Le Giornate del Cinema Muto de Pordenone 2022 (II)

Crédito: Museum of Modern Art, NY / Le Giornate del Cinema Muto. Diseño gráfico: Calderini – Marchese

Bienvenidos a Ruritania

Como el principal ciclo de este año está dedicado a un concepto que creo que muchos de ustedes desconocerán, he pensado que sería interesante explicarlo lo más brevemente posible antes de entrar en materia. Ruritania es el país imaginario en que se ambienta El Prisionero de Zenda (1894) de Anthony Hope. Lo que sucede es que la novela tuvo un éxito tan espectacular que el concepto de Ruritania se acabó reutilizando en multitud de libros y películas de la época. Según el director del festival se calcula que hay al menos 200 filmes de la era muda ambientadas en dicho país, y eso teniendo en cuenta que aún se están buscando y añadiendo más a la lista.

En la novela original nunca se especifica dónde está ese extraño paraje europeo, pero enseguida acabó asociándose al territorio de los Balcanes. En aquellos años dicha zona estaba constantemente apareciendo en la prensa por sus problemas políticos, y en el imaginario popular se asociaba a un territorio que representaba la vieja Europa: belicosa, inestable y regida por monarquías a punto de caer por grupos revolucionarios. Si atraía tanto al público es porque evocaba unos tiempos teóricamente pasados para los países que habían entrado en la modernidad del siglo XX, pero también por el temor que suscitaban esos territorios. De hecho, en la mayoría de películas y libros sobre Ruritania suele ser un inglés o americano (según el caso) el que acaba involucrado en este conflicto y salva la situación. Es decir, acaba siendo el mundo moderno quien acude al rescate.

Por último hay otro factor muy importante para explicar la conveniencia de utilizar el concepto Ruritania desde el punto de vista de los productores: la comodidad de poder ambientar las películas en un país inexistente facilitaba su distribución sin miedo a ofender a nadie. Al público le gustaba y ninguna monarquía podría enfadarse porque hicieran películas sobre ellos. Era perfecto para todos.

2 de octubre – Europa ’31

La primera jornada del festival empezó con dos aperitivos de sus dos principales ciclos, Norma Talmadge y Ruritania. El programa de Talmadge ofreció tres cortos de su primera etapa en Vitagraph y un largometraje, de los cuales curiosamente el que me gustó menos fue el largo, The Moth (1918) de Edward José. Se trata del típico melodrama de alta sociedad con adulterios, poderosos intereses económicos en juego, respetables y aburridos clubs de caballeros e histéricos intentos de suicidio, es decir, nada que no nos encontremos en nuestro día a día. Talmadge hace un buen papel y el acabado del film es irreprochable, pero no logró despertar mi interés.

Los cortos en cambio me resultaron más interesantes. A Dixie Mother (1910) es una historia sobre heridas sin cerrar tras la Guerra Civil Americana que constituye el film más antiguo que se conoce de Talmadge, aunque aquí tiene un papel secundario y quien realmente se luce es Florence Turner encarnando a la sufrida madre de familia. Mrs ‘Enry ‘Awkins (1912) es una historia muy simpática protagonizada y dirigida por Van Dyke Brooke, un gruñón padre muy bebedor constantemente peleado con su hija (Talmadge). Al final hay un plano magnífico en que se ve al hombre rodeado de tinieblas hasta que aparece una mano cerca de él que es la de su hija, quien viene a reconciliarse. Por último An Official Appointment (1912) es una historia más rutinaria sobre un pobre anciano víctima de un engaño en que Norma tiene un papel secundario pero crucial en la trama, y del que destacaría sobre todo sus escenas en exteriores filmadas en Washington.

Crédito: EYE Filmmuseum, Amsterdam

De ahí pasamos a la primera dosis de Ruritania con dos largometrajes. El primero era uno danés, The Black Cancellor (1912) del gran August Blom, que además contaba con la estrella Valdemar Psilander y también el futuro director Robert Dinesen en el reparto. La trama explica cómo un malvado miembro de la nobleza de cierto país balcánico quiere forzar la boda de una princesa con el duque de otro estado, pero ella en realidad está enamorada de un teniente y se ha casado con él en secreto. Furioso, el antagonista decide acabar con todos los testigos de la boda. Se trata de un August Blom muy menor, pero aun así divertido, con un malo casi de dibujos animados (camina cojo apoyado en un bastón, cada vez que sus planes fracasan parece sufrir un infarto, tiene accesos de rabia) secundado por un secuaz también muy en esa línea, el clásico malo refinado y repelente que cumple las órdenes de su amo y sufre su ira cada vez que fracasa, una especie de precedente del alemán Fritz Rasp. Cuando en ocasiones el malo aprieta el puño y mira a cámara nos parece oír «¡Me las pagarás!». Por lo demás, es un filme entretenido con pasadizos secretos y secuestros de jóvenes doncellas que no aburre pero no da una muestra del alcance del talento de Blom. A destacar el momento en que el secuaz del malo intenta apuñalar al protagonista por la espalda y cuando se gira y le pilla finge estar mirando su cuchillo. Está claro que es un filme hecho con propósitos puramente lúdicos.

