Una escena de La Reina de Picas (Pikovaya dama, 1916)

La Reina de Picas (1916) de Yakov Protazanov está considerada como una de las obras clave del cine ruso antes de la llegada de la era soviética. Se trata de una adaptación del relato de Alexander Pushkin (que años después superaría Thorold Dickinson en su versión británica) que trata sobre German, un oficial sin apenas dinero y recursos que una noche escucha la historia de la una anciana condesa, la cual muchos años atrás logró saldar una importante deuda en juego al descubrir un secreto para ganar siempre a las cartas. El ambicioso German se cuela pues en la casa de la condesa dispuesto a arrebatarle el secreto.

Si bien nunca he sido un gran admirador de esta por otro lado notable película, he de reconocer que atesora suficientes virtudes como para destacar entre los largometrajes de mediados de los años 10. Más concretamente hay una escena que me resulta fascinante y que me impresionó por lo moderna que resulta en su planteamiento.

Después de un baile de gala, la condesa regresa a su cuarto, pero como no puede dormir se queda sentada ensimismada en sus pensamientos. Entonces vemos a través de un encadenado cómo la anciana rememora una escena de su juventud en que se cita con un amante que acude a escondidas a su habitación a través de un pasaje secreto. Lo interesante es cómo Protazanov no enfatiza que esto es un recuerdo o una fantasía con un rótulo, simplemente con un encadenado (lo cual nos refleja lo avanzada que estaba ya por entonces la gramática cinematográfica) que nos lleva no a un pequeño recuerdo sino a toda una escena de tres minutos que nos aparta bastante de la narrativa principal.

Y entonces, cuando se abre la puerta y la condesa se gira eufórica hacia su amante, de repente éste se convierte en German y la condesa en una anciana. El efecto sigue siendo impactante hoy día: Protazanov nos muestra de una forma magistral cómo la fantasía ensoñadora se mezcla con la realidad y acaba devolviendo a la desventurada condesa a su momento presente. Parece un recurso fácil, pero para 1916 implica una gran confianza en las posibilidades de esta forma de arte que por entonces aún estaba descubriéndose a si misma.

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