El cine de Douglas Fairbanks se basa en la premisa de que el espectador disfrutará de sus aventuras casi tanto como su personaje protagonista. Eso es así sobre todo en sus primeros films, donde el actor hace explícita constantemente esa complicidad con el espectador mirando a cámara y guiñándole el ojo – por entonces la mirada a cámara aún estaba en proceso de convertirse en un tabú, por ello en sus posteriores largometrajes acabó desapareciendo del todo.

Ver sus películas hoy en día implica volver a recuperar esa complicidad que Fairbanks pedía al espectador de aquellos años y que hoy día se nos hace extraño que éste nos pida de forma tan directa. Sus películas deben entenderse como un producto de su época, apoyado en unas convenciones que hoy en día ya están algo caducas y con un estilo totalmente naif e inocentón. En esas películas nunca tememos realmente por la vida de Fairbanks, y de hecho él tampoco parece preocuparse de lo que vaya a sucederle, después de todo tanto él como los espectadores sabemos que no le va a pasar nada (de hecho lo que nos resulta chocante hoy día es constatar que él sepa que todo va a acabar saliendo bien). En aquella época Fairbanks era, no lo olvidemos, el héroe más grande del mundo del cine, y por tanto debemos entender que su personaje representa el prototipo heroico de una época: un héroe optimista, imbatible y de sonrisa perenne.

Así pues, siéntense y disfruten durante una hora de cómo el bueno de Fairbanks brinca, golpea, esquiva puñetazos y acaba con los malos mientras sonríe a cámara para dejar bien claro que, al menos él, está pasándolo en grande. En este caso interpreta a Ned Thacker, un hombre atlético cuya mayor obsesión es ayudar a mujeres en apuros, aun cuando ellas no le hayan pedido ninguna ayuda. En una escena inicial de época se nos dice que Ned Thacker en el pasado seguramente fue D’Artagnan (de ahí el título del film). Seguidamente vemos a ese D’Artagnan en un curioso plano descontextualizado convirtiéndose en Ned Thacker, el cual se dirige a cámara sonriente haciendo de nuevo explícita esa complicidad con el público.

Más adelante conoce a una encantadora joven, Elsie Dodge, que está haciendo un viaje por el desierto de Estados Unidos junto a su madre y Forrest Vandeteer, un tipo bastante horrible que quiere casarse con ella con el consentimiento de la madre. Naturalmente, entre el tipo aburrido y el saltarín Ned Thacker, Elsie prefiere a éste último, pero el señor Vandeteer no le permite a nuestro héroe que se acerque demasiado a la chica. Finalmente Ned podrá entrar en acción y ganarse su corazón cuando descubre que un criminal indio (¿?), Chin-de-dah, planea secuestrarla para casarse con ella a la fuerza.

La película está muy bien dirigida por el profesional Allan Dwan, uno de los grandes pioneros del cine americano que lleva el film con envidiable soltura teniendo en cuenta su año de producción, desmarcándose con unas cuantas escenas de acción que siguen quedando muy bien a día de hoy ayudadas por el rodaje en exteriores.

Sin embargo, el gran protagonista es Fairbanks, ya sea en la escena del bar en que se sube por todas partes y acaba con todos sus contrincantes en un minuto o directamente burlándose del malo de la película (¡antes siquiera de que sepa que es el antagonista!) lanzándole piedras a escondidas, como un niño travieso e hiperactivo. De hecho, incluso cuando se enfrenta a los tres peligrosos criminales y acaba con ellos en el suelo dejándoles inconscientes, no puede evitar hacer una broma a Elsie diciendo “Mira qué bien estamos todos aquí”.

La película es un producto de puro entretenimiento que aspira a ofrecer al espectador emoción y diversión gracias a su carismático protagonista. Dejando de lado su aspecto tan inocente, a nivel formal sigue siendo a día de hoy una muy buena obra. Así pues, no duden en participar del contagioso entusiasmo de Douglas Fairbanks y disfrutar durante una hora de sus divertidas aventuras.