En cuanto a Sui Gradini al Trono (1912) de Ubaldo Maria Del Colle no sucede en Ruritania sino en Silistria… que es el equivalente a Ruritania en historias escritas en Francia o Italia. Curioso, ¿verdad? La historia en todo caso es un remake descarado de El Prisionero de Zenda en que el regente del país quiere obligar al príncipe heredero a casarse con su hija y, como éste se niega, lo secuestra y pone en su lugar a un impostor muy parecido a él: un bailarín español llamado Chichito. De nuevo, ambiente de intrigas de corte, pasadizos secretos, un buen trabajo de ambientación (a destacar las escenas en palacios y con desfiles de soldados) y, ante todo, la gran cuestión que más preocupa al espectador: lo terrible que sería que coronaran a alguien como el Rey Chichito.

Crédito: EYE Filmmuseum, Amsterdam

Permítanme una pequeña digresión (y si no les interesa sáltense unos tres párrafos para seguir con el festival) Se suele infravalorar terriblemente el cine de los años 10 del siglo pasado, como si lo que valiera la pena empezara en los años 20, y discrepo totalmente. Diré más, el cine de los años 10 tiene un encanto especial que para mí lo hace disfrutable incluso en películas flojas. ¡Siempre encuentro algo en lo que fijarme, algo interesante a sacar de estos filmes! Algunos decorados aún obviamente pintados (y cuando no lo son, el fijarse en qué pocos elementos de atrezo se han escogido para ambientar la escena), ciertas miradas a cámara, algunas inseguridades en el uso del lenguaje o la técnica (fíjense en la panorámica que destaco al final de la crónica de hoy), el tono aún excesivamente inocente de algunos elementos de la trama, lo impactante que resulta la súbita aparición de un primer plano en mitad de un montaje mayormente de planos generales, etc. Estamos viendo a los actores y cineastas literalmente probando cosas nuevas y equivocándose. Y a veces no hay nada tan bello como ver esos errores fruto de la inocencia, como un niño aprendiendo a caminar que aún se tambalea.

En el cine de esos años, cada pequeño logro técnico o de guion que permita mejorar la forma de contar las historias es en el fondo una gran hazaña, como el ramo de flores de An Official Appointment (1912) que permite unir a los tres personajes principales. Incluso, cuando vemos que la cosa queda a medias, sigue siendo motivo de aplauso. En Sui Gradini al Trono (1912) se utiliza la premisa de que el profesor de esgrima descubre que el supuesto príncipe es un impostor porque no tiene una cicatriz que sí tenía el príncipe real… ¡pero en el desenlace ese hallazgo acaba teniendo una afectación nula a la trama, que al final se soluciona sin intervención ninguna del profesor! Vemos cómo el guionista iba bien encaminado, entendió que hacía falta ese elemento, pero no acabó de integrarlo bien en la historia. No pasa nada, con el tiempo este mecanismo de construcción de guiones se irá perfeccionando.

Pero a cambio, este recurso de guion no se ha usado en vano, ya que ha dado pie a un momento simpatiquísimo y casi imposible de encontrar en una película de los años 20 o posterior: cuando el profesor de esgrima descubre el brazo sin cicatriz se gira a mirarnos al público y hace un gesto de negación para darnos a entender que se ha dado cuenta de que ése no es el príncipe. Por si no quedaba claro, en el siguiente plano vuelve a repetir el gesto mirando a cámara. ¿No es fantástico cuando compartíamos esa intimidad tan especial con ciertos actores que seguían mirando a cámara en filmes donde en teoría eso ya estaba prohibido?

