¿Se les ocurre una mejor imagen de bienvenida al festival?
Comentaba Jay Weissberg en la ceremonia de apertura que Pordenone era un sitio en el que poder aislarnos de todos los problemas del mundo durante una semana, algo más necesario que nunca en los tiempos que corren. Es por ello que el último día de festival se caracteriza porque uno empieza a sentir los primeros síntomas del famoso síndrome post-Pordenone; cuando uno debe abandonar esa cómoda burbuja en que ha vivido aislado durante una semana y volver a la realidad y a las aburridas obligaciones cotidianas (como por ejemplo, en el caso de este Doctor, diseñar nuevas armas químicas e instruir a los becarios sobre cómo evitar que se cuelen intrusos en su guarida). No obstante, antes de que eso sucediera Pordenone nos ha ofrecido aun tres días muy intensos, como verán a continuación.
5 de octubre
Herr Caligari empezó su día con el ciclo de Nasty Women, que en esta ocasión nos ofreció algunas de las mejores obras del programa. Tenemos de entrada dos comedias muy divertidas ambientadas en el oeste: The Taming of Jane (1910) de Harry Solter en que un vaquero intenta casarse con la mujer que ama atrapándola con un lazo y llevándola a rastras (¡en el oeste no estaban para romanticismos!) y An Up-to-Date Squaw (1911) de George Le Soir, en que la mujer de un jefe indio se escapa a la ciudad para comprarse ropa de mujer y coquetea con un hombre. Patouillard a une Femme Jalouse (1912) de Roméo Bosetti es la típica historia de mujer celosa que se disfraza para seguir y pillar a su marido in fraganti, y en Lea Bambola (1913) un hombre intenta evitar la pretendiente que le quiere imponer su padre (un hombre disfrazado de mujer ciertamente poco atractivo) diseñando un engaño consistente en traer a casa a su chica haciéndola pasar por una muñeca gigante… ¡todo un precedente de La Muñeca (1919) de Ernst Lubitsch! Menos me gustó The Circus Imps (1920), una comedia sobre dos hermanas que intentan salvar un circo, pero al fin y al cabo no deja de ser un film infantil, y la gracia de Pordenone está no solo en la calidad de la selección de películas sino en la variedad.
Me dejo para el final la absoluta ganadora de esta sesión de cortos: The Night Rider (1920) de Jay Hunt. Adelantándose unas cuantas décadas a Johnny Guitar (1954) de Nicholas Ray, aquí se nos muestra a una jovencita ranchera de carácter duro que no se amilana ante ningún hombre. Cuando un vaquero del pueblo comenta que ésta debería casarse, la impetuosa joven le toma la palabra y le lleva ante un cura a punta de pistola («¡Enhorabuena, te vas a casar conmigo!«). Y cuando en el rancho conoce a otro vaquero más atractivo y se lamenta de no haberlo visto antes para cazarlo, su marido aparece celoso, ante lo cual ella responde persiguiéndole con la pistola y luego obligándole a mirar cómo besa al otro cowboy. ¡Bravo! Una mujer fuerte de verdad que no solo está por encima de su hombre sino que además flirtea libremente con otros. La película además de divertida resulta muy emocionante en su tramo final, en que es ella quien rescata al chico y no al revés. Fantástica.
Domitor, la sociedad dedicada al estudio del cine de los orígenes, nos deleitó seguidamente con un ciclo muy interesante de Tableaux Vivants, es decir, escenas de películas que recrean cuadros. La encargada de diseñar este programa nos hizo una introducción en que resaltaba la importancia de la pintura como referente visual de muchas películas primitivas y, lo más curioso de todo, cómo los referentes pictóricos de la época a menudo eran muy diferentes a los actuales y por tanto algunos «tableaux vivants» que serían obvios para los espectadores de entonces hoy se nos pueden pasar por alto. Ni qué decir tiene, que muchos avispados cineastas tomaban la excusa del referente pictórico para filmar películas un poco eróticas.
