertido en la escena en que intenta torpemente aprender a bailar imitando a su criada y también hay algunas secuencias de acción en una pista de coches (donde él mismo conducía el automóvil, sin dobles que le sustituyeran) y otra en una azotea que llevó a inevitables comparaciones con El Hombre Mosca (1923) de Harold Lloyd. Pero no debemos olvidarnos tampoco de Mary Astor, que está fantástica con esa expresión medio seria medio irónica con un punto sexy que justifica la atracción que siente el protagonista hacia ella. Un muy buen filme que espero sea un prometedor anticipo de lo siguiente que veamos de Reginald.
Imagen: Kimberly Pucci Collection
Pero la mejor película del día fue una comedia de la que no había nunca oído hablar: Beverly of Graustark (1927) de Sidney Franklin, que si merece destacarse es sobre todo por el trabajo absolutamente prodigioso de Marion Davies como protagonista, que encarna a Beverly, una joven que viaja a un pueblo europeo llamado Graustark con su primo, que va a ser coronado príncipe. Por desgracia éste sufre un accidente que le tiene incapacitado unos días, lo cual puede provocar que pierda el trono. Para salir del paso, Beverly se hace pasar por el príncipe, lo cual de por sí resulta problemático pero aún va a más cuando se enamora de su guardaespaldas personal.
Segunda dosis de travestismo en lo que llevamos de día – en Duck Soup teníamos a Stan disfrazado de criada – en una comedia en la que, insisto, me faltan elogios para la señorita Davies, que está sensacional en un papel divertidísimo que le obliga a hacerse pasar por hombre con todas las convenciones sociales que eso conlleva (el brindis con una jarra gigantesca de cerveza, su petición de que le traigan a alguna mujer que es malinterpretada como que quiere echar una cana al aire…) y los inconvenientes que eso acarrea en el día a día de un rey (los criados que insisten en desnudarla y bañarla, su guardaespaldas que quiere dormir a los pies de su cama para protegerla…). La película es realmente graciosa, está muy bien dirigida por el profesional Sidney Franklin, tiene un guión eficazmente tejido que no se atasca en ningún momento y además al final hay una escena en el Technicolor todavía primigenio de la época. ¿Qué más se puede pedir?
Imagen: Academy of Motion Picture Arts and Sciences – Margaret Herrick Library, Los Angeles
Pese a esta predominancia de humor, cerramos el día con dos dramones. El primero es The Moment Before (1916) de Robert Vignola, en que una elegante duquesa recuerda justo antes de morir su pasado desconocido para la gente de su entorno, en que vivía en una caravana de gitanos y se vio obligada a casarse con uno de ellos. Poco a poco se nos explica en flashback cómo se encontró con el conde trabajando de sirviente en su casa y cómo un accidente provocó que las vidas de ambos sufrieran un giro radical. Un poco demasiado largo pero correcto.
Me gustó bastante más la aparición sorpresa en el programa de mi viejo amigo John H. Collins, ¿se acuerdan de él? Fue uno de mis descubrimientos estrella en las Giornate de hace unos años, un cineasta de los años 10 plenamente talentoso cuya carrera se vio repentinamente truncada por su temprana muerte. Y en esta ocasión ha vuelto con A Wife by Proxy (1917), cuya protagonista es Jerry, una joven humilde que entra a trabajar como doncella en casa de Burbeck, un hombre soltero que heredará una inmensa fortuna si se casa antes de noviembre, si no se la llevaría su primo (¿qué clase de gente pone estas cláusulas en sus testamentos?). Su abogado le recomienda que se case con cualquier mujer (¿les suena familiar?) pero el buenazo y algo simplón Burbeck está enamorado de una mujer que en realidad está compinchada con su primo para dejarle sin herencia. El guion, por mucho que sea de June Mathis, no es gran cosa y se enreda un poco demasiado, pero como siempre, qué maravilla el trabajo de Collins tras la cámara: la elegancia con que dirige la historia o el cuidado que pone en la interpretación de sus actores haciendo que incluso en una trama propia de melodrama parezcan personas creíbles y cercanas. Sigo creyendo que es uno de los grandes directores americanos de los años 10 y que merece ser reivindicado. Hagan caso a este Doctor y, a la espera de que salga material de Collins en algún formato, anoten el nombre de este cineasta al que espero que se le haga justicia con el tiempo.
