Amigos lectores, estos días estamos de celebración en este rincón silente, ya que se cumplen ni más ni menos que 10 años desde que este Doctor decidió inaugurar este humilde espacio dedicado al cine mudo. Es cierto que la idea de abrir una web dedicada al cine mudo en plena era digital podía parecer una locura carente de futuro o simplemente ingenua en el mejor de los casos, pero el Doctor Caligari decidió lanzarse a ello sin pensarlo mucho. La premisa era ofrecer un espacio al que pudiera acudir la minoría de gente interesada en el tema, sin importar cuántos fueran y, en caso de que no funcionara, abandonarla con el tiempo. Poco podía imaginar hace 10 años este Doctor que no solo la idea fructificaría sino que llegaría a lectores de todo el mundo, de modo que de entrada no puedo más que agradecerles que hayan seguido este pequeño rincón silente durante este tiempo.
Y para celebrar esta ocasión especial este mes de enero les ofreceremos algunos posts especiales: primero dos de índole más personal en que responderé dos de las preguntas que más me han hecho relacionadas con mi afición al cine mudo, y luego otros dos dedicados a conmemorar una película que también está de aniversario este año, y que es una de las favoritas del Doctor Caligari. ¡Así que no se vayan muy lejos y únanse a la celebración!
El primer post con el que celebraremos este aniversario será de índole personal, ya que es un repaso cronológico a las películas que me introdujeron en el cine mudo. A menudo me han preguntado cómo y de dónde provino mi afición al cine mudo, pero es algo que no surgió en un momento determinado o con una película concreta sino de forma progresiva, de modo que espero que este pequeño repaso personal pueda responder a la pregunta.
Una aclaración: no se trata de una lista de mis películas mudas favoritas (en eso consistió de hecho el segundo post especial), sino de un repaso cronológico a los filmes que me descubrieron esta forma de arte. Obviamente la mayoría de las obras citadas también se encuentran entre mis predilectas, ya que muchas son grandes clásicos de la era silente y/o les guardo un cariño especial. Pero la idea no es tanto recopilar mis cintas predilectas como hablar de las diferentes etapas por las que pasé en mi relación con el cine mudo. Y sin más preámbulos, aquí va:
Mis primeros contactos con el cine mudo: Nosferatu, El Maquinista de la General y El Enemigo de las Rubias
Aunque mucha gente es capaz de recordar la primera o alguna de las primeras películas que vieron, no es ése mi caso. Sí recuerdo que la primera vez que fui a un cine fue a ver Blancanieves y los Siete Enanitos (1937), pero para el caso que nos ocupa no guardo ningún recuerdo de infancia asociado a ninguna película muda. Así que no, mi afición al cine silente no viene porque de pequeño me hinchara a ver películas de Harold Lloyd. Sospecho que los primeros filmes silentes que vi serían cortos de Chaplin, Keaton o Laurel y Hardy, pero no tengo ninguna prueba de ello, simplemente creo que es fácil que me topara con alguno en esos años.
De modo que mi primer recuerdo consciente de ver cine mudo ya se remonta a la adolescencia, cuando me dio el ramalazo cinéfilo tras descubrir a una serie de cineastas del Hollywood clásico como Alfred Hitchcock, Frank Capra o Howard Hawks. Por aquel entonces, ávido de curiosidad, investigaba todo lo que podía sobre grandes clásicos del cine – aún recuerdo por ejemplo encontrarme en una enciclopedia un fotograma de una película muy antigua llamada Y el Mundo Marcha (1928) de King Vidor que se citaba como una obra clave del cine, pero pasarían años hasta que lograra verla. De este modo, mis primeros contactos con el cine mudo fueron con dos de esos grandes clásicos que oía citar a menudo. El primero fue Nosferatu (1922), que adquirí en un flamante VHS editado por Divisa (cuyas inconfundibles carátulas de color amarillo y verde luego serían para mí sinónimo de tesoros por descubrir). Es cierto que las ediciones que circulaban por entonces no pueden compararse con las restauraciones actuales. Aquella duraba solo unos 65 minutos, no tenía los tintajes y los rótulos eran leídos por un narrador en castellano. Pero aun así la película me fascinó.