Crédito: Danish Film Institute

Volvamos a Pordenone. En la sesión nocturna tuvimos un corto de animación, un vídeo casero, un noticiario, un corto experimental y una película de Hollywood. ¿Qué les parece? Algo que me encanta de este festival es la variedad de contenido. De los primeros cortos introductorios solo destacaré un par de detalles. En primer lugar, el precioso fragmento de un vídeo doméstico grabando a un bebé tenía un detalle que podría parecer un defecto pero para mí le daba más encanto: por lo deteriorado que estaba el material se veían los agujeros del filme, su superficie dañada. Eso hacía que no entráramos 100% en la película y que fuéramos siempre conscientes de que estábamos viendo una grabación, pero para mí aquí eso era adecuado, porque estamos ante un corto amateur, un vídeo doméstico; es como una fotografía enmarcada, y el hecho de que el medio se haga tan visible para mí le da más encanto. En segundo lugar, me hizo gracia el corto que anunciaba solemnemente que nos mostraría al Zar Fernando I de Bulgaria… quien al final acababa siendo un señor mayor vestido de militar que posaba ante la cámara desde el vagón de un tren sujetando a su perro para que saliera también en la película.

Europa (1931) es uno de esos filmes que, aunque casi nadie había visto desde hace décadas, seguía teniendo un estatus de culto en la comunidad cinéfila vanguardista. Se trata de un cortometraje filmado por un matrimonio de artistas polacos, Franciszka y Stefan Themerson, que como muchos miembros de la vanguardia de la época se movían libremente entre diferentes disciplinas como cine, fotografía e ilustración. En el caso que nos ocupa adaptaron un poema de Anatol Stern en forma de un corto experimental muy en la línea de las obras de contemporáneos suyos como Man Ray, Eugène Deslaw, Fernand Léger y compañía, de los que ya hablamos en detalle hace tiempo. Con un montaje acelerado, planos desde ángulos radicales, uso de imagen real junto a animación y stop motion, imágenes que se multiplican en la pantalla y una catarata de ideas que apabulla al espectador en sus once minutos, Europa es una pequeña maravilla que muestra la radicalidad a la que había sido capaz de llegar la escena vanguardista cinematográfica de la época, y eso teniendo en cuenta que lo crearon con un presupuesto y condiciones de trabajo ínfimas. Me es difícil hacerle justicia en un solo visionado, pero indudablemente fue el primer gran descubrimiento de esta edición del festival y estuvo totalmente a la altura de mis expectativas.

Su mensaje, que alertaba sobre el estado político en que se encontraba el continente en la época (esa imagen de un corazón latiendo) por desgracia sigue hoy día perfectamente vigente. La copia que se conocía fue requisada en la II Guerra Mundial por los nazis y durante décadas se pensó que la habían hecho desaparecer. La única forma de conocer Europa era a través de la descripción y recuerdos de sus creadores, dándole un estatus mítico de joya perdida hasta que por suerte se descubrió una copia el 2019. Los milagros a veces siguen sucediendo en el cine mudo.


Crédito: Themerson Estate, courtesy LUX

El otro gran acontecimiento de la noche fue, naturalmente, la proyección de la última restauración de Garras Humanas (The Unknown, 1927) de Tod Browning, que incluye unos 10 minutos más que la versión que conocíamos hasta ahora. No voy a entrar en detalles sobre la película porque ya la comentamos por aquí hace tiempo, así que me centraré brevemente en las novedades de esta versión. Ante todo, bajen las expectativas: estos minutos adicionales no incluyen escenas nuevas, son más bien planos extras que se habían ido recortando de aquí y allá. Por tanto, más que aportar información nueva han permitido que la película tenga la longitud inicial prevista por Tod Browning (si bien se nos advirtió que todavía faltan un par de minutos para considerarla 100% completa). Por mi parte los únicos planos nuevos totalmente reconocibles fueron dos breves instantes: el inicio en que un niño mira con ojos ensoñadores la carpa de circo y su abuelo le anima a ir y un divertido instante en que una señora del público sorprende a su criada sentada por allá con su ropa y la manda volver a casa.

Por lo demás, el otro gran aliciente que le daba vida nueva a esta restauración fue la banda sonora orquestal compuesta por José María Serralde e interpretada por la Orquesta San Marco de Pordenone. Es curiosa la experiencia de ver una película muda que he escuchado tantas veces con una misma banda sonora (la del DVD que tengo del filme) pero ahora con una nueva música, que en este caso además logró una feliz combinación de captar la esencia del filme sin necesidad de recargarlo más de la cuenta, y añadir algunos motivos de música española de la época que quedan perfectamente integrados sin sonar kitsch. Lo tenía todo para ser una proyección memorable y, como no podía ser menos, lo acabó siendo.


Crédito: AMPAS – Margaret Herrick Library, Los Angeles

Descubrimiento del día: Europa (1931) de Franciszka y Stefan Themerson.

