La Reina Kelly (Queen Kelly, 1929) de Erich von Stroheim

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Dentro de la filmografía de Erich von Stroheim, La Reina Kelly (1929) es seguramente una de sus películas más malditas, lo cual tratándose de Stroheim es decir mucho. La que sería su última gran obra no solo contó con los problemas ya habituales en un rodaje de Stroheim (presupuestos descontrolados, meticulosidad exasperante, un argumento que daría para no menos de cuatro horas de film…), sino que su filmación se interrumpió a la mitad dejando la película incompleta y, además, no pudo visionarse en Estados Unidos durante décadas, convirtiéndola en toda una pieza de culto.

Uno no puede evitar preguntarse en qué estarían pensando Gloria Swanson y su productor y amante Joseph P. Kennedy (padre del futuro presidente) cuando decidieron encomendar a Stroheim el rodaje de una película para lucimiento de la actriz. Puedo entender que se sintieran lógicamente fascinados por la maestría de Stroheim tras la cámara e incluso que se dejaran seducir por el éxito de taquilla de La Viuda Alegre (1925); pero a esas alturas era imposible que no conocieran lo extremadamente problemático que era el director y los continuos dolores de cabeza que provocaba a su paso por diferentes proyectos, a cada cual terminado de forma más traumática y a menudo sin recuperar sus costes en taquilla. Por mucho que admiraran su arte (y nos consta que Swanson siempre siguió respetando enormemente el talento de Stroheim), es incomprensible que apostaran su dinero en una empresa que a todas luces iba a acabar mal. De todos modos, los cinéfilos de todo el mundo no podemos dejar de agradecerles que le dieran la última gran oportunidad de su vida.

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La película se inicia en el reino imaginario de Kronberg, que tiene como gobernante a la reina Regina V, una mujer caprichosa y cruel que está enamorada perdidamente del Príncipe Wolfram. Para su desgracia, aunque extraoficialmente están comprometidos, Wolfram no le corresponde y además lleva un tipo de vida despreocupada y libertina, codeándose con prostitutas y pasando de juerga en juerga, sin esconder el poco interés que siente hacia ella. Un día, Wolfram se topa con las estudiantes de un convento entre las que destaca Kitty Kelly, una chica atractiva y con personalidad de la que se queda prendado. Al regresar al palacio, Wolfram descubre que la reina planea casarse con él al día siguiente, y éste siente el deseo irresistible de ver esa misma noche a la joven antes de la boda. Para ello lleva a cabo lo que haría cualquier enamorado corriente en circunstancias parecidas: simula un fuego en el convento y la secuestra hasta el palacio. Allí le hace la corte y Kelly, tímida al principio, acaba correspondiéndole; pero la reina les sorprende y echa a Kelly a latigazos y manda encerrar a Wolfram en un calabozo hasta que acceda a casarse con ella.

De ahí la acción pasa a trasladarse a África, donde la moribunda tía de Kelly hace venir a la joven para verla antes de fallecer. En su lecho de muerte, su tía le obliga a casarse con el hombre que la ha mantenido con su dinero todos estos años, Jan, un hombre repugnante y demacrado por la sífilis.

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El argumento tal cual lo conocemos hoy día tiene muchos puntos en común con la anterior La Marcha Nupcial (1928), en que un príncipe también se enamoraba trágicamente de una joven humilde. Pero en realidad, tal y como había pensado Stroheim la película, La Reina Kelly iba a ser mucho más. Iba a ser la historia de cómo la inocente Kelly, después de ser humillada por la reina y obligada a casarse con Jan, acaba haciéndose la dueña del burdel y adquiere suficiente poder como para urdir un plan con el que vengarse de quienes la humillaron y recuperar al hombre que ama. Stroheim le vendió a Swanson la idea como la clásica historia de redención, algo que por supuesto le encantó a la actriz. No obstante, la realidad es que a la práctica Stroheim pensaba recrearse mucho más de lo que había reconocido en los aspectos sórdidos de la película – Swanson aseguró siempre que a ella le dijeron que el local al que Kelly acudía y que acababa regentando sería un inocente music-hall, por ello cuando durante el rodaje vio que en realidad iba a ser obviamente un burdel se escandalizó profundamente; pero cuesta de creer que en el guión original no se intuyera o dijera abiertamente la naturaleza de ese local.

