Le Giornate del Cinema Muto de Pordenone 2019 (II)

Ah, no hay nada como los primeros días de Pordenone. Todo el mundo está todavía fresco y despejado. Las sesiones de las 9 de la mañana nunca están tan llenas como en estos días y uno aún mantiene el optimismo de ver todas las películas que se había propuesto. En el fondo la experiencia de un festival viene a ser encontrar un equilibrio entre verlo todo y darse las horas adecuadas de reposo. Y nunca parece tan factible y realista el plan semanal que se hace uno como en los primeros días.

5 de octubre – Once hombres y una mujer sin piedad + el anuncio más largo del mundo

Los protagonistas de la primera jornada de Pordenone han sido dos franceses… con permiso, claro está, del señor Charles Chaplin, cuya obra maestra El Chico (The Kid, 1921) ha sido escogida como plato fuerte de la sesión de inauguración del festival acompañada por la Orquesta de San Marco de Pordenone. Pero si me disculpan, dejaremos por una vez a Chaplin de lado (habrá numerosas ocasiones para hablar de El Chico) y pasemos a las otras sesiones del día.

Como decía, esta jornada hemos tenido dos grandes protagonistas franceses, el primero de los cuales tiene un programa dedicado: la actriz francesa Suzanne Grandais. Hoy día su nombre quizá no sea recordado pero en su época era inmensamente popular, hasta el punto de que se la bautizó como «la Mary Pickford francesa». Por desgracia falleció muy tempranamente, en 1920 a los 27 años en un accidente de coche, truncando una carrera prometedora de la que el festival nos ofrece unos cuantos ejemplos. Esta primera sesión se centraba en algunos de los cortos que protagonizó junto al actor y director Léonce Perret, que básicamente siguen casi todos la misma premisa de peleas matrimoniales en que se engañan mutuamente y se reconcilian (de hecho ya en la edición de 2014 del festival vimos un corto de Grandais-Perret de las mismas características titulado Léonce Flirte (1913)).

Imagen: EYE Filmmuseum, Amsterdam

En Le Homard (1913) Léonce hace creer a su esposa que está en alta mar pescando langostas para satisfacer un antojo culinario de ella cuando en realidad está en el cine viendo una película y ha comprado los crustáceos a un pescador, mientras que en Un Nuage (1913) el motivo de discusión es simplemente que Perret no le permite a ella fumar en casa mientras él si se da ese capricho (ciertamente  fue el corto más flojo de esta sesión). Les Épingles (1913) tiene como punto de partida una nueva ley que prohíbe a las mujeres llevar alfileres de sombrero desprotegidos porque pueden causar accidentes (¡!) y, cuando Suzanne se niega a tapar el suyo, Léonce finge que ella se lo ha clavado en el ojo sin querer para así recibir sus cariñosos cuidados. Los tres cortometrajes siguen la consabida guerra de sexos en que Grandais destaca como una mujer no solo atractiva y encantadora sino con mucho carácter, que no está dispuesta a dejarse engatusar por su marido. Otro corto que protagoniza con Perret sigue otro estilo diferente: Le Chrysantème Rouge (1912) no apuesta tanto por la comedia como por una historia simpática en que dos pretendientes (uno de ellos nuestro amigo Perret) se disputan el favor de Suzanne buscando su flor favorita. Los primeros planos de ella oliendo las flores y dando a entender coquetamente con una negación que no han dado aún con la flor que ella busca nos permiten comprobar qué la hacía tan popular en la época: no solo su belleza sino el encanto tan natural que transmite.

Destacan para mi gusto las numerosas referencias a cámara (no solo Léonce está continuamente haciéndonos partícipes de sus trastadas guiñándonos el ojo, sino que al inicio de Les Épingles ella no se atreve a besarle porque estamos los espectadores presentes y por ello se tapan pudorosamente… un recurso que ya vimos hace cinco años en Pordenone en el ya citado Léonce Flirte) y una divertida pantalla partida en tres en Le Homard donde vemos a Suzanne preocupada, el mar embravecido… y mientras tanto el bueno de Léonce partiéndose de risa en una sala de cine teniendo a su mujer engañada creyendo que está pescando en el mar. La triple pantalla se repite en La Demoiselle des P.T.T. (1913) donde encarna a una empleada de correos acosada por un admirador que saldrá escaldado. Desde nuestra perspectiva actual quizá no aprovecha tanto las situaciones de confusión como esperaríamos pero son cortometrajes que tienen un encanto innegable entre los cuales yo destacaría el de la langosta.

Imagen: Gaumont Pathé Archives

Nuestro segundo protagonista del día les será más familiar: el cómico Max Linder, que inaguró la sección dedicada al slapstick europeo. En fin, no creo que haga falta resaltar la enorme importancia de Linder en el mundo de la comedia (el mismo Chaplin se encontraba entre sus mayores admiradores), que daría él solo para todo un ciclo de las Giornate. Es por ello que los programadores han decidido centrar la sección dedicada a él a la última y más olvidada etapa de su carrera. Le Petit Café (1919) es un largometraje con algunos ecos a El Romance de Charlot (1914) que parte de una premisa muy prometedora: Linder es un muerto de hambre que trabaja de camarero en un bar hasta que recibe una enorme fortuna en herencia. Pero hay un problema: engañado por su tutor, ha firmado un contrato con su jefe que le obliga a seguir trabajando en el bar si no quiere perder buena parte de la herencia. De modo que debe combinar su nueva vida como playboy con su obligación de seguir siendo un camarero. La película es divertida y da pie al tipo de situaciones de confusión que tan bien se le daban a Linder (me gusta mucho cuando atiende a los clientes en el bar mientras al mismo tiempo se toma las medidas de su nuevo traje) pero no acaba siendo tan redonda como esperaría. Curiosamente creo que el problema está en el pobre trabajo de dirección, y digo «curiosamente» porque su responsable es Raymond Bernard, que en unos años pasaría a ser uno de los cineastas más prestigiosos de Francia. Pero lo cierto es que le falta chispa y que no explota lo suficiente a Linder, sin olvidar que el guion avanza a trompicones. Divertida pero es una pena que no llegue a más.