Sé que a mucha gente le cuesta dar el paso a introducirse y disfrutar del cine mudo. Es normal, ya que es una forma diferente de narrar y hacer cine, pero en mi caso debo decir que jamás me sucedió. Desde los primeros visionados disfruté de estas películas sin problema, y si bien esa fijación por este tipo de cine no me llegaría hasta años después, nunca las consideré como una época que me diera pereza o en la que me costara introducirme. Para mí eran otras muestras de cine clásico de las que disfrutaba igual que sus homólogos sonoros, de modo que en esos años seguí buscando más títulos mudos en paralelo con otros de épocas posteriores. La siguiente obra muda que recuerdo haber visto fue El Maquinista de la General (1926) de Buster Keaton, que también me encantó. Además, por pura casualidad, fue el primer DVD que compré cuando empezó a comercializarse en ese formato, en una de esas ediciones de los primeros años del DVD que hoy día nos parecen horribles pero que en aquella época es lo que había.
De esas primeras ediciones de Divisa en VHS guardo también recuerdos curiosamente de El Hombre de la Navaja (1920) de King Vidor (seguramente por estar disponible en alguna biblioteca, ya que no tenía ninguna referencia de ella) y de El Enemigo de las Rubias (1927) de Hitchcock, que fue otro de mis primeros visionados silentes simplemente por mi fanatismo completista hacia el mago del suspense.
Du musst Caligari werden!
Una de las proyecciones en sala de cine que más me han marcado fue la de El Gabinete del Doctor Caligari (1920) en la Filmoteca de Catalunya, cuando aún se encontraba en el antiguo Cine Aquitania. Fui atraído por el aura mítica y misteriosa que envolvía este título, sin saber nada ni de su argumento ni de su estética, y quedé completamente hechizado. No estaba preparado para algo así, y además el giro final me pilló totalmente por sorpresa. Salí con la sensación de haber presenciado algo extraño y único, e incluso hoy día cuando vuelvo a ver el tan discutido epílogo final a menudo rememoro esa sensación, que apenas he vuelto a sentir de esa forma con otros filmes. Ahí debí entender inconscientemente que había algo fantasmal y muy atrayente en estas películas mudas.
Descubriendo la URSS
Resulta lógico que entre mis primerísimos visionados de grandes clásicos de la era muda se encontrara la soberbia El Acorazado Potemkin (1925), un título tan clásico y típico a citar que casi da pereza volver a reivindicar a estas alturas… pero que a mí me sigue pareciendo una de las obras cumbre de la era muda. Lo que más recuerdo del primer visionado fue, valga la originalidad, la célebre escena de la escalinata de Odessa, que me fascinó tanto que la llegué a rebobinar varias veces para verla suelta.
Yo no tenía mucha idea por entonces de qué rayos eran las vanguardias soviéticas o el efecto Kuleshov, pero sí que intuía que estos rusos eran inusualmente modernos, sobre todo después de descubrir El Hombre de la Cámara (1929) de Dziga Vertov, que fue también una de las obras que más me impactó en esos años.
Fascinación germana: El Último, Amanecer y Berlín, Sinfonía de una Ciudad
Con el tiempo me di cuenta de que varias de mis películas favoritas de la era muda eran casualmente alemanas. El Último (1924) y Amanecer (1927) – que es americana pero dirigida y escrita por sendos alemanes – fueron dos de los filmes que más me han impactado nunca, y me hicieron darme cuenta de que ese tal F.W. Murnau sabía lo que se hacía más allá de su filme sobre el célebre vampiro. También recuerdo haberme llevado una gratísima sorpresa con Berlín, Sinfonía de una Ciudad (1927) de Walter Ruttmann. Todo ello me llevó durante mucho tiempo a la creencia de que lo que me fascinaba no era el cine mudo sino el cine alemán de la República de Weimar (es decir, desde el fin de la I Guerra Mundial hasta el auge del nazismo), e hicieron falta unos años para darme cuenta de que dicha fascinación sería ampliable a toda la era muda.
Algunos visionados fallidos
Obviamente no todos mis primeros contactos con el cine mudo fueron tan felices. Algunas películas me decepcionaron y dejaron indiferente, otras no me parecieron para tanto. Me llevaría muchos años llegar al punto de locura actual en que puedo disfrutar de algunos filmes mudos flojos o malos, ya que casi siempre encuentro detalles interesantes en que fijarme al margen de su calidad.
Una de mis experiencias más fallidas fue El Nacimiento de una Nación (1915) de D.W. Griffith, que había leído que era una de las obras clave de la historia del cine, pero en mi primer visionado se me escapó su importancia histórica. No solo eso, desconocía su contenido y su mensaje tan racista me pilló totalmente por sorpresa. Habría sido digna de ver la cara que se me quedó en aquel primer visionado cuando presencié la escena en que uno de los protagonistas tiene la idea de usar unas capuchas para así poder encubrirse mientras «meten en vereda» a esos negros indisciplinados. Si bien a esas alturas ya estaba notando que el filme era inusualmente racista, con esa escena se me escapó una sonora exclamación en voz alta de pura incredulidad: ¡estaba viendo una película de propaganda del Ku Kux Klan!