- Joya a reivindicar: Beverly of Graustark (1927) de Sidney Franklin.
- Momento divertido a destacar: prácticamente cualquier gag de Duck Soup (1927), aunque yo siento debilidad por la inocencia tan infantil de Stan en una escena en que se pone nervioso porque no quiere mirar a una mujer que se pasea desnuda delante de él tomándolo por una criada.
- Momento no pretendidamente divertido a destacar: cuando en La Morte Che Assolve (1918) el conde se cuela en el cuarto de la protagonista para raptarla, ésta se encuentra de espaldas a él, pero, por si acaso ella se gira, éste intenta esconderse… tras una silla ridículamente pequeña que es materialmente imposible que pueda ocultarle, provocando una inesperada carcajada del público.
- Detalle a comentar: no suelo hablar por aquí de las actividades paralelas al festival, pero debo decir que es realmente muy recomendable asistir a alguna de las Masterclasses (aquí expliqué lo que son). Hoy asistí a una en que se explicaba lo difícil que es poner música a cortos de cine primitivo básicamente porque como no siguen ninguna regla son totalmente impredecibles y el pianista no puede prever cuando acabará la cinta o qué sucederá a continuación.
9 de octubre – En que por fin pudimos ver a Jesucristo con una máscara de gas
Un ciclo del que aún no les he hablado es el dedicado a cortos de la República de Weimar, que es un cajón de sastre donde se nos enseñan filmes publicitarios, documentales, etc. Empezamos con un anuncio de champagne en que un hombre nos explica cómo una copa le salvó la vida cuando, estando en su tienda de cabaña en mitad del salvaje oeste decidió servirse un poco de champagne (el viejo oeste ya no es lo que era) y justo antes de beberla vio reflejado en el cristal a un indio a punto de atacarle por la espalda. No me nieguen que el publicista tenía mucha imaginación. Vimos también en Die Pritzelpuppe (1923) a una diseñadora de muñecas trabajando cuidadosamente en ellas hasta llegar a un final un tanto desasosegador (como no podía ser menos en un corto sobre muñecas antiguas) cuando pasamos a unas bailarinas imitando los movimientos de esas muñecas. El mejor de todos fue Wenn die Filmkleberin Gebummet Hat… (1925), que empieza como un corto didáctico y ligero sobre el trabajo de las montadoras y acaba como una comedia dadaísta o surrealista cuando una montadora se distrae y edita una película a punto de estrenarse de forma desastrosa. Por ejemplo un rótulo nos anuncia a la gran actriz Lil Dagover desayunando y lo que vemos es una mujer africana dando de mamar a su bebé. Toda la película acaba siendo una compilación de cortos extraídos de noticiarios o de planos surrealistas (un hombre volando por culpa del viento) que mezclados crean un conjunto fantásticamente caótico.
Siguiendo con el ciclo de slapstick europeo tuvimos en primer lugar una de las películas más antiguas que he visto de Max Linder, Au Music-Hall (1907), donde hace la típica rutina de borracho que estropea una representación teatral. Detalle curioso: como es un filme tan antiguo que apenas tiene montaje y todo tiene que suceder en un mismo plano, los balcones del público están puestos de forma muy poco realista casi alineados con el escenario para que los espectadores podamos ver tanto a Max haciendo payasadas desde su palco como los patéticos números de variedades que hay sobre el escenario.