Plano a destacar: parecerá una tontería, pero me fijé en un plano totalmente inocuo de Mrs ‘Enry ‘Awkins (1912) que me llamó mucho la atención. Dos personajes están sentados en una mesa comiendo, uno de ellos se levanta para marcharse y entonces la cámara hace una panorámica curiosísima a la derecha. De modo que durante unos segundos tenemos en la mitad izquierda de la pantalla a Norma Talmadge y el otro personaje y en la mitad derecha… ¡una pared vacía! ¿Por qué esa panorámica a un espacio vacío? Ah, porque poco después se levantará también Norma Talmadge de la mesa y usará ese espacio de la derecha para ponerse el abrigo. Sin embargo, lo lógico habría sido hacer esa panorámica en el momento que ella se levanta a ocupar ese espacio, pero no antes. No obstante, imagino que en esa época aun habría cierta inseguridad en el uso de panorámicas y el director le pidió al cámara que la hiciera antes de que la actriz se levantara. No tiene prioridad el que la panorámica acompañe armónicamente al personaje sino asegurarse de que la cámara estará encuadrando a ese espacio a tiempo.

Momentos divertidos a destacar: me encantan los planos en exteriores en que la gente de la calle mira a cámara y a nadie parece importarle. En An Official Appointment (1912) se ve un grupo de niños visiblemente divertido ante la escena que se está filmando, aun cuando se supone que es dramática. Pero mejor aún fue en un corto documental sobre carreras de caballos en que se grababa a parte de los asistentes y se podía ver cómo muchos corrían a ponerse delante de los demás y posar con expresión chulesca ante la cámara, para hilaridad del público de la sala.

Curiosidad a señalar: en The Moth (1918) vemos a un joven (o no tan viejo como de costumbre) Adolphe Menjou… ¡que encarna al marido cornudo y no al elegante e hipócrita amante! Jamás pensé que lo vería en un papel así.


Crédito: AMPAS – Margaret Herrick Library, Los Angeles

3 de octubre – Norma Talmadge, de entre los muertos

Ha habido dos cosas que me han sorprendido mucho de la sesión Norma Talmadge de hoy. La primera es el ver a una actriz que yo asociaba a papeles serios y más bien dramáticos haciendo comedias tan ligeras y, en ocasiones, tontas. Me pregunto si a la Norma Talmadge de 1923 no le avergonzaría que salieran a la luz algunos de los cortos que hizo para la Vitagraph diez años antes. En todo caso, no debería ser así. Esta segunda sesión repitió el esquema de la del sábado consistente en varios cortos época Vitagraph y luego un largometraje de su época con Selznick (padre), y de nuevo disfruté más de los cortos aun reconociendo que el largo estaba mejor hecho. Pero vayamos por partes.

Just Show Folks (1913) de Van Dyke Brooke es una previsible pero muy entretenida intriga ambientada en el mundo del circo que sirve de excusa para colarnos en medio algunos números de trapecistas. Father’s Hatband (1913), del mismo director, es por otro lado una simpática comedia romántica en que Norma está enamorada de un empleado de su padre, pero éste no lo aprueba. Así que inventan un ingenioso sistema para comunicarse: esconder notitas de amor en el sombrero del padre, de esta manera se pueden mantener comunicados en los viajes que hace él desde su casa (donde está ella) a la oficina (donde se encuentra su pretendiente). La que más me sorprendió de este pack fue A Lady and her Maid (1913) de Bert Angeles, porque aquí hacen gala de un humor más burdo y payasesco. Aquí ella y otra mujer son las dueñas de una pensión que se sienten frustradas porque un atractivo inquilino las ignora por ser feas. Después de someterse a un tratamiento de belleza, conseguirán vengarse. Es el tipo de filmes que me pregunto si la Norma Talmadge de 1923 recordaría con nostalgia o avergonzada, pero viéndolo da la sensación de que se lo pasó muy bien filmándolo.

No, no me olvido de que antes dije que había dos cosas que me llamaron la atención de esta sesión y hasta ahora solo he mencionado una. La segunda tiene que ver con el largometraje de Talmadge que cerró la sesión, Ghosts of Yesterday (1918) de Charles Miller, en que ella tiene un doble papel. Primero encarna a una joven pobre y de buen corazón que impide a un hombre que cometa suicidio. Se acaban casando y viven felices de forma humilde durante años, pero ella morirá justo cuando éste ha conseguido hacerse rico. Su otro papel es el de una descarada bailarina parisina, cuyo parecido con la difunta esposa del protagonista le moverá a sentirse atraído a ella y a querer revivir a su verdadero amor de alguna manera.