No fueron visionados fallidos pero no me causaron el impacto que deberían dos de los filmes más famosos de la era muda: Metrópolis (1927) de Fritz Lang y La Quimera del Oro (1925) de Chaplin. La primera me dejó boquiabierto por su monumentalidad pero no acabé de conectar con su argumento. Recuerdo que me causaron más impresión prácticamente el resto de filmes de Lang de esa década, incluso los que vi en condiciones no muy favorecedoras: la primera versión que visioné de El Doctor Mabuse (1922) fue una que echaron de madrugada por televisión y que estaba recortada a menos de la mitad (¡qué sorpresa cuando tiempo después supe que duraba 4 horas y media!), en cuanto a Los Espías (1928), la vi entera sentado en una silla no muy cómoda de la biblioteca de la Filmoteca en un diminuto televisor, y no estoy seguro de si tenía banda sonora, pero aun así disfruté de sus 2 horas y media de suspense (fue de una forma parecida como descubrí por primera vez Avaricia (1924) de Erich von Stroheim, aguantando 4 horas ante la pantalla de un ordenador que obviamente no fue diseñada para ver películas… en aquellos primeros tiempos de internet es lo que había).
En cuanto a Chaplin, La Quimera del Oro me agradó pero sin entusiasmarme. A causa de ello lo tuve algo de lado durante años a favor de Keaton, con el que sí conecté de inmediato, hasta que me reconcilié con él gracias a El Circo (1928). Con el tiempo Metrópolis y La Quimera del Oro acabarían gustándome muchísimo más, pero incluso hoy día siguen sin ser mis favoritas de sus creadores.
La última frontera: el cine de los orígenes
Si bien he dicho que nunca tuve problemas en ver películas mudas, sí que es cierto que durante mucho tiempo no le hice mucho caso a lo que se conoce como el cine de los orígenes. Mi primer contacto con este tipo de películas fue, como no podía ser menos, un VHS de Divisa de cortos de Méliès… pero curiosamente el primero que vi y uno de mis favoritos era en realidad un filme de Segundo de Chomón, Viaje a Júpiter (1909), que se encontraba ahí incorrectamente catalogado como uno de Méliès. Ya hablé de dicha confusión en su momento.
Dicho corto y los más llamativos de Méliès me gustaban, pero los veía como una curiosidad primitiva y no les prestaba la atención que requerían. El paso definitivo para entender ese tipo de películas vino cuando en la universidad nos explicaron los primeros años del cine, la así llamada era primitiva, y ahí fue cuando pasé a ver esa época con otros ojos al entender mucho mejor esta forma de arte. Un último punto decisivo fue el descubrir el brillante texto «Now you see it, now you don’t» de Tom Gunning en que introducía el concepto de «cine de atracciones«, que me hizo ver definitivamente las películas de esos años desde una perspectiva radicalmente diferente. Desde entonces me volví un fanático del cine de los orígenes, ayudado por la facilidad que hay hoy día para ver ese material en internet. Ya estaba traspasada la última frontera, a esas alturas entendí que realmente eso del cine mudo me gustaba mucho más de lo que pensaba.
Abel Gance, Maurice Tourneur y las posibilidades de internet
Nos vamos acercando al final de este largo (pero espero que no aburrido) relato de mis experiencias con el cine mudo a lo largo del tiempo. El siguiente autor que descubrí en esos años que me causó un impacto decisivo fue Abel Gance a raíz de ver su portentosa Napoleón (1927), que me hizo descubrir hasta qué punto tantos conceptos que asociamos a la modernidad ya existían en la era muda. Más tarde esa impresión se confirmó con La Rueda (1923), que con el tiempo se convertiría en una de mis obras favoritas.
Uno de los libros que me ayudó a profundizar en el tema más allá de los grandes autores ya conocidos fue American Silent Film de William K. Everson, que devoré y releí un par de veces. A raíz de su lectura estuve mucho tiempo buscando títulos como The Italian (1915) de Reginald Barker y, sobre todo, a él le debo el descubrirme al gran Maurice Tourneur.
En paralelo, internet fue una herramienta decisiva para descubrir a cineastas importantísimos de los cuales no había leído nada hasta entonces, como el ruso Yevgeni Bauer o el pionero del cine belga y holandés Alfred Machin.
