Este post forma parte de un especial dedicado a Harold Lloyd que incluye los siguientes artículos:
- Los inicios de Harold Lloyd: Willie Work y Lonesome Luke.
- El Estudiante Novato (The Freshman, 1925).
- Los «sneak previews» y las escenas que se eliminaron.
- El Pecado de Harold Diddlebock (The Sin of Harold Diddlebock, 1947) de Preston Sturges.
«Harold Lloyd es probablemente el cómico más infravalorado de todos. A los intelectuales no les gusta el personaje de Harold Lloyd, ese chico de clase media tan típicamente americano. No ven poesía en ello y se pierden su brillantez técnica.» (Orson Welles en una entrevista a Peter Bogdanovich en 1969).
Este mes de enero el Doctor Caligari ha decidido realizar un especial Harold Lloyd en el que, a lo largo de las próximas semanas, irá posteando diferentes artículos y reseñas dedicados al tercer gran genio de la comedia slapstick. Por todos es sabido que Harold Lloyd forma junto a Charles Chaplin y Buster Keaton el trío de grandes cómicos del slapstick. Y no obstante, de esos tres Lloyd es con diferencia el que más ha quedado en el olvido a día de hoy: apenas se le dedican reseñas o estudios y la bibliografía que ha generado al respecto es ínfima comparado con los otros dos (incluso me atrevería a afirmar que Harry Langdon genera más artículos y análisis entre los estudiosos de la era muda que el bueno de Lloyd). Esto puede resultar sorprendente si además tenemos en cuenta que en su momento la popularidad de Lloyd era prácticamente pareja a la de Chaplin y muy superior a la de Keaton. ¿Por qué hoy día es tan poco recordado?
Yo lo atribuyo a varios factores. El primero es el hecho de que Lloyd, propietario de sus películas, fue reticente durante décadas a volver a ponerlas a disposición del público, ya que creía que no generarían suficiente interés. En cambio, Chaplin reestrenaba algunas de sus obras como La Quimera del Oro (1925), que volvió a lanzar en 1942 con su voz narrando la historia en off, y además se mantenía de vigente actualidad con sonados éxitos de taquilla como El Gran Dictador (1940) y Candilejas (1952) – en contraste, la etapa sonora de Lloyd fue decayendo progresivamente a lo largo de los años. Por lo que respecta a Keaton, sus filmes se pasaban regularmente en televisión, algo que horrorizaría tanto a Chaplin como a Lloyd, que eran totalmente contrarios a que sus películas se vieran en ese medio (hoy día, en estos tiempos en que la gente ve películas en su smartphone, puede parecernos extraño, pero muchos grandes cineastas se negaban en rotundo a que sus obras se vieran en una diminuta pantalla de televisión argumentando que ellos las realizaron para que se disfrutaran en la gran pantalla; también es cierto que los televisores de los años 50 no son los actuales). No obstante fue gracias a estos pases regulares que Keaton llegaría al gran público que le había tenido olvidado durante décadas.
Harold Lloyd, Charles Chaplin y Douglas Fairbanks
En consecuencia, Chaplin mantuvo su popularidad a lo largo de los años y Keaton se benefició de este nuevo medio para ser redescubierto por una nueva generación de cinéfilos mientras Lloyd iba quedando como una reliquia del pasado. Curiosamente, cuando decidió volver a lanzar su obra a los cines no escogió ninguna película concreta sino que optó por montar una selección de sketches bajo el título de Harold Lloyd, el Rey de la Comedia (1962), cuyo éxito propició una segunda parte bautizada como Funny Side of Life (1963). Ambos filmes hicieron renacer el interés hacia Lloyd pero al ser una recopilación de gags no tenían el mismo estatus que pudo conseguir el redescubrimiento de una obra maestra como El Maquinista de la General (1926) de Keaton, no potenciaban que se escribiera sobre sus grandes películas sino más bien sobre su don para la comedia, haciendo que se pasara por alto que tenía una carrera interesantísima como cineasta tras sus espaldas – lo más extraño de todo es que en el fondo Funny Side of Life (1963) incluía en su casi totalidad su obra más exitosa, El Estudiante Novato (1925), ¿por qué entonces no haberla reestrenado directamente para dar a conocer su título al gran público?
Harold Lloyd en Cannes durante la presentación de Harold Lloyd. El rey de la comedia (1962)
Otro factor que creo que ha repercutido negativamente en su percepción es el hecho de que Lloyd, a diferencia de Chaplin y Keaton, nunca dirigió sus películas. Entre la cinefilia siempre tenemos la costumbre de citar nuestras preferencias tomando como base los directores, otorgándoles a ellos la responsabilidad final del producto. Y aunque eso es así en muchos casos, no debemos olvidar que el cine es un arte colectivo en que participan numerosos creadores y en que en ocasiones el director no es necesariamente el gran responsable del resultado final (¿o es que acaso las películas que produjo Val Lewton en la RKO a menudo no son más suyas que de los directores que las realizaron? ¿No devoraba la infatigable personalidad de los hermanos Marx la de los cineastas que se veían en la tesitura de controlarlos y dirigirlos?). En lo que respecta a Harold Lloyd, su caso es muy similar a la de una Mary Pickford: actores que, al ser sus propios productores, controlaban muy férreamente las películas que protagonizaban hasta el punto de que a menudo chocaban con sus directores cuando eran cineastas con una personalidad muy marcada (como sucedió con Lubitsch en el caso de la Pickford y Preston Sturges en el de Lloyd).
