Las grandes obras soviéticas vanguardistas de los años 20 puede parecer que encierren una cierta contradicción: por un lado se supone que son películas propagandísticas dirigidas al pueblo llano para celebrar el triunfo de la Revolución Bolchevique, pero por el otro éstas tenían un estilo muy innovador y vanguardista para la época, y eran además terriblemente discursivas. ¿Hasta qué punto la población iba a ser capaz de entenderlas?
La clave de este dilema se encuentra entre otras cosas en el uso de una simbología clara y directa, además de mostrar imágenes poderosas que por sí solas se queden en la retina del espectador. En ese aspecto, Eisenstein demostró ser también un maestro, como lo prueba una de las escenas más célebres de la historia del cine, el ataque en la escalinata de Odessa de El Acorazado Potemkin (1925). Hoy les proponemos rescatar otro de los momentos más célebres de su filmografía: la escena del puente de Octubre (1928).
Dicha secuencia tiene lugar durante los fallidos arranques revolucionarios de julio de 1917 que fueron reprimidos por las fuerzas del Zar. Mientras los contrarrevolucionarios aniquilan a los manifestantes, se decide abrir los puentes colgantes que comunican con el centro de la ciudad para evitar que los revolucionarios subversivos puedan llegar a esa zona. Y aquí es donde la maestría de Eisenstein como evocador de imágenes queda más que demostrada.
Se trata de un acontecimiento histórico sin un protagonista individual con el que identificarnos, pero él concentra ese momento en una imagen concreta e inolvidable. Mientras el puente se levanta, vemos el cadáver de una mujer que está situado justo en medio y el director filma con detalle como su larga melena queda en mitad del cruce. Al otro lado del puente, un caballo blanco muerto queda colgando del carro que tiraba (el hecho de que sea blanco obviamente no es casual). Mientras tanto, los contrarrevolucionarios atacan a los disidentes y arrojan al río toda la propaganda socialista que habían intentado repartir. El caballo blanco queda colgando del puente en una imagen escalofriante y poderosísima hasta que finalmente cae también al río.
Puede que tras ver la película uno no se quede con los detalles históricos o que no entienda todos los simbolismos que ha usado Eisenstein, pero lo que uno nunca olvidará es la imagen del caballo blanco colgando del puente. De esta forma Eisenstein consigue que un hecho histórico que podría parecernos algo «abstracto» al no contar con un protagonista claro tenga unas imágenes poderosas asociadas a éste.