La proyección consistía en la imagen de un cuadro seguido de uno o varios cortometrajes que lo evocaban. Inicialmente vimos algunos cortos de Edison que eran «tableaux vivants» tal cual, es decir, un plano fijo que mostraba un cuadro recreado con personas. Pero lo más interesante vino con cortometrajes que narraban historias en las cuales uno de los planos era el «tableau vivant» en cuestión como pueden ver en las imágenes de abajo:
Había varios motivos por los que tenía muchas expectativas de cara al programa del jueves, entre ellos el poder ver los únicos 20 minutos que se conservan de la primera versión que se filmó de El Golem (1915) dirigida por Henrik Galeen. Situada en una época contemporánea (la falta de presupuesto impidió que pudiera estar ambientada en la edad medieval), narra la historia de un judío que encuentra una gigantesca figura de barro, el golem, que al cobrar vida sigue sus órdenes. Viendo estos pocos minutos de film, me aventuro a creer que de haberse conservado, esta versión de El Golem sería sin duda una de las mejores creaciones de su época: el trabajo de ambientación y puesta en escena está cuidadísimo y Paul Wegener (que también encarnaría al golem en la versión más célebre de 1920) está portentoso en su papel. Por desgracia solo se ha conservado la escena en que el golem cobra vida y el desenlace, pero estos minutos hacen intuir una obra realmente magnífica. Ojalá alguna filmoteca nos dé una sorpresa un año de estos encontrando el resto de película…
Otro de los grandes alicientes de esta edición para mí era ver la versión restaurada de la película más antigua que se conserva de uno de mis directores favoritos: F.W. Murnau. La copia que este Doctor poseía en su archivo de Der Gang in Die Nacht (1921) estaba incompleta (le faltaba el tercero de sus cinco actos), no poseía rótulos y era de una calidad pésima. Pero ahora gracias a una reciente restauración de la Filmoteca de Munich por fin podemos ver la película entera y a buena calidad.
El protagonista es un médico que abandona a su prometida para casarse con la bailarina de un cabaret de la que se ha enamorado profundamente. Juntos inician una nueva vida en el campo y el doctor conoce a un misterioso personaje: un pintor ciego a quien cree que puede hacer recuperar la vista. Der Gang in Die Nacht es una película que destila romanticismo (en el sentido germánico, no sentimental) por todas partes hasta rozar en ocasiones lo delirante. Tenemos al genial Conrad Veidt encarnando al pintor con una actuación tan torturada que es casi excesiva, a una bailarina que para superar el miedo a una terrible tormenta se pone a bailar mientras afuera caen rayos y truenos (¡una imagen así solo sería posible en una película alemana de esta época!) y a un marido que, enloquecido por perder a su mujer, se abraza a su vestido. No es una de las mejores de Murnau, pero cualquier material suyo que nos llegue hoy día es un regalo.
Y si hasta ahora parecía que el día iba bien, por la noche mejoró aún más con la proyección de mi película favorita del festival hasta ahora: La Femme Rêvée (1929). ¿Se acuerdan de Jean Durand, ese tipo que dirigía westerns y cortometrajes cómicos? Pues aquí nos sorprende con un extraordinario y ambicioso melodrama de dos horas. Situado en Sevilla y París, explica la historia de Mercedes, una joven criada de forma estricta y rigurosa en su lujosa casa sevillana, donde vive confinada para que no se contamine del mundo exterior. Pero un buen día entra en su vida Angel, un burgués parisino que sufre un accidente de coche cerca de su casa que le deja temporalmente ciego. La familia de Mercedes le acoge durante su recuperación, y la muchacha y él se enamoran, de modo que escapan juntos a París. Pero ahí la joven debe adaptarse a un nuevo ritmo de vida y a una serie de problemas: los celos de Suzanne, la ex-amante de Angel, y los continuos flirteos de Harry, un bailarín profesional.