Cocl als Hausherr (1913) fue una pequeña sorpresa para mí por constituir el primer ejemplo que veo de cine cómico hecho en Austria y porque el argumento es el mismo que vimos ayer en Duck Soup (1927) sobre dos granujas que se hacen con una casa vacía y la ponen en alquiler. Los protagonistas son también un dúo de cómicos (Rudolf Walter y Josef Holub con el nombre artístico de Cocl y Seff), pero para complicar más las cosas no creo que podamos acusar a Laurel y Hardy de plagio porque Laurel ya había escrito junto a su padre un sketch para el teatro con esta misma premisa en 1905. En esta época en que los artistas tomaban libremente ideas unos de otros la palabra «plagio» se hace difícil de utilizar. En todo caso, aunque obviamente Cocl y Seff (popularísimos por entonces en Austria) no llegan al nivel de Laurel y Hardy, el corto es igualmente divertido, si bien no tanto por ellos como por los excéntricos inquilinos a los que alojan (incluyendo una desastrosa cantante, un tipo aficionado a practicar el tiro en casa y un coleccionista de animales).
Si algo me gusta de Pordenone es que uno no solo viene a descubrir joyas (aunque siempre son bienvenidas) sino a disfrutar de las películas también por lo interesantes que puedan ser o por la forma como reflejan su época – como dije antes, a mí me resulta curioso ver obras menores para entender mejor qué hace que las mejores destaquen tanto y saber cuál era el «estándar» de calidad de la época, que no viene marcado por las grandes obras maestras sino por los filmes medianos. Así pues, si hoy he descubierto de la existencia de Cocl y Seff en Austria, también he tenido mi primera toma de contacto con Walter Forde, quien, según el catálogo del festival, no es que fuera el mejor cómico del cine británico mudo, sino también el único. Cosa extraña, porque viendo Wait and See (1928) – que dirige, escribe y protagoniza – me parece un personaje más bien soso, pero supongo que el público lo sentía cercano. La premisa es muy similar a la posterior Navidades en Julio (Christmas in July, 1940) de Preston Sturges, en que un pobre diablo cae en una broma de unos compañeros de trabajo que le hacen creer que ha heredado una cuantiosa herencia. La primera mitad del filme no tenía nada especial para mi gusto salvo algunos detalles visuales bastante conseguidos pero que no ocultaban un guion sin muchos gags memorables y una historia de amor muy endeble. Pero la clave está en el tercio final, cuando Forde se desmelena y nos ofrece una alocada secuencia en que el protagonista tiene que hacer todo lo posible por llegar a su boda luchando contra mil obstáculos y luego dar con un hombre que puede salvar la empresa del padre de su prometida en una frenética carrera entre coches, trenes y un avión. El cambio de tono se hizo obvio en las numerosas carcajadas que provocaron estos últimos minutos respecto al resto de película, de hecho parece casi un filme distinto. En todo caso, aunque a día de hoy Forde nos parezca un intérprete un tanto soso, cabe decir que en su época tuvo un éxito apabullante en su país. Pero sin duda han envejecido mejor estas frenéticas escenas a lo Mack Sennett que las dedicadas a los personajes.
Todavía mantengo las esperanzas respecto al programa dedicado a más películas del director Mario Bonnard, sobre todo después de que su adaptación de I Promessi Sposi (1927) fuera una de las proyecciones que más me gustaron del año pasado – por cierto, este verano me leí el libro de Alessandro Manzoni en que está basada y se lo recomiendo fervorosamente. Hoy tuvimos un primer aperitivo con el corto de suspense La Nave dei Leoni (1912) donde Bonnard aparece como actor y que tiene los suficientes ingredientes para mantenernos en vilo durante 20 minutos (un barco con leones, un triángulo amoroso, oro de contrabando y un motín… no me nieguen que es una combinación explosiva).
The Last Performance (The Letzte Souper, 1928), realizada en su periplo por Alemania en unos años en que la industria fílmica italiana estaba de capa caída, era uno de los platos fuertes del ciclo de este año pero debo reconocer que no me entusiasmó, en gran parte por su argumento: una historia ambientada en el mundo de la ópera en que un cantante está celoso porque el director de orquesta (un conocido mujeriego) está intentando seducir a su mujer, que es una de las bailarinas. Puntos en contra: un protagonista antipático, una historia sin nada de chispa y un epílogo tan innecesario como aburrido con una investigación policial y una previsible separación-reencuentro. Puntos a favor: está magníficamente dirigida (Bonnard es un director con un muy marcado sentido visual) y cuenta con un clímax espectacular en una representación de ópera en que nos tememos que el protagonista vaya a matar a su rival desde el escenario. La conclusión que saco es que, efectivamente, Bonnard era un gran director pero a la mayoría de sus películas les falta ese «algo» que las hace especiales o las acabe de redondear.
