Crazy Like a Fox (1926) de Leo McCarey

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Siempre es un buen momento para reivindicar a nuestro buen amigo Charley Chase, el cómico de slapstick más injustamente olvidado de todos. No solo realizó una serie de cortometrajes realmente divertidos en que demostraba sus dotes como actor, sino que previamente se había hecho un nombre como director convirtiéndose en uno de los realizadores de slapstick más solicitados del momento.

Hoy nos centramos en su faceta de cómico para rescatar Crazy Like a Fox (1926), una de las joyas que protagonizó bajo las órdenes de Leo McCarey, otro de los nombres clave del slapstick aunque luego se haría una carrera alejado del género.

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De los muchos rasgos que podríamos resaltar de Charley Chase, el que creo que lo diferencia de la mayoría de cómicos de slapstick de la época es su capacidad para aunar comicidad sin perder nunca la elegancia de gentleman. Chase no era como Harold Lloyd o Chaplin un personaje cómico con un rasgo físico distintivo, ni tampoco una especie de clown como Buster Keaton o Larry Semon que parecían surgir de un mundo extravagante. Charley Chase era ni más ni menos que un hombre de apariencia normal, cuyo lugar pertenece a la distinguida burguesía y que en realidad se veía abocado a situaciones absurdas y de humor físico. Era, en otras palabras, un precedente directo de los protagonistas masculinos de las screwball comedies de los años 30.

Howard Hawks definió la screwball comedy como películas en que actores elegantes se veían envueltos en situaciones ridículas, una tendencia que él mismo inició con La Comedia de la Vida (1934). Partiendo de esa definición, aunque las comedias mudas de Lubitsch en muchos aspectos parecen más cercanas a este tipo de films – revisionen si no El Abanico de Lady Windermere (1925) – son en realidad las películas de Chase las que se aproximan más a ese concepto.

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El argumento de Crazy Like a Fox de hecho tiene muchos puntos en común con las comedias románticas de enredo a las que se refería Hawks: el protagonista es el hijo de un hombre acaudalado, que va a conocer a la hija de otro rico empresario con la que está obligado a casarse pese a que nunca la ha visto. Pero en el tren conoce a una atractiva joven de la que se enamora perdidamente, y decide sabotear su matrimonio pactado para casarse con ella… sin sospechar que esa joven es la misma con la que pretendían emparejarle. Su idea para salir del paso es fingir estar loco para que la familia de la novia se niegue a cederle a su hija. La diversión está servida, puesto que va a asustar en realidad a los padres de la mujer a la que ama.

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La forma como Chase va pasando de su aparente normalidad a esos arrebatos de locura es lo que hace que la película sea tan divertida. McCarey y Chase son conscientes de ello y juegan con la idea de un silbato que teóricamente devuelve la cordura a su protagonista cada vez que lo oye, de forma que los cambios de un estado a otro sean más abruptamente repentinos.

Una comedia muy divertida en que Chase consigue moverse a medio camino entre la locura absoluta y la respetabilidad de la que teóricamente parte su personaje.

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