De hecho creo que estamos en la mejor época de la historia para aficionarse a la era muda por el acceso que tenemos a tantísimas obras de autores desconocidos o de países remotos. En mis primeros años de cinefilia uno frecuentemente leía montones de referencias a títulos y cineastas a los que no se tenía acceso y quedaban durante años almacenados en la memoria con cierta aura misteriosa. Pasar de eso a tener tantas películas a un clic, el poder ver cine primitivo japonés o películas mudas georgianas, el tener la capacidad de cuestionarse sentencias repetidas cien veces sobre ciertas películas o autores en manuales de cine gracias a tener el material a mano… todo ello fue un cambio de paradigma para todos los cinéfilos. Y en ese sentido jugó un papel fundamental la comunidad internauta que se ha dedicado desinterasadamente a compartir películas por la red, así como a crear y traducir subtítulos. Este Doctor no tiene palabras para expresar su agradecimiento a todos ellos.
Pordenone
Y finalmente llegó el último paso que convirtió esta simpática afición en algo peligrosamente obsesivo cuando decidí visitar por primera vez en 2014 las Giornate del Cinema Muto de Pordenone. Salí tan contento que desde entonces no he faltado ninguna edición. Dicho festival me hizo darme cuenta de que por mucho que uno crea que ya ha agotado el filón de la era muda siempre siguen apareciendo grandes títulos, directores o actores de los que no había oído hablar antes, o de los que uno tenía una impresión equivocada (fue lo que me pasó el primer año con Yakov Protazanov). También le debo algunas de las mejores proyecciones a las que he asistido, como la de Los Miserables (1925) de Henri Fescourt el 2015 con acompañamiento musical de Neil Brand, una impresión que creo que compartimos todos los que asistimos al evento. En general la asistencia al festival de Pordenone es una experiencia imprescindible al menos una vez en la vida para todo fanático de este tipo de cine.
Y así llegamos a este 2023 en que se encuentra el Doctor Caligari escribiendo un post definitivamente demasiado largo por intentar dar a entender en él cómo ha acabado dedicando su tiempo a este rincón silente durante 10 años. Espero que les haya resultado mínimamente interesante, y si les apetece no duden en compartir también sus experiencias relacionadas con el cine mudo. En todo caso, de nuevo reitero mis agradecimientos por haberme seguido en este rincón dedicado a esa parte tan fascinante de la historia del cine, y espero que los posts que he escrito a lo largo de estos años (y que espero poder seguir escribiendo siempre que me sea posible) les hayan aportado algo.
Este blog ha sido posible durante todos estos años gracias al apoyo incondicional de todos nuestros lectores, a quienes no podemos estarles suficientemente agradecidos por su fidelidad. Si les gustó este post pueden también invitar a este Doctor a un café para ayudarle a mantener este humilde rincón cinéfilo.
Antes que nada, aquí va la famosa canción internacional de cumpleaños, però en la llengua materna del doctor.
Zum Geburtstag viel Glück!
Zum Geburtstag viel Glück!
Zum Geburtstag viel Glück, Herr Doctor!
Zum Geburtstag viel Glück!