Este melodrama me gustó más que el de ayer, ya que está rodado con bastante más sensibilidad y Talmadge sale airosa del doble papel. Pero sí algo me llamó la atención son las similitudes del filme con Vértigo (1958) de Hitchcock. Estoy dispuesto a aceptar que la idea de un hombre que quiere revivir a su antigua amada ha sido utilizado ya varias veces – sin ir más lejos en mi primer año en Pordenone vi otro filme aún más parecido a Vértigo, La Statua di Carne (1921) de Mario Almirante. Pero… ¿y si les dijera que hay otra escena en que un personaje huye de la policía saltando por los tejados de las casas y en cierto momento acaba colgado de la cornisa de un edificio y luego cae? Sí, quizá es otra coincidencia sin más, pero… ¿quién sabe?

Crédito: Wisconsin Center for Film and Theater Research

Nuestra dosis de Ruritania hoy vino de la mano de El Prisionero de Zenda (The Prisoner of Zenda, 1913) de Edwin S. Porter, que partía no tanto de la novela de Anthony Hope como de la exitosísima adaptación teatral, utilizando de hecho al mismo actor principal, James K. Hackett. Éste encarna a un londinense que, cuando acude a Ruritania a presenciar la coronación del rey de allá, se ve envuelto en una conspiración. Un rival del actual regente lo ha secuestrado, y para salir del paso los servidores leales al rey le piden a nuestro protagonista que se haga pasar por él dado su asombroso parecido físico mientras piensan como liberar al monarca.

Pese a que en su momento fue un filme extremadamente popular que se vendió como una enorme producción, vista hoy día esta versión de El Prisionero de Zenda se me antoja insípida. Las dos películas de Ruritania que vimos ayer no eran tampoco muy superiores a ésta, pero tenían algo de lo que carece la de Porter por completo: chispa. Me da la impresión de que aquí la magnitud del proyecto y sus ansias de hacer un filme de prestigio le quitaron un poco de vida, algo que además se resiente más aún cuando el argumento se va volviendo confuso a medida que avanza la trama. A cambio, el trabajo de ambientación es espectacular, y me gusta mucho la composición de algunos planos, como el de una joven admirando el desfile desde la ventana de dentro de su casa, que implicaba procurar que se viera todo lo necesario en el espacio reducido de la ventana sin que pareciera demasiado recargado, ¡y funciona!

Crédito:  AMPAS – Margaret Herrick Library, Los Angeles

El resto del día este Doctor tuvo que ausentarse para atender ciertos asuntos. A causa de eso se perdió la sesión dedicada al centenario de Nanook el Esquimal (Nanook of the North, 1922) de Robert Flaherty y la de cortos de Segundo de Chomón de su etapa en Ibérico Films. No obstante del primer filme podrán leer todo tipo de reseñas por internet y a Chomón ya le dediqué un extenso post el año pasado a raíz del especial que le dedicó la Filmoteca de Catalunya, así que espero que no se tomen a mal que hiciera novillos.

Momento divertido a destacar: el enorme dentista de A Lady and her Maid (1913) preparándose para tratar a sus pacientes con un gigantesco martillo. Yo al ver eso habría salido corriendo de la consulta.

Segundo momento divertido a destacar: un personaje de El Prisionero de Zenda (1913) colándose en un castillo nadando por el agua del foso… con una gigantesca espada en la boca, que da la imagen de ser un simpático perro que ha ido a buscar un palo que le han lanzado.

Crédito: Canada Library

3 de octubre – De paseo por las montañas

Algo fantástico de las Giornate del Cinema Muto es que te permiten viajar en un mismo día por todo el mundo. Hoy por ejemplo hemos tenido dos sesiones montañeras, un corto primitivo con un ejemplo de Product Placement en mitad de un paisaje alpino y otro corto en que un personaje se iba solo a la montaña para «convertirse en un hombre de verdad». Todo ello resulta especialmente oportuno teniendo en cuenta además que ayer hubo en Pordenone una especie de reunión de clubs tiroleses. El ambiente era definitivamente montañero por aquí.

Empecemos por una de las películas del programa dedicado al 90º aniversario del primer Festival de Venecia: Over Mountains, Over Valleys (Po Horách, Po Dolách, 1930) de Karel Plicka. Se trata de un documental grabado por el que se considera el gran impulsor del cine eslovaco, quien en realidad era un etnógrafo interesado en el cine como forma de capturar las tradiciones y la forma de vida de los habitantes de alguna remotas zonas de montaña. El título tan hermoso de la película en realidad viene de una canción folklórica típica de allá y ya delata las intenciones de su creador.