Lloyd nunca dirigió oficialmente sus películas y de hecho siempre tuvo la honestidad de reconocer que gran parte del mérito final se debía a que buscó rodearse de los mejores colaboradores que pudo encontrar, contratándolos en las condiciones más ventajosas posibles para que siguieran a su lado. Por otro lado, ningún otro cómico tenía contratados a tantos escritores de gags, que además eran los mejores pagados en todo Hollywood. ¿Quiere eso decir que Lloyd era un actor dependiente del talento de otras personas? En absoluto, repasando su filmografía desde sus inicios hasta el final se nota que hay una personalidad detrás, una forma personal de hacer humor. No voy a hablar de esa palabra que tanto gusta a cierto sector de la crítica como es la «autoría», pero sí que me parece innegable que Lloyd no solo controlaba todo el proceso productivo sino que conseguía que el resultado final siguiera unos patrones muy definidos que denotan su personalidad, incluso cuando fue cambiando de colaboradores a lo largo de los años (una personalidad propia para lo bueno y para lo malo, puesto que en sus películas sonoras se nota cómo intenta aferrarse a ésta en unos tiempos en que quedaba anticuada). Según Lloyd, podría haber reivindicado ser el co-realizador de la mayoría de sus filmes, pero nunca lo hizo por una razón muy sencilla: no se veía en la necesidad de hacerlo. Él se llevaba toda la fama y los aplausos como estrella de sus películas, ¿qué necesidad tenía de reivindicar también su papel como co-director? Harold Lloyd es pues un ejemplo perfecto de la naturaleza colaborativa del cine, un actor que si bien controlaba todos los detalles de sus filmes siempre estaba dispuesto a escuchar el consejo de cualquier colaborador suyo y tirarlo adelante si creía que realmente era una buena idea.
Harold Lloyd junto a sus escritores de gags y los directores Fred C. Newmeyer (izquierda del todo) y Sam Taylor (con gafas en el centro)
Finalmente hay un tercer factor que en este caso sí que cabe reconocer que pesa realmente en contra del cine de Harold Lloyd, y es que creo que sus películas no han envejecido tan bien como las de los otros dos grandes exponentes del slapstick. El cine de Buster Keaton era inusualmente moderno en muchos aspectos para su época tanto por la puesta en escena como por el tipo de personaje tan estoico y antisentimental que interpretaba, mientras que el clasicismo de Chaplin que sabe modular tan bien la tragedia y la comedia ha aguantado tan bien el paso del tiempo como una estatua grecorromana que podemos seguir admirando a día de hoy sin importar todas las modas y cambios en el gusto que ha habido a lo largo de estos años. Lloyd en cambio es un cineasta más anclado a su tiempo. De los tres era el cómico más vinculado con el público de su época (Chaplin era más bien el marginado social y Keaton… bueno, Keaton era una cosa rara), y por tanto el más susceptible a quedar anclado a un tiempo concreto. En el cine de Lloyd podemos encontrar más a menudo que en el de los otros dos algunos rasgos que han quedado anticuados y pueden parecer obsoletos (ciertos gags o actuaciones, varios chistes verbales, la forma de canalizar algunas escenas sentimentales), sobre todo para el público no acostumbrado a ver obras de esa época. Pero yo no veo esto como un defecto sino simplemente como un rasgo del cine de Lloyd, que es más hijo de su tiempo en cuanto a estilo que el de Chaplin o Keaton. ¿No sucede lo mismo por ejemplo con otros cineastas como Frank Capra sin que eso quite que sea uno de los más grandes directores de la historia?
En definitiva, el cine de Harold Lloyd es una experiencia imprescindible para todo cinéfilo que se precie. Sus películas están llenas de inventiva y el cuidado con el que se tratan los gags está a la par que el de sus otros dos compañeros y muy por encima del resto de cómicos de la época. De los tres grandes del slapstick, Lloyd es el que a día de hoy necesita ser más reivindicado, de modo que durante este mes de enero este humilde rincón silente se va a convertir en un espacio dedicado a reivindicar la carrera de Lloyd. Esperamos que lo disfruten.
Si desea leer otros artículos escritos por el Doctor Caligari o el Doctor Mabuse sobre Harold Lloyd, eche un vistazo a los siguientes links:
- La magia de un par de gafas.
- El accidente que casi acaba con la carrera de Harold Lloyd.
- El Mimado de la Abuelita [Grandma’s Boy] (1922) de Fred C. Newmeyer.
- La escalada de El Hombre Mosca (1923).
- El Tenorio Tímido [Girl Shy] (1924) de Fred C. Newmeyer y Sam Taylor.
- ¡Ay, Mi Madre! [For Heaven’s Sake] (1926) de Sam Taylor.
- El Hermanito [The Kid Brother] (1927) de Ted Wilde.
- ¡Ay Que Me Caigo! [Feet First] (1930) de Clyde Bruckman.
- Cinemanía [Movie Crazy] (1932) de Clyde Bruckman y Harold Lloyd.
- 50 años de The Parade’s Gone By, el libro que rescató el cine mudo del olvido.
- Cuando Jacques Tati rindió pleitesía a sus maestros.
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