En los años 10, la industria italiana fue una de las primeras que empezó a atreverse con grandes producciones espectaculares como El Infierno de Dante (1911), Quo Vadis (1912) o, la más famosa de todas, Cabiria (1914).
Desde el principio Cabiria fue concebida como la película más grande hecha hasta entonces: se tardó dos años en producirla, su presupuesto llegó a la por entonces increíble suma de un millón de liras y su duración era inusitadamente larga (tres horas en su primer montaje, en una época en que los largometrajes todavía estaban en fase de asentarse). Sin duda, se trataba de uno de los proyectos más ambiciosos de las primeras décadas del cine.
Su responsable era Giovanni Pastrone quien como director, productor y, probablemente, guionista del film podría haberse adjudicado fácilmente la autoría de esta obra magna. Por contra, originariamente firmó el film bajo el pseudónimo de Piero Fosco. Su intención con Cabiria era hacer una película gigantesca y épica que reuniera a los mejores profesionales de toda Europa, por ello pidió al escritor más reputado de Italia, Gabriele D’Annunzio, que se encargara del guion. Pero parece ser que aunque éste aceptó la oferta, a la práctica sólo escribió los rótulos del filme, que estaban en un italiano tan culto que probablemente buena parte del público no podría entenderlos y hoy día nos suenan rimbombantes. Aún así, Pastrone mantuvo a D’Annunzio no sólo como guionista sino que además vendió la película con su nombre, casi como si fuera una obra suya. No vean en esto un acto de modestia, sino una inteligente maniobra comercial: D’Annunzio tenía un prestigio enorme, y Pastrone buscaba crear una película que aunara el sentido del espectáculo que tanto atraía al gran público con la calidad artística que por entonces se le negaba a este nuevo medio. Apropiarse de un prestigioso escritor era una forma de asegurarse el segundo punto.
La trama se basaba en el pasado glorioso del pueblo italiano, más concretamente durante la Segunda Guerra Púnica entre romanos y cartagineses que tuvo lugar el siglo III a.C. Se inicia con la erupción del volcán Etna, que provoca que Cabiria, la niña pequeña de una familia acomodada, se vea separada de sus padres y quede a cargo de su nodriza Croessa. Ambas caen en manos de unos piratas fenicios, quienes las venderán en un mercado de esclavos de Cartago para que la pequeña sirva de sacrificio al dios Moloch.
Croessa, desesperada, pide ayuda al romano Fulvio Axila y a su corpulento esclavo Maciste, quienes se apiadan de ella y la salvan del sacrificio. Pero aunque Fulvio escapa, Maciste y Cabiria son capturados en los jardines de Sofonisba, hija de un importante general cartaginés. Maciste es obligado a desempeñar trabajos forzados, pero Sofonisba decide acoger a Cabiria como criada. Diez años después, Fulvio, quien está batallando en la guerra contra Cartago, entra en la ciudad y se reencontrará con Maciste.
Una de las grandes virtudes de Cabiria es que pese a tener más de 100 años, continua manteniendo vigente su espectacularidad. Y si hoy día mantiene esa virtud, no cuesta imaginar el impacto que debió suponer a los espectadores en su momento, cuando no conocían otros precedentes de esta envergadura. Destaca sin duda con luz propia el colosal Templo al dios Moloch, tanto su imponente exterior como la terrorífica secuencia que tiene lugar en su interior, en que vemos cómo los niños son sacrificados. Dicha estampa va más allá de lo imponente de los decorados y muestra un gran cuidado de la luz para convertirla en un momento de pura pesadilla. La ambición de Pastrone por hacer que su película fuera lo mejor posible le llevó incluso a contratar al español Segundo de Chomón para que realizara la escena del sueño de Sofonisba, asegurándose así que los efectos especiales los realizaría un profesional en la materia. Por último, también cabe destacar el vestuario de los personajes, especialmente en el caso de Sofonisba, cuya imagen es una de las que más perdura en la mente del espectador.
Otro de los elementos por los que el film llamó poderosamente la atención en su día fue el uso, por entonces muy poco frecuente, de travellings. Tales movimientos de cámara, aunque no era la primera vez que se utilizaban, obtuvieron tal reconocimiento que en la industria este tipo de travellings pasaron a denominarse «movimientos Cabiria». Según parece, la principal finalidad de dichos movimientos de cámara era sobre todo impresionar al espectador con la inmensidad de los decorados, para que pudiera contemplarlos enteramente y demostrar que no eran maquetas. Eso es algo que se nota en la forma como están planteados, todavía sin la fluidez que adquirirían en los años posteriores y denotando que lo que buscan es mostrar todo el entorno o pasar de lo general a lo concreto.
Por último creo que también merecen una mención los dos actores protagonistas (porque aunque Cabiria da nombre al film y es el motor de las acciones, su presencia pasa a ser en realidad bastante secundaria): Umberto Mozzato como Fulvio y Bartolomeo Pagano como Maciste. Mozzato nos ofrece un héroe que lejos de ser unidimensional y sin personalidad como sería habitual, tiene un carácter propio. De hecho, destaca no solo por su valentía sino por su buen humor, y se hace enseguida simpático al espectador. En lo que respecta a Pagano, éste era inicialmente un estibador al que se contrató para dar forma al forzudo y fiel esclavo, pero su personaje tuvo tantísimo éxito que propulsó su carrera con actor interpretando al mismo personaje en numerosas ocasiones hasta el punto de cambiarse legalmente su nombre por el de Maciste.
A cambio, todavía se notan algunos detalles que evidencian que la película aún tiene un pie puesto en el cine primitivo, de los cuales el más evidente son los rótulos. No es tanto el hecho de que la escritura de D’Annunzio rompa con el ritmo al ser tan estilizada, como que siempre describan las acciones que sucederán a continuación. No son meros complementos que verbalicen lo que no pueden explicar en imágenes, sino que enuncian la acción y después pasamos a verla, lo cual es muy anticinematográfico.
En aquellos años en que el cine todavía carecía de un lenguaje narrativo potente, los rótulos servían para explicar lo que las imágenes por sí solas no podían describir, ya que se consideraba que este medio no bastaba por sí solo para narrar historias (al menos historias complejas). En este caso además también tenemos el inconveniente de que la presencia del importante escritor implicaba dar mucha importancia a esos rótulos y a no entenderlos como un complemento. Este hecho es el que repercute más negativamente a su visionado hoy día.
Por último, más allá de las aventuras de Cabiria, Fulvio y Maciste y de su contenido histórico (que servía para legitimar su contenido), Cabiria era también una película que fomentaba la identidad nacional italiana. En el filme, los romanos aparecen como los salvadores civilizados, ejemplificados por la pareja de Fulvio y Maciste que simbolizan la fuerza e inteligencia del pueblo romano así como otros valores como la lealtad y la valentía. No olvidemos que lo que están haciendo es salvar a Cabiria de los bárbaros cartagineses que la tratan como esclava o sacrificio a un dios pagano, lo cual dice muy poco de su caballerosidad de estos salvajes.
El filme fue lógicamente un enorme éxito internacional. D.W. Griffith quedó tan impresionado por éste que lo tomó como referencia para su Intolerancia (1916), que buscaba superar – sobre todo en su episodio babilónico – la magnitud de esta obra de Pastrone. Pero no es el único, no se pueden imaginar las grandes superproducciones de Cecil B. De Mille o Fritz Lang sin Cabiria. ¿No es la espectacular escena del templo al inicio de Metrópolis (1927) un precedente directo de la del templo de Moloch?
Una película esencial en la historia del cine pero también, pese a algunas limitaciones de la época, realmente amena de ver.
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