Y ahora, una vez hecho el esfuerzo de recuperar la compostura, agradecerle que haya sincerado su experiencia personal a la hora de mostrar una manera posible de llegar a conocer y enamorarse de este arte incomprensiblemente en desuso por parte de alguien de su generación, cosa que siempre es muy interesante, tanto para alguien mayor como para alguien más joven, comprobar cuan diferentes las cosas han ido en esta sociedad en unas épocas o en otras, respecto a la actitud frente a este tema, dificultades o facilidades de acceso, como el cine mudo formaba parte —o no— de la cotidianeidad de las vidas de las gentes normales, pero también algunas similitudes o intersecciones peculiares. Por ejemplo ¡Cómo olvidar las inefables ediciones en VHS de Divisa! El doctor debía ser muy jovencito cuando se publicaban, lo cual le da mucho mérito. Recuerdo que algunas versiones eran atroces. Hubo también una colección completa de Buster Keaton, por allá los 90, en la cual había alguna que aún, pero otras —sobre todo los pobres cortos— en la cual, aparte de verse fatal, la música consistía en pulsar el Play de un CD de valses de Strauss —dejando los tres o cuatro segundos de pausa entre tema incluidos— a piñón fijo hasta el final, lo cual saboteaba en gran medida el sentido narrativo y la tensión humorística de los gags. En muchos aspectos uno se alegra de los tiempos que vivimos, realmente. En este sentido coincidimos en que, al menos por lo que respecta al acceso del publico de cualquier tipo, de cualquier edad, a todo el cine mudo posible, hoy día es una edad de oro fantástica y lo de “cualquier tiempo pasado fue mejor” una frase para troncharse excepto, claro está, que sea un pasado extremo, que vaya unas cuantas generaciones más atrás y que nos hiciese coincidir con los estrenos de estas películas justo en su momento, en las óptimas condiciones, en esos cines que eran como palacios, con deliciosas orquestas y con el entorno y el espíritu afinados con lo que íbamos a ver, a la perfección. Claro que entonces también añoraríamos alguna comodidad que ahora tenemos… Y es que no hay época perfecta, ¡mecachis! Si pudiésemos combinar lo mejor de todos los tiempos y dejar fuera lo peor. Imagínese poder disfrutar de la visión de maravillosos animales extintos, disfrutar de tanto arte y arquitectura bellísima perdida, recuperar modales y costumbres mejores que las actuales y al tiempo tener, precisamente, costumbres y concienciaciones modernas y futuras mejores que las antiguas, la tecnología y el acceso a la información actual, todo en uno, al mismo tiempo… Aunque no sé yo si en ese presente utópico me haría mucha gracia encontrarme con que un Tyranosaurus Rex comiéndose la bicicleta con la que iba yo a darme un paseíto matutino dominical…
En cualquier caso, enhorabuena por el trabajo de estudio hecho en la época que le tocó en suerte vivir de más jovencito, las herramientas unas veces precarias, otras —ósea, el momento presente— de rechupete para poder disfrutar y estudiar este arte que amamos y el trabajazo maravilloso realizado a lo largo de estos diez años que han dejado un corpus impresionante, punto de referencia ineludible —algunas veces como campamento base para poder partir a atacar cimas más altas, a través de libros extensos y similares, pero otras ya como coronación de cima definitiva, con banderín del país que a uno le venga en gana en lo alto, en los casos que se trate de una experiencia cinematográfica personal e intransferible—, de una calidad incontestable y de una cantidad que a alguien que ha empezado más tarde inevitablemente siempre irá a la zaga y deberá respetar, así como los que vienen más tarde tienen que respetar a los pioneros por el camino que abrieron en su momento. Gracias por su trabajo pionero, pues, también, ese abrir brecha desde la oscuridad, ese descubrirnos muchas más cosas de las que muchos aficionados y expertos pensaban, como el festival de Pordenone y muchas más. Si a todo ello unimos su generosidad, elegancia, punto justo de “seny i rauxa” —como decimos por aquí—, talento didáctico, ya solo me queda no solo dar un último y ya pesadete gracias sino felicitarme a mi mismo por la suerte de haberle conocido. Que pase usted muy buenos días y que sea felices con los suyos. Por cierto, saludos a Cesare, esperando que se mejore de lo que debe tener, que últimamente lo veo un poco pálido.
Amigo Florenci, le agradezco sobremanera el comentario tan efusivo y extenso, que además para mi sorpresa incluía referencias a un T-Rex comiéndose una bicicleta, que era desde luego algo que no esperaba leer como comentario a este post.
Lo de las ediciones terribles de cine mudo daría para una entrada en si misma, y el pobre Buster es de los que más lo ha sufrido. Yo recuerdo sus primeras ediciones en DVD de cortos suyos y eran tal cual las dice usted: con bandas sonoras de música clásica al azar, que a veces se acababa la pieza a media escena y se notaban los segundos de silencio entre temas… quizá eran los que usted vio en VHS pasados a formato digital, ¿quién sabe?
En fin, coincido con usted en lo equivocado del principio de «cualquier tiempo fue mejor», que en el caso de la era muda sabemos que es totalmente falso, y le agradezco muy sinceramente sus elogios, que si bien resultan exagerados entiendo que son totalmente bienintencionados y quieren decir que le ha sacado usted provecho a este rincón silente, con lo cual me quedo más que satisfecho. Gracias a usted por su apoyo y su constante reivindicación de la era muda y espero que sigamos leyéndonos mucho tiempo.
Cesare por cierto está algo mejor. En la foto de arriba estaba algo indispuesto pero la tarta le reanimó, gracias por preguntar.
Mi querido Doctor,
qué buena manera de empezar el año es leerle a usted.