La Femme Rêvée es un drama de una delicadeza excepcional, algo que entendió la pianista que le puso la música, Maud Nelissen, con un acompañamiento sublime y muy adecuado al tono de la película. Pese a que la historia en apariencia no tiene nada de excepcional, el film destaca por la forma como trata las relaciones humanas, tomándose su tiempo en tejer los diferentes enredos y las motivaciones de cada personaje, como la imposibilidad tanto de Angel de conseguir su «mujer soñada» (una combinación de Mercedes y Suzanne) como de Mercedes de convertirse en una mujer de sociedad. Pero además el guión evita dividir a los personajes en buenos y malos, y otorga humanidad también a Harry e incluso a Suzanne (que en el fondo solo se venga porque ha perdido al hombre que ama); eso sin olvidar siquiera a personajes secundarios como Mariano, el mejor amigo de infancia de Mercedes, condenado a no ser nunca correspondido y que protagoniza el melancólico plano final del film. Es una película llena de matices e ideas (por ejemplo el contraste entre Sevilla y París) y con un gran reparto en el que destaca un inmenso Charles Vanel como Angel. En su momento la película pasó totalmente desapercibida al estrenarse justo con la llegada del sonoro, y ha estado olvidada durante décadas. Es una de esas joyas inéditas que festivales como éste deben reivindicar.
Y por si esto fuera poco, acabamos la noche con otra fantástica película del ciclo escandinavo: La Novia de Glomdal (Glomdalsbruden, 1926) del danés Carl Theodor Dreyer. Se trata de una producción noruega cuyo argumento estoy seguro que serán capaces de adivinar…. ¡sí! ¡sobre dos jóvenes granjeros que no pueden casarse! Pero no se preocupen, el tratamiento es muy diferente a las otras dos que vimos sobre el mismo tema. Dreyer le da a este film un tono mucho menos grave que los anteriores del ciclo y opta por un acercamiento casi bucólico, en que el motivo que separa a los dos jóvenes se resuelve cuando aún queda buena parte del metraje y sin apenas grandes sobresaltos. El director en cambio nos ofrece algunos momentos de una gran hermosura aprovechando el entorno y solo es en el tramo final cuando decide recrear una escena con cierto suspense en un río, quizá para compensar que hace ya rato que el conflicto desapareció. Siendo una película más modesta que las otras dos del ciclo escandinavo que tratan sobre el mismo tema, a mí me gustó más.
- Joya a descubrir: La Femme Rêvée (1929).
- Mi momento favorito: la escena del reencuentro de La Femme Rêvée (1929) con una interpretación desoladoramente emotiva de Charles Vanel.
- Mi segundo momento favorito: el estremecedor despertar del golem en la película de idéntico título.
- Detalle a destacar: me resulta entrañable cuando en los cortometrajes primitivos se ve a gente de la calle contemplando a los actores de la película en acción. En Patouillard a une Femme Jalouse (1912) se podía ver a un grupo de personas mirando divertidos a los dos cómicos protagonistas de la máquina excavadora. ¡Qué tiempos cuando uno podía encontrarse por la calle estos rodajes medio improvisados!
- Por cierto, si el gran tema del año pasado era la revolución bolchevique (no recuerdo cuántas películas vimos ambientadas en ese periodo), éste es sin duda la ceguera. ¡Sin contar el ciclo de cortos dedicado al tema, ya me salen tres películas más en que se trata ese problema!
6 de octubre
Entramos en la recta final, algo que se nota porque algunos de los ciclos nos empiezan a ofrecer ya sus últimas proyecciones. Hoy por ejemplo hemos visto la última sesión dedicada a westerns europeos con dos de los títulos más interesantes del programa. Sulla Via dell’Oro (1913) de Baldassarre Negroni nos era familiar a los asistentes a Pordenone porque el plano más conocido de la película se ha utilizado como una de las imágenes publicitarias del festival: varios vaqueros formando un puente humano entre dos lados de un precipicio para que el resto puedan pasar por encima (de hecho el título que tiene el film en inglés es «The Human Bridge»). Más allá de esa espectacular imagen, Sulla Via dell’Oro, que narra el enfrentamiento entre dos familias a raíz del descubrimiento de un yacimiento de oro, es uno de los mejores westerns de este ciclo destacando sobre todo por lo conseguida que está la caracterización de los personajes y el entorno.