Uno de los mayores errores que cometió Stroheim fue filmar La Reina Kelly en orden cronológico, de forma que facilitó la tarea de Gloria Swanson y Kennedy a la hora de detener el rodaje teniendo suficiente material para montar al menos la primera parte del film. A cambio eso nos ha permitido poder disfrutar de al menos la mitad de la película en su integridad, sin sufrir cortes de escenas. Pero como ya es costumbre en el cine de Stroheim, la versión que conocemos de la película es solo una fracción de todo lo que el director había planeado.

Originalmente, la parte situada en África cobraba muchísima más importancia, de hecho lo que conocemos no es más que un tercio de lo que iba a ser todo el film. La película continuaría mostrándonos un segundo intento de suicidio de Kelly después de la boda y su negativa a vivir con Jan mientras que, paralelamente, acababa convirtiéndose en la madame del burdel de su tía ganándose el apelativo de la reina Kelly. El Príncipe Wolfram aparecería entonces para recuperarla, ésta se negaría al principio y, tras una serie de incidentes, Jan moría. Paralelamente se descubría que Regina había sido asesinada y eso facilitaba a la pareja que por fin pudieran reconciliarse y casarse siendo Kelly una verdadera reina.

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A nivel visual y de dirección, La Reina Kelly es indudablemente una de las obras cumbre de Stroheim, y de haberse completado tal y como él pensaba es probable que se hubiera convertido en una de las grandes obras maestras de finales de la era muda (para muchos ya lo es en su versión actual). También juega un papel fundamental en la estética del film el maravilloso trabajo de fotografía de Paul Ivano y William H. Daniels, de estilo tan claro y bello en la parte europea del film, y oscuro y tenebroso en la sección africana (la escena de la boda en el lecho de muerte de la tía de Kelly es impresionante pictóricamente).

Pero por supuesto el gran artífice de esta joya es el propio Stroheim, con ese detallismo que enriquece visualmente cada plano con todas sus temáticas habituales. El inicio del film explora una de sus debilidades: la decadente forma de vida de la nobleza. Regina se nos presenta como una reina caprichosa que lee el Decamerón de Bocaccio y se pasea desnuda por palacio con un gato blanco en brazos tapando sus vergüenzas, mientras que la presentación del Príncipe nos lo muestra borracho acompañado de prostitutas (las cuales eran por cierto prostitutas reales que Stroheim trajo para la filmación de esa escena). La parte de África situada en un burdel no es menos cruel, con el repugnante Jan y las prostitutas (sí, más prostitutas) burlándose abiertamente de Kelly, la cual debe casarse contra su voluntad en una ceremonia lúgubre presidida por un sacerdote negro.

Uno se pregunta cual de todos estos elementos molestaría más a los mojigatos censores de la época que por entonces estaban intentando ya suavizar el contenido de los films, pero lo peor es que Stroheim estaba combinándolos todos y además con un detallismo y crueldad que los hacía difícilmente digeribles. De hecho, no olvidemos que el supuesto héroe, el Príncipe, secuestra a Kelly para seducirla (o, en palabras menos galantes: violarla) y que ésta se deja tentar abiertamente por sus ofrecimientos pecaminosos. No hay moralidad barata en La Reina Kelly, sino lujuria y perversión, aún cuando nos cuente una historia de amor (su primer encuentro no podría ser menos romántico: él se fija en ella sobre todo a raíz de que se le caiga la ropa interior).

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Pese a lo caro que les salió esta aventura, cabe decir que Gloria Swanson hace una de las mejores actuaciones de su carrera, destacando claramente por encima del resto del reparto, especialmente del insulso Walter Byron encarnando al Príncipe. Los personajes secundarios como la Reina y Jan están mejor perfilados que él, interpretados respectivamente por Seena Owen y Tully Marshall, quien roza la sobreactuación por lo exageradamente grotesco y repugnante que nos resulta el personaje – Jan obviamente iba a tener mucho más protagonismo, de modo que nos quedaremos sin saber cómo lo habría hecho en el resto del film.