El filme empieza con un tono muy lírico mostrándonos el día a día de un grupo de pastores, pero progresivamente va pasando a documentar algunas tradiciones y formas de vestir o trabajar de los habitantes de esas zonas remotas. Pero sobre todo lo que más le agrada a Plicka son los juegos infantiles. Una buena parte del metraje (yo apostaría por casi la mitad) se dedica a mostrar todo tipo de juegos típicos de la zona, que nos confirman lo mucho que tienen que usar la imaginación los niños de esos pueblos para entretenerse. El trabajo de fotografía es muy bueno, plasmando perfectamente la relación entre el hombre y el entorno, pero la película tiene dos defectos que le restan puntos y van relacionados: es demasiado larga (unos 100 minutos) y su estructura es inexistente, es un cúmulo de imágenes y situaciones sin una lógica aparente. Eso es perdonable en un filme breve, pero en uno tan largo es difícil mantener la atención del espectador tanto rato, si bien en este caso ayudó el magnífico acompañamiento musical con percusión, piano, violín y acordeón de Günter Buchwald, Frank Bockius y Romano Todesco, quienes captaron perfectamente la esencia de las imágenes.


Crédito: Slovak Film Institute

Este filme tan desconocido vino acompañado de uno de los grandes clásicos que se proyectaron en aquel primer Festival de Venecia, el sensacional corto Regen (1929) de Joris Ivens, un cine-poema de 11 minutos que captura con una gran sensibilidad visual algo tan sencillo como un día de lluvia, y que supone una de las mejores demostraciones de esa corriente que se llamó cine absoluto. Si aún no lo han visto, resérvense un momento para descubrir esta pequeña joya.

Pero alejémonos de Venecia y del ambiente lluvioso y volvamos a las montañas con una de las proyecciones más esperadas de esta edición: el cortometraje documental La Montaña Traidora (La Montagne Infidèle, 1923) de Jean Epstein. ¿El motivo? Que durante décadas ha sido la única obra perdida de la filmografía, lo cual resultaba doblemente frustrante al existir escritos del cineasta donde detallaba su experiencia en el rodaje de esta película, pero que no podía corroborarse con el visionado del filme acabado. Milagrosamente, la Filmoteca de Catalunya encontró hace poco una copia que permitió llenar ese vacío, demostrándonos cómo los historiadores y restauradores aún nos pueden seguir deparando nuevas alegrías.

Pasando al filme en cuestión, se trata de un encargo de Pathé para que Epstein y su cámara Paul Guichard capturaran las consecuencias de la erupción del Monte Etna en 1923. El trabajo visual no es tan sugerente como en otras obras de esa misma época del director, pero a cambio sí que deja patente el interés su interés por captar el entorno, que luego derivaría en su preferencia por filmar siempre en exteriores. Un aspecto curioso es la casi ausencia de figuras humanas salvo algunos momentos puntuales, como si todo quedara entre la naturaleza y los edificios que delatan la presencia del hombre, pero sin profundizar en dramas humanos. Lo más impactante resultan los planos tan cercanos de la lava para los cuales Epstein (tal y como se encarga de enfatizar un rótulo) corrió el riesgo de subir hasta arriba de la montaña. Por suerte el Etna fue clemente y no nos dejó sin uno de los más grandes cineastas de Francia.


Crédito: Filmoteca de Catalunya

Una de mis sesiones favoritas fue una dedicada a cortometrajes producidos por el suizo François-Henri Lavanchy-Clarke entre 1896 y 1904 con colaboradores de los Lumière como el famoso cámara Alexandre Promio. Pero también debo reconocer que una de mis debilidades personales son las sesiones con varios cortos primitivos que se suceden entre sí mostrando toda variedad de temas. Si existiera un canal de televisión que emitiera solo cortometrajes al azar de cine primitivo las 24 horas, lo tendría siempre puesto (¡tomen nota, cadenas de televisión!). El caso que nos ocupa es una recopilación de cortos encontrados en Suiza que muestra escenas familiares burguesas, tomas callejeras o pequeños eventos como desfiles.

Adoro este tipo de cortometrajes: los espectadores callejeros que se quedan en medio mirando la cámara o que pasan a solo un palmo del objetivo, los encuadres a veces tan mal hechos desde nuestra visión actual (hay una toma de un desfile desde un sitio elevado en que la cuarta parte de la pantalla la ocupa una pared vacía, ¿por qué no hacer una ligera panorámica a la izquierda? Seguramente en el momento decisivo el cámara no tenía tiempo para pensar en ello) y esos instantes tan divertidos en que se filma a unos personajes haciendo una determinada acción y acaban antes de tiempo, de modo que deben improvisar mientras queden aún unos segundos hasta que se acabe el rollo (eso era muy obvio aquí en una escena familiar en que daban vueltas niños y adultos, todos juntos inicialmente coordinados, pero en cierto momento de repente cada uno empieza a hacer cosas por su cuenta en una especie de descontrol que tiene pinta de que respondía a la indicación del cámara: «¡Seguid, seguid un poco más!«). Parte del encanto de estos cortos es imaginar qué pequeñas historias de rodajes hay tras esos 60 y poco segundos de película.