Me trae recuerdos de la relación que yo mismo he tenido con el cine mudo. Aunque a diferencia de usted no soy ningún experto en la materia, ni nada que se parezca a eso, me ha hecho caer, su texto, en que mis primeros encuentros con las grandes creaciones del silente tuvieron algo especial para mí, y de hecho las recuerdo todas, mientras que no puedo recordar cuándo vi por primera vez yo qué sé… Casablanca.
Amanecer fue una película que, ya se lo he comentado alguna vez, me dejó profundamente marcado. Cuando la vi reconocí creo que por primera vez la dimensión que puede llegar a tener el cine, el hecho de que es un arte, y de los mayores, y de que puede llegar a tocar todos los resortes de la humanidad y la belleza. Nanook el esquimal fue la primera -y casi la única…- película que pude disfrutar con un piano acompañándola en directo, y me di cuenta de cuán distintas son estas pelis si se disfrutan así. De hecho, hace ya muchos años, cuando vivía en Madrid, me pasé unas navidades enteras yendo a un ciclo en el Conde Duque de películas mudas infantiles, de animación primigenia, porque las acompañaban con un piano. Era para niños pero a mí me daba igual. Y es que esto de vivir, como vivo ahora, en una ciudad muy pequeña, o pueblo grande, tiene cosas buenas pero esta es muy mala, y es que no hay posibilidad alguna de disfrutar de muchos estrenos o reposiciones interesantes, y cine mudo con música en directo ya ni hablamos, y me apena.
Recuerdo también saber sobre El viento, de Victor Sjostrom, en mis primeras lecturas cinéfilas, y que como entonces internet no era apenas nada más que una palabra, me tiré meses y meses mirando el periódico, por si la ponían en la tele o en alguna pantalla alternativa, hasta que por fin pude verla y emocionarme más por el hecho de presenciarla que por la película en sí, aunque sea maravillosa.
Hoy como comentan usted y Florenci, todo es más fácil y a la vez más disperso. De alguna forma llena más pero emociona menos.
Le leo, Doctor. con mucha atención.
Un abrazo.
PD: Divisa… ¿Merecía existir? ¿Editaban legalmente? ¿Quién pensó en ese color lima-limón?
Magnífica entrada, Herr Caligari; siempre me ha gustado saber cómo y por qué alguien se interesa tanto en determinados temas. Me ayuda a entender mis propias «raras» aficiones e intereses.
Personalmente recuerdo haber visto cine silente por primera vez a finales de los 80. No estoy segura de mis recuerdos, de todos modos.
Soy chilena y en ese tiempo la Televisión Nacional (TVN) emitió un ciclo de películas cómicas silentes. Ahora sé que una de ellas era «La ley de la hospitalidad» de Buster Keaton, aunque en ese momento mi familia dijo que eran películas de Chaplin, el único actor de cine mudo que conocían además de Valentino.
No recuerdo mi reacción. Eran películas y ya. Las vi como veía cualquier otra cosa que me ofreciera la TV. Era un mundo diferente, entonces. La TV tenía un poder de atención que hoy tomaron las redes sociales.
Después, leyendo -también leía cualquier cosa que me cayera en las manos- encontré menciones al cine silente en varias enciclopedias. Los nombres de algunas películas me hechizaron: «El golem», «La muerte cansada», «El ballet mecánico», «El estudiante de Praga»… Y un par de imágenes de cine germano me obsesionaron por años.
El 2006 una universidad local exhibió un ciclo de cine alemán en forma gratuita. Incluyó la etapa silente, y así vi por primera vez cuatro filmes de los llamados expresionistas: «El golem», «El gabinete del doctor Caligari», «Fausto» y «Metrópolis». Con eso me enamoré del cine silente. No fue difícil y nunca se me hizo problemático que fueran películas sin diálogos y en blanco y negro. Después compré algunas en DVD: «Intolerancia», «La quimera del oro», «El navegante».
A partir del 2009 comencé a rastrear películas en la Red. No he parado desde entonces. La última que vi fue una de Mary Pickford, «Harapos», hace una semana atrás.
Uno de mis grande sueños cinéfilos es poder ver algunas de esas películas en un cine, rodeada de gente que lo ame tanto como yo. Soñar no cuesta nada.
Gracias por compartir sus hermosos recuerdos con nuestra pequeña comunidad.
Hola Elizabeth,
Soy yo el que le agradece a usted que se haya tomado su tiempo en compartir con nosotros sus recuerdos cinéfilos. A mí también me interesa mucho descubrir cómo se iniciaron otras personas que comparten esta afición y es curioso ver cómo se repiten ciertos patrones aunque sea desde países distintos.