El siguiente que vimos era uno danés, y no una obra de poca monta, sino una película dirigida por alguien tan prestigioso como Holger-Madsen y protagonizado por el reputado actor Valdemar Psilander. Manden uden Fremtid (1916) en realidad toca el western de forma tangencial muy al principio de la película, narrándonos como una joven de familia rica conoce a un cowboy del que se enamora pero se ve obligada a rechazarlo porque no tiene futuro… sin saber que hace poco el cowboy ha descubierto que procede de una familia noble británica. La película nació como una iniciativa del propio Valdemar Psilander, el actor más célebre de Dinamarca, que siempre había sentido fascinación por la cultura americana y quería interpretar a ese prototipo de vaquero extrovertido y honesto a lo Douglas Fairbanks. Se hace curioso verle en un papel tan relajado en contraste con otras películas suyas y tiene algunas escenas especialmente divertidas, como cuando cabalga vestido de vaquero por las calles de Londres perseguido por un policía.
Seguimos con Dawn (1928) de Herbert Wilcox, un film británico que narra la historia real de Edith Cavell, una enfermera que fue fusilada durante la I Guerra Mundial por los alemanes por haber ayudado a salir de Bélgica a varios prisioneros evadidos. El caso Cavell fue durante el conflicto bélico muy sonado y se utilizó como ejemplo propagandístico de las atrocidades del ejército germano, capaces de fusilar a una inofensiva enfermera. Se comentaba incluso que un miembro del pelotón se negó a disparar y fue ejecutado por desobediencia. Pero cuando Wilcox inició el proyecto se encontró con multitud de problemas burocráticos para llevarlo adelante, puesto que en esa época se pretendía mantener una actitud más cordial hacia Alemania y no reavivar sentimientos antigermánicos. De modo que el rodaje fue casi saboteado por quejas de diplomáticos alemanes y se estrenó en Reino Unido en una versión censurada, que suavizaba el final sin mostrarnos cómo se mataba al soldado que se negaba a disparar a la enfermera. En Pordenone tuvimos la suerte de poder ver ese final y el original, que reflejaba con detalle la ejecución del soldado disidente y de la enfermera.
No obstante, pese a tanto revuelo, la película en sí misma está bien pero sin ser nada del otro mundo. Empieza de forma muy emocionante narrando cómo Cavell ayuda a escapar a un muchacho, pero cuando ésta es detenida el guión se vuelve demasiado discursivo, enfatizando algo que ya sabemos (la crueldad del enemigo hacia una mujer que solo quería salvar a unos soldados de la muerte). El desenlace ataca de forma directa al patriotismo como una forma de esconder actos de violencia y crueldad hacia los demás, un mensaje que me temo sigue teniendo relevancia hoy día, pero aunque coincidamos con lo que denuncia sigue pareciéndome una película demasiado apoyada en su mensaje.
Cambiando radicalmente de tono, pasamos a otra selección de cortos de «Nasty Women», que a estas alturas podemos decir que es uno de los mejores ciclos de este año. Tenemos por ejemplo a Madame Cunégonde en dos películas bastante divertidas: Cunégonde Femme Cochère (1913) en que un mago hace desaparecer continuamente el coche a caballos que utiliza para transportar pasajeros, y Cunégonde Trop Curieuse (1912) en que un vecino le gasta una broma pesada por ser tan chafardera atrapando su cabeza por la ventana y humillándola. También tenemos a una tal Lea provocando caos en Lea in Ufficio (1911) – donde entra a trabajar en un banco y todos los empleados se vuelven locos por ella, es lo que tiene que las mujeres se incorporen al mundo laboral – y Lea sui Pattini (1911); o un film muy divertido, Everybody’s Doing It (1913), en que un solterón se siente marginado en su día a día porque todo el mundo a su alrededor está emparejado menos él. Pero el ganador absoluto de esta sesión fue la delirante comedia She’s a Prince (1926) en que una chica va a una sesión de iniciación de una organización secreta de flappers (!!) que me recuerda mucho a uno de mis cortos de animación favoritos de los inicios del sonoro. Más adelante se complica la cosa en un hotel cuando la confunden a ella con un príncipe y se producen todo tipo de malentendidos de identidad y género. Maravillosamente absurda y divertida.
