Definitivamente una autobiografía de Mack Sennett es un libro que tiene ganado mucho de antemano, ya que se trata de una de esas personas que tenía tanto que contar y que había hecho tantas cosas interesantes que una autobiografía suya difícilmente podría fallar.
Aunque no fue el creador de la comedia fílmica como se ha dicho a menudo, sí que fue el gran propulsor del género creando en 1912 su famoso estudio Keystone, del cual surgieron cientos de comedias que tuvieron un éxito arrollador y que convirtieron el slapstick en uno de los géneros más exitosos del cine mudo. Teniendo en cuenta los talentos que descubrió (Mabel Normand, Chaplin, Roscoe Arbuckle, Harry Langdon, Gloria Swanson) y lo importantísima que fue su aportación a la comedia, su autobiografía promete ser un jugoso caramelo para cualquier cinéfilo.
En ese sentido no decepciona, el libro está narrado de forma muy amena, se lee rápido y recoge toda su ascensión, desde sus humildes orígenes en una familia obrera canadiense hasta convertirse en uno de los hombres más importantes de Hollywood. Como todo hombre hecho a sí mismo, Sennett siente un nada disimulado orgullo hacia su ascendiente carrera y sus logros, pero como hombre formado en el mundo del espectáculo tampoco olvida que lo más importante es entretener al público y no deja de adornar la narración de anécdotas y detalles que divertirán al lector.
Sus inicios destacan por su tenaz perseverancia en no pasarse la vida trabajando en una fábrica como su familia y los intentos de ese inocente y grandullón joven de origen irlandés por abrirse un hueco en el mundo del espectáculo como cantante animado por su potente voz. Marie Dressler, futura protagonista de su largometraje Tillie’s Punctured Romance fue la que se compadeció de un ilusionado Sennett ayudándole a entrar en el mundo del espectáculo donde empezó, según dice Sennett, de una forma muy poco honorable: haciendo de los cuartos traseros de un caballo de mentira. Esta parte de la historia sobre sus inicios en Nueva York está adornada con detalles sobre su precaria situación y sus trucos para seguir adelante, la persistencia de su madre para que continuara por mucho que le costara y sus devaneos en el mundo del espectáculo… hasta que apareció Griffith.
Cuando Sennett se incorporó a la Biograph como actor poco podía imaginar hasta qué punto iba a cambiar su vida. Su perspicacia le hizo ver que en las películas estaba el futuro, y también que el talentoso Griffith iba a hacer algo grande en ese mundo, así que no le quitó el ojo de encima en ningún momento. Observaba con detalle cómo dirigía sus películas y estaba siempre en el plató aún cuando ese día no tuviera que actuar, solo para tomar nota de todo lo que hacía su jefe. También dice que solía acompañar al director en los paseos que daba, en los cuales anotaba mentalmente todo lo que éste le explicaba sobre el medio cinematográfico y, a cambio, Sennett le confió la gran baza que tenía planeado utilizar cuando tuviera una oportunidad: hacer películas en que los policías fueran personajes cómicos. Su teoría era que al público le encantaría ver a una figura autoritaria convertida en protagonistas de comedias. Griffith no le hizo demasiado caso, pero el tiempo le dio la razón a Sennett.
Después de probar suerte escribiendo guiones, Sennett consiguió dirigir sus primeros cortos, que no tardaron en tener éxito. En 1912, dio el salto definitivo al trasladarse a Hollywood con los cómicos de su troupe fundando la Keystone.
La imagen que da Sennett de la Keystone es el de un caótico y alocado estudio en que los guionistas urdían todo tipo de estratagemas para dormir o hacer el vago sin que nadie se diera cuenta mientras gente extraña de todo el mundo llegaba para pedir un puesto de trabajo y, encabezando todo ese tinglado, estaba el poderoso Sennett en lo alto de su torre, vigilando todo desde su bañera.
Por otro lado, su forma de hacer sus primeros cortometrajes también parece obedecer mucho a la improvisación, como deja bien claro contando cómo A Muddy’s Romance se inició simplemente al saber que iban a drenar un lago, lo cual le pareció a Sennett una excusa suficiente para llevar a su equipo ahí a improvisar un corto.
No faltan por supuesto las menciones a los grandes artistas que pasaron por su estudio: Ford Sterling, Chaplin, Harry Langdon, Roscoe Arbuckle y, por supuesto, Mabel Normand. Y es que entre otras cosas, El Rey de la Comedia es una declaración de amor a su adorada Mabel. A lo largo del libro no escatima espacio para recordar una y otra vez lo maravillosa que era y remarcar que era la mejor actriz cómica del mundo. Su complicada relación es uno de los ejes de la biografía, esa atracción mutua que no acaba de funcionar del todo por uno u otro motivo y que provocó que nunca llegaran a casarse aún estando a punto en más de una ocasión. Obviamente Sennett solo nos muestra su versión de los hechos, pero resulta innegable que aún en la época en que escribió el libro seguía obsesionado con ella.
Sin embargo, si algo se le puede achacar al libro es por ejemplo que en la parte final Sennett dedica demasiadas páginas a la misteriosa muerte de William Desmond Taylor (uno de los grandes escándalos de la era muda), seguramente debido a que ese suceso afectó profundamente a la carrera de Mabel. En ese punto en mi opinión se desvía demasiado de la línea general entrando en demasiados detalles poco interesantes – al menos en comparación con la primera parte del libro.
También se le puede achacar el hecho de que su soberbia le juega malas pasadas. La más destacable es el atribuirse el descubrimiento de Buster Keaton, mérito que se adueña como propio y repite en varias ocasiones aún siendo totalmente falso (Keaton nunca trabajó en la Keystone y su descubridor fue Roscoe Arbuckle), así como su visión tan condescendiente del auge y caída de Harry Langdon, al que consideraba el mejor actor cómico que había conocido junto al tuerto Ben Turpin. Como toda autobiografía, el libro no deja de tener cierta faceta de autobombo, de querer pavonearse ante el lector sobre cómo llegó a lo más alto y fue uno de los cineastas más importantes de su época. No obstante, Sennett realmente fue una figura tan importante que resulta perdonable que se tenga a sí mismo en tanta estima, y por otro lado no esconde sus conocidos defectos, como su racanería a la hora de pagar a los actores.
Dejando de lado esos pequeños inconvenientes, El Rey de la Comedia es un libro muy entretenido, escrito de forma amena y que aporta una visión de la era del slapstick que encantará a los fans del género. Es cierto que no es una obra objetiva y que seguramente algunos hechos han sido adornados para hacerlos más divertidos o interesantes, pero Sennett simplemente es fiel a sí mismo como uno de los grandes creadores de entretenimiento de su época.