Celebridades y cine (II)

La semana pasada les comentamos los casos de algunas celebridades que utilizaron el cine para potenciar su fama, llevando a la pantalla los sórdidos acontecimientos que les dieron a conocer por todo el país e incluso protagonizando esas películas ellos mismos. En una época previa a la televisión, es comprensible la fascinación que sentía el público por ver a esos famosos en la gran pantalla representando además los hechos de su vida personal – otro asunto es hasta qué punto eran éticas este tipo de películas pero, como sucede también hoy día, el éxito comercial no suele estar vinculado a aspectos éticos.
Hoy mencionaremos otros casos menos sórdidos, en concreto personalidades que decidieron utilizar el cine como medio de publicitarse a sí mismos.

El primer caso es el de William J. Burns, quien a principios del siglo XX era uno de los detectives más reputados del país y se le conocía como el Sherlock Holmes americano, por lo que a un avispado productor se le ocurrió que sería un gran reclamo comercial filmar alguno de sus casos contando con éste como protagonista: The Exposure of the Land Swindlers (1913), The $ 5.000.000 Counterfeiting Plot (1914) – donde incluso aparecía al final junto a Arthur Conan Doyle, quien le felicitaba por sus éxitos enfatizando así su apodo – o The Deep Purple (1920).

conan doyle william burns

Arthur Conan Doyle (izquierda) junto a William J. Burns (derecha) y, probablemente, su familia. La imagen debe datar de la época en que se rodó la película.

El juez Ben Lindsey fue otra celebridad que utilizó el cine como medio publicitario. Se hizo famoso por su idea de tratar a los delincuentes juveniles de forma especial, no castigándolos sino incitándoles a hacer el bien. Sin embargo, esta ideología en la época no fue bien vista por gran parte de la población que consideraba que era demasiado indulgente con criminales en potencia. Nada mejor que el cine para hacer un poco de propaganda sobre su método. El periodista George Creel escribió un guión que se convertiría en el film Saved by Judge Ben Lindsey in the Juvenile Court (1913). La película es un ejemplo muy interesante de cine como propaganda, enfatizando continuamente la idea del juez como amigo de los niños e incluso ridiculizando a la parte demandante (una mujer adinerada que se queja de que su caniche fue golpeado con una pelota). Échenle un vistazo:

Un caso muy similar es el de otro juez que seguía unos métodos muy similares, el juez Willis Brown, quien produjo un film llamado A Boy and the Law (1914) en que aparecía él interpretándose a sí mismo. En este caso Brown llevó a cabo su proyecto junto a King Vidor, quien años después se convertiría en uno de los cineastas más importantes de Estados Unidos con El Gran Desfile (1925) e Y El Mundo Marcha (1928). Los cortometrajes del juez Brown serían de hecho su primer trabajo como director. Veamos lo que tiene que decirnos Vidor al respecto en su autobiografía:

Mi siguiente patrón fue un hombre dinámico y bajito, el juez Willis Brown. El juez Brown había adquirido su título por presidir un tribunal de menores de Salt Lake City, y había creado una especie de Ciudad de los Muchachos, a la manera del padre Flanagan. Había dado forma dramática a sus experiencias con chicos difíciles en una serie de guiones que tenía la esperanza de convertir en veinticuatro películas de media hora. Durante mi etapa de cámara por cuenta propia de filmes de actualidades, había trabajado para el juez durante varios días en un travelogue. Impresionado con la iniciativa que entonces yo había mostrado, le pareció que había encontrado el tipo adecuado para dirigir sus películas.
Alquiló una serie de edificios, esparcidos a lo largo de la carretera entre Culver City y la localización del RKO Pathé Studio en los años cincuenta, en los que pensaba organizar una combinación de estudio cinematográfico y de ciudad dirigida por los propios muchachos. Así que reunió unos cuantos miles de dólares y se lanzó al mundo del cine.

Por mi parte, ahora era el orgulloso propietario de un Hupmobile con capacidad para cinco pasajeros. En el camino matutino desde Hollywood hasta Culver City paraba en algunos cruces llenos de animación y echaba una ojeada a los chicos de los periódicos mientras pregonaban su mercancía. Si me parecía que eran fotogénicos, me acercaba a ellos y les ofrecía abandonar el negocio de los periódicos y pasarse al de las películas. Solía acompañar mi oferta con un adelanto de dos dólares, e invariablemente dejaban caer sus fardos de periódicos y subían a la parte trasera de mi coche. Debo pedir excusas a la Screen Actors Guild por esta manera poco ortodoxa de elegir el reparto de una película, y también debo disculparme ante Los Angeles Times por aquellas ilícitas redadas.
Las películas comenzaban siempre con un grupo de muchachos sentados alrededor de una gran mesa de conferencias junto al juez Brown. Los padres de algún chico ingobernable exponían el problema aparentemente irresoluble de su incorregible hijo. El juez Brown prescribía entonces algún remedio poco ortodoxo pero sumamente efectivo. La parte central del filme se ocupaba de la manera en que estos problemas, profundamente humanos, llegaban a resolverse. Yo creía con fervor en aquellos filmes, y ponía en ellos todo mi corazón y toda mi alma. Aquellos cortos dramáticos y humanos fueron bien recibidos por el público y por la crítica.

El caso quizá más extremo de cine como propaganda personal es el del político William Sulzer, elegido gobernador de Nueva York y con un futuro brillante ante sí que quedó destruido al ser sometido a un proceso de impeachment. Para defenderse, Sulzer decidió recurrir al cine con The Shame of the Empire State (1913), un film sobre el proceso protagonizado por él mismo. Obviamente toda la propaganda de la película se basaba en ver al gobernador autointerpretándose en una película. Dos años después repitió la jugada con The Governor’s Boss (1915), de nuevo protagonizada por sí mismo y recreando todas sus luchas políticas.

william sulzer

Un último caso muy curioso es el del ruso Iliodor, uno de esos personajes tan hipócritas, traicioneros y desprovistos de escrúpulos que es imposible que al final uno no acabe cogiéndoles cierta simpatía. Era un sacerdote que durante un tiempo fue amigo íntimo de Rasputín, hasta que se enemistó con él e hizo una campaña para desprestigiarle. En la época de la revolución soviética escapó a EEUU e intentó ganar dinero vendiendo su historia sobre su relación con Rasputín y el zar. Tenía la controvertida y poco honesta costumbre de firmar contratos en exclusividad con varias personas diferentes causando problemas legales, pero finalmente contribuyó en el rodaje del film The Fall of Romanoffs (1917) de Herbert Brenon en el que se interpretaba a sí mismo. Obviamente toda la película distorsionaba la realidad para favorecerse descaradamente y su actuación dejaba mucho que desear según críticas de la época. Eso no supuso ningún problema al bueno de Iliodor, quien poco después de completar el film volvió a Rusia posicionándose esta vez a favor del nuevo gobierno soviético. Sin duda un tipo simpático.

fall of the romanoffs
Obviamente el cartel no puede dejar de mencionar la presencia del auténtico confidente de Rasputín como reclamo publicitario.

Este tipo de casos obviamente fueron desapareciendo con la cada vez mayor profesionalización del medio, y aunque es de lamentar que no podamos ver casi ninguna de estas películas – lo cual enfatiza el hecho de que no eran más que productos de un momento muy concreto – son casos que creo que resultan de lo más curioso.

Por último mencionar que se pueden conocer más ejemplos similares en el imprescindible libro de Kevin Brownlow Behind The Mask Of Innocence.

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