Aunque no es mi caso por motivos generacionales, me consta que en España también mucha gente vio cine mudo por primera vez en los 80 porque es lo que echaban en la TV de entonces. Como usted dice, nadie se planteaba nada especial, eran las películas que pasaban por allá, eso es todo. Y al igual que usted recuerdo la fascinación por leer títulos de películas en libros y quedarme con la imagen de ciertos fotogramas poderosos.
Dicho esto, espero que pueda cumplir su sueño. Es una lástima que el Festival de Pordenone le pille tan lejos porque ése es el marco ideal para disfrutar de esos filmes en la gran pantalla y rodeado de otros fanáticos de la era muda. Pero estoy convencido que tendrá ocasión de hacerlo realidad sin necesidad de acercarse a Italia.
Un saludo y gracias de nuevo por compartir sus vivencias.
Amigo Manuel, me alegra mucho que haya compartido por aquí sus experiencias. Lo de la impresión profunda que le generó Amanecer es algo con lo que creo que todos los fans de la era muda (e incluso muchos que no lo son) nos sentimos identificados. Es una obra tan bella, tan especial y tan perfecta que, como dice, refleja muy bien todo lo que podía ofrecer el cine, tanto a nivel técnico como emocional.
Lo de disfrutar esas películas con música en directo es, tiene razón, todo un privilegio que le aporta un extra a la experiencia. Y me siento identificadísimo con su anécdota sobre El Viento, en que estaba más emocionado por estar viéndola por fin que por la película en sí. Eso es exactamente lo que sentí yo tantas veces en aquellos primeros años. Poner por fin «cara y ojos» a esos filmes de los que tanto había leído y emocionarse al reconocer un plano que había visto muchas veces como fotograma suelto en un artículo. Lo de hoy día es infinitamente mejor pero sin duda se pierde la parte de «experiencia» que iba unida a esos descubrimientos. Era el inevitable precio a pagar…
Sobre Divisa, no sea tan duro con ellos, jajaja. Para mí una empresa que se especializa, entre otras cosas, en tener una colección de orígenes del cine, en algo que no podría ser más una locura, tiene ya mi bendición. Es cierto que sacaron algunas ediciones terribles, pero eso era fruto de la inexperiencia de los primeros años del DVD. Recuerdo la primera de Caligari en que la versión en castellano sustituía los rótulos originales por otros hechos en un programa de ordenador que hacían daño a los ojos, porque era obvio el contraste entre esas imágenes tan antiguas y ese rótulo-pegote de estilo moderno (eso sin olvidar lo importante que es el diseño de los rótulos en Caligari). Pero fueron aprendiendo con el tiempo, y en la siguiente edición de Caligari mantuvieron los rótulos originales con el subtitulado en castellano abajo. En general las nuevas ediciones que han sacado se nota que ya cuidan más el material.
Lo del diseño lima-limón es curioso pero más allá de lo que nos parezca estéticamente funcionó muy bien en algo que es fundamental hoy día: ser reconocible al instante a nivel de marca. Cuando buscaba DVDs en la Fnac o una biblioteca y percibía de reojo esa inconfundible carátula limón iba directo allá porque sabía que eso sería una película muda.
Un abrazo.
Estimado Doctor:
Me siento muy identificado tanto con sus recuerdos de iniciación al cine mudo como con los comentarios de Florenci y Manuel; y aunque mis opiniones carezcan de relevancia para los lectores de este blog, me voy a permitir ofrecer los inicios de mi fascinación por esos orígenes del cine.
Los que hemos nacido en la década de los sesenta pudimos desde muy pequeños ver en la televisión películas cortas de Chaplin con cierta normalidad. Más tarde, antes de llegar los VHS (sí: VHS) de Divisa, a principios de la década de los ochenta, TVE emitió un buen puñado de películas de Harold Lloyd y la serie de documentales “Hollywood” del maestro Kevin Brownlow. Yo diría que ese fue el momento de detectar que esas películas tenían una magia y un misterio muy especiales, pero fue en 1985 cuando en Murcia, ciudad en la que por entonces vivía, proyectaron un par de ciclos de cine mudo. El primero (del que todavía conservo el folleto) lo ofreció la Universidad, y en él descubrí obras maestras tales como Intorerancia, Nosferatu, La Pasión de Juana de Arco y la que trata sobre Vd. mismo, doctor. Me quedaron por ver entonces Esposas frívolas y el Fantasma de la ópera. Poco después, la Caja de Ahorros del Mediterráneo proyectó un ciclo de cine soviético, con películas como El Acorazado Potemkin, Octubre, La Huelga, La Madre y no sé si alguna otra.