Crédito: Centre National du Cinéma et de l’Image animée (CNC)

Por descontado también tuvimos de nuevo nuestra dosis diaria de Norma Talmadge, manteniendo la misma estructura que los días precedentes: un par de cortos y luego un largometraje. Y me alegra poder decir que el nivel de este ciclo va subiendo día a día. De hecho uno de los cortos, Memories in Men’s Souls (1914), se ha convertido en mi favorito hasta ahora del ciclo (aunque confío que haya otras películas que lo superen). De nuevo dirigida y coprotagonizada por Van Dyke Brooke, es una sencilla historia de desamor sobre dos personas que se conocen en un barco y al llegar a tierra prometen reencontrarse… pero nunca sucede, ya que el tutor de ella intercepta toda comunicación entre ellos. Pasa el tiempo, ambos se casan y entonces, cuando es demasiado tarde, descubren la verdad. La trama no tiene más, pero es de esas películas pequeñas (dura un cuarto de hora) filmadas con una extrema sensibilidad que las hace muy conmovedoras, haciendo de la sencillez y de la decisión de dejar la trama en el punto justo toda una virtud. Me recordó mucho a otro corto que descubrí en Pordenone, el emotivo The Man in the Dark (1914) de John H. Collins, que tiene las mismas virtudes y características: mismo año, duración parecida y un melodrama sencillo pero bien hecho. A los que creen que el cine mudo son melodramas trágicos pasados de rosca les vendría bien descubrir este tipo de pequeñas joyas.

El siguiente filme de la Talmadge, Elsa’s Brother (1915), explicaba la relación de ésta con un hermano conflictivo que acaba marchando al oeste a probar fortuna y es dado por muerto. Estuvo bien pero sin resultar tan emotivo como el anterior. En cambio, el largometraje, The Forbidden City (1918), exige que nos paremos un momento porque tiene mucho interés.

De entrada, su director es Sidney Franklin, un cineasta experto y que suele hacer filmes muy bien acabados. Pero lo interesante es que aquí Talmadge tiene otro doble papel, en que uno de los personajes es una joven china. Sí, mucho me temo que hemos de afrontar uno de esos casos de actores caucasianos interpretando a otras razas, pero veamos de qué va la cosa. Ambientada en China, la historia se inicia con el romance secreto entre una chica y un diplomático americano, que acaba de forma trágica: él es enviado a Sudamérica y ella a convertirse en la nueva favorita del emperador. Obviamente es la segunda quien tiene las de perder, sobre todo porque se ha quedado embarazada y al emperador no le hace nada de gracia y la mata. La segunda parte del filme explica la historia de su hija.

Leo en el programa que se puso muchísimo interés en la ambientación china de la película, y en ese sentido hay que reconocer que es impecable. Franklin hace un trabajo exquisito e incluso los rótulos, que acompañan los diálogos con diseños muy logrados, le dan un aire preciosista. La historia creo que funciona bien en su primera mitad y luego acaba decayendo cuando el protagonismo recae en la hija, pero a cambio se nos ofrece un final realmente precioso. Por otro lado, su mensaje en defensa de las relaciones interraciales habría sido virtualmente imposible de llevar a la pantalla en Hollywood solo 15 años después. Una muestra de cómo muchas veces el progreso va hacia atrás.

Me reservo para el final la sesión más intensa de la jornada, que llegó por la noche. Como entrante tuvimos algunos cortos realizados en el formato conocido como Pathé-Baby, de tipo doméstico y pensado para proyectarse en hogares. No se piensen que eran peliculitas baratas para comercializarse de cualquier manera, vimos varias coloreadas y algunas presuntamente dirigidas por Ferdinand Zecca o Segundo de Chomón con sus trucajes típicos. Le siguió uno de los cortos más curiosos que hemos visto en el festival hasta ahora (y no es decir poco): Hände. Das Leben und die Liebe eines zärtliches Geschlechts (1929) de Stella F. Simon y Miklós Bándy. Se trata de una película experimental protagonizada únicamente por manos. Tal cual suena. Aunque se supone que hay algo parecido a un argumento, en realidad tiene mucho de abstracto y funciona más por su fuerza visual y lo sugerente que resulta. Es de esos experimentos que pueden parecerle a uno una tontería y una genialidad al mismo tiempo. Yo entré totalmente en él y lo disfruté muchísimo.