En contraste, el corto Au Secours! (1924) tiene el defecto exactamente contrario: está tan virtuosamente dirigida que a veces no parece una comedia. La explicación está en quién se halla detrás de la cámara: el gran Abel Gance, quien se dice que dirigió este filme entre sus ambiciosas obras maestras La Rueda (1923) y Napoleón (1927) por una apuesta que le había hecho Linder de que no podría hacer una película en tres días. El resultado es una obra visualmente espectacular pero que quizá no se adecua al estilo que precisa un slapstick. El inicio con esos primeros planos tan misteriosos evoca más un filme de terror que una comedia, y algunos de los recursos técnicos que se utilizan delatan al virtuoso Gance tras la cámara (el rarísimo travelling de Linder llegando a la mansión, algún ralentizado, etc.). La trama, en que Max debe pasar una noche solo en una casa encantada, al final acaba dando pie a una serie de situaciones disparatadas que acercan la película más al surrealismo que a la comedia. El resultado es una película fascinantemente extraña en que la disparidad que hay entre forma y contenido resulta chocante: formalmente es una maravilla mientras que a nivel de contenido es un absoluto disparate. Se trata por cierto de la última película de un Max Linder por entonces muy inestable mentalmente que no tardaría en suicidarse.

Imagen: Steve Massa Collection

¿Se acuerdan de John M. Stahl, el gran protagonista de las Giornate del año pasado? Pues parece que el festival se ha propuesto literalmente programar todas sus películas mudas que existan y este año nos ofrece algunas que no pudieron verse el 2018, comenzando por el único fragmento que queda de The Wanters (1923), clásica historia de chica humilde que se casa con un hombre de la alta sociedad y no sabe adaptarse a ese mundo. Lo poco que vimos da a intuir la elegante dirección de Stahl y su cuidado trabajo de dirección de actores. Le siguió un largometraje que se presenta con el provocador rótulo de «¿Puede una mujer ejercer de jurado en un caso criminal?«. The Woman Under Oath (1919) muestra desde el principio los rasgos que conocemos de Stahl, como iniciar la película con el conflicto ya avanzado o esa obsesión que tenía el director con las bodas. La trama explica cómo un joven es acusado de haber asesinado a su antiguo jefe, algo de lo que éste se declara inocente aunque todas las pruebas apuntan a él. Si recuerdan las obras primerizas de Stahl que comenté el año pasado enseguida intuirán que el misterio se resolverá con un giro enrevesado y algo pasado de rosca, pero aquí la clave está en la mujer protagonista, quien forma parte del jurado que debe juzgar al muchacho y que además acaba siendo la única que apuesta por su inocencia, en lo que es un claro precedente de Doce Hombres sin Piedad (1959) de Sidney Lumet. La película está bien dirigida y Florence Reed hace un trabajo espléndido, pero el género judicial se defiende mal en formato mudo, ya que precisa de mucho diálogo. Sin embargo es un filme notable del que cabe aplaudir las reivindicaciones que hace hacia el género femenino (todos acusan a la protagonista de no querer declararle culpable por sentimentalismo pero al final veremos que es por honestidad) y que denuncia situaciones intolerables a las que muchas mujeres estaban expuestas (el jefe que viola a su empleada). Notable.

¿Se les ocurre una mejor forma de acabar un sábado por la noche que viendo unos cortos publicitarios mudos escandinavos? A mí desde luego no, pero es de justicia reconocer que programarlos a última hora del día era una invitación a abandonar la sala a no ser que uno tuviera mucha curiosidad por el tema o un peculiar sentido del humor. Fueron cuatro cortos con sus más y sus menos, empecemos por los segundos. Kal Napoleon Kalssons Bondtur Eller en Vandring I Stockholms Lustgardar (1915) es un filme noruego de 20 minutos con una mínima base argumental (el Tío Kal ha ganado una gran suma de dinero y se va a Estocolmo a gastárselo a lo grande) que sirve como excusa para publicitar una serie de comercios y productos. Al final todo no es más que una excusa para que veamos a los protagonistas consumiendo las marcas que seguramente pagaron por aparecer en este apasionante corto, que viene a ser como un ejemplo de Product Placement a lo loco en que a los guionistas se les olvidó crear el argumento de la historia. También vimos un corto sueco sin título sobre unos polvos de lavar llamados Triton, en que dos criadas compiten por ver quién lava más ropa y más rápido. Me parece curiosísimo ver un ejemplo tan primigenio de un tipo de publicidad que aún hoy día se estila (comparar cómo deja la ropa un detergente normal VS cómo la deja el detergente que se está publicitando) usando además los mismos argumentos que en los anuncios actuales. Pero la gracia está en cómo esa premisa se estira quince minutos en los cuales el director parece tomarse la molestia hasta de introducirnos a las dos familias, que tienen cero relevancia en la trama.

