Suspense (1913) de Lois Weber y Phillips Smalley

Cada vez más se está reivindicando el papel de las mujeres cineastas en ámbitos tan diversos como el guion, la edición y la realización. Aquí no quisimos ser menos y hace tiempo dedicamos un post a las directoras más importantes de la era muda, entre las cuales destacan especialmente dos nombres: Alice Guy y Lois Weber, que es la que nos ocupa hoy.

No obstante, la necesidad de recuperar a estas pioneras puede acabar, paradójicamente, volviéndose en su contra, porque puede llevar a la idea equivocada de que Lois Weber necesita un apoyo especial para destacar su nombre, que lo que la hace digna de mención es la rareza de ser una mujer en un mundo de hombres; y en realidad las películas de Lois Weber se reivindican por sí solas, al margen de que las haya dirigido una mujer. En otras palabras, su nombre debería ser recordado a la hora de repasar las primeras décadas del cine sin necesidad de hacer una reivindicación feminista (que nunca está de más, obviamente), ya que su importancia histórica como directora, al margen de su género, se sustenta por sí sola – no en vano en cierto momento de su carrera fue la directora mejor pagada de Hollywood.

Como argumento a su favor rescatamos el que quizá sea su filme más recordado, Suspense (1913). La historia no es nada especialmente novedoso, de hecho es calcada a The Lonely Villa (1909) de Griffith – que a su vez estaba “inspirada” en otros cortometrajes de la época siguiendo la misma premisa. Una mujer se queda sola en casa con su bebé cuando un vagabundo irrumpe en el interior. Desesperada, llama a su marido, quien acude corriendo desde su oficina para rescatarla antes de que sea demasiado tarde.

El hecho por el que la película es más recordada es por su sorprendente utilización de la pantalla partida (ya utilizada anteriormente por cineastas como Albert Capellani pero que pronto cayó en desuso y no se volvió a popularizar hasta los años 60) alternando en un mismo plano lo que sucede en tres espacios diferentes al mismo tiempo. Aquí cobra sentido sobre todo en el plano en que la protagonista (la propia Lois Weber) llamada a su marido y, mientras hablan, vemos cómo el vagabundo corta el cable del teléfono. ¡Horror!

Y no se crean que el uso de la pantalla partida es una forma de crear suspense por no saber desenvolverse con la edición, porque posteriormente comprobamos cómo Weber maneja con soltura el clásico montaje de rescate al último momento que Griffith puso de moda. No, aquí la directora emplea dos técnicas distintas según las necesidades de cada situación, y eso es lo que hace que Suspense sea tan interesante.

Pero esperen, ¡hay más! El filme tiene algunos planos cuya composición es realmente muy avanzada para la época. Pienso por ejemplo en los planos del marido en coche en que vemos en el espejo retrovisor a la policía, y que requirieron un trabajo bastante cuidado de encuadre.  Y no se quedan atrás dos maravillosos planos del vagabundo que lo convierten en una presencia especialmente amenazadora y que creo que hoy día siguen poniendo los pelos de punta. El primero es uno bastante célebre en que se muestra al vagabundo en picado desde la ventana en que le observa la protagonista. El momento en que éste mira hacia arriba y sus ojos se encuentran con los nuestros es escalofriante, y no me extrañaría que Hitchcock lo tuviera en mente para el fatídico momento de La Ventana Indiscreta (1954) en que el asesino mira a cámara sabiéndose observado por primera vez.

El otro plano tiene reminiscencias, una vez más, de Griffith, en este caso de Los Mosqueteros de Pig Alley (1912), cuando el vagabundo sube las escaleras y se acerca a cámara hasta invadir de forma amenazadora todo el encuadre. Me parece muy interesante la forma como ese plano y el anterior juegan con el miedo del espectador a ser “atacado” por el personaje, a que éste descubra nuestra presencia como voyeurs (algo muy claro en el plano de la mirada a cámara) o a que atraviese la pantalla hasta nosotros (véase el plano de las escaleras); y sin duda en su época debieron poner los pelos de punta al público, que por un momento debieron sentirse menos seguros en su posición de espectadores.

En definitiva, se trata de una de las películas más importantes de esa época de transición del cine primitivo al clásico y la prueba de que Lois Weber merece ser recordada no solo por su condición de mujer en un contexto sexista. Imprescindible.

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