Pasamos al plato fuerte del día: ni más ni menos que La Dixième Symphonie (1918) de Abel Gance. Hace mucho que no me pongo pesado por aquí para repetir otra vez lo increíblemente avanzado que era Monsieur Gance para su época y por qué lo considero uno de los cineastas más importantes de la historia del cine, pero no teman, en unos meses le pondré remedio. Mientras tanto en Pordenone hemos tenido otra muestra de ello a través de esta melodrama que reflexiona sobre el poder del arte para permitir canalizar las desgracias personales en forma de obras maestras.


Crédito: Deutsches Filminstitut & Filmmuseum

Aunque yo ya había visto la película, quedé totalmente subyugado ante la experiencia de poder revisionarla en pantalla grande y en una flamante restauración que nos permitió apreciar mejor el soberbio trabajo de iluminación (me encanta cómo Gance y su operador de cámara juegan con los claroscuros), además de recuperar los colores en cierta escena climática. El filme tiene como protagonista a un compositor que crea una sinfonía inspirada en su desgracia personal, y para ello Gance encargó la creación de una banda sonora expresamente para ello. De hecho, le dio tal importancia que en los créditos iniciales hizo algo tan inédito como situar al compositor al mismo nivel que el director de fotografía. Por desgracia, la partitura que se escribió para el filme se ha perdido, pero a cambio John Sweeney al piano consiguió estar totalmente a la altura del reto.

En la escena en que el protagonista toca su sinfonía, Gance se desata del todo: aparecen imágenes de una bailarina danzando en el campo para evocar la sensación que transmite la música, en la parte superior e inferior del plano pone unas bandas negras con motivos pintados de colores y, en el colmo de los excesos, el protagonista en cierto momento… ¡se transforma en Beethoven! Gance es así, lo toman o lo dejan. Es tan excesivo que en ocasiones roza el ridículo, pero hay que decir que el momento es tan intenso y la interpretación de Sweeney al piano tan magistral que nadie se rió ni siquiera cuando el protagonista se metamorfoseó en Beethoven. De hecho, al acabar la escena Sweeney recibió un merecido aplauso del público.


Crédito: Cinémathèque Française, París

Más allá de sus excesos melodramáticos, la película es un constante caudal de ideas que no parece tener fin. Solo la escena inicial ya demuestra que Gance se encontraba muy por delante de la mayoría de cineastas de su tiempo: la forma de empezar el filme con un suceso tan trágico a medias sin dar tiempo casi al espectador a reaccionar, el ya mentado trabajo de iluminación, las metáforas visuales… Es algo alucinante, una demostración casi arrogante de cómo el cineasta apabulla al espectador haciendo gala de tantos recursos cinematográficos además tan bien utilizados. Y eso que, recordemos, ni siquiera es de sus obras cumbre.

Por último, en lo que es una coincidencia poco afortunada, el autor de esta película sobre la capacidad del arte para canalizar desgracias personales en forma de obras maestras rodaría dentro de cuatro años uno de los mejores filmes de la era muda en medio de un tragedia personal. Pero eso, como suele decirse, es otra historia.

Descubrimiento del día: Hände (1929) de Stella F. Simon y Miklós Bándy.

Pequeña reflexión: Sidney Franklin, el director de The Forbidden City (1918), dirigió años después una adaptación de La Buena Tierra (The Good Earth, 1937). ¿Casualidad o tenía realmente querencia por películas de temática oriental?

Planos a destacar: los primeros planos de los aldeanos en Over Mountains, Over Valleys (Po Horách, Po Dolách, 1930) de Karel Plicka, de una duración más larga de lo normal pero que así permite que podamos contemplar con calma los rasgos y expresiones de sus rostros.

Momento divertido a destacar: ¿se pensaban que el «Product Placement» era algo reciente? Pues resulta que voy a tener que actualizar el post que escribí en su momento sobre el considerado primer ejemplo de Product Placement, porque en la selección de cortos suizos vimos algunos de 1896 que ya lo usaban para publicitar la marca de jabón «Sunlight Soap». En algunos cortos aparecía un cartel anunciando el producto en alguna zona del encuadre… viniera a cuento o no. El ejemplo más divertido es una escena campestre con vacas… en que en mitad del plano aparece el susodicho cartel totalmente fuera de lugar.

Crédito: Cinémathèque Française, París


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