Imagen: Svenska Filminstitutet, Stockholm

En cambio me gustó bastante el corto noruego Høk over høk (1929), no solo por ser más breve que los otros (5 minutos) sino porque es ligero, está muy bien filmado y es suficientemente raro como para despertar mi interés. El anuncio se inicia con una cita del Rey Salomón (!) que aún no sé a cuento de qué viene, seguidamente una chica se mancha su vestido de barro por culpa de un coche y ella y el conductor tienen una breve discusión que se soluciona con la llegada de un halcón con una carta (¡!) en que les recomienda utilizar cierta marca de jabón. ¿A quién no le ha sucedido algo así?

Pero el gran ganador de la sesión es Rex hvad Diogenes søkte og fandt (1924), que viene a ser como la gran superproducción de los cortos publicitarios de la época: dura 25 minutos, costó 30.000 coronas noruegas (una suma muy grande) y contaba con algunos actores de prestigio. Se nos explica la historia del filósofo Diógenes, que busca a lo largo de los siglos la figura del rey inmortal (Rex) y va dialogando con personajes como Nerón y Napoleón. La factura técnica es impecable (con algunos planos magníficos, sobreimpresiones, algún efecto especial…), la ambientación de época es digna de una película seria… y al final, tanta filosofía, tanta búsqueda a lo largo de los siglos de ese ideal de hombre acaba desembocando… ¡en una marca de margarina llamada Rex! ¿Tanta historia para que el Rex que buscaba Diógenes fuera el nombre de una marca de comestibles? Es algo alucinante, y aunque me lo veía venir (puesto que sabía que esta sesión iba de cortos publicitarios) no pude evitar soltar una carcajada al ver el desenlace. ¿Hasta qué punto está hecho en serio el anuncio y hasta qué punto es una broma a costa del espectador? Me voy a dormir con la duda…

Imagen: Nasjonalbiblioteket, Oslo

  • Joya a rescatar: esa rareza extraña, desigual y tan interesante como imperfecta que es Au Secours! (1924).
  • Detalle a destacar: dos toques muy Lubitsch detectados en dos de las comedias de hoy. Después de que Léonce y Suzanne se reconcilien en Les Épingles la cámara pasa al otro lado de la puerta y la criada llega para atender a sus señores teóricamente malheridos… pero cuando no responden a su llamada se pone a escuchar por la puerta y seguidamente pone una expresión escandalizada que nos da a entender muy claramente lo que está pasando al otro lado. Por otro lado en Le Petit Café Max acompaña a una mujer a su hogar para protegerla de la lluvia con su paraguas, que acaba medio roto. Éste lo lanza al suelo delante del portal y la acompaña adentro. Al día siguiente el paraguas sigue en el mismo sitio, dándonos a entender que ha pasado la noche ahí.
  • Rótulo del día: «O te casas conmigo o te mataré. Firmado: Tu queridísima Edwige«. ¿Cómo resistirse a semejante declaración que le llega a Max por carta en Le Petit Café?
  • Momento más divertido: la figura de Diógenes vagando en el Oslo actual después de haber divagado durante siglos para finalmente descubrir que el sentido de su existencia era comerse una rebanada de pan con margarina Rex. Parecía literalmente un gag de los Monty Python.

Imagen: EYE Filmmuseum, Amsterdam

6 de octubre – Fritz, el rey de los caballos

El ciclo dedicado al actor de westerns William S. Hart empezó fuerte en Pordenone con la que es una de las mejores películas suyas que he visto: The Narrow Trail (1917), en la que interpreta a un bandido que se enamora de una joven de San Francisco que está de paso por el salvaje oeste. Él le oculta a ella que en realidad es un delincuente, y ella le esconde que es cabaretera, de manera que ambos se sienten culpables sin saber que se están engañando mutuamente. The Narrow Trail (1917) es una película sorprendentemente desprovista de escenas de acción para ser un western, y casi todas ellas se encuentran aplegadas al inicio de la cinta. En su lugar la historia prefiere centrarse en los personajes y en la clásica idea de campo VS ciudad (en el filme se alude explícitamente a «la pureza de la montaña» en contraste con la decadente San Francisco). Hart solía interpretar a personajes que se movían entre el bien y el mal, especialmente bandidos que se acababan redimiendo, lo cual le da una riqueza extra a sus películas respecto a otros héroes de western más prototípicamente planos y además le permite quedarse con lo mejor de ambos mundos (el carisma que emana un bandido y los valores que transmite un héroe), aunque eso obviamente tiene sus inconvenientes (resulta muy poco creíble que un bandido sea tan mojigato y naif).

No podemos dejar de mencionar la excelente fotografía de Joseph H. August (uno de los grandes pioneros de la dirección de fotografía) capturando la imponente belleza de esos paisajes salvajes, ni al que es uno de los personajes principales de la cinta: el que se denomina como «rey de los caballos», interpretado por Fritz, el precioso y adorado caballo de Hart que solía salir en la mayoría de sus filmes. La película de hecho se inicia con un prólogo en que vemos cómo el protagonista captura a Fritz para que se convierta en su caballo y más tarde se enfrenta a los miembros de su banda cuando le piden que se deshaga de él (puesto que es un caballo demasiado reconocible por las fuerzas de la ley). Como detalle remarcable, la chica empezará a sospechar que ese bandido enmascarado no es tan mala persona al ver como acaricia cariñosamente al animal. En el fondo The Narrow Trail es también la historia de amor entre un hombre y su caballo.