Por añadidura, por entonces se iniciaba el periodo de Pilar Miró al frente de RTVE, una verdadera época dorada del silente en nuestro país, con, por ejemplo, los memorables ciclos dedicados a Fritz Lang y en concreto con una emisión de El Último que me dejó verdaderamente impactado. Muchas películas más se ofrecieron en RTVE esos años (La reina Kelly, Napoleón, Y el mundo marcha, Espejismos…). Por añadidura, el periodista Vicente Romero dirigió poco después aquella serie documental titulada Las imágenes perdidas, sobre el cine mudo español.
En fin, que desde entonces esto ha sido una adicción de la que me ha sido imposible desengancharme.
Y me despido, no sin declarar antes que ha sido un honor y un placer compartir con Vd. y sus lectores/seguidores estas placenteras vivencias.
Un cordial saludo.
Carlos Ayllón.
P.Scr.: Ah, yo también he buscado ese color amarillo de Divisa en las tiendas de DVD’s. Como Vd. bien dice era muy práctico.
Hola Carlos, perdona que te conteste antes que el Doctor en casa del Doctor.
Solo dos cosas: la primera, retiro mi cáustico comentario sobre el lima-limón divisa que yo conocí también en vhs, (no se fie de este Caligari que va de centenario pero es un pipiolo milenial)
La segunda, que me lleva a reflexionar eso que cuentas sobre la tele a principios de los 80 sobre lo desvalidos que, en cierto sentido, nos hemos quedado en lo cultural. Paradójicamente, como hoy en día todos tenemos acceso a todo, se ha debilitado el potencial del estado/gobierno de turno para teledirigir los gustos del pueblo. Pero resulta que con esto ha desaparecido eso que antes podía ocurrir, que si alguien con criterio como Miró -aunque no sé si estoy de acuerdo con su sistema de subvenciones a la «calidad», pero esa es otra historia- alcanzaba cotas importantes de poder podía, con un simple gesto inteligente, despertar a millares de cabecitas trasnochadoras, crear cultura por la bravas.
Hoy las cosas son distintas. Cada uno parece que ha de buscarse la vida y es más fácil encontrarla que antes, sí, pero vivimos en nuestra campana de resonancia, atendiendo a lo que nos gusta, quizá ignorando por completo lo que debería gustarnos.
Un saludo, Carlos Ayllón, de Manuel Pozo.
Hola Carlos,
En primer lugar le agradezco profundamente que haya compartido sus experiencias en detalle. Se equivoca en que no son de interés para nadie, de hecho creo que es muy instructivo comparar los caminos que hemos seguido cada uno para llegar hasta aquí sobre todo si pertenecemos a generaciones diferentes. Una primera diferencia fundamental es obviamente que yo no llegué al silente por la televisión, aunque recuerdo emisiones puntuales de películas mudas (por ejemplo hubo una época muy extraña en que TV3, el canal autonómico de Cataluña, estuvo poniendo películas de Buster Keaton los viernes por la mañana… y hablo de principios de los 2000, cuando el cine antiguo estaba ya desterradísimo de cualquier cadena importante, nunca entendí qué cosa extraña sucedió allá).
El ciclo que menciona de Harold Lloyd en TVE por ejemplo es para mí ya algo mitiquísimo, puesto que lo he oído mencionar a multitud de personas de edades distintas pero que ya veían la televisión en los 80. Y el documento que cita de Las imágenes perdidas lo he oído mencionar también pero ya más entre gente muy cinéfila.
Como dice Manuel, se da la extraña paradoja de que el tener muchas más opciones donde escoger lleva a que ahora el gran público sea menos receptivo a cosas que se escapan a «lo normal». Antes miles de personas que por regla general no verían un filme mudo se tragaban ciclos de Harold Lloyd o Fritz Lang porque no había otra cosa, y aunque tampoco digo que eso fuera una opción ideal, sí que les obligaba a derribar esos prejuicios a ese «cine viejo».
Es un tema complejo para el que no tengo una conclusión clara, más allá de que nos ha conducido a una época en que la gente con más inquietudes tiene un abanico inabarcable entre el que escoger y la gente que no se mostrará más cerrada que nunca a otras formas expresivas, porque tendrá mil opciones de ocio más «normales» entre las que elegir. Mientras tanto, nosotros seguiremos en rincones como éste reivindicando esta forma de cine.
Un saludo a los dos.