Imagen: Marcello Seregni Collection
A medida que el festival sigue sirviéndonos cada día sus dosis de William S. Hart, seguramente algún asistente o algún lector que va siguiendo mis crónicas acabará llegando a la conclusión de que, sí, ese tipo sería un buen actor o director, pero era un poco limitado porque no hacía más que westerns. Permitidme que discrepe, porque el mejor filme suyo que hemos visto hoy (y uno de los más reseñables de todo este ciclo que se le está dedicando) lo único que tiene de western en realidad es la ambientación. No nos engañemos, Wolf Lowry (1917) es más bien un melodrama con incluso pequeños toques de genteel comedy de la época. En comparación con las otras películas suyas que vimos hoy, ésta se nota que está hecha en el seno de la Triangle (una productora de poca duración cuya finalidad era producir filmes de gran calidad) bajo la tutela de Thomas H. Ince, ya sea por pequeños detalles como los rótulos bellamente decorados con dibujos o por la apariencia tan cuidada del diseño de producción (¿les he dicho ya por milésima vez lo mucho que me gusta cómo Joseph August retrata los paisajes del oeste?).
En cuanto a la historia, Hart encarna al rudo jefe de un rancho que se enamora de una jovencita que se asienta ella sola por su terreno y decide casarse con ella… ignorando que ésta ya tenía un novio, al que ha dado por muerto (si son un poco hábiles habrán deducido que sigue vivo). Me llama mucho la atención ver en la primera parte a Hart desenvolviéndose en registros más cómicos cuando entra en la cabaña de su enamorada y se desenvuelve de forma tan torpe. Y resulta igualmente creíble en su cambio a un registro más trágico cuando descubre la verdad, desvelándonos que era un actor más completo de lo que podría parecer a primera vista. Los otros cortos suyos que vimos eran buenos pero no presentaban casi novedades: The Man From Nowhere (1915) desaprovecha un poco la interesante premisa del malo que le hace creer a Hart que es su amigo cuando en realidad quiere deshacerse de él y «Bad Buck» of Santa Ynez (1915) vuelve a mostrarnos a Hart en su papel de malo con lado bueno, aunque a veces nos resulte un poco exagerado (¿un forajido que luego le construye una muñeca de madera a una niña? ¿En serio?).
Imagen: Academy of Motion Picture Arts and Sciences – Margaret Herrick Library, Los Angeles
Para mí estaba clarísimo cuáles serían las dos proyecciones clave del día, más que nada por ser dos películas que ya conocía y sabía que no podían fallar. La primera es, retomando a la diva Suzanne Grandais, Le Mystère des Roches de Kador (1912) de Léonce Perret, donde ella y Perret dan un cambio de registro radical hacia el drama policíaco. Una de las obras clave del cine francés de los años 10, no la voy a comentar aquí porque por una prodigiosa casualidad tenía ya preparado un post dedicado a ella que publicaré al volver de Pordenone.
Dicho esto, no creo que haya ninguna duda de que la película estrella de hoy y, de hecho, una de las principales de todo el festival ha sido la soviética Las Ruinas de un Imperio (Oblomok Imperii, 1929) de Fridrikh Ermler, que se nos presentaba aquí en su versión más recientemente restaurada incluyendo además numerosas escenas que no estaban presentes en la copia que se ha visto tradicionalmente. Curiosamente la que ha sido siempre la imagen más famosa del filme era una de esas escenas que hasta ahora no han podido verse: un plano de Jesucristo en la cruz con una máscara de gas, que aparece en la escena en que el protagonista hace memoria y le viene a la mente una asociación de imágenes relacionadas con cruces. Aparentemente cuando la película se distribuyó en su momento se hizo en una versión mucho más simplificada para que fuera más comprensible al público, eso sin contar que la censura de muchos países no simpatizaría mucho con esa imagen de Jesucristo. Por otro lado, hemos podido disfrutar además del filme con la banda sonora que compuso en su momento el compositor vanguardista Vladimir Deshevov como acompañamiento musical, en este caso interpretado magníficamente por la orquesta de San Marco de Pordenone dirigida por Günter A. Buchwald.