Imagen: Academy of Motion Picture Arts and Sciences – Margaret Herrick Library, Los Angeles

El actor de comedia Reginald Denny es sin duda uno de mis mayores alicientes de la edición de este año. Solo lo conocía por la anécdota que explica Kevin Brownlow en The Parade’s Gone By cuando intentó convencer al propio actor de que sus comedias mudas eran buenas, pero no había visto nada suyo. Su biografía ya de por sí es interesantísima: de origen británico, cuando su madre murió siendo un niño fue enviado a un internado del que se escapó; aprendió boxeo, fue durante un tiempo campeón pugilístico, luego se pasó al mundo del music-hall y finalmente acabó haciendo pequeños papeles en Broadway, a partir de los cuales decidió probar suerte en el cine (a modo de curiosidad décadas después fue uno de los pioneros en la invención de los drones al diseñar una radio-dron para la II Guerra Mundial). Su entrada en Hollywood fue con una serie de comedias ambientadas en el mundo del boxeo que explotaban su rol como galán ligero y su capacidad para boxear tituladas The Leather Pushers (1922).

Las dos primeras fueron creadas de forma independiente por él, el director Harry S. Pollard y el productor H.L. Messmore, con la esperanza de que algún estudio se las comprara y pudieran continuar produciendo la serie. Finalmente lograrían convencer a la Universal, con los que harían el resto de películas. En Pordenone vimos la segunda y tercera parte, en las cuales, para poner en situación al espectador que no ha visto los anteriores episodios, el manager del protagonista se dirige directamente a nosotros al principio de cada filme recapitulando lo que sucedió en anteriores entregas y, al final, nos anima a no perdernos el siguiente capítulo. Las dos películas que vimos eran muy entretenidas y agradables de ver pero no especialmente memorables, en parte porque Denny todavía no ha explotado su potencial como cómico – de hecho eso vendría un año después cuando en The Abysmal Brute (1923) introdujo algunas escenas de comedia que gustaron tanto al público que le convertirían en el principal cómico de la Universal durante la era muda. Me imagino que lo mejor de Reginald Denny vendrá más adelante en el festival, de momento estos filmes pugilísticos son tan ligeros como intrascendentes con el aliciente para los aficionados a este deporte de que en ellos participan boxeadores reales haciendo cameos.


Imagen: Indiana University, Moving Image Archive

La otra diva francesa que aparece en el programa junto a la Grandais es Mistinguett, que siguió una trayectoria totalmente diferente. En su caso ella proviene del mundo del music-hall y era famosa por sus bailes… y sus piernas (¡que en 1919 estaban aseguradas en medio millón de francos!). Estuvo en el Moulin Rouge y el Follies-Bergère teniendo como compañero de baile a un joven Maurice Chevalier, y cuando éste fue capturado en la I Guerra Mundial Mistinguett, desesperada, trabajó como agente doble para liberarlo, pero fue atrapada por los alemanes y se salvó de ser ejecutada gracias a un intercambio de prisioneros (nos alegramos de que sobreviviera pero, ¡qué final de carrera habría sido!). Por descontado en los años 10 empezó a alternar su trabajo en los escenarios con el cine, y aquí es donde entramos nosotros.

Hoy vimos dos películas suyas dirigidas por el gran Albert Capellani, de las cuales me funcionó mucho mejor el cortometraje que el largometraje. El corto, L’Épouvante (1911), es un muy buen relato de suspense en que un ladrón entra a robar en el cuarto de la actriz. Tiene algunos planos muy vistosos (un plano picado desde la cama para que veamos desde el punto de vista de Mistinguett al ladrón escondido debajo del lecho) y resulta bastante emocionante. La Glu (1913) inicialmente también pintaba muy bien: la historia de una femme fatale que seduce por interés a varios hombres y luego los deja tirados. Desafortunadamente la película acaba haciéndose larga y, sobre todo, reiterativa (¿cuántas veces tenemos que ver cómo la protagonista seduce, exprime y luego deja tirado a su siguiente conquista?), aunque tiene su interés por la interpretación de Mistinguett y por la ambientación de ese pueblo marino de la Bretaña.

Imagen: Steve Massa Collection

Si la primera sesión de Mistinguett nos dejó algo a medias, más de lo mismo sucedió con la de slapstick europeo del día, compuesta de tres cortos y un mediometraje. El que mejor funcionó fue el primero de todos, Not Guilty! (1926) dirigido por Harry Sweet, que sirvió de excusa para reivindicar al orondo actor de origen húngaro Karoly Huzár (rebautizado Charles Puffy en Hollywood), que tuvo una carrera a medio camino entre Hungría, Alemania y Estados Unidos hasta que desapareció misteriosamente a principios de los años 40. Aquí interpreta a un hombre que es confundido por un asesino que va a ser llevado a un juicio y tiene que sufrir todas las acusaciones, cuando él ha acudido a los juzgados para casarse. Una comedia tonta y no especialmente bien realizada pero realmente muy divertida y con un Huzár fantástico. No puedo decir lo mismo del corto que vimos de Lupino Lane, quien por mucho que fuera un cómico muy famoso en su época yo no le encontré especialmente divertido en The Blunders of Mr. Butterbun: Trips and Tribunals (1918) – dirigida por cierto por Fred Rains, padre del actor Claude Rains. Lo interesante de estos filmes slapstick menores es que te hacen apreciar aún más a los grandes del género. Cuando uno empieza a ver comedias mudas, lógicamente siempre recurre primero a los grandes (Chaplin, Keaton, Lloyd…) y no es consciente de la enorme diferencia de ellos respecto al resto de cómicos de la época hasta que no se les compara con otros contemporáneos. Lo siento por Lupino Lane, pero su tipo de humor tan estrafalario, excesivo e incluso cansino representa el tipo de slapstick del que los anteriormente citados querían desmarcarse. Quizá no vi la película apropiada, quién sabe, le daré más oportunidades en el futuro…