Ciertamente, Pordenone es una montaña rusa de emociones, porque de aquí pasamos a otro radical cambio de tono con una de las mejores películas del ciclo escandinavo: A Mother’s Fight (Thora Van Deken, 1920) de John W. Brunius, un tensísimo drama sobre una mujer que acude al lecho de muerte de su ex-marido al enterarse de que éste no va a legar su herencia a su hija. Para protegerla, roba la última versión del testamento y hace creer que su marido cambió de idea al último momento, algo que muchos están convencidos de que es falso. En comparación con las otras obras del ciclo, éste es un drama de cámara centrado en interiores, con un tono grave y pesaroso. La actriz protagonista, Pauline Brunius, está excelente en su papel de madre, y el guión se desmarca con algunos detalles bastante complejos para la época como unos breves flashbacks que nos ponen en situación en mitad de la trama. Quizá su tono tan grave y su ritmo lento no la convierta en una obra de fácil visionado, pero para mí es otro de los grandes descubrimientos de este año.
Cuando uno se encuentra en los últimos días del festival es inevitable que algunas proyecciones se acaben convirtiendo en una batalla contra el sueño. En mi caso eso fue lo que sucedió con The World and its Woman (1919) de Frank Lloyd, una producción hollywoodiense sobre la revolución soviética a mayor gloria de la célebre actriz Geraldine Farrar que para mí pasó sin pena ni gloria. Entretenida, con los clichés habituales, no ofrece ni más ni menos de lo esperado.
Por suerte, este Doctor consiguió despejarse para la sesión nocturna, que nos ofrecía una última cita con la sensual Pola Negri. Mania, la Historia de una Empleada de una Fábrica de Tabaco (1918) de Eugen Illés es sin ningún lugar a dudas la mejor película del ciclo dedicado a la Negri, una obra en que su capacidad de conquistar a la cámara no hace que se acabe adueñando del film. Hay un trabajo magnífico no solo de dirección sino también de diseño de producción, lo cual no debería extrañarnos sabiendo que esto último es obra de Paul Leni, quien posteriormente iniciaría una carrera como director. Aquí Negri deja de lado su faceta femme fatale y nos ofrece su lado más trágico, interpretando a una joven que se sacrifica para que su hombre amado, un compositor, pueda estrenar su ópera. Pero aunque opte por este tipo de papel, sigue manteniendo su capacidad de seducción e incluso nos ofrece un baile y un gran final trágico. Porque incluso cuando encarnaba a personajes más modestos, Negri siempre optaba por acabar a lo grande.
- Joya a descubrir: A Mother’s Fight (Thora Van Deken, 1920).
- Mi momento favorito: la ceremonia de iniciación flapper en She’s a Prince (1926). Surrealismo en estado puro.
- Rótulo favorito: siguiendo con She’s a Prince (1926): «Haré lo que sea para entrar en esa sociedad de flappers. Incluso aprender a cocinar si es preciso«.
- Detalles a destacar: este año está habiendo algunos problemas con los subtítulos de algunas películas. The Island Girl (1933) se proyectó solo con subtítulos en italiano, obligando al festival a hacer otra proyección subtitulada en inglés para esos infelices que no entienden el japonés y/o italiano como Herr Caligari (que, como ya sabrán, domina unas 23 lenguas distintas). Hoy pasó lo mismo con Manden uden Fremtid (1916), pero un miembro de la filmoteca danesa salvó la situación traduciendo los rótulos al inglés en vivo.
7 de octubre
Durante la proyección de una de las películas del sábado – más concretamente Seven Footprints to Satan (1929) – el cartel inicial de esta versión de la cinta la anunciaba como una «película sonora», un hecho que provocó entre los asistentes algunos murmullos de perplejidad y alguna sonrisa. Pero no hay que alarmarse, era realmente la versión muda. Se confirmaba que seguíamos bajo el hechizo de Pordenone, en ese extraño lugar en que durante una semana parece que no exista el cine sonoro… pero por poco tiempo, puesto que ya era el último día.