Al igual que he dicho respecto a la película de Perret y Grandais, no voy a enrollarme aquí sobre la película porque ya la reseñé en su momento (y además he actualizado el post con nuevos detalles referentes a esta versión restaurada), pero sí que les animo encarecidamente a que se hagan con una copia de esta versión restaurada y a que descubran la que es una de las grandes obras del cine soviético.
Imagen: San Francisco Silent Film Festival
Y como sobremesa tras una proyección tan inolvidable, el festival nos propuso un cierre con un corto publicitario y documentales sobre el mundo del cine. El anuncio provenía de Noruega y empezaba en forma de fábula sobre las hijas de un rey que desaparecían misteriosamente del castillo en que estaban resguardadas… y al final descubrimos que se habían ido de compras a unos grandes almacenes (se ve que está basado en una leyenda tradicional… que no acababa con las princesas yendo de compras, claro). Estén tranquilos, el rey al final les perdona porque han sabido aprovechar muy bien las rebajas de primavera con unas compras tan maravillosas. Como ven, los anuncios estúpidos no son cosa de nuestros tiempos.
Los dos cortos alemanes que vimos de cine visto desde dentro son mis favoritos de los que llevo vistos. El primero mostraba en acción a tres de los directores más prestigiosos de por entonces en la industria germánica: Fritz Lang rodando Los Nibelungos (1924), Robert Wiene filmando INRI (1923) y E.A. Dupont encargándose de La Antigua Ley (Das Alte Gesetz, 1923) – que justamente vimos el año pasado en Pordenone. Solo por el placer de ver a estos tres directores en acción, el documental es una maravilla, contrastando el estilo más reposado de Wiene con el tono mucho más nervioso de Dupont, además de poder presenciar cómo Lang le echa la bronca a un extra que va disfrazado de huno con un reloj de pulsera. Pero además podemos ver la preparación de los sets, los ensayos de las grandes escenas de masas, el complejo funcionamiento de los numerosos focos y la construcción de los decorados. Una auténtica golosina para los que adoramos este tipo de cine. El segundo corto, Die Wunder des Films (1928), era también apasionante, explicándonos cómo era el trabajo de los cámaras de documentales (el esfuerzo que suponía conseguir ciertos planos, los recursos que utilizaban, los peligros que corrían…) y al final nos narraba algunos de los trucos más sofisticados de la época como los primeros time-lapse para acabar hablándonos del cine en color, cuya principal técnica (el Technicolor) nos dicen que solo tiene tres años pero que está desarrollándose a tal velocidad que todo parece indicar que el futuro del cine será sin duda en color. ¿Y ustedes qué opinan? ¿Creen que será así?
- Joya a reivindicar: Las Ruinas de un Imperio (Oblomok Imperii, 1929) de Fridrikh Ermler.
- Rótulo del día: «No es que el capataz fuera exactamente odiado, pero muchos desearían ser su dentista«, de Wait and See (1928).
- Detalle a destacar: los vaqueros del rancho de Wolf Lowry (1917) tienen ciertamente un humor muy negro: cuando en cierto momento se enfadan con uno de los cocineros chinos deciden escarmentarle… fingiendo que lo ahorcan para luego dejarlo suelto. ¡Hay que ver qué traviesos son estos cowboys!
- Momento divertido a destacar: dos detalles relacionados con Wenn die Filmkleberin Gebummet Hat… (1925). En primer lugar el nombre de la película que la protagonista está editando, con un nombre pomposamente artístico: «Flores que flotan en el barro». Y en segundo lugar, un pequeño detalle del Bundesarchiv que realizó esta recopilación de cortos de Weimar: después de que este filme acabara con la palabra «Fin» del revés (por culpa del desastroso montaje que ha hecho la protagonista), el siguiente corto del programa apareció con el logo del Bundesarchiv también puesto del revés. ¿Quién decía que los archivistas no tienen sentido del humor?
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