Que Ernst Lubitsch es uno de los personajes más queridos en Pordenone es algo que sabe cualquier asiduo al festival. Y si necesitan alguna prueba al respecto, simplemente decir que cuando empezó la presentación de personajes de El Orgullo de la Firma (Der Stolz der Firma, 1914) de Carl Wilhem y salió nuestro amigo Lubitsch sonriendo a cámara, hubo un aplauso espontáneo del público. Por si no lo sabían, Lubitsch en realidad empezó su carrera como actor de teatro, haciéndose célebre por el tipo de personaje en que se especializó: un joven judío vago y algo picarón que acaba saliéndose con la suya. De ahí dio el salto al cine actuando en varias comedias, después pasó a dirigirlas él mismo y, finalmente, decidió dejar la interpretación y limitarse a ser simplemente uno de los mejores directores de la historia del cine. El Orgullo de la Firma es un ejemplo perfecto del tipo de personajes que solía encarnar Lubitsch, pero también de cómo lo realmente interesante de su carrera empieza cuando se pasó a la dirección. La película no es gran cosa y aun teniendo al público predispuesto a su favor apenas provocó carcajadas, si bien tenía toques simpáticos. Es un tipo de humor que no ha envejecido muy bien y creo que el mayor aliciente es la transformación que sufre su personaje: de un Lubitsch con aspecto de joven palurdo a otro maduro y arreglado que ya se parece mucho más a la imagen que tenemos todos de él. Lo mejor estaba aún por llegar.

Imagen: DFF-Deutsches Filminstitut & Filmmuseum

Me resulta muy curioso el programa dedicado a documentales mudos sobre el mundo del cine y en esta primera entrega tuvimos cuatro cortos muy distintos sobre el tema. Se me hizo cuesta arriba uno de 20 minutos dirigido a proyeccionistas de la época donde se daban todo tipo de detalles técnicos sobre cómo se deben tratar los negativos y las muchas maneras como éstos pueden dañarse (como ven, en Pordenone se proyecta literalmente de todo e imagino que los restauradores e historiadores de la sala lo encontraron muy interesante). Más entretenido resulta The Hollywood Dream Factory and How It Grew (1927), que explica de modo histórico el nacimiento de Hollywood desde sus inicios cuando era un suburbio de Los Angeles y los vecinos de la zona estaban algo molestos con esta invasión de actores, hasta la época actual del filme. Destaca por sus vistosos planos aéreos de los gigantescos estudios y, sobre todo, de un decorado cubierto de nieve visto desde una perspectiva que pone en evidencia que nos encontramos en verano por el paisaje de los alrededores, resaltando el contraste entre ese pequeño microcosmos que es el estudio de Hollywood (donde puede ser cualquier lugar y época) y el mundo real de alrededor.

Mi favorito de esta sesión fue sin duda A Tour of the Thomas H. Ince (Ex Triangle) Studio (1920), un corto claramente enfocado no solo a publicitar dichos estudios sino también al que fue uno de los productores más importantes de la era muda hasta su prematura muerte en 1924, Thomas H. Ince. La cinta no se corta en elogios hacia el gran hombre resaltando como fue él el iniciador del sistema de producción que luego adoptarían el resto de estudios y cómo controlaba de cerca cada parte del proceso, haciendo que todas sus películas tengan su impronta sin importar quién las haya dirigido (¡fastidiaos, cahieristas y seguidores de la teoría de los autores!). Las imágenes de rodajes reales son muy interesantes, con músicos tras las cámaras tocando para dar cierta ambientación a las escenas, y entre medio hay pequeñas ficciones protagonizadas por algunas de las principales estrellas del estudio (una de ellas incluye una persecución que luego se nos enseña cómo se filmó, un detalle muy ingenioso). Pero sin duda la imagen que más se me ha quedado es la de Thomas H. Ince haciendo sus ejercicios matutinos y boxeando con su entrenador personal. Mens sana in corpore sano!


Imagen: Eesti Rahvusarhiivi Filmiarhiivi, Tallinn

Finalizamos el día con una primera toma de contacto al ciclo de cine estonio, que incluía un breve documental y la primera película de animación hecha en Estonia, ¡casi nada! Se trata de Las Aventuras de Juku el Perro (Kutsu-Juku seiklusi, 1931) de Voldemar Päts, un cortometraje cuyo final por desgracia se ha perdido y que ya en sus rótulos iniciales da a entrever las intenciones de sus creadores: hacer un hueco a la producción animada del país en contraste con la invasión de películas americanas y alemanas que llenaban los cines. Los propios creadores admiten humildemente que el estilo no se puede comparar al de esos grandes países, pero la intención es lo que cuenta, ¿no? Y si bien es cierto que a nivel técnico Kutsu-Juku seiklusi todavía es muy limitada, a cambio es una cinta que derrocha imaginación y que resulta maravillosamente alocada, una mezcla entre los cortos de animación americanos tan surrealistas de los años 30 y ese tono enrarecido de la animación de la Europa del este. Seguidamente vimos Wellen der Leidenschaft o Kire Lained (1930) de Vladimir Gaidarov, una coproducción entre Estonia y Alemania con un reparto internacional que incluye a un director y protagonista de origen ruso y a la actriz eslovena Ita Rina que quizá conozcan por la magnífica Tonka of the Gallows (1930). El argumento es una clásica historia de suspense sobre una banda de contrabandistas con muchacha en apuros incluida que tiene como principal punto en contra que es realmente demasiado larga (casi dos horas). De haberse reducido a hora y media resultaría mucho más agradecida de digerir, pero en todo caso es una entretenida película de género muy bien hecha que se hizo más llevadera por el excelente acompañamiento musical a piano, batería y violín a cargo de Stephen Horne, Frank Bockius y Günter Buchwald respectivamente.