Realmente el sábado hacía un día precioso en este pueblo del norte de Italia, y a uno le tentaba pasarse el día realizando excursiones al aire libre, pero no podía ser. De hecho, así como otros años la última jornada acostumbraba a ser algo más light (por ejemplo con alguna proyección menos de lo habitual), éste fue al contrario y realicé la heroica gesta de verme todos los films del día. Empecé con un par de documentales soviéticos de los cuales destaca sin duda Feat in the Ice (Podvig Vo L’Dakh, 1928) de Sergei y Georgii Vasiliev, una película muy interesante y de hecho mucho más emocionante que otras de ficción. Versa sobre varias expediciones al Ártico para rescatar al explorador Umberto Nobile y su equipo, que se habían quedado atrapados a raíz de un accidente. Dichas expediciones contaban con cámaras entre su equipo, de modo que se pudo documentar su día a día y los problemas a los que tuvieron que enfrentarse para abrirse paso a través del hielo y las tormentas. Otro de los exploradores que se lanzó a la búsqueda de Nobile es el célebre Roald Amundsen, a quien perdemos de vista a medio film. Hacia el final se nos anuncia que estos héroes soviéticos iniciarán una nueva expedición para dar también con el célebre explorador noruego, pero como sabemos hoy día eso nunca sucedió, puesto que Amundsen y su equipo nunca fueron encontrados.
Volvemos a tierras escandinavas con una de las primeras películas de importancia del cine finlandés: Anna-Liisa (1922) de Teuvo Puro, basada en una obra de teatro de una escritora feminista, algo que se nota en lo atrevido del tema. Es curioso constatar cómo buena parte de las películas de este ciclo tienen como título el nombre de su protagonista femenina. De hecho casi todas estas películas tratan en el fondo sobre las injusticias a las que dichas mujeres son sometidas. En la mayoría de obras el conflicto radicaba en que éstas no podían escoger libremente el hombre con el que casarse (en la película de Dreyer la protagonista se quejaba de ser tratada como un objeto con el cual su padre ha comerciado), y en ésta que nos ocupa el problema de fondo radica en el ideal de pureza y virginidad que están obligadas a mantener.
La joven Anna-Liisa es una hija de granjeros a punto de casarse que guarda un oscuro secreto: años atrás quedó embarazada de un jornalero que la abandonó para buscar fortuna y, para que no se descubriera la verdad, mató a su hija al poco de nacer. Cuando éste vuelve la chantajea con revelar lo sucedido si no se casa con él. El drama está servido. Aunque el argumento parezca el de un clásico melodrama, en realidad se le da un tratamiento muy distinto al guión, enfatizando más la búsqueda que emprende la protagonista para hallar la paz consigo misma por lo que ha hecho. Como todas las películas de este ciclo, a partir de una premisa de culebrón se nos ofrece un tratamiento inusitadamente maduro de un tema de por sí bastante complejo.
Si pensamos en una película que tiene como título Seven Footprints to Satan (1929) y que está dirigida por el danés Benjamin Christensen – conocido sobre todo por Häxan (1922) – inevitablemente nos vendrá a la mente una película de terror de temática sobrenatural, ¿verdad? Pues no es así. Pese a su aterrador título, Seven Footprints to Satan es una comedia que parodia el cine de misterio y terror a partir de la historia de un pobre tipo que es conducido junto a su prometida a una extraña casa poblada de freaks y llena de trampas mortales. A los pocos minutos es fácil deducir qué está pasando realmente, pero no importa porque el film resulta entretenido y hay que reconocer que en su absurdez es muy imaginativo. No obstante le achaco que llega un punto en que no deja de ser una acumulación de situaciones extrañas sucediéndose sin parar, de manera que al final se acaba perdiendo el efecto sorpresa o incluso el suspense. Es una película interesante que destaca por su abierta excentricidad pero no puedo evitar pensar que hubiera preferido que Christensen hubiera dirigido en América obras más cercanas a su estilo, y que es una pena la tendencia de Hollywood a traerse talentos de fuera para luego a menudo no saber aprovecharlos.