La filmación de La Reina Kelly siguió un poco la línea de los otros trabajos de Stroheim: sesiones de rodaje inhumanamente maratonianas, un excesivo celo por del detallismo, actores y equipo técnicos exhaustos, retraso en los plazos estimados y un presupuesto que se inflaba a un precio alarmante. La Swanson artista reconocía que el material era de primer nivel, pero la Swanson coproductora empezó a alarmarse cuando se dio cuenta de que esa película les iba a arruinar a todos. Se pactó con Stroheim dejar de lado algunas escenas del guión por ser demasiado caras (como unas situadas en la plantación de Jan con una casa situada en medio de un pantano, un decorado muy caro de construir), pero aún así a media filmación resultó claro a casi todos los implicados que el film no llegaría a buen puerto, no sólo por los excesos de Stroheim y las tensiones del rodaje, sino también por la llegada del cine sonoro que dificultaría la comercialización de la película. Ya a medio rodaje, Kennedy como productor sugirió convertirla en una part-talkie añadiéndole como mínimo efectos sonoros sintéticos, pero a la práctica nunca llegó a hacerse. Finalmente, la gota que colmó el vaso fue una escena en que Stroheim le enseñó al personaje de Jan cómo escupir en la mano de Swanson mientras le ponía el anillo de casada. La diva no pudo soportarlo más y abandonó el plató. Stroheim fue informado al poco rato de que ya no trabajaría más en la película. No podía saberlo, pero su carrera como director estaba prácticamente acabada.

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Una vez se detuvo la filmación y Stroheim fue despedido, La Reina Kelly estuvo olvidada un tiempo durante el cual Swanson tuvo tiempo de protagonizar The Trespasser (1929) de Edmund Goulding, una película rápida y barata que le reportó un éxito de taquilla considerable y que suponía su primera obra sonora. Tras ese film, Swanson pensó en recuperar el material filmado de La Reina Kelly y completarla rodando algunos números musicales que por supuesto no dirigiría Stroheim sino Richard Boleslawski. Aunque se filmaron algunos de esos números, la idea se abandonó seguramente porque era demasiado caro rehacer la película de esa forma. Después de tantear en vano al director Edmund Goulding para acabar la película, se optó simplemente por rodar un desenlace en que se veía cómo Kelly había muerto en su primer intento de suicidio. Era la solución más práctica al ser barata y rápida, ya que implicaba reaprovechar todo lo filmado hasta entonces y simplemente grabar una nueva secuencia en que el Príncipe acudía a la capilla donde estaba el cadáver de Kelly. Éste fue el montaje de la película que conoció el mundo en su momento… o al menos una parte del mundo, ya que solo se distribuyó en Europa y Sudamérica. Según se dice, una cláusula del contrato de Stroheim impedía su exhibición en Estados Unidos, pero resulta algo sospechoso que eso sea cierto.

Todas estas eventualidades convirtieron a La Reina Kelly en toda una obra de culto, un film que el público americano no pudo ver durante décadas pero del que se sabía su existencia por las sonadas eventualidades que afectaron a su rodaje. Cuando Stroheim sugirió a Billy Wilder incluir una escena de La Reina Kelly en la escena de El Crepúsculo de los Dioses (1950) en que Norma Desmond le hacía ver una de las películas de su glorioso pasado, sabía perfectamente lo que hacía. No solo ese film permitía enfatizar los juegos entre realidad y ficción que utilizaba Wilder al ser una película protagonizada por Swanson (quien encarnaba a Norma Desmond) y dirigida por Stroheim (quien encarnaba a su antiguo director), sino que hizo llamar la atención aún más al público hacia esa obra rara e inaccesible.

A día de hoy por suerte podemos disfrutar de una versión restaurada que incluye el metraje que se había rodado del segmento africano. El resto obviamente nunca podremos verlo porque no se filmó y nos es narrado con unos rótulos explicativos. Una vez más, otra joya del señor von Stroheim que nunca podremos ver en su totalidad.

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