  • Joya a descubrir: The Narrow Trail (1917).
  • Rótulo del día: en general los rótulos de The Leather Pushers (1922) escritos en un argot neoyorkino tan marcado que era casi imposible entender lo que decían.
  • Detalle a destacar: las escenas en que William S. Hart y su caballo Fritz interactúan tan amigablemente en The Narrow Trail, que conquistaron el corazón del público. De hecho algo que me gusta del actor es que se nota que siente mucha simpatía hacia los animales, como se evidencia en la forma como cuida a su caballo y en los abundantes planos que hay en muchas de sus películas de él interactuando con perros.
  • Segundo detalle a destacar: no puedo dejar de celebrar que los organizadores del festival hayan incluido entre el merchandising de esta edición camisetas y tazas de Juku el perro. ¿Quién puede resistirse a comprar merchandising de la primera mascota animada de Estonia?
  • Momento favorito del público: cuando en La Glu (1913) por fin uno de los personajes decide matar a la protagonista después de que haya seducido y llevado a la perdición a medio reparto, el público de la sala aplaudió. Y no es para menos, ¿a cuántos hombres más estaba dispuesta a corromper?

Imagen: Eesti Rahvusarhiivi Filmiarhiivi, Tallinn

7 de octubre – Estonia y China luchan por su libertad… y por dar a conocer su legado silente

Uno de mis programas favoritos este año es el de «Nasty Women» (que ya se hizo hace dos años con otras películas), ya que me permite disfrutar de un montón de cortos de cine primitivo, que es uno de mis grandes alicientes de Pordenone. Sí, en internet tenemos la suerte de poder encontrar muchos, pero disfrutarlos en una gran pantalla y a buena calidad realmente marca la diferencia. Como el título indica, es una selección de cortos que tienen como común denominador el contar con mujeres en papeles conflictivos. Volvemos a reencontrarnos con la pequeña (aunque interpretada por una actriz adulta) Léontine, a quien conocimos ya el 2017 en este mismo programa y que sigue provocando caos y confusión a su paso. Sus padres como buenos progenitores hacen lo que haríamos los demás en su lugar: la envían a la calle en Léontine, Enfant Terrible (1911) y a casa de unos familiares en Léontine en Vacances (1910) para que continúe el caos ahí. Las criadas del hogar también son la causa de numerosos conflictos, como puede verse en La Grève des Bonnes (1906), donde se manifiestan en acto de protesta arrasando todo a su paso, o en Rosalie a la Maladie du Sommeil (1911), en que la criada tiene narcolepsia y luego no puede despertarse aunque sus amos traen hasta su cama a todos los vecinos tocando instrumentos de orquesta y luego la mojan con cubos y una manguera. ¿Y qué decir de las respetables amas de casa? En Madame a des Envies (1907), dirigido por Alice Guy, una mujer embarazada no resiste sus antojos y le roba un caramelo a un niño y un trozo de comida a un vagabundo, hasta que finalmente cae sobre un cultivo de coles y de ahí sale su hijo. Mientras que en La Fureur de Mme. Plumette (1912) la protagonista sale de casa a hacer las compras y arrasa con todo debido a la mala leche que arrastra. Una de sus víctimas es un hombre al que mete en un agujero de alcantarilla y dos ladrones a los que sorprende con las manos en la masa y los echa por la ventana ella solita.

Algo que me encanta de los cortos de cine primitivo es lo desenfadadamente absurdos que pueden ser: en Wem Gehört das Kind? (1910) un hombre se encuentra una niña perdida en el parque y decide con toda la lógica del mundo llevársela a su mujer (¿como regalo?) quien malinterpreta que es una hija ilegítima de su marido; mientras que La Peur des Ombres (1911) acaba resultando un corto bastante peculiar, con dos mujeres asustadas por unas sombras misteriosas y la policía acude al rescate en otro ejemplo de pantalla triple partida (al final las sombras eran un policía y su amante jugando en la calle al tiro al blanco…. ). También me fascina la desbordante imaginación que hay en muchos de ellos: en Zoé et le Parapluie Miraculeux (1913) una criada encuentra un paraguas que al abrirlo hace que lluevan los objetos que tiene más cerca (sillas, escobas, etc.), mientras que en Cunnégonde, Femme-Crampon (1912) una mujer se niega a que su marido salga por ahí sin ella, y cuando éste escapa tras haberla encerrado en un cuarto, lo caza con un lazo y lo sube con ella obligándole a compartir una tarde hogareña juntos. Mi favorito de esta sesión es uno que trata de exactamente la misma historia pero a la inversa: en Non! Tu ne Sortias Pas sans Moi! (1911) la mujer quiere salir a pasear sola pero su marido la quiere obligar a quedarse en casa con él. Eso inicialmente lleva a la consabida destrucción de todo el mobiliario (jamás la industria mobiliaria y de cerámica vivirá una edad de oro como la de los años del slapstick) pero luego en la calle la situación llega al absurdo cuando éste la persigue por doquier provocando más caos hasta que ella intenta darle esquinazo subiendo a un tren y un barco… en vano. ¿La solución? Se pone un traje de buzo y por fin puede pasear sola por el fondo del mar. ¡Magistral!