Y de un danés pasamos a otro, en este caso con la última obra del ciclo escandinavo: The House of Shadows (Morænen, 1924) de A. W. Sandberg, otro de los grandes nombres de la cinematografía danesa (del cual quizá les resulte familiar alguna de sus dos versiones de Klovnen). No me andaré con rodeos: The House of Shadows es la mejor obra de las que vimos del programa escandinavo. Una película oscurísima desde la escena inicial, en que vemos a uno de los personajes principales, un padre de familia, quejándose amargamente «Sol resplandeciente, ¡te odio!«. Empezar un film con este rótulo es toda una declaración de intenciones. El patriarca Thor Brekanæs vive amargado en su casa señorial porque el hijo que le ha dado su mujer es ilegítimo (¿recuerdan lo que comenté antes sobre el papel de las mujeres en este ciclo de películas?) y eso ha manchado para siempre su linaje. La odia a él y a su hijo, hasta el punto de que cuando ésta amenaza con suicidarse, él le replica que primero tiene que dar a luz al segundo hijo que lleva en su vientre (el cual sí que sería legítimo suyo), pero después de eso no le importa si se lanza al río. Dicho y hecho, poco después de dar a luz, la pobre mujer decide ahogarse. Pasan los años y los niños ya son adultos. A su hijo ilegítimo lo odia, mientras que su verdadero hijo es un idiota sin esperanzas. A cambio ha adaptado a una bella muchacha a la que quiere obligar a casarse con el hijo de un jornalero, al que ha tomado como protegido suyo aconsejándole (es decir, obligándole) a estudiar derecho.
No, no es otro film sobre triángulos amorosos. El hijo del jornalero ama a la muchacha pero no quiere casarse con ella contra su voluntad, de hecho pese a ser el protegido del anciano le odia por haberle obligado a seguir una carrera que no le corresponde. La puesta en escena es casi tenebrista, centrada más en unos interiores que recrean un ambiente asfixiante dominado por el odio y el rencor. La película es perturbadora por todas las emociones intensas que recrea, de ésas que dejan huella tras el visionado. Sin duda uno de mis descubrimientos de esta edición.
Otro de los rasgos que más me gustan de Pordenone es que es un festival donde se proyecta todo tipo de material mudo. Y eso incluye no solo ficción y documental, sino que alguna vez he visto también anuncios, trailers y películas con propósitos científicos. Una de las obras más escalofriantes del festival corresponde a este último tipo: las grabaciones que hizo un neurocirujano a pacientes con secuelas de la I Guerra Mundial. El plano de uno de esos pacientes tumbado en un colchón mientras tiene espasmos y pequeñas convulsiones es para mí uno de los que más se me ha quedado grabado en la cabeza. Dicho corto vino acompañado de otros más convencionales vinculados a la Gran Guerra como La Femme Française pendant la Guerre (1918) – sobre el papel de las mujeres durante el conflicto bélico – o el precioso corto de ficción Noel de Guerre (1916), sobre un niño que vive en situación de pobreza con su madre mientras su padre está en el frente. Cuando envía una carta a Santa Claus pidiendo juguetes nuevos por Navidad, ésta llega a manos de un cartero que acaba de perder a su hijo y decide regalarle los que le pertenecían a su pequeño.
Entrando ya en la recta final, comento brevemente dos películas menores de apenas una hora de duración que también pudimos ver este sábado. The Deadlier Sex (1920) de Roger Thornby es una comedia más simpática que divertida sobre una muchacha que urde una conspiración para llevar a un agente de bolsa obsesionado con el dinero a un paraje perdido en la montaña, donde tendrá que valerse por sí mismo sin ayuda del todopoderoso dólar. Entretenida, con un buen papel de su protagonista Blanche Sweet y la curiosidad de ver a Boris Karloff en un personaje secundario, no me encantó pero ofrece un rato agradable y tiene algunos gags bastante conseguidos. En cambio Careers (1929) de John Francis Dillon no hay por donde cogerla. Un drama ambientado en Saigón donde un miembro del gobierno francés se dedica a ascender únicamente a los funcionarios cuyas esposas han accedido a sus flirteos. La película es tan tonta como parece sugerir su argumento; torpemente dirigida y con exceso de rótulos que delatan su origen teatral, solo se puede argüir en su favor que, al ser una copia a la que faltan escenas, quizá en su totalidad consiguiera funcionar de alguna manera, pero lo dudo.