Imagen: Restoration CNC

El ciclo William S. Hart cabe decir que empezó ayer poniendo el listón muy alto con el riesgo de que las siguientes películas suyas que veamos nos sepan a poco. Por suerte no fue del todo así. In the Sage Brush Country (1914) es un buen mediometraje remarcablemente bien hecho teniendo en cuenta su temprana fecha de producción y que era la segunda película que dirigía el propio Hart. La historia de nuevo nos habla de un bandido que se acaba enterneciendo tras salvar a una joven a la que en realidad pensaba robar. Algunos detalles remarcables: el montaje paralelo inicial entre la joven hablando con su padre para que le deje llevar escondida una suma importante de dinero en la diligencia y entre Hart en su guarida. No hay nada que una esas dos historias todavía, pero al estar montadas así se nos da a entender que van a acabar confluyendo, lo cual es un tipo de montaje muy moderno para 1914 ya que no hay un motivo narrativo para que veamos ambos espacios en paralelo. El desenlace por otro lado me gustó mucho, sin acabar de cerrar esa historia de amor y dejando que ambos protagonistas se separen sin que la chica sepa que su salvador inicialmente iba a ser el bandido que iba a atracarla. En ese aspecto me recuerda a Charlot Vagabundo (1915) en el sentido de que en esa película Chaplin estaba empezando a dar forma a un tipo de situación prototípica suya (el entrañable vagabundo enamorado pero obligado a renunciar a la chica) que luego años después perfeccionaría. Lo mismo sucede aquí con otro tipo de argumento prototípico de Hart, ya que esta misma premisa vimos que se explotaría más a fondo en The Narrow Trail (1917).

La siguiente obra que vimos, The Aryan (1916), tiene más controversia. La historia inicial escrita por C. Gardner Sullivan trataba sobre un terrible bandido establecido con sus secuaces en un refugio en mitad del desierto, que se niega a ayudar a unos peregrinos que se han quedado atrapados sin agua, hasta que una joven inocente y virginal le hace cambiar de opinión. Hart no le veía sentido a que el personaje fuera tan malo sin motivo y escribió la primera parte de la historia, en que su personaje llega lleno de buenas intenciones a un pueblo, donde es estafado y engañado. El Hart de esa primera parte es tan naif y buenazo que parece más un personaje de Disney que del salvaje oeste (¡la razón de su viaje es volver a estar al lado de su madre!), pero se nos justifica así que dejara de tener fe en la humanidad y que se llevara consigo al desierto a la mujer que le engañó usando sus encantos, convirtiéndola prácticamente en una esclava en su guarida de criminales. El problema viene, ay, con el tema de la raza aria al que hace referencia el título. Parece ser que el tal Sullivan creía en este tipo de cosas y que la película inicial contenía innumerables referencias al hecho de que Hart fuera ario y a la necesidad de que ayudara a los de su raza (los peregrinos) en vez de estar aliado con sus secuaces (de origen mexicano). Lo que sucede es que la película estuvo perdida durante mucho tiempo y la copia que nos ha llegado proviene de una versión que se distribuyó en Argentina en los años 20, a la que no solo le faltan algunas escenas, sino que además se cambió el contenido de los rótulos escondiendo el tema de la raza aria para evitar polémicas. De modo que el The Aryan que vimos en Pordenone no es el mismo que se estrenó en 1914 y desconocemos hasta qué punto resultaba ofensivo en su momento. En todo caso, aun reconociendo que es una copia incompleta, parece claramente inferior a las otras dos suyas que hemos visto hasta ahora.


Imagen: Academy of Motion Picture Arts and Sciences – Margaret Herrick Library, Los Angeles

Pasando a otro de los intérpretes estrella del festival, hoy hemos vuelto a tener una dosis de Mistinguett pero más digerible que la de ayer, con dos mediometrajes muy interesantes dirigidos por André Hugon. En Fleur de Paris (1916) interpreta a una humilde costurera que un día al salir del trabajo queda prendada por los anuncios de un cabaret y no puede evitar dejarse parte del sueldo en comprar una entrada para ver a… ¡Mistinguett! Si se pensaban que esos juegos metacinematográficos son cosa de la posmodernidad, preparénse porque esto no es un mero guiño (en cierto momento la amiga de la protagonista le dice que «es clavada a Mistinguett») sino que la trama se articula en este doble papel de la actriz. La ventaja que tiene esto es que nos permite disfrutar de Mistinguett interpretando un rol dramático al mismo tiempo que, cuando hace de sí misma, nos regala uno de los números de music-hall que hacía por entonces.

En Chignon d’Or (1916) vuelve a hacer de ella misma, que tiene que preparar un papel de mujer de mala vida para una obra de teatro y, adelantándose décadas a los actores del Método, decide para ello convertirse literalmente en el personaje: si Robert De Niro estuvo semanas conduciendo un taxi para Taxi Driver (1976), aquí Mistinguett decide disfrazarse de mujerzuela y pasear por los bajos fondos, pasando demasiado fácilmente por alto que no es la idea más segura del mundo. A partir de aquí se suceden varias aventuras con una banda de granujas y un conde que se aburre y en los ratos muertos se dedica también a pasearse por esos ambientes. Mi favorita de las películas que hemos visto de Mistinguett hasta ahora, la cinta tiene algunas secuencias de acción muy conseguidas y demuestra la versatilidad de la actriz para moverse en diversos registros (incluyendo una escena en que disfraza de chico repartidor de periódicos, en que se ve claramente que la gente a quien se los vende son personas de la calle que debían encontrar muy divertida la ocurrencia).


Imagen: Direction du patrimoine cinématographique du CNC

Estonia volvió hoy a la carga con tres películas. Dos de ellas son cortometrajes que tienen el valor histórico de ser las obras de ficción más antiguas que se conservan filmadas en Estonia. La primera es  The Borrowed Woman (Laenatud naene, 1913), en que un hombre hace creer a su tío rico que tiene mujer e hijos para pedirle dinero. Cuando éste viene de visita, nuestro protagonista busca desesperado en la calle una mujer que quiera hacer el papel de esposa. Lo más interesante de esta comedia es que está filmada en gran parte en la calle y permite ver a los transeúntes mirando a cámara o incluso haciendo payasadas (de hecho a media película se muestra sin venir a cuento una competición de patinaje). La segunda, Bear Hunt in Pärnu County (Karujaht Pärnumaal, 1914), me temía que fuera un documental sobre la caza de osos, pero en realidad es otra comedia en que por suerte no se usó a un animal de verdad sino a un señor disfrazado de oso. Leyendo el catálogo del festival me entero de que en realidad es una farsa política que hace referencia a un famoso enfrentamiento que hubo en la época entre un político y un periodista cuyo apellido («Karu») significa «oso» en estonio, de ahí la analogía sobre la «caza del oso» y que un filme en principio tan tonto como inofensivo fuera censurado.

El plato fuerte fue el largometraje bélico The Young Eagles (Noored Kotkad, 1927), que trata sobre uno de los episodios más importantes del país, la guerra contra Rusia por la independencia del país, filmada por Theodor Luts, que había luchado en ese conflicto bélico. La escena inicial me predispuso totalmente a favor de la cinta, con esa larga escena en que uno de los protagonistas remolonea en su cuarto y evoca un pasado nostálgico en la universidad que se va a venir a pique con la guerra. Pero una vez empieza el conflicto se desvanece ese tono sentimental y pasa a ser cine bélico puro y duro. Aunque muy bien rodada (las escenas de combate se hicieron célebres en otros países pese a ser un producto de consumo nacional) tiene el pequeño handicap de que apenas profundiza en la psicología de los personajes, de forma que nos resultan poco creíbles como héroes al no entender sus sentimientos o motivaciones. Digámoslo de esta manera: si a alguien hoy día podría parecerle que King Vidor se recreaba demasiado en El Gran Desfile (1925) en las escenas sentimentales fuera de las batallas, aquí pasa exactamente lo contrario, hay demasiadas batallas y casi nada dedicado a mostrarnos los pensamientos y temores de sus protagonistas.


Imagen: Eesti Rahvusarhiivi Filmiarhiivi, Tallinn

Tengo pocas dudas sobre cuál ha sido la mejor película del día e incluso del festival hasta ahora: Struggling (Fen Dou, 1932) de Dongshan Shi, un melodrama chino dado por perdido durante décadas que se centra en el triángulo amoroso entre una joven huérfana y dos jóvenes pretendientes – uno de los cuales por cierto es el actor luego convertido a director Zheng Junli, que luego dirigiría una de las obras más importantes del cine chino clásico, The Spring River Follows East (1947). Más allá de la simplicidad de la historia y sus obligados mensajes políticos (el pretendiente egoísta luego se convierte en un burgués y se muestra reticente a combatir contra los japoneses, mientras que el protagonista es la encarnación del obrero bueno y valiente), es una película preciosa rodada con una sensibilidad irresistible, excelentemente puntuada con el acompañamiento a piano de Maud Nelissen.

El filme tiene el virtuosismo típico de las obras de finales de la era muda, con algunos travellings muy vistosos y un trabajo de fotografía muy cuidado. La película me ha recordado mucho en algunos aspectos al cine de Frank Borzage, especialmente a El Séptimo Cielo (1927), con la que comparte algunos detalles de estilo (ese tono tan sensible y evocador, el travelling vertical a través de los diferentes pisos) como de argumento (la pareja humilde que aspira a rehacer su vida, la separación por la guerra, los presagios de ella sobre que él ha muerto en combate…). Una pequeña maravilla que una vez más nos hace ver cuántas joyas debe tener aún por descubrir al mundo la cinematografía muda china y que nos hace preguntarnos por qué se ha tardado tanto tiempo en sacarlas a la luz.

  • Joya a descubrir: Struggling (Fen Dou, 1932) de Dongshan Shi.
  • Rótulo del día: «Mi profesor me enseñó a poner siempre el punto a la «i»«. William S. Hart en In the Sage Brush Country (1914) cuando desafía a un matón disparando a un letrero dejando un agujero justo encima de una letra I.
  • Detalle a destacar: las divas de esta edición parecen ser muy tímidas ante la presencia de la cámara. Si días atrás vimos un par de gags en que Suzanne Grandais se avergonzaba de besar a Léonce Perret porque estaba la cámara delante, en Fleur de Paris se nos ofrece un gag bastante picante para la época cuando Mistinguett empieza a quitarse la ropa en su camerino… hasta que de repente repara en la cámara y, con una sonrisa coqueta, se desnuda del todo detrás de un biombo.
  • Curiosidad del día: al ser una copia argentina de los años 20, la versión que vimos de The Aryan (1914) tenía rótulos en español con algunos detalles propios de la época que hoy día nos pueden resultar divertidos, como rebautizar al personaje de William S. Hart con un nombre hispano: Esteban Dentón. No es el nombre que me imaginaba para un forajido…

Imagen: China Film Archive

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