Y pasemos ya a la ceremonia de clausura del festival, que incluyó un corto recientemente descubierto de Méliès, Le Rosier Miraculeux (1904), y la proyección con orquesta de El Príncipe Estudiante (1927), de Ernst Lubitsch. ¿Y qué decir sobre esta pequeña maravilla? Que para mí es la mejor obra de la etapa muda de Lubitsch. Que es una de las películas más perfectas que filmó ese genio, en que cada escena está calibrada a la perfección. Que tiene tantísimos pequeños detalles que muestran el cuidado que puso su creador para darle el tono adecuado a la historia que serían demasiados de enumerar. Que resulta el punto intermedio perfecto entre la comedia y el drama. Y que funciona como el clásico cuento del príncipe enamorado de una plebeya, pero también como reflexión sobre la pérdida de la juventud y la entrada en las obligaciones de la edad adulta. ¿Quién no se ha sentido alguna vez identificado con ese momento en que el príncipe vuelve a los escenarios de su época de estudiante para descubrir que ya nada es como antes, y que ya no puede recrear esos viejos tiempos?
Viendo la escena en que el príncipe se ve obligado a abandonar Heidelberg para retomar sus obligaciones y hace su maleta con mirada triste y melancólica, este Doctor no podía evitar sentirse identificado; porque al igual que él, los asistentes a Pordenone tendríamos que preparar en unas horas nuestro equipaje para volver al mundo real. Seguramente no sea más que una casualidad, pero realmente esta obra maestra de Lubitsch era ciertamente la película más adecuada para dar fin a esta maravillosa semana.
- Joya a descubrir: The House of Shadows (Morænen, 1924)
- Mi momento favorito: casi cualquier escena de El Príncipe Estudiante (1927): el desastroso examen, los mayordomos intentando jugar a la pelota con el príncipe, las entrañables fiestas ahogadas en cerveza…
- Rótulo favorito: el primero que aparece en The House of Shadows (Morænen, 1924): «Sol resplandeciente, ¡te odio!«. Haciendo honor a su título.
- Detalle a destacar: es refrescante constatar que, en el final de The Deadlier Sex (1920), aunque acaben casados los dos antagonistas la chica se mantenga dura hasta el final. Cuando él propone hacer las paces y reconciliarse, ella se lo toma como un gesto condescendiente y se lanza a una frenética carrera para intentar vencer a su rival y demostrarle de lo que es capaz.
Epílogo
Y como siempre, un pequeño resumen de mis impresiones generales:
- Mejores descubrimientos:
- La Femme Rêvée (1929) de Jean Durand.
- The House of Shadows (1924) de A. W. Sandberg.
- A Mother’s Fight (1920) de John W. Brunius.
- The Island Girl (1933) de Hotei Nomura
- An Unprecedent Campaign (1931) de Mikhail Kaufman.
- Mejores cortometrajes:
- Rosalie et son Phonographe (1911) de Roméo Bosetti.
- Le Railway de la Mort (1912) de Jean Durand.
- She’s a Prince (1926) de Marcel Perez.
- Mayor decepción: Fauno (1917) de Febo Mari.
- Mejores acompañamientos musicales:
- Günter Buchwald y Romano Todesco en Mediolanum (1933), plasmando a la perfección el estilo tan vanguardista de la película.
- La delicada sensibilidad al piano de Maud Nelissen en La Femme Rêvée (1929).
Pordenone 2018
Siendo un genio del mal siempre tan ocupado, Herr Caligari no puede saber con tanta antelación si el año que viene podrá volver a acudir a Pordenone, pero desde luego no será por falta de ganas ya que de momento están ya pensados los siguientes ciclos:
- La segunda parte de joyas escandinavas.
- Películas japonesas de finales de la era muda (estaba pensado para esta edición pero al final solo tuvimos dos).
- Y John M. Stahl. El que parece que será el gran ciclo del año que viene irá dedicado a la etapa muda de este realizador, algo que celebro porque una cosa que eché en falta este 2017 fue un programa dedicado a algún cineasta a redescubrir (los años anteriores tuvimos a Yakov Protazanov, Victor Fleming y John H. Collins).
El equipo de profesionales que llevamos esta web esperamos que hayan disfrutado de nuestras